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Trece historias lectoras entre la academia y la ficción
Trece historias lectoras entre la academia y la ficción
Trece historias lectoras entre la academia y la ficción
Libro electrónico265 páginas4 horas

Trece historias lectoras entre la academia y la ficción

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Iniciar este proyecto implicaba una serie de retos, como convencer a los lectores-escritores de contarnos parte de su vida, la relacionada con la lectura. Además de abrir nuestro espacio íntimo debíamos recorrer un camino poco explorado, el de la introspección, y valorar qué contar, a qué darle un valor significativo en nuestra biografía y recorrer nuestras vivencias para responder: ¿qué me hizo ser lector? La reflexión de una de las autoras es que nosotros somos académicos y, por lo tanto, solemos ser lectores. Esto es cierto, desde luego, pero no invalida el hecho mismo de haber decidido dedicarnos a una actividad que precisamente está sostenida en la lectura. En la vida hay un sinfín de decisiones que tomamos y, entre otras, quienes aquí escribimos no solo leemos por motivos laborales, sino que disfrutamos de la literatura o del periódico igual que de los libros académicos, de donde inferimos que la lectura, en nuestras vidas, es algo más que circunstancial y que resulta fascinante descubrir cuál o cuáles fueron los principales motores que nos impulsaron para que una parte de nuestro placer esté precisamente en leer.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ene 2023
ISBN9786075716251
Trece historias lectoras entre la academia y la ficción

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    Trece historias lectoras entre la academia y la ficción - Patricia Córdova Abundis

    Contenido

    Introducción

    Tiempo y palabra

    Por qué yo no leo libros de pornografía

    Encuentro con mi experiencia lectora

    La lectura como forma de vida9

    La medusa en el agua

    Experiencia lectora

    Leer y vivir

    Sentipensar las bellas letras: encuentros accidentales con Ana Karenina, Winnetou y Harry Potter

    De libros y lecturas

    ¿Grandes lectores?

    Escribir la lectura

    Mi relación emocional con la lectura

    La educación sentimental de una lectora

    Semblanzas biográficas

    Trece-historias_Forro_Ebook.png

    Índice

    Introducción

    María Alicia Peredo Merlo

    Tiempo y palabra

    Patricia Córdova Abundis

    Por qué yo no leo libros de pornografía

    Sarah Corona

    Encuentro con mi experiencia lectora

    Carmen de la Peza

    La lectura como forma de vida

    Celia del Palacio

    La medusa en el agua

    Gerardo Cham

    Experiencia lectora

    Beatriz Gutiérrez Mueller

    Leer y vivir

    Francisco Hernández Lomelí

    Sentipensar las bellas letras: encuentros accidentales con Ana Karenina, Winnetou y Harry Potter

    Olaf Kaltmeier

    De libros y lecturas

    Sayri Karp

    ¿Grandes lectores?

    Miguel Ángel Navarro Navarro

    Escribir la lectura

    Cristina Palomar Verea

    Mi relación emocional con la lectura

    María Alicia Peredo Merlo

    La educación sentimental de una lectora

    Carmen Villoro

    Semblanzas biográficas

    Introducción

    *

    María Alicia Peredo Merlo

    Iniciar este proyecto implicaba una serie de retos, como convencer a los lectores-escritores de contarnos parte de su vida, la relacionada con la lectura. Además de abrir nuestro espacio íntimo debíamos recorrer un camino poco explorado, el de la introspección, y valorar qué contar, a qué darle un valor significativo en nuestra biografía y recorrer nuestras vivencias para responder: ¿qué me hizo ser lector? La reflexión de una de las autoras es que nosotros somos académicos y, por lo tanto, solemos ser lectores. Esto es cierto, desde luego, pero no invalida el hecho mismo de haber decidido dedicarnos a una actividad que precisamente está sostenida en la lectura. En la vida hay un sinfín de decisiones que tomamos y, entre otras, quienes aquí escribimos no solo leemos por motivos laborales, sino que disfrutamos de la literatura o del periódico igual que de los libros académicos, de donde inferimos que la lectura, en nuestras vidas, es algo más que circunstancial y que resulta fascinante descubrir cuál o cuáles fueron los principales motores que nos impulsaron para que una parte de nuestro placer esté precisamente en leer. Ahora bien, hay otras preguntas subsumidas en la cuestión de qué me hizo ser lector o lectora de literatura, por ejemplo: ¿por qué leo?, ¿por qué me produce un cierto tipo de gozo? Al analizar las biografías aquí contadas trataremos de responder estas y otras preguntas, pero conviene decir que este análisis corresponde a cada lector en lo individual, ya que el objetivo de esta obra se centra, precisamente, en lo que una historia evoca para cada persona o, dicho de otro modo, para ese otro desconocido a quien le hemos abierto nuestra intimidad. Ese otro que, por tener este libro en sus manos, quiere saber de nuestras razones, motivos y vivencias.

    También hemos querido indagar el papel que tienen la familia, la escuela, los pares u otros agentes mencionados en las experiencias lectoras, pero sobre todo en cómo hemos contado esta biografía. Antes de pasar a explorar estas narraciones, es menester decir que los autores son personas, la mayoría, nacidas en la década de los cincuenta y otros pocos en la siguiente, de manera que hay una vida que contar, porque en ella ha estado presente la lectura con un papel protagónico y como eje central de la narración.

    Empecemos por preguntarnos, como lo hace Papalini (2012), si el lector es su biografía. Si la respuesta es afirmativa, entonces estaremos de acuerdo en que entramos al terreno de la subjetividad y, en un dado caso, a la autopercepción. Pero me inclino a pensar que no solo hablamos de subjetividad cuando pedimos narrar nuestras experiencias lectoras, también es una construcción social en la que intervienen relaciones sociales y culturales que dan por resultado una transacción entre el lector, su mundo, su contexto y la experiencia que produce el texto. Veremos en estas biografías una polifonía de múltiples significaciones.

    Para introducirnos en este tema debemos partir de la complejidad para definir a un lector, a la lectura y, a la manera de Barthes, al placer de leer. Pero antes de esto, el lector de esta obra podría preguntarse acerca del valor de la experiencia individual cuando nos referimos a la lectura y por qué el rescate de esta se convirtió en el principal objetivo de este material. Si partimos de la idea bajtiniana de que los diálogos internos siempre provienen de las voces sociales, entonces estamos de acuerdo en que la experiencia lectora es una polifonía en movimiento y que, además, es acumulativa a lo largo de una biografía lectora. Además, si entendemos a la experiencia como constitutiva del sujeto y como un proceso de apertura al mundo, queda claro su valor. La intención, entonces, es descifrar la importancia que tiene el placer por la lectura que expresan quienes aquí escriben. Cabría preguntarse el porqué de la selección de autores que conforman este trabajo, y para ello no hay una respuesta única ni metodológica en estricto sentido; más bien se trata de un asunto circunstancial. La comunión entre ellos se limita al hecho de conocerlos a través de sus diálogos cotidianos en el mundo académico en donde se destacan otras lecturas, las de la ficción, las literarias, las que nos han dejado huellas y que, combinadas con la lectura académica, nos hacen lectores asiduos, en el sentido de dedicar una parte importante de nuestro tiempo a leer. El valor de esta obra radica, así, en escudriñar las vivencias y quizá compartirlas con los promotores, mediadores, padres de familia, docentes e investigadores interesados en estimular ese mundo interior que se enriquece cuando leemos.

    Del lector y de la lectura

    Definir al lector es tan complejo como intentar definir a la lectura. Ambos conceptos son construcciones atravesadas por una serie de prejuicios sociales, porque se tiende a pensar que la lectura se refiere al consumo de libros y que el lector es aquel que lee mucho (cfr. Peredo, 2005). Ahora bien, reconociendo que se lee cotidianamente una gran variedad de textos y que hay múltiples formas de lectura en una sociedad con escritura, conviene decir que estamos refiriéndonos más bien a la lectura literaria y a aquellas lecturas que dejaron una huella, y por lo tanto no solo las recordamos, sino que incluso las recreamos.

    Jentrick (1982, citado por Maina y Papalini, 2020) propone diferentes dimensiones para entender la lectura literaria: a) la dimensión estética. La lectura puede modificar nuestra percepción del mundo, concede que nos reconozcamos y nos abre otros universos. Nos transporta a experiencias de segundo grado y nos permite comportarnos de diferente manera a través de la imaginación; b) la dimensión lúdica. Establece un puente subjetivo que permite compartir un mundo con otros mundos. Cuando leemos, como cuando jugamos, no tenemos certeza del final; c) la dimensión cognitiva. Desde luego, involucra la comprensión y el análisis inserto en una trama sociocultural que tiene sus propias lógicas de sentido. El sentido es una apropiación de significaciones, pero no solo de estas; d) la dimensión de la experiencia subjetiva. Se arraiga en las profundidades del sujeto, quien participa de su existencia desde una dinámica propia, y e) la dimensión corporal afectiva. La lectura puede comenzar en situaciones de intersubjetividad gratificantes.

    Ahora bien, en las biografías lectoras no solo emerge la subjetividad, sino una dialogicidad interna que provoca imágenes mentales y posibilidades de sentido, pero sobre todo hablan de la percepción que los lectores tienen de su experiencia y en cierta forma destacan en sus narrativas una conceptualización de la lectura que más adelante analizaremos. La subjetividad es una dimensión compleja que se sitúa en el interior del sujeto; en este caso, a través de la vida personal relacionada con la lectura entramos al espacio íntimo no solo de la vivencia y la evocación, sino también de la autopercepción. Las trayectorias lectoras no son una linealidad de etapas sucesivas (niñez, adolescencia, juventud, madurez) o la rememoración de anécdotas, van más allá del habitus familiar y están permeadas de voces elocuentes y de metáforas de gran significado.

    La lectura puede situarse como una realidad existente por fuera del observador y por lo tanto es aprehensible y explicable. O bien, puede ser una realidad que se sostiene en la experiencia y en la transaccionalidad de la lectura literaria (Sánchez Lara y Druker, 2021). Conviene recordar la propuesta de Rosenblath (1994), que argumenta la posibilidad del lector de aportar interpretaciones e información desde su contexto cultural; es decir, hay una transacción entre el lector y el texto, de manera que emergen múltiples significados. Si estamos de acuerdo en estas posturas, entonces, la biografía lectora nos da información del significado de esta transacción, ya que desde el momento en que el lector evoca esta experiencia, le otorga un grado de significación y de expresabilidad. Narra, cuenta, expresa, resignifica sus diversos contactos con ciertos libros, autores, lecturas y hasta modos de leer. Construye una historia lectora como una historia de significados de los que no es posible disociar la emotividad. Son relatos culturales, sin duda. Parten de la intimidad, pero están atravesados por el deseo de hacerlos públicos porque subsumen un valor.

    Cuando una persona elabora su biografía lectora, y dado que es un lector habitual, generalmente expresa placer por leer. Para Barthes (1974) esta idea de placer esconde al erotismo, lo que supone el momento en el que el cuerpo —mi cuerpo— experimenta relaciones eróticas conforme sigue las ideas. Desde el psicoanálisis, dice Barthes, hay una oposición entre el texto de goce y el texto de placer: el placer es decible, el goce no lo es. Se ha hecho mención líneas arriba de la expresabilidad que tiene el lector al evocar su experiencia; puede evocar placer, el placer de sentir más allá del texto al momento de leer, e incluso puede relacionar todos los textos que le han dado placer, pero el placer no es seguro. Podemos leer un texto y no sentirlo. En cambio, el goce se ubica en el cuerpo, mi cuerpo de goce, y es profundamente erótico. Pero no debemos confundirnos, el texto de placer no es aquel que relata placeres, ni el texto de goce narra un goce. Dado que el goce está en mi cuerpo, pertenece al sujeto biográfico. Lo erótico está en la intermitencia, es interdicto y es la esperanza del fin. Es como una dialéctica del deseo entre el placer y el goce.

    Proust dice en Por el camino de Swann. En busca del tiempo perdido que el olor y el sabor perduran más que otros recuerdos, pero estos desencadenan muchas otras vivencias, lugares, objetos que, asociados, vuelven a tomar forma y presencia. Así, de esta manera, las biografías lectoras, como un recuerdo profundamente cálido, estimulante de sentido placentero, han desencadenado imágenes y sensaciones en las diversas etapas de la vida. Dice Carmen Villoro:¹ Recordar las cosas que pasaron hace muchos años es inventarlas a partir de las sensaciones que se quedaron en el cuerpo, y de imágenes y voces que sigilosa o abruptamente se metieron en estratos profundos de nuestra persona. Recordar los olores de una vieja historia narrada por la abuela o por la madre (Patricia Córdova); la sensación reconfortante y expectante de cuando se abre un libro nuevo por primera vez. El olor del papel. La admiración de la portada (Olaf Kaltmeier). Dice Villoro: en los libros de casa que encerraban la infancia de mi madre y [que] al abrirlos soltaban el aroma a achiote y a canela….

    Hay experiencias infantiles que, al ser recordadas por los autores de estas biografías a la luz de los tiempos actuales, intentan encontrar un posible impacto, pues finalmente somos el producto de una trayectoria de vida y, en este esfuerzo por contar, encontramos algunas explicaciones que sostienen las narraciones. El recuerdo gratificante de leer revistas infantiles que se recibían en casa y que un día ya no llegan porque el giro editorial cambió y la frustración que esto provoca, aún en estos momentos (Sarah Corona), o la experiencia infantil que desencadena recordar una política pública como la llegada de los libros de texto gratuitos, en un camión enorme, a la escuela primaria donde se gestaba un lector en potencia (Francisco Hernández). Un niño alemán que lee sobre la vida indígena y lo impacta hasta la indignación por el genocidio de esta población, y que lo acompañará hasta sus intereses lectores juveniles y adultos y su escritura posterior (Kaltmeier). El poder imaginativo de la literatura para crear imágenes y sentimientos en el ojo de la mente es útil para escribir. La literatura ha sido fuente de inspiración de su trabajo académico.

    De esta manera podemos advertir las múltiples formas en las que se lee en toda una trayectoria y la apropiación de los contenidos que se recordarán a lo largo de las diversas etapas de vida.

    La fusión de culturas, de generaciones, de idiomas y de visiones de la vida y del mundo son la esencia de estas biografías lectoras. Hay un tránsito no solo entre culturas y generaciones, sino incluso entre formas de llamar a los ancestros lectores y traer sus libros a los recuerdos que perduran como una impronta grabada en la piel. Existe un encuentro cultural entre madre e hija, que Corona llama puente, y que Sayri Karp ilustra prolijamente con su abuela y con su madre con creencias y culturas propias. Dice Sándor Márai en su libro Los rebeldes que el autor de una novela es para el lector un desconocido que crea de la nada unos personajes y unas escenas dramáticas y los plasma en papel. Entonces, eso que es un libro, recorre una larguísima distancia hasta llegar a las manos de un lector, quizá en otro país, donde cobra vida propia con tal fuerza que se puede conocer, sentir y palpar al hombre que lo ha escrito. De esta manera, podemos encontrar en estas biografías imágenes, alegorías, sueños y fantasías que han dado sentido a la búsqueda constante de un nuevo libro que leer.

    Los personajes llegan a ser tan potentes que, incluso, pueden dar forma a una moral político-social que ejemplifica Kaltmeier cuando cita a Francisco Ignacio Taibo. Dice Kaltmeier: Los personajes de las novelas han sido compañeros constantes de importantes decisiones de la vida. Por lo tanto, han desempeñado definitivamente un enorme papel en la formación moral de mi personalidad. Algo similar ocurre a Corona con los personajes opuestos de una sección en una revista infantil: el bueno y el malo, y la consecuente moraleja del triunfo del bien sobre el mal y que la hacen afirmar: En mi caso el placer de leer sobre la vida social y sus reglas, sobre la rectitud y la victoria del bueno, me ha seguido toda la vida. Incluso, recuerda y narra Corona, algunos contenidos cívicos de los libros de texto gratuitos, los que recibimos casi todos los que aquí escribimos, y que la hacen una acuciosa analista del espacio público y de la moral para la convivencia armónica de la sociedad.

    La lectura está asociada al cuerpo y a la existencia, de ahí su alta relación a la subjetividad, dado que el cuerpo es propio, es el que experimenta los sentidos, los placeres, se alimenta, entre otras formas de habitar al individuo, o como dice Villoro: las lecturas […] han entrado a mi cuerpo para hacerme una mejor persona. Es decir, estos lectores viven unidos a la lectura de una forma casi simbiótica. O como dice Cristina Palomar: [en mi familia] se leía en su seno como se respiraba y se comía […] mi biografía lectora es parte de una historia familiar […] todos crecimos entre letras […] La biblioteca interior resume el mundo personal […] en la biblioteca interior no hay sobrantes.

    Cuando escuchamos expresiones como la de Villoro, que al recordar su biografía lectora afirma que se trata de una larga historia de amor, sin duda propone la idea de una relación profundamente sentimental entre el lector y sus lecturas. O la de Palomar, al decir que la lectura es una compañía indispensable en la vida. Incluso podemos asegurar, como María Alicia Peredo, que el libro se apodera de uno como el amante perfecto. Hernández lo define como el espacio idóneo de la felicidad. O bien, según Villoro y Palomar, se asocia con la fortuna de ser receptora de un regalo que la vida ofrece al nacer en una familia que ama a los libros, con lo cual la lectura le da sentido a la existencia.

    Las experiencias motivadoras

    Resulta fácil encontrar estudios que buscan descubrir cómo motivar, sobre todo a niños y jóvenes, a leer literatura, porque tendemos a pensar que la lectura es un acto positivo que debe estimularse, aunque no siempre fue vista así: casi nunca nos preguntamos para qué sirve leer (especialmente literatura).

    Los llamados promotores y las políticas alrededor del fomento a la lectura parten de considerar que debe haber una acción desencadenante que, siendo exitosa, se pueda replicar en todos los sectores sociales y grupos de edad. En este caso, sin embargo, veremos los factores impulsores propios de cada biógrafo. Hay quien diga que ese motor es la búsqueda de placer, motivo hedonista y constante en los relatos aquí reunidos. Una de nuestras biógrafas habla del morboso placer que experimentaba al leer, de niña, el Infierno en la Divina comedia. La pregunta, entonces, podría derivar en si las personas debemos tener los mismos placeres. ¿Es posible promover el placer?, ¿está relacionado con la periodicidad?

    Empecemos por analizar qué se entiende por promover la lectura, y si a esta la consideramos una práctica cultural deseable (lo cual supone una representación social de una apropiación cultural). Es menester definir si nos referimos a formar un habitus en un tipo de población (escolar, por ejemplo), en un contexto definido (familia, biblioteca, hospital, etcétera) o, en todo caso, preguntarnos qué se obtiene al promover la lectura entre todos por igual y, —más aún— si esto es posible. En un tiempo cobraron importancia los estudios sobre los mediadores de lectura (pasadores de libros), como aquellas personas que prestaban o recomendaban un libro, que también podría ser, como cuenta Celia del Palacio, un consultorio o una estética que acostumbra dejar revistas para el entretenimiento durante la espera. Lo que pudo sesgar este tipo de estudios es la expectativa de que los mediadores oficiales son los profesores y la escuela el lugar idóneo para estimular la lectura. Lo que ocurrió, quizá, fue la escolarización de la lectura y con ello la obligación por sentir gusto al leer.

    Otra serie de estudios busca recetas para formar buenos lectores, que para el caso de la literatura están relacionados con lo cuantitativo, esto es, aquellas personas que leen mucho. De ahí surge una serie de encuestas para medir la cantidad de libros que una persona consume (lee) en un año. Líneas atrás nos preguntábamos si la motivación para leer estaba asociada con la periodicidad; ahora toca preguntar cuál es esa periodicidad o frecuencia de lectura ideal y qué cantidad y tipo de libros es la necesaria para considerar que alguien es un buen lector. Podemos vincular estas variables con el placer y con la subjetividad, que evidentemente no puede etiquetarse ni cuantificarse para, como dice Córdova, saber cómo se leen los libros que se leen.

    ¿Cómo se forman los grandes lectores? —se pregunta Córdova—. Grandes, ya sea porque leen muchos libros, porque hay una fascinación en la experiencia de la lectura o porque los libros que se leen son analizados, dialogados con una profundidad plena. Es posible responderle, quizá porque esos lectores sienten un enorme placer y ese es precisamente el que es narrable, dice Barthes. El placer —posiblemente erótico— de los sentidos que se activan, de las imágenes que se proyectan y de los mundos a los que el lector accede.

    Hay suficientes investigaciones que insisten en la importancia de la familia como estimulante de la lectura, pero el papel que ejerce la familia no necesariamente se remite a la influencia de los padres, también está presente la voz de los hermanos mayores, la de los abuelos, la de los tíos; es decir, las generaciones mayores dentro del núcleo familiar, en general, pueden fungir como importantes guías que introducen al mundo mágico de la lectura, lo que significa que las experiencias

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