Tortolitos Navideños: Los Hart, #1
Por Rachelle Ayala
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Una confusión entre dos tortolitos mascota pone a Melisa Hart cara a cara con el apuesto Dr. Rob Reed, el hombre con el que ha estado enamorada toda su vida.
Desafortunadamente, él no es bienvenido en su numerosa familia irlandesa. No es un bombero como su padre y sus hermanos, y creen que robó a la novia de su hermano.
¿Puede la caza de una tortolita perdida y un milagro navideño abrir el corazón de Melisa para darle a Rob otra oportunidad?
Rachelle Ayala
Rachelle Ayala is the author of dramatic romantic suspense and humor-laden, sexy contemporary romances. Her heroines are feisty, her heroes hot. Needless to say, she's very happy with her job.Rachelle is an active member of online critique group, Critique Circle, and a volunteer for the World Literary Cafe. She is a very happy woman and lives in California with her husband. She has three children and has taught violin and made mountain dulcimers.Visit her at: http://www.rachelleayala.net and download free books at http://rachelleayala.net/free-books
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Traducido del original por Celeste Mayorga
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Dedicatoria
Para Melisa y Rob Hamling
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Capítulo uno
—Ven aquí, lindura. Sube. —Melisa Hart metió el dedo en la jaula de su tórtola, Cassie—. Buena chica.
Toda su clase del jardín de niños se mantuvo quieta con una emoción apenas reprimida.
—¿Puedo agarrarla? —gritó Bree, su alumna más habladora.
—Se dice «podría agarrarla», y no, no ahora mismo. —Melisa se llevó el pico de pájaro a los labios y dejó que Cassie la mordiera, era su versión de un beso.
—¡Ohhh! —gritó y señaló Mattie, el niño más alto de la clase—. Besó al pájaro en los labios.
—Pico —corrigió Bree a Mattie—. Los pájaros no tienen labios.
—¿Oh, sí? —respondió Mattie—. ¿Cómo lo sabes? Sabelotodo Bree.
Melisa puso a Cassie en su hombro y puso sus manos sobre sus caderas.
—Clase. ¿Qué les dije sobre las burlas? ¿Son buenas o malas?
—Malas —gritaron los niños al unísono, sorprendiendo a Cassie, cuyas alas batieron brevemente.
—No tan alto —les recordó Melisa a los niños—. Cassie se asusta fácilmente.
—¿Puede volar? —preguntó Mattie.
—Por supuesto que puede volar. —Bree volteó en dirección al niño más alto—. Todo el mundo sabe que los pájaros pueden volar.
—En realidad, le recortaron las alas para mantenerla a salvo. —Melisa le hizo cosquillas a Cassie debajo de su ala—. Rasco, rasco.
El pajarito levantó el ala y extendió las plumas.
—Qué tonta. —Mattie le sacó la lengua a Bree.
—Es suficiente —dijo Melisa—. Mattie, vuelve a tu silla compartida. Bree, tú también. No pueden hablar si no les doy la palabra. El resto de ustedes se pondrán en fila y podrán agarrar a Cassie.
—Pero no hice nada malo.
—Estabas haciendo menos a Mattie y hablando sin levantar la mano. Ve.
Bree dio pisotones hasta su silla, sus rizos rubios rebotando.
—Mi papá me va a regalar un gran pájaro para Navidad —dijo Bree.
—Tú también, Mattie. —Melisa señaló hacia la silla del niño.
Mattie hizo el sonido de un chillido y agitó los brazos hacia Cassie.
El pájaro chilló y batió sus rechonchas alas. Se elevó hacia arriba como un helicóptero, se golpeó la cabeza contra el techo y aterrizó en la parte superior de una fila de luces colgantes.
El resto de la clase saltó arriba y abajo, señalando y gritando.
—Puede volar.
—Ven aquí, pajarito.
—¿Está atrapada ahí arriba? ¿La rescatará un bombero?
—Miren, está asustada.
—Todos, tomen sus sillas —dijo Melisa con tanta calma como pudo—. Se acabó el tiempo para compartir.
—Ahhh... —se quejaron los niños.
Melisa miró al reloj en la pared. Diez minutos más para las vacaciones de Navidad. Por mucho que quería a sus alumnos, su energía y entusiasmo con la llegada de la Navidad significaba que no podían quedarse quietos ni seguir instrucciones.
Repartió los dulces verdes en forma de árboles de Navidad que hizo rociando caramelos derretidos sobre palitos de pretzel, junto con un folleto sobre la colecta de juguetes del Árbol de Ayuda en la granja de árboles de Navidad Reed. «Trae un juguete envuelto y tómate una foto con un pájaro mascota, súbete en un camión de bomberos y otras actividades divertidas».
Cuando sonó el timbre, Melisa se quedó en la puerta y deseó a todos los niños unas felices vacaciones y Año Nuevo. Mantuvo un ojo bien abierto en dirección a Cassie, en caso de que se escapara por la puerta abierta, pero la pajarita parecía contenta de volar sobre ella y pavonear sus coloridas plumas.
—Adiós, señorita Hart. —Bree agitó su dulce de árbol de Navidad—. Quiero tomarme una foto con Cassie. ¿Cómo la bajará?
—El conserje tiene una escalera.
—Mi papá viene a casa. —Bree asintió—. Oré mucho.
—Lo hará, cariño. —Melisa llamó la atención de Ella, la tía de Bree, y la tranquilizó—. También estoy orando por él.
El padre de Bree era un veterano de guerra que había regresado a Afganistán por un viaje humanitario. Los terroristas lo habían tomado como rehén, pero las noticias informaron que estaba a salvo y que lo habían trasladado en avión a Alemania para ser interrogado y, con suerte, podría regresar antes de Navidad.
—¿Vas a ir a la granja de árboles de Navidad mañana con Cassie? —Ella tomó el folleto verde de Bree y la ayudó a abrir los dulces de árbol de Navidad.
—Si puedo bajarla del techo. —Melisa señaló a su pájaro—. ¿Qué hay de ustedes?
—Bree, ¿quieres ir a la colecta de juguetes? —Ella alborotó el cabello de Bree.
—Sí, quiero sostener al pajarito de la señorita Hart y tomarme una foto. Pero tenemos que llevar un juguete.
—Entonces vayamos a la tienda de juguetes a escoger uno —dijo Ella, guiñándole a Melisa—. Puede que veamos a tu maestra ahí mañana.
—Claro que sí —le dijo Melisa a su amiga de UC Berkeley, donde habían tomado clases de enseñanza juntas—. Vamos a tomar un café luego para ponernos al día ahora que la escuela terminó.
—Excelente. Te enviaré un mensaje —dijo Ella mientras tomaba la mano de Bree.
Una vez que todos los estudiantes se fueron, Melisa cerró la puerta y llamó a Larry, el conserje. Después de que bajara a Cassie, tendría que volver a recortarle las alas, a pesar de lo que discutían los chicos del foro de aves.
El recortar las alas era por la seguridad de Cassie. Había escuchado demasiadas historias de pájaros que se iban volando, aterrizando en sartenes o chocando contra ventanas para que la gente a favor del vuelo libre los persuadiera, especialmente ese tipo arrogante con el alias de Lovebone que decía que su loro volaba regularmente al aire libre y aún no se había perdido.
En estos días, cualquiera puede decir cualquier cosa en Internet sin pruebas.
Melisa se subió a una mesa y agitó su dedo de arriba a abajo como una pista de aterrizaje.
—Vamos, Cassie. No tengas miedo. Vuela hacia mí, cariño. Ven.
El pájaro se inclinó y arqueó las alas, temblando y considerando, pero incapaz de encontrar un camino hacia abajo. Mattie la había asustado tanto que el instinto se apoderó de ella, pero ahora que estaba tranquila, no se atrevía a intentarlo.
Melisa encendió su teléfono para revisar sus mensajes. Tal vez le preguntaría a Lovebone cómo conseguía que su pájaro volara hacia él.
* * *
El Dr. Rob Reed llegaría tarde. Odiaba los turnos de noche y en estos días se le estaban juntando, especialmente con el aumento del tráfico de ambulancias debido a todas las fiestas navideñas y las actividades de juerga y bebida.
Llamó a su pájaro, Casey, un tórtolo que rescató de su irresponsable hermano actor, que era el rey de las compras impulsivas. El pajarito voló hábilmente, flotando un segundo antes de aterrizar sobre su dedo extendido.
—Buen chico —dijo Rob, dándole una semilla de girasol. Metió al pájaro dentro de su jaula—. Papá tiene que ir a trabajar. Lo siento por tener que cubrirte temprano esta noche.
Rob era un médico de la sala de emergencias que trabajaba en turnos que saltaban sin ton ni son. Pasaba de turnos nocturnos de doce horas, a turnos de dieciséis horas de seis de la mañana a diez de la noche, a viajes en ambulancia para trasladar a pacientes críticos. Pero eran los turnos de la noche los que relegaban su vida amorosa a un gran cero.
No es que pudiera quejarse. Estaba ganando mucho dinero para un médico joven recién salido del internado y este año había comprado una cabaña en las montañas cerca del lago Tahoe. Nada mal para tener veintinueve años.
General San Francisco era el único centro de trauma de nivel uno para toda la ciudad de San Francisco y el norte del condado de San Mateo. Una vez que Rob estaba en el trabajo, se concentraba. No había tiempo para llamadas telefónicas, Internet, charlas o incluso para comer algo.
Después de empacar su comida en bolsas térmicas, revisó el foro de loros de vuelo libre donde era el moderador.
Había un mensaje de HaveAHart, una maestra de jardín de niños que era una mamá pájaro principiante.
Mi pajarito se asustó en el aula y está posada en la barra de luces del techo. Parece que intenta volar hacia mí, agachándose y levantando las alas, pero no despega. ¿Qué debo hacer?
Le contestó.
Llama a un bombero. Es más fácil para un pájaro que no sabe volar subir, pero les da miedo bajar. Tu pájaro no tiene la confianza para volar, por lo que para ella es como saltar por un acantilado.
Cerró su laptop. Realmente no había nada que él pudiera hacer. ¿Por qué estas personas nunca escuchaban hasta que tenían problemas? Recortar alas era como cortarle las piernas a un hombre. Rob lamentaba estar tan malhumorado, pero apostaba a que su pájaro también tenía otros problemas, probablemente se pellizcaba las plumas, gritaba incesantemente y tenía otros comportamientos patológicos que provenían de no poder hacer lo que venía naturalmente: volar.
Capítulo dos
Aún de pie sobre la mesa, Melisa miró fijamente al navegador de su teléfono y dio un pisotón. Llama a un bombero. Eso fue algo terriblemente malo e insensible para decir. Y pensar que estaba a punto de desear que Cassie fuera lo suficientemente competente para volar. Se guardó el teléfono en el bolsillo, pero falló. El teléfono chocó contra la mesa y rebotó hacia el borde.
Melisa se abalanzó sobre ella, pero la mesa se inclinó y perdió el equilibrio. Con los brazos agitados, se derrumbó por el borde, derribó un par de sillas y aterrizó