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Territorios, conflictos agrarios y construcción de paz: Comunidades, asociatividad y encadenamientos en el Huila y sur del Tolima
Territorios, conflictos agrarios y construcción de paz: Comunidades, asociatividad y encadenamientos en el Huila y sur del Tolima
Territorios, conflictos agrarios y construcción de paz: Comunidades, asociatividad y encadenamientos en el Huila y sur del Tolima
Libro electrónico393 páginas5 horas

Territorios, conflictos agrarios y construcción de paz: Comunidades, asociatividad y encadenamientos en el Huila y sur del Tolima

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Esta obra analiza los conflictos agrarios y las dinámicas territoriales que afectan al departamento del Huila y el sur del Tolima en relación al conflicto armado y en medio de la implementación del Acuerdo de Paz. El libro agrupa varios trabajos que estudian procesos que incluyen la histórica configuración territorial del Huila y sur del Tolima, las dinámicas de la guerra, los procesos de exclusión social y política, el poblamiento y colonización de territorios, el papel de los actores armados, los procesos desiguales de desarrollo y los nuevos conflictos por el extractivismo.
Se hace énfasis en las problemáticas de la economía cafetera, sus crisis ocasionadas por las reformas liberalizadoras desde los años 1990, y en la movilización social de campesinos cuyas identidades y subjetividades se han ido configurando de manera dinámica en medio de procesos de colonización, violencia y exclusión. Desde múltiples miradas disciplinares y enfoques cualitativos se aborda el estudio de nuevosconflictos territoriales y socio-económicos surgidos a partir de recientes proyectos mineroenergéticosy nuevas tendencias dentro de los encadenamientos productivos tales como la asociatividad. Este estudio de los conflictos agrarios y territoriales y de las respuestas sociales, es crucial para entender el alcance del Acuerdo de Paz, en especial en el punto uno sobre la Reforma Rural Integral.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2019
ISBN9789587843736
Territorios, conflictos agrarios y construcción de paz: Comunidades, asociatividad y encadenamientos en el Huila y sur del Tolima

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    Territorios, conflictos agrarios y construcción de paz - Jairo Baquero Melo

    Uniandes.

    1

    Elementos analíticos sobre los territorios y la transformación de las economías de guerra en economías de paz

    Jairo Baquero Melo

    Los procesos de transición de la guerra a la paz en Colombia demandan, entre otros aspectos, el estudio de los factores sociales, ambientales y de economía política de los territorios afectados por el conflicto armado. El presente texto busca relacionar dos tipos de trabajos, que no han sido muy articulados, respecto a la guerra y la paz: por un lado, los que se refieren al territorio y la territorialidad; por otro, aquellos sobre economía política de la guerra, transición de la guerra a la paz, mercados laborales en la guerra y la paz, y las cadenas de valor, el empleo rural y la construcción de paz.

    1. Territorio y territorialidad

    Esta sección incluye una revisión de conceptos y categorías como los de territorio, territorialidad, des- y re-territorialización, teniendo en cuenta sus implicaciones en el estudio del conflicto armado y la construcción de paz. El concepto de territorio es ambiguo, debido a que puede referirse a diferentes cosas a la vez, como pueden ser la geografía y la historia; y se pueden enfocar desde la ciencia política, la filosofía, la antropología, las relaciones internacionales, y lo jurídico, lo legal y lo organizacional. También existen las miradas desde lo clásico, lo tradicional y lo crítico, incluyendo la posmarxista, la poscolonial, la feminista, etc. Un tema importante en los análisis críticos ha sido el de la relación entre territorio y poder.

    El territorio puede ser entendido en relación a diversos factores: territorialidad (Sack, 1983 y 1986), poder y espacio (Foucault, 2008; Raffestin, 1980), tierra y terreno —desde lo estratégico-militar— (Elden, 2010); lugar y cultura, y la defensa de formas de vida diversas y alternativas (Escobar, 2010 y 2015; Ulloa, 2012).

    Como se ha planteado desde la geografía, la territorialidad es un atributo de los seres humanos, quienes la ejercen de manera diferente a la mayoría de los animales, y está asociada a estrategias de control:

    La territorialidad en el ser humano es mejor entenderla como una estrategia espacial para afectar, influir, el control de los recursos y las personas, mediante el control de la zona (…); como estrategia, la territorialidad puede ser encendida y apagada. En términos geográficos, es una forma de comportamiento espacial. La cuestión es (…) bajo qué condiciones y porqué la territorialidad está o no ocupada. (Sack, 1986)

    Un elemento clave es el poder, lo cual incluye también elementos estratégicos: La territorialidad es un intento de afectar, influenciar o controlar acciones [e] interacciones; o el acceso, mediante el logro o el intento de forzar el control, sobre un área geográfica específica (Sack, 1983: 55).

    Raffestin (1980) retoma la teoría del poder de Foucault (2008), y plantea que el tiempo y el espacio relacional se organizan a través de la combinación de energía (asociada al poder) e información (asociada al conocimiento). Población, territorio y autoridad son tres elementos agrupados en el Estado. El espacio es diferente al territorio y ambas categorías deben ser usadas de manera diferenciada. El espacio es previo al territorio, que se produce a partir de las acciones de un actor que territorializa dicho espacio. El territorio se puede analizar a través de la representación, la apropiación y el control, insertados dentro de las estructuras de poder (Raffestin, 1988).

    Para Soja (1971: 7), el territorio se define socialmente: existe una organización política del espacio, la cual busca producir y sostener la solidaridad dentro de la sociedad, al moldear los procesos de competencia, conflicto y cooperación, que funcionan espacialmente. También se pueden considerar tres elementos constitutivos del territorio: los recursos (conformados por la tierra y el dinero), el poder (necesario para mantener el orden y reforzar la autoridad) y la organización social (para legitimar dicha autoridad).

    Criticando las visiones que analizan el territorio en función de la territorialidad —como las de Sack y Soja—, Elden (2010) diferencia tres categorías del territorio: primero está la tierra, relacionada con la economía política, su distribución y la competencia por su control. Segundo, el terreno, que hace parte de las estrategias políticas vinculadas a las relaciones de poder, e incluye elementos como los factores hereditarios, el control militar y el establecimiento del orden. Por tanto, el territorio es un lugar para el trabajo o para la guerra y la confrontación. Para Elden (2010), el territorio puede ser a la vez tierra y terreno, pero también más que eso.

    Al considerar el territorio como tierra, se tiene en cuenta que la propiedad fue una invención humana. Algunos fragmentos del territorio han sido vistos como propiedad y son objeto de transacciones. En la trinidad marxista se incluyen la tierra, el trabajo y el capital como productores de la renta, los salarios y los beneficios, respectivamente. Marx (1976) analizó la denominada acumulación primitiva u originaria, considerándola como el pecado original que dio lugar al capitalismo. Sin embargo, otros autores han resaltado que dicho proceso se presenta de forma continua, como respuesta a las crisis de acumulación del capitalismo, produciendo una suerte de expansión geográfica del capital a zonas consideradas como externas; o más bien a los territorios donde dicho sistema es más avanzado o se ha consolidado (De Angelis, 2001; Luxemburg, 1963 y Harvey, 2003). La apropiación de tierras por parte de los terratenientes, empresas y otros actores produce el desplazamiento de grandes masas de población hacia las ciudades, conformando los cinturones de miseria.

    Cuando se considera al territorio como tierra, es necesario analizar si su ocupación se ha dado de forma pacífica o violenta. También hay que considerar si se da una apropiación del suelo para la agricultura o si se afecta el subsuelo con la explotación de minerales. La tierra es un recurso escaso, y las luchas por el poder son luchas por su posesión. Es clave saber cuál es la relación entre el Estado nación y el territorio como tierra. La forma de distribución de esta determina la existencia de muchas disputas económicas y políticas. Los modelos productivos también imponen una forma de uso de la tierra que va más allá de lo económico (Lefebvre, 1974).

    Por otro lado, al considerar el territorio como terreno se reconoce que, además de la apropiación de la tierra, existen acciones militares y estratégicas por el control del espacio. Los Estados han desarrollado herramientas de seguridad que incluyen el catastro, el mapeo y la demarcación de las fronteras. El terreno es tierra con un sentido estratégico, militar y político (Elden, 2010: 806).

    Delimitar un espacio es un acto violento de exclusión e inclusión; y para mantenerlo se requiere una constante vigilancia y defensa. Desafiar esa delimitación es un acto de transgresión. El territorio es una entidad jurídica y política, un área que se controla a través de las formas de poder (Foucault, 2008). Existen vínculos entre las estrategias militares y las técnicas de administración del suelo, y necesitan ser apoyadas por ciertos discursos.

    Regímenes de territorialidad, y portales y coyunturas de la globalización

    Una de las miradas sobre el territorio aborda los denominados regímenes de territorialidad (Middell y Naumann, 2010), analizando el papel del Estado nación. Hay que enfatizar que el territorio no puede ser visto como algo estático o de una escala única (por ejemplo, la nacional). En vez de ello, la configuración de un territorio, y las múltiples territorialidades que habitan en él, guarda relación con diversas escalas que pueden estar interconectadas, incluyendo la global, nacional, subnacional y local. Ninguna de ellas es rígida, y puede involucrar las luchas políticas, sociales y culturales por un re-escalamiento (Swyngedouw, 2000).

    Una disciplina que ha estudiado los regímenes de territorialidad ha sido la denominada historia global (global history o global-geschischte). Desde allí se plantea que la globalización es una dialéctica de des- y re-territorialización (Middell y Naumann, 2010). El principio de Westfalia sobre la soberanía estableció un régimen de territorialización del Estado nación. Desde la geografía clásica, Maier (2006) planteaba que el territorio se asocia con el Estado nación, que es un espacio político delimitado, con fronteras y con tierras que se articulan a determinadas lealtades políticas. En perspectiva global, la territorialidad se refiere a un conjunto de conceptos regulando la política y las economías humanas, cada una buscando el monopolio o control exclusivo de la soberanía (Maier, citado en Middell y Naumann, 2010: 163). La territorialidad del Estado nación ha sufrido cambios que se pueden situar en tres coyunturas: mediados del siglo xvii, cuando se definió la soberanía como un atributo del Estado nación para defender las fronteras; entre 1850-1880, y de 1880 a los años 1960.

    Enfoques como el de la geografía política han criticado la visión sobre la preponderancia del Estado nación, planteando que existe una trampa territorial (Agnew, 1994), pues este es solo uno de los regímenes de territorialización que han existido. El Estado nación busca seguir la idea de unidad y homogeneidad, pero (sobre todo en los coloniales e imperiales) hay tensiones entre mantener la unidad nacional y controlar el monopolio de los flujos transnacionales. Históricamente, se ha dado una colisión entre el objetivo de mantener la expansión imperial y el principio de soberanía. El expansionismo ha sido una de las causas de las guerras mundiales del siglo XX. A nivel global, algunos actores y grupos sociales han puesto la territorialidad del Estado nación en una jerarquía superior. Sin embargo, ha habido flujos globales y grupos subnacionales que demandan su autonomía, representando tendencias que desafían en cierta medida la soberanía del Estado nación. Dentro de la normatividad reciente, los grupos indígenas y afrodescendientes piden autonomía, como una forma de resarcir as desigualdades históricas que los han afectado.

    Otro concepto ofrecido por la historia global es el de los portales de globalización, que hace referencia al papel de los diversos actores inmersos en procesos de des- y re-territorialización. Algunos lugares del planeta han sido el centro del comercio mundial y las comunicaciones, y de la transferencia de bienes y culturas. En ellos se ha dado una influencia mutua entre diferentes grupos humanos y se han desarrollado instituciones que regulan la conectividad global (Middell y Naumann, 2010: 162). Se incluyen puertos, ciudades, comercio internacional, zonas francas, carreteras, oleoductos, plantaciones, museos, restaurantes, mercados, centros de migración, entre otros. Han sido puntos de expansión económica y militar, y de creación de imaginarios como el del nosotros y el de los otros. Allí se ha presentado, en cierta forma, un desafío a las afiliaciones nacionales, los límites nacionales y los órdenes territoriales estables. Además, las élites han creado estructuras políticas de control social.

    La historia global también habla de la existencia de crisis y coyunturas de la globalización. Esto se refiere a los períodos en que se dan cambios en los regímenes dominantes de territorialización; incluyendo, por ejemplo, los procesos de independencia en América Latina y de abolición de la esclavitud, como la rebelión en Haití. En ciertas ocasiones, dichas coyunturas llevan a la creación de nuevos Estados nación, pero en otros casos han producido cambios sociales de gran envergadura y alcance.

    Territorio, colonialidad y ontología política

    Algunos enfoques críticos consideran que el territorio no es estático ni ahistórico (Escobar, 2010 y 2015; Ulloa, 2012). Dentro de los enfoques poscoloniales y decoloniales se relacionan el colonialismo, poscolonialismo, des- y re-territorialización.

    El colonialismo desarrolló procesos de territorialización y una economía política basada en los espacios marítimos y en el desarrollo de la minería y la economía de plantación (como en el Caribe). La creación de los Estados nación ha implicado la imposición de nuevos regímenes en los territorios indígenas. En la posindependencia, los criollos mantuvieron internamente las jerarquías raciales, inferiorizando a las poblaciones indígenas y afrodescendientes. La esclavitud implicó la desterritorialización de los esclavos africanos, que fueron sacados a la fuerza de su ecosistema y reterritorializados en América, teniendo que restablecer sus vínculos con la naturaleza. Ellos establecieron nuevas relaciones con el territorio, a través de procesos como la búsqueda de refugio, los palenques, el cimarronaje, y el poblamiento y colonización de diferentes espacios. Lograron preservar su ancestralidad en medio de los procesos de destierro y reterritorialización. El Convenio 169 de la OIT ha reconocido una serie de derechos de los pueblos indígenas y tribales, incluyendo la consulta previa frente a los proyectos económicos en sus territorios. Los indígenas y afrodescendientes han tenido que demandar una mayor autonomía y autodeterminación como pueblos.

    Las demandas y dinámicas territoriales de las comunidades indígenas y afrodescendientes se pueden enmarcar dentro de la ontología política (Escobar, 2015), que busca hacer visibles múltiples y heterogéneas formas de mundificar la vida, a veces por fuera de la modernidad. Dentro de estas dinámicas territoriales hay que tener en cuenta varios elementos (Escobar, 2015): 1) muchos movimientos étnicoterritoriales se dan en espacios que ofrecen un mínimo vital a las comunidades, y representan otras alternativas frente a las crisis ecológicas y sociales; 2) el territorio es un espacio biofísico y epistémico, donde la vida se experimenta según una determinada ontología, en la que interactúan lo humano y lo no humano; 3) la autonomía hace parte de las prácticas ontológicas de determinadas comunidades, e incluye formas establecidas de regular y defender la vida, tanto la individual como la colectiva; 4) la ontología política busca repensar la economía y el desarrollo, buscando alternativas al desarrollo a través de formas de producción y de mercado diversas (no capitalistas); 5) los territorios y los mundos no son estáticos, e incluyen redes de relaciones complejas, incluyendo propuestas políticas en defensa de la vida, la democracia y la diferencia; 6) existen mundos diversos, y la globalidad se puede pensar "como estrategia para preservar y fomentar el pluriverso" (Blaser, citado por Escobar, 2015).

    Existen varios desafíos para la afirmación de los derechos territoriales de las comunidades indígenas y afrodescendientes: a veces la consulta previa no es un mecanismo efectivo para defender los derechos territoriales; las identidades indígena y afrodescendiente se desarrollan bajo procesos de cambio social y no pueden estar asociadas a lugares estáticos (Bocarejo, 2011). Es necesario evitar que surjan procesos de racismo relacionados con conflictos entre grupos sociales (incluyendo a indígenas, afrodescendientes y campesinos mestizos) que tienen diversas demandas para acceder a los recursos (Baquero, 2015). Los conflictos de propiedad entre dichos grupos son exacerbados por las élites empresariales, los terratenientes y otros grupos de interés que buscan controlar de diversas maneras los recursos naturales.

    Las diversas concepciones sobre el territorio —territorialidad, tierra, terreno, espacio, poder y derechos territoriales— presentan un panorama complejo frente a las múltiples territorialidades (Agnew y Oslender, 2010; Baquero, 2014; Ulloa, 2012), que pueden coexistir, sobreponerse, convivir de forma pacífica y negociarse, pero también estar en conflicto.

    2. Transformación de economías de guerra en economías de paz

    La economía política de la guerra analiza los elementos políticos y económicos de las guerras y los conflictos armados. Este campo de conocimiento ganó relevancia debido a trabajos como los de Collier y Hoeffler (2004), en los que se plantea que la guerra se lleva a cabo por razones de codicia (greed) de los combatientes, restando importancia a factores como los agravios (grievances), que pudieran estar relacionados con las denominadas causas objetivas de la guerra, incluyendo la desigualdad y la pobreza relativa. Para Collier y Hoeffler (2004) los combatientes son criminales, más que rebeldes. Esas teorías suponen la racionalidad de los individuos (sin considerar que puede haber muchas racionalidades) y la historia de cada sociedad. Otros autores plantean que en las guerras se mezclan actividades criminales con objetivos políticos y que hay muchas motivaciones para el reclutamiento, incluyendo la venganza, la coerción, el prestigio social y el placer de la agencia, entre otros (Gutiérrez, 2004). La desigualdad social también puede explicar la emergencia de la violencia política (Nafziger y Auvinen, 2002). La desigualdad se da entre grupos étnicos y sociales y puede ser reforzada por políticas económicas, como los planes de ajuste estructural (Nafziger y Auvinen,

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