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Tres modelos contemporáneos de agencia humana: Un estudio sobre la motivación y la deliberación moral
Tres modelos contemporáneos de agencia humana: Un estudio sobre la motivación y la deliberación moral
Tres modelos contemporáneos de agencia humana: Un estudio sobre la motivación y la deliberación moral
Libro electrónico543 páginas19 horas

Tres modelos contemporáneos de agencia humana: Un estudio sobre la motivación y la deliberación moral

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"El argumento de este libro es que los límites de los modelos primeros, sucesivamente Gauthier y Frankfurt, requieren y reclaman su superación en el camino hasta llegar a la propuesta tayloriana. Porque —se nos dice— si pensamos nuestros problemas como si pudieran solventarse por la aplicación de un algoritmo, el de la resolución de nuestras preferencias en la competencia del mercado, no solo perdemos lo que es el carácter fundante, moral, de nuestras actuaciones, sino que también se nos escaparán las razones por medio de las cuales nos podemos, y aun nos debemos, pensar como morales".
Carlos Thiebaut
[del Prólogo]
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 feb 2020
ISBN9789587844016
Tres modelos contemporáneos de agencia humana: Un estudio sobre la motivación y la deliberación moral

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    Tres modelos contemporáneos de agencia humana - Leticia Elena Naranjo Gálvez

    Tres modelos contemporáneos de agencia humana

    Tres modelos contemporáneos de agencia humana. Un estudio sobre la motivación y la deliberación moral

    Resumen

    El argumento de este libro es que los límites de los modelos primeros, sucesivamente Gauthier y Frankfurt, requieren y reclaman su superación en el camino hasta llegar a la propuesta tayloriana. Porque —se nos dice— si pensamos nuestros problemas como si pudieran solventarse por la aplicación de un algoritmo, el de la resolución de nuestras preferencias en la competencia del mercado, no solo perdemos lo que es el carácter fundante, moral, de nuestras actuaciones, sino que también se nos escaparán las razones por medio de las cuales nos podemos, y aun nos debemos, pensar como morales.

    Carlos Thiebaut

    [del Prólogo]

    Palabras clave: Crítica e interpretación, conducta, ética, aspectos económicos, ética de los negocios, David Gauthier, Harry G. Frankfurt, Charles Taylor.

    Three contemporary models of human agency. A study on motivation and moral deliberation

    Abstract

    The argument of this book is that the limits of the first models, Gauthier and Frankfurt successively, require and demand their improvement along the way until reaching the Taylor proposal. Because—so we are told—if we think of our problems as if they could be solved by applying an algorithm—the one to decide our preferences in market competition—, we not only lose what is the foundational, moral character of our actions, but the reasons through which we can, and even must, think of ourselves as morals will escape us.

    Carlos Thiebaut

    [from the Prologue]

    Keywords: Criticism and interpretation, behavior, ethics, economic aspects, business ethics, David Gauthier, Harry G. Frankfurt, Charles Taylor.

    Tres modelos contemporáneos e agencia humana

    Un estudio sobre la motivación y la deliberación moral

    Leticia Elena Naranjo Gálvez

    Naranjo Gálvez, Leticia Elena

    Tres modelos contemporáneos de agencia humana. Un estudio sobre la motivación y la deliberación moral / Leticia Elena Naranjo Gálvez. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2020.

    xx, 316 páginas.

    Incluye referencias bibliográficas.

    1. Gauthier, David, 1932- – Crítica e interpretación 2. Frankfurt, Harry G., 1929- – Crítica e interpretación 3. Taylor, Charles, 1931- – Crítica e interpretación 4. Conducta (ética) – Aspectos económicos 5. Ética de los negocios I. Universidad del Rosario II. Título

    174.4                        SCDD 20

    Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. CRAI

    SANN  Agosto 20 de 2019

    Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

    Ciencias Humanas

    © Editorial Universidad del Rosario

    © Universidad del Rosario

    © Leticia Elena Naranjo Gálvez

    © Carlos Thiebaut, por el Prólogo

    Editorial Universidad del Rosario

    Carrera 7 No. 12B-41, of. 501

    Tel.: 2970200 Ext. 3112

    editorial.urosario.edu.co

    Primera edición: Bogotá, D. C., febrero de 2020

    ISBN: 978-958-784-400-9 (impreso)

    ISBN: 978-958-784-401-6 (ePub)

    ISBN: 978-958-784-402-3 (pdf)

    https://doi.org/10.12804/th9789587844016

    Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

    Corrección de estilo: Lina Morales

    Diagramación: Martha Echeverry

    Diseño de cubierta: Precolombi EU-David Reyes

    Converión ePub: Lápiz Blanco S. A. S.

    Hecho en Colombia

    Made in Colombia

    Los conceptos y opiniones de esta obra son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no comprometen a la Universidad ni sus políticas institucionales.

    El contenido de este libro fue sometido al proceso de evaluación de pares, para garantizar los altos estándares académicos. Para conocer las políticas completas visitar: editorial.urosario.edu.co

    Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

    Autora

    LETICIA NARANJO GÁLVEZ

    Doctora en Humanidades, en el área de Filosofía, por la Universidad Carlos III de Madrid y magíster en Filosofía por la misma universidad. Licenciada en Filosofía por la Universidad del Rosario. Sus áreas de interés se centran en la ética y la filosofía política. Hasta 2014 se desempeñó como profesora principal en la Escuela de Ciencias Humanas y miembro del grupo de investigación en Ética Aplicada, Trabajo y Responsabilidad Social de la Universidad del Rosario.

    Entre sus publicaciones se cuentan: Racionalidad y valores: apuntes para una discusión sobre la posibilidad de una racionalidad de fines En Diálogos, No. 84. Universidad de Puerto Rico; Autonomía y valores en la empresa: un ejercicio de ética aplicada En Ágora. Papeles de filosofía, España: Universidad de Santiago de Compostela; Phronesis y mecanismos teleológicos: lo que va de Aristóteles a Nozick, en Daimon Revista de Filosofía, España: Universidad de Murcia; La empresa como comunidad moral: modelo para armar, en Innovar (ISI), Revista de Ciencias Administrativas y Sociales, Bogotá: Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia; La responsabilidad social de las firmas en el sistema de mercado: una fundamentación  moral, en Signos Filosóficos, Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM), Unidad Iztapalapa y Felicidad y racionalidad teleológica: una aproximación aristotélica a la ética empresarial, en Tópicos, Revista de Filosofía de la Universidad Panamericana de México.

    Contenido

    Agradecimientos

    Prólogo

    Carlos Thiebaut

    Introducción

    Primera parte

    La imbricación entre agencia moral ‘reducida’ y racionalidad maximizadora: la propuesta de Gauthier

    Capítulo 1

    El nexo entre moral y autointerés: los supuestos iniciales de La moral por acuerdo

    Capítulo 2

    Cómo unir egoísmo y cooperación: una teoría de la justicia que muestre a la moral como la solución a los fallos del mercado

    Capítulo 3

    La conclusión del proceso de conversión del homo oeconomicus en el individuo liberal

    Segunda parte

    Hacia un modelo más complejo de agencia: de la persona de Frankfurt al evaluador fuerte de Taylor

    Capítulo 4

    Frankfurt: la persona, su estructura volitiva y sus preocupaciones

    Capítulo 5

    El evaluador fuerte de Taylor

    Conclusiones

    Bibliografía

    Agradecimientos

    Para la elaboración del presente trabajo conté con el fundamental apoyo económico de una beca de investigación otorgada por el Departamento de Humanidades, Filosofía, Lenguaje y Literatura, de la Universidad Carlos III de Madrid, entre los años 2006 y 2009, y de un préstamo-beca de la Universidad del Rosario, entre 2003 y 2005.

    Este texto no se hubiera podido terminar sin la ayuda amorosa e incondicional de mi esposo, Alexander Narváez.

    De una manera especial quisiera agradecer a mi maestro Carlos Thiebaut, por lo mucho que me ha enseñado, y por el tiempo y el esmero dedicados a leer lo que escribía, su paciencia y el interés que puso a lo largo de todo el proceso de eleboración de este texto, cuyos aciertos —y ninguno de sus fallos— se los debo a él.

    También agradezco a los profesores Fernando Broncano y Antonio Gómez (del Área de Filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid), por lo que aprendí de ellos, y por sus comentarios a las versiones previas al texto final.

    El presente libro no hubiera podido publicarse sin el empeño de mis compañeros de la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario Adriana Alzate y Wilson Herrera. Igualmente, agradezco el apoyo institucional por parte de la Universidad del Rosario durante el período de mi incapacidad médica y laboral.

    Finalmente, agradezco la revisión y corrección del texto a cargo de Christian Rubiano, Andrés Cabrera y José Alexis Blanco.

    Prólogo

    Carlos Thiebaut*

    * Catedrático de filosofía de la Universidad Carlos III (Madrid, España).

    Leticia Naranjo nos presenta una detallada reconstrucción de uno de los debates contemporáneos sobre el sujeto moral y político de nuestras sociedades. Es oportuno y necesario este trabajo, pues hemos descubierto que de cómo concibamos a ese sujeto —cómo nos concibamos a nosotros mismos— dependerá en gran medida cómo nos podremos pensar como personas que sufren y actúan en el borroso y demandante entramado de problemas sociales, políticos y culturales que definen el momento que vivimos. O, tal vez mejor, hemos caído en la cuenta de que cuando enfrentamos tales problemas, que podemos declinar con mil matices según sean las sociedades nacionales y los contextos internacionales de nuestras esperanzas y desesperanzas, siempre anida en nuestras capacidades de respuesta una imagen o un concepto de cómo nos pensamos como ciudadanos del espacio público y como personas en la totalidad del espacio social, desde las macroinstituciones, como el Estado, a las microrrealidades de nuestras vidas íntimas. ¿Cómo sabemos qué se espera y esperamos de nosotros, qué se nos reclama y qué se nos requiere, qué fuerzas y qué recursos se han de poner en marcha al debatir, al votar, al establecer y reconstruir los vínculos de nuestras quebradas sociedades, al activar o abroquelar nuestros motivos y nuestras razones para hacer tales cosas? Aunque no pensemos, inmediatamente, qué concepto tenemos de nosotros a cada momento, esa imagen está siempre en el fondo, y aun en la superficie, de las posibles respuestas que podamos dar a tales preguntas.

    Tal vez sea una de las tareas de la filosofía el ayudar a poner en evidencia supuestos conceptuales así. Al sujeto —pues es una indagación sobre lo que está detrás, debajo, del entramado de concepciones y motivos de nuestros actos— lo solemos llamar en la filosofía contemporánea el agente, aquel que se hace en y por las acciones que pone en marcha. La capacidad de agencia se puede, no obstante, entender de diversas maneras. Leticia Naranjo nos invita a una reconstrucción de esa capacidad, de cómo el sujeto es concebido en un ámbito, el de la filosofía moral y política, de las discusiones contemporáneas, y lo hace proponiéndonos un recorrido desde, por así decirlo, lo más sencillo y medular a lo más complejo, desde cómo se ha pensado al agente como un maximizador de preferencias y elecciones —ese potente marco de comprensión de la acción racional desde el modelo de un preferidor racional que compite con otros en el mercado— a cómo ese actuador se inserta en marcos de valores y significados que se expresan y construyen en el lenguaje que compartimos con la comunidad en la que vivimos. Es este un camino que va desde lo que algunos modelos reductivos y nucleares de la comprensión de la agencia —unos modelos potentemente filosóficos, pero también hegemónicamente dominantes en nuestras sociedades capitalistas mundiales— dan como centro de la condición humana hasta otra concepción alternativa en la que la agencia se descubre construida e inserta en la complejidad no reductible a los parámetros nucleares desde los que se partía. Es un camino, por así decirlo, de lo más delgado y estilizado, a lo más complejo, lo más denso. Es, en el recorrido que nos propone Leticia Naranjo, el camino que va desde la concepción del agente maximizador del filósofo canadiense David Gauthier a la idea del también filósofo canadiense Charles Taylor. Desde el homo oeconomicus, luego sujeto liberal, del primero al evaluador fuerte del segundo. El paso intermedio entre ambos, como veremos en un momento, es Harry Frankfurt.

    El argumento del libro es que los límites de los modelos primeros, sucesivamente Gauthier y Frankfurt, requieren y reclaman su superación en el camino hasta llegar a la propuesta tayloriana. Porque —se nos dice— si pensamos nuestros problemas como si pudieran solventarse por la aplicación de un algoritmo, el de la resolución de nuestras preferencias en la competencia del mercado, no solo perdemos lo que es el carácter fundante, moral, de nuestras actuaciones, sino que también se nos escaparán las razones por medio de las cuales nos podemos, y aun nos debemos, pensar como morales. Gauthier se proponía, en La moral por acuerdo, indicar que la moralidad es el resultado de un acuerdo racional, entendiendo este como un resultado de la agregración de preferencias de un preferidor maximizador de sus intereses racionales que llevaría a la preferencia, también racional, por el establecimiento de un marco moral. Es filosóficamente crucial caer en la cuenta cómo en ese planteamiento algunos términos —como el de racionalidad— quedan reducidos a uno solo de sus vectores —la idea de racionalidad como agregación de preferencias— y cómo el marco en el que el proyecto es concebido —un modelo del contrato social, diferente (y es también crucial señalarlo) al de John Rawls— reduce el intento de comprender cognitivamente, es decir, por medio de razones, el orden social normativo, a lo que he llamado la aplicación de un algoritmo. El contrato social de Gauthier no es, a diferencia del de Rawls, una reconstrucción de un proceso de argumentación reflexiva de los ciudadanos habitantes de las sociedades complejas, un ejercicio de reconstrucción de lo que Arendt recuperó como la capacidad de juicio, tan quebrada, si no ausente, en momentos de oscuridad, sino que es más bien, y solamente, una modelización de lo que de motivador, evaluador y justificador tienen nuestras capacidades morales. Y es, sostiene Leticia Naranjo, una modelización imperfecta a la que algo crucial se le escapa. Qué es lo que se le escapa —o mejor, los límites de todo el modelo y todo el esfuerzo— es lo que la primera parte del libro reconstruye. El agente de Gauthier es, como el Robinson Crusoe de la novela, un ser cuya comprensión del mundo, y sobre todo la comprensión de los otros, queda reducida a las piedras de su propia arquitectura. La moral, como una restricción de preferencias —que es a lo que ese modelo puede llegar, como mucho—, no puede explicar lo que de descubrimiento, de compromiso constructor del sujeto, de interpelación tiene la vida moral misma. Lo normativo de la moralidad queda reducido a una constricción de las interacciones que se conciben, a su vez, como actuaciones de preferencias.

    Tal vez en cualquier reconstrucción filosófica hayamos de partir de conceptos o intuiciones simples, unitarias. El debate filosófico no solo se centra, como gustaba hacer Sócrates, en mostrar los límites de la coherencia de nuestras deliberaciones, sino, sobre todo, en mostrar —como también hacía el maestro—los límites de lo que adoptamos como intuiciones de partida. Por mucho que el mundo social nos dé como incuestionable la imagen del maximizador de preferencias en el mercado —en la vida cotidiana y en el inmenso matalotaje de las políticas sistémicas de las financias o del poder—, sería tarea de la filosofía mostrar qué se le escapa a esa imagen, cómo queda mal comprendida, por reducida, que no estilizada, la capacidad humana que hemos llamado agencia. No es solo —a lo que se llegará— que no debemos pensar el mundo en esos términos, sino también, y, de entrada, que pensarlo así es de hecho reductor, simplificador, con respecto a lo que de hecho hacemos. Podemos, como decía, mostrar cómo el modelo es inconsistente; podemos, por ejemplo, como hace detalladamente Leticia Naranjo, mostrar los saltos y quiebras argumentales de Gauthier para transitar desde el homo oeconomicus al ciudadano liberal (sobre esto retorno al final). Pero, sobre todo, hemos de cuestionar la base misma del modelo, sus piedras fundantes, al dudar que esa manera de pensarnos como agentes sea realmente la que practicamos en nuestra vida; podemos y debemos dudar de que ese concepto de razón sea nuestro concepto de razón, por imperfecto que este nos sea.

    Y entra en el debate la segunda voz, potente, de Harry Frankfurt que Leticia Naranjo nos propone. Frankfurt es importante en la filosofía moral contemporánea por su aclaración de las formas complejas que adopta la voluntad humana y sobre la crítica y el debate en los que nos sumergimos cuando evaluamos nuestros deseos. Hablar de deseos ya no es hablar de preferencias que maximizamos, sino que se nos abre la posibilidad de pensar que cuando deseamos algo nos podemos, también, cuestionar sobre nuestros fines y nuestras motivaciones. Es importante este proceso reflexivo del análisis de los motivos de las acciones. En primer lugar, porque no da como un punto de partida incuestionable las preferencias de partida que de hecho podamos tener (nuestros fines, mediatos e inmediatos, nuestros deseos), sino que muestra que la capacidad de fijarnos objetivos, fines, propósitos, está inserta en una trama compleja, abierta a revisiones y actualizaciones, a correcciones. Es oportuno recordar cómo Rawls pensaba la racionalidad —que deberá ser a su vez pensada como constreñida y enmarcada por la razonabilidad de la cooperación justa con otros, y, por ende, como limitada por ella— como la capacidad de fijarnos fines y proyectos, y como la capacidad de revisarlos. Ser racionales es, pues, poder ser reflexivos con respecto a nuestros fines y proyectos, algo que se las tiene mal con los modelos agregacionales o algorítmicos de los preferidores racionales de los que veníamos hablando en párrafos anteriores, aunque sabemos que es de hecho como los humanos solemos comportarnos —al menos cuando no somos zelotes o empecinados en una única idea o convicción—. Pero la reflexividad de nuestros recursos motivacionales también es importante porque, en segundo lugar, muestra que están ligados a la capacidad que tenemos los humanos para identificarnos con aquellos deseos que demos en pensar como más determinantes para nosotros, con lo que es importante para nosotros. Por limitada que pueda ser, la libertad tiene que ver con esta identificación con lo que tomemos como central en nuestras vidas, o, dicho en la jerga de Frankfurt, con lo que nos importa, con aquello de que nos cuidemos especialmente, o, como acaba diciendo, con aquello que amemos. No solo somos seres reflexivamente deseantes, sino que también, podemos parafrasear, lo somos apasionadamente. Leticia Naranjo hace un magnífico trabajo de reconstrucción de esta capacidad deseante y reflexiva de Frankfurt, así como también de los riesgos a los que esta corrección, por así llamarla, del modelo motivacional de Gauthier nos pudiera llevar. Porque hay algo bellamente turbio en la idea de la motivación apasionada —amor lo llama— de Frankfurt; y es que, como dejaba caer, cabe que nuestra reflexividad deseante caiga víctima del riesgo del zelote que, al cabo, acabe, como las almas bellas, por identificar su acción en el mundo no ya con una convicción, sino con una pura motivación apasionada. Algo parece escapársele así también a Frankfurt. Quizá, como si huyendo de la reducción de la racionalidad al mecanismo de la mera agregación de preferencias, del contractualismo reductivo de Gauthier, hubiésemos oscilado al extremo opuesto de una pasionalidad poshumeana y acabáramos perdiendo la lucidez que la razón humana nos aporta. Pues sabemos, ay, que también la pasión enceguece. Los elementos cognitivos de lo que somos, de lo que queremos, de lo que deseamos, pueden quedar inexplicados en la vinculación apasionada con nuestros fines.

    Y es que, quizás, en lo que llevamos andado de este camino algo central, verdaderamente crucial, ha estado ausente. Las dos primeras jornadas del camino han pensado solo en el agente como un sujeto en aislamiento —el agente que magina qué preferencias tiene y cuáles debería tener y el agente que desea y musita sus pasiones—. Pero no está el mundo, y sobre todo no está esa parte central del mundo, de nuestro mundo, que son los otros. Definir la racionalidad requiere definir esa relación fundante que es su socialidad. Lo que llamamos razón es una forma de pensar las relaciones adecuadas con el mundo y los otros. Esta básica intuición —una intuición de raíz hegeliana, pero también kantiana— es la que modula la tercera jornada del camino, la que Leticia Naranjo nos propone de la mano de Charles Taylor. Por coherencia temática con el análisis del sujeto que articula todo el texto y de cuya temática partíamos, se trata ahora de pensar un modelo de agencia humana que sea capaz de recuperar la racionalidad que estuvo en un tris de ser perdida con Frankfurt, pero que retenga, no obstante, su momento de crítica con aquel primer paso de Gauthier. Leticia Naranjo busca en la idea de Taylor de una evaluación fuerte, y no solo una evaluación débil, solo contrastadora de alternativas y preferencias, la forma en la que el sujeto se evalúa a sí mismo, se pondera a sí mismo, se construye reflexivamente a sí mismo a la vez que evalúa, pondera y construye sus fines. La evaluación fuerte —por decirlo en breve, casi apresuradamente— es el más pleno ejercicio del lenguaje, y del lenguaje siempre comunicativo con otros. Quien la practica —y es el ejercicio de una máxima capacidad humana— piensa los motivos de su acción como buscando los bienes últimos con relación a los cuales el sujeto puede, en una cultura y en un momento histórico, articular los motivos y las razones de sus actos. Subrayo: articular razones en el lenguaje con otros. Los motivos son razones, se pueden expresar como razones ante otros, se justifican como razones ante otros. Y llegar a expresar esas razones requiere articulación —y la metáfora, también tan socrática, como nos recuerda el Fedro, apunta a estructuras coherentes y armadas de discurso, de dación de palabras, de motivos, de justificaciones, algo que quizá no esté dado como inicialmente expreso, inmediato, incuestionado—. Necesita ser hecho, puesto en práctica. La capacidad reflexiva de la que nos hablaba Frankfurt es la capacidad practicada y ejercida de poner ante otros, y, por consiguiente, ante uno mismo, esa articulación que va de la mano de la evaluación fuerte de Taylor.

    Más cosas se siguen de este paso final del relato de Leticia Naranjo. Se sigue, por ejemplo, y, en primer lugar, que la capacidad de autonomía del agente, su capacidad de no estar sometido a imperativos externos que se le presenten como heterónomos, como dados por otros, requieren, no obstante, el mundo del lenguaje y de las instituciones que siempre están presentes en los materiales con los que ese sujeto se construye evaluando fuertemente. No hay una autonomía por así llamarla, adánica, originaria, fundante, como una voluntad o una razón que fuera causa sui, causa fundante de sí misma. La articulación es articulación, decía en el párrafo anterior, con el mundo de los otros en el lenguaje. Se sigue, también, y, en segundo lugar, que la evaluación fuerte —y el sujeto como evaluador fuerte— es un logro y un proceso. Nunca está dada al comienzo, sino que requiere y reclama el trabajo con los otros en las instituciones del lenguaje —su medio— y de la convivencia. Es este un proceso que cabría llamar civilizatorio, y del que no cabe decir que esté plenamente conseguido. (A pesar del regusto hegeliano de la propuesta de Taylor, no parece que nos lleve al Espíritu Absoluto).

    La reflexión sobre el sujeto, sobre el agente, sobre sus motivaciones y sus razones, que ha reconstruido Leticia Naranjo conduce, pues, a una concepción de las tareas y los marcos de las acciones de las personas. Nos abre a la historia y a la política, y no solo a las musitaciones silenciosas de un sujeto en soledad ante sí mismo. Pero es también de la máxima importancia que en esa reflexión no se pierda, no obstante, la capacidad de ese sujeto de sostener su originalidad, su autonomía, su resistencia a las quebraduras del mundo. Si en los tres autores, en las tres jornadas, que se han recorrido hay algo común, y central, es que la capacidad de agencia lo es de un sujeto, de una persona, de un ser que no ha dejado de ser individuo, sino que, por decirlo con el Habermas que reconstruye a George Herbert Mead, se ha constituido como tal individuo por medio de sus socializaciones. Se ha hecho persona por su medio de sus articulaciones.

    Hay un cuadro en el Museo del Prado que puede valer para esta reflexión final. Antonio Gisbert pintó en 1887 el Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga. El cuadro, con la retórica heroica de la pintura histórica del siglo antepasado, recoge la idealizada imagen de un injusto ajusticiamiento del liberal radical que fue Torrijos, defensor de la herencia liberal que se oponía a las tiranías del Antiguo Régimen. Mucho podríamos comentar en los países que hemos heredado la pesadez de las tiranías hispanas sobre los motivos y las formas de las resistencias a ellas —también sobre los callejones sin salida a las que esas resistencias han conducido a veces—. Pero me interesa preguntar cuándo ese liberalismo emancipatorio, resistente, rebelde, se trocó en el homo oeconomicus de las preferencias del mercado, qué se hizo de esa fiera búsqueda de autonomía —entonces se nombraba con el término constitucional de las libertades de las personas y los pueblos— y cómo se ha producido esa derrota y ese olvido. La pregunta no es cómo el homo oeconomicus puede, si puede, transformarse en ciudadano liberal, sino cómo el rebelde ciudadano liberal se ha visto reducido al papel de un aseado librecambista. Interesa preguntar, al final del camino, cómo el lugar de la evaluación fuerte al que llegamos, que estaba históricamente ya al comienzo, en la rebelión ilustrada y romántica contra las tiranías, cargada de razones y de apasionamientos, fue aherrojado como si solo fuera un mecanismo de contabilidad del debes y haberes ante el mercado. Interesa saber cómo la autonomía ilustrada y romántica, la médula de la Ilustración y de la Modernidad, quedó arrojada en las playas en las que se fusiló a sus ejercitadores. ¿Quién, y tan malamente, ha relatado esa derrota como si fuera, por el contrario, una victoria de la razón instrumental?

    Pero no solo eso. (Y acabo con una nota más sombría). Aquello que, de manera errada mal comprendió la tradición liberal devaluada de lo que hoy llamamos por antonomasia ‘liberalismo’, la capacidad de romper con las ataduras de un mundo que se descubre como heterónomamente soberano y regulador, se ha difuminado y tornado en su reverso. Los últimos trabajos de Taylor apuntan, más bien, a pensar al sujeto moral como aquel que reconoce que es tanto, o más, un sujeto construido como un agente evaluador. Un sujeto que es construido por los marcos de sentido, y fuertemente, por los marcos religiosos, ante los que solo le cabe, ante todo, una suerte de reconocimiento de lo que a ellos le debe. No creo que quepa menospreciar ese acento que, a veces, se acerca al amor fati. Incluso una pensadora muy alejada de los contextos culturales de Taylor, como Judith Butler, no dejará de acentuar en su concepción de la subjetividad performativa, de la sujeción subjetivante, ese aspecto de que somos construidos por los marcos culturales que nos constituyen y que son la base, incluso, para poder pensar nuestras resistencias ante ellos. Pero pareciera, entonces, que la agencia ha perdido su aguijón y se ha convertido, más que nada, en una capacidad de autointerpretación, en el ejercicio de una hermenéutica autoaclaratoria. El liberal, decía, rompe con el Antiguo Régimen, y en él, con las iglesias; este nuevo sujeto transliberal o posliberal retorna a la religión. ¿Es todo ello una reacción ante el error de mal comprender la autonomía que produjo el programa del neoliberalismo económico o es una, otra, derrota de los proyectos emancipatorios? De todo puede haber, pero me temo que las nuevas oscuridades acentúan lo segundo más que lo primero, aunque aquello sea su coartada.

    Pero, aunque así fuera, ¿cabría pensar las resistencias y aun las rebeliones con los modelos de agencia que hemos ido dejando atrás en el camino al que Leticia Naranjo nos ha invitado? Ciertamente, no. No podemos renunciar, estimo, ni a la reflexividad en la definición de nuestros fines y de nuestras motivaciones ni al tejido expresivo y constructivo en el que hilvanamos, evaluándolos, nuestros proyectos. El sujeto que subyace a nuestros dilemas y conflictos, el agente que se enfrenta a las demandas de la complejidad de un mundo quebrado, no puede cabalmente pensarse con aquellos entecos mimbres de la maximización de preferencias que Gauthier nos indicaba ni con la apasionada suscripción de nuestros vínculos y nuestros cuidados que atraían a Frankfurt. Quizá necesitemos reforzar la autonomía irredenta que late también en Taylor, pero es más en ese su terreno que en los anteriores donde podremos encontrar el perdido, y muchas veces desconcertado, rostro del sujeto moral que somos.

    Norah: Se han cometido muchos errores conmigo. En primer lugar, por parte de papá y, luego, por parte tuya. Cuando vivía con papá, él me manifestaba todas sus ideas, y yo las seguía. Si tenía otras diferentes, me guardaba muy bien de decirlo, porque no le habría gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo, como yo con mis muñecas. Después vine a esta casa contigo... Pasé de manos de papá a las tuyas. Tú me formaste a tu gusto y yo participaba de él... o lo fingía... creo que lo uno y lo otro... Vivía de hacer piruetas para divertirte, como tú querías. Tú y papá habéis cometido un grave error conmigo: sois culpables de que no haya llegado a ser nunca nada.

    Torvald: Pero qué injusta y desagradecida eres, ¿no has sido feliz aquí?

    Norah: No, nunca. Creí serlo, pero no lo he sido jamás... sólo estaba alegre y eso es todo. Eras tan bueno conmigo... Pero nuestro hogar no ha sido más que un cuarto de recreo. He sido muñeca grande en esta casa, como fui muñeca pequeña en casa de papá. Y a su vez los niños han sido mis muñecos.

    Torvald: Hay algo de verdad en lo que dices... aunque muy exagerado. Pero desde hoy todo cambiará; ya han pasado los tiempos de jugar y ha llegado la hora de la educación.

    Norah: La educación de quién, ¿la mía o la de los niños?

    Torvald: La tuya y la de los niños.

    Norah: Ay, Torvald, tú no eres capaz de educarme, y yo ¿qué preparación tengo para educar a los niños? Es una labor superior a mis fuerzas. Hay otra de la que debo ocuparme antes. Debo procurar educarme a mí misma. Tú no eres capaz de ayudarme en esta tarea y por ello necesito estar sola. Y por esa razón voy a dejarte.

    Torvald: ¡Qué dices!

    Norah: Necesito estar sola para orientarme sobre mí misma y sobre lo que me rodea. No puedo quedarme más contigo.

    Torvald: ¡Qué horror! Traicionar así los deberes más sagrados...

    Norah: Tengo otros deberes no menos sagrados.

    Torvald: ¿Qué deberes son esos?

    Norah: Mis deberes conmigo misma.

    Torvald: Ante todo eres esposa y madre.

    Norah: Ante todo soy un ser humano, igual que tú... o al menos debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres y los libros te darán la razón. Pero ahora no puedo conformarme con lo que dicen hombres y libros. Tengo que pensar por mi cuenta en todo esto y tratar de comprenderlo.

    Torvald: ¿Es que no te basta con tu puesto en este hogar? ¿No tienes una guía infalible para estos dilemas, no tienes la religión?

    Norah: Ay, Torvald, no sé qué es la religión. Sólo sé lo que me dijo el pastor Hensen cuando me preparaba para la confirmación... cuando esté sola y libre examinaré también ese asunto...

    Torvald: Hablas como una niña. No comprendes nada de la sociedad en que vivimos.

    Norah: No, seguro que no. Pero ahora quiero tratar de comprenderlo y averiguar a quién asiste la razón, si a la sociedad o a mí.

    HENRIK IBSEN

    Introducción

    El presente trabajo tuvo como motivación original una preocupación por la influencia que a nivel del imaginario popular, pero también en el ámbito de las discusiones públicas y, en ocasiones, en los espacios académicos, parece tener un estereotipo, una caricatura que, aun a pesar de su carácter ficticio, ha terminado por ser tomada bastante en serio en algunos sectores de nuestra sociedad: el homo oeconomicus. Creo que este estereotipo resulta perturbador, sobre todo si se tiene en cuenta su influencia en una sociedad que, como la nuestra, debe buena parte de su autoimagen a dos ideales emancipatorios, estrechamente relacionados entre sí, y que parecen ser contradichos por el homo oeconomicus: el ideal de un sujeto autónomo y el de una sociedad libre de toda forma de sujeción. El primero de ellos es contradicho por este estereotipo, pues un sujeto pensado únicamente como agente económico estaría lejos de ser el individuo que es capaz de reflexionar sobre sí mismo y sobre su entorno social. Por el contrario, un agente¹ autónomo sería reflexivo incluso hasta el punto de ponerse por encima de sus propios deseos y, gracias a esas capacidades reflexivas, podría tomar una distancia crítica que le permitiría juzgar y decidir, sin presiones externas y sin compulsiones internas, sobre el curso que quisiera darle a su vida, sobre aquellos fines o ideales a los que quisiera apuntar con ella, y sobre el tipo sociedad que quisiera construir con otros agentes. Lo cual significaría, entonces, que sus vínculos con ellos estarían signados por la libertad, por el mutuo reconocimiento, y no por la fuerza, ni la manipulación, ni la mutua instrumentalización.

    Esto último apunta al segundo ideal contradicho por el estereotipo del homo oeconomicus: el de la libertad de la que deberían gozar unos sujetos autónomos, cuyos vínculos no sean los de la fuerza, ni el engaño, ni ninguna otra forma de manipulación o coerción. Empero, estas características ideales no podrían ser atribuidas al tipo de relaciones en las que se piensa involucrado al homo oeconomicus, las cuales son básicamente relaciones de mutua instrumentalización, incluso si a dicha instrumentalización se la concibe como limitada por ciertas reglas de juego, v. g., las del mercado perfectamente competitivo, en el que teóricamente no se daría ninguna forma de explotación o coerción. Al contrario de lo que sucede con el sujeto autónomo, al homo oeconomicus se lo piensa como una suerte de máquina maximizadora que es capaz de instrumentalizarlo todo, incluyendo sus relaciones con otros agentes, en aras de la satisfacción de unas preferencias que el sujeto no evalúa ni cuestiona, sino que se limita a satisfacer de la manera más eficiente. No en vano a este personaje se lo asocia con el ‘aplanamiento’ de los valores que parece surgir de la globalización de los mercados y de la intrusión de la lógica económica en las diversas esferas de la vida humana. Se trataría, pues, de un sujeto que es reflexivo en un sentido mínimo, puesto que no cuestiona los fines o propósitos que persigue con sus acciones, si bien despliega una forma de ‘astucia’ y, en este sentido, es pensado como dotado de ciertas herramientas racionales y deliberativas que le permiten encontrar los medios para el logro de tales propósitos.

    El homo oeconomicus es concebido como un agente abstracto, sin historia, sin vínculos con otros agentes, sin cultura y sin compromisos. Lo cual también conlleva la idea de extraños vínculos sociales, ya que al homo oeconomicus se lo piensa como un ser que se relaciona con otros únicamente en tanto que propiciadores u obstáculos de sus planes. De modo que sus lazos con esos otros pueden ser bastante inestables, siendo controlados únicamente por los poderes disuasorios de las fuerzas del mercado o de las leyes que pauten las relaciones comerciales o contractuales, y dichas leyes a su vez son solo eso: restricciones con las que se cuenta estratégicamente, pero no un vinculante objeto de compromiso. ¿Qué podría ser lo aterrador de esta caricatura, además del hecho preocupante de que, a pesar de ser una ficción, sin embargo, parece que ha calado tan hondo en nuestra autoimagen como occidentales modernos? Pienso que parte de la respuesta está en que en ella se ilustra una idea empobrecida o reducida de la agencia humana, una idea que implica la imposición de restricciones a las capacidades que quisiéramos atribuir a un agente humano reflexivo y autónomo, restricciones que significarían una merma en su autoconciencia y en su libertad, así como un deterioro de las relaciones que puedan establecer entre sí los agentes humanos pensados bajo este modelo del homo oeconomicus. Pues este maximizador egoísta no se cuestiona a sí mismo, no reflexiona sobre sus propósitos, no evalúa sus relaciones con otros agentes y, para sus deliberaciones, solo toma en cuenta un repertorio bastante limitado de elementos de juicio, dado que el campo de su experiencia moral sería bastante restringido.

    Desde la ‘lógica’ que impone este estereotipo, todo asunto o problema que no sea analizable desde este estrecho repertorio de recursos para la deliberación es considerado ininteligible o inabordable por la ‘razón’. Así, podemos llegar al curioso resultado de que aquello que es visto como máximamente ‘racional por parte de quienes se tomen en serio la figura del homo oeconomicus termina por tener un revés, también aterrador. A saber, una suerte de reacción o de réplica en contra de lo que dicha figura representa: los ímpetus de aquellos otros que, por el contrario, vean en la actitud del fanático v. g., el fanático nacionalista, o el fanático religioso— la expresión de una ‘liberación’ de la falta de valores y de la impersonalidad de la máquina económica. Parecería que el intento de racionalizar la vida mediante una forma excluyente de racionalidad termina por constituirse en una forma de irracionalismo que, a su vez, propiciaría la emergencia de otras formas de irracionalismo en las que también se darían formas excluyentes de racionalidad, v. g., la del fanático que no cuestiona la causa a la que sirve, y que está dispuesto a sacrificarlo todo por ella, incluyendo a otros agentes o a sí mismo.

    La preocupación que genera el ejercicio de formas reducidas y excluyentes de racionalidad, como aquella que se ejemplifica en la caricatura del homo oeconomicus, anima el propósito del presente trabajo: llevar a cabo una indagación sobre las posibilidades de una agencia humana a la que se pueda pensar, por el contrario, como no restringida, como no limitada por formas excluyentes de deliberación. Así mismo, se trataría de una forma de agencia asociada a una base motivacional que tampoco se restringiría a un único y opaco motor de las acciones humanas, v. g., el mero autointerés del homo oeconomicus. Por lo tanto, se trataría de una base motivacional que estaría abierta a la evaluación, al tiempo que esta implicaría una forma de agencia que no estaría imposibilitada para dirigirse a diversos objetos de reflexión, tales como la propia vida, o los fines e ideales del sujeto, así como sus relaciones con otros agentes.

    Para llevar a cabo esta indagación, he partido del análisis de una propuesta filosófica en la que, a mi parecer, se expone de manera sólida la figura del homo oeconomicus, asumida como ideal de la agencia humana: la propuesta de David Gauthier, desarrollada en su obra La moral por acuerdo. Luego de identificar los contornos que presenta el agente modélico de Gauthier —su maximizador autointeresado—, intentaré mostrar de qué manera, si se examina la obra de otros dos filósofos contemporáneos, Harry Frankfurt y Charles Taylor, se podrían apreciar mejor tanto los vacíos que cabría atribuir al modelo de agencia que parece obtenerse de la propuesta de Gauthier, como las posibles soluciones o aportes que, frente a dicho modelo, podrían ofrecerse desde los discursos de Frankfurt y de Taylor. La elección de estos autores se debe en primer término a que, a mi entender, de ellos puede hacerse una lectura según la cual se partiría de una idea muy restringida de la agencia moral —expuesta por Gauthier— hasta llegar progresivamente —vía Frankfurt— a otra a la que podemos considerar más rica e incluyente —presentada por Taylor—. En segundo lugar, he elegido a estos autores por la importancia de sus aportes y la solidez de sus discursos, ya que cada uno de ellos, desde mi punto de vista, admitiría ser calificado como paradigmático o representativo de cierta idea de la agencia humana.

    La primera parte de este libro se divide en tres capítulos en los que se expone y analiza la propuesta de Gauthier en su obra La moral por acuerdo, con el fin de extraer el modelo de agencia moral que de ella surge o que en ella se privilegia. Se verá que dicho autor nos muestra una pintura bastante limitada del agente, de su ejercicio de la racionalidad práctica, de las relaciones que establece con otros sujetos, de sus experiencias morales y de la base motivacional que explica sus acciones en el campo moral. Empero, también habría que reconocer que tal modelo del agente humano —homo oeconomicus— es el que parece haberse impuesto sobre sus competidores, tanto a nivel de los discursos —filosófico, económico— como a nivel del imaginario popular de Occidente. Este modelo, a su vez, es indesligable del contexto en el que se desarrollan las relaciones de este tipo de agente con sus congéneres: el mercado, que en Gauthier aparece como el escenario que provee la base normativa para los nexos que puedan establecerse entre los agentes, a quienes se concibe como indiferentes a la suerte de sus semejantes y motivados fundamentalmente por la búsqueda de su propio beneficio. Lo cual, para el autor, está estrechamente relacionado con un ideal moral de libertad representado en la figura de Robinson Crusoe.

    He escogido a David Gauthier porque me parece un intento bastante serio, esforzado e ingenioso por lograr fundamentar la moral a partir de un modelo de racionalidad que, si bien podría ser señalado como ‘reducido’, también es cierto que, al haber sido objeto de un largo y cuidado trabajo de elaboración, aparece como una forma incontrovertible de racionalidad práctica: aquella que se aprecia en la teoría de la elección racional. El proyecto de fundamentación de Gauthier, a su vez, es indesligable de su modelo de agencia: ese Robinson al que se piensa como un maximizador egoísta pero prudente, que es capaz no solo de perseguir de manera eficiente su propio beneficio, sino que es igualmente capaz de restringirse en dicha búsqueda cuando ve que el cumplimiento de reglas morales, también seguidas por los demás agentes, se hace necesario para el logro de su propia utilidad. Gauthier representa, entonces, y como bien dice Rawls, el mejor intento por hacer que lo razonable se reduzca a lo racional,² desarrollando un esquema sólido al cual vale la pena enfrentarse si se está preocupado por las consecuencias —a mi entender, indeseables— que dicha reducción traería para las posibilidades de la agencia humana, y para el ejercicio de la razón práctica; las cuales se limitarían a la estrechez de la agencia económica y de una forma meramente maximizadora de racionalidad.

    Luego de examinar el discurso de Gauthier, se desarrollará la segunda parte, que a su vez se divide en dos capítulos dedicados, respectivamente, a las propuestas de Harry Frankfurt y de Charles Taylor. Este orden, como intentaré mostrar, obedece a que se podría ver en el modelo de agente que se obtiene del primero una suerte de transición, en cuanto a su complejidad, entre el modelo más restringido que aparece en Gauthier y el modelo más incluyente o complejo que surge del discurso de Taylor. Así, en el cuarto capítulo, se analiza la propuesta de Frankfurt, en la cual nos encontramos, de un lado, con elementos de mayor complejidad que, en mi opinión, implican un interesante salto cualitativo frente al agente modélico de Gauthier, aunque, de otra parte, se siguen conservando aspectos que implican una suerte de continuidad respecto del autor de La moral por acuerdo. En cuanto al primer tipo de elementos, en Frankfurt hallamos la novedad de un agente que puede evaluar sus deseos y que puede motivarse a actuar por asuntos que demandan de él una atención desinteresada, asuntos sobre los cuales la persona se encuentra preocupada o a los que concede una importancia que va más allá de la satisfacción de sus deseos. Adicionalmente, este autor, a diferencia de Gauthier, asume aquello que en Strawson y en Habermas³ es considerado el punto de vista que debería asumir el filósofo moral, que, en vez de objetivar la praxis moral de modo que esta solo se pueda explicar ‘desde fuera’ de ella —desde una suerte de ‘verdadera realidad’ de la cual la moral solo podría ser un epifenómeno—, asume la actitud ‘participativa’ e intenta, más bien, dar cuenta de la realidad moral desde ella misma, desde las intuiciones y experiencias de los agentes morales. Con lo cual, a pesar de que Frankfurt insista en no utilizar el apelativo ‘moral’ para referirse al campo de las ‘preocupaciones’ humanas (caring), creo que nos hallaríamos lejos de un compromiso reduccionista que puede atribuírsele a Gauthier.

    El segundo tipo de elementos, aquellos en los que podemos ver en Frankfurt una suerte de continuidad con respecto a Gauthier, podrían ser sintetizados en dos aspectos: 1) La persistencia de la figura de un agente solitario, que aparece pensado casi que in abstracto, sin contexto y al que, por lo tanto, tampoco se le puede concebir como dando y escuchando razones en un diálogo con otros agentes. 2) La insistencia en un irracionalismo ético, en una postura anticognitivista, relacionada con la ausencia de referentes normativos que permitan explicar mejor la evaluación de los deseos, y que también conecten al agente con aquello que podría contar como buenas razones a los ojos de otros agentes. Si bien, a diferencia de Frankfurt, Gauthier no suscribe en absoluto una postura anticognitivista, pienso que terminaría por pagar el precio

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