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La píldora de este hombre: Reflexiones en torno al 50 aniversario de la Píldora
La píldora de este hombre: Reflexiones en torno al 50 aniversario de la Píldora
La píldora de este hombre: Reflexiones en torno al 50 aniversario de la Píldora
Libro electrónico362 páginas5 horas

La píldora de este hombre: Reflexiones en torno al 50 aniversario de la Píldora

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La historia de la píldora anticonceptiva puede ser contada desde un punto netamente científico o desde la experiencia personalísima de quien participó en la epopeya de su invención y desarrollo. Pero ¿por qué no desde las dos miradas? Precisamente eso propone este libro a 50 años de existencia de la píldora anticonceptiva y de las controversias morales y éticas que despertó.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jun 2017
ISBN9786071651143
La píldora de este hombre: Reflexiones en torno al 50 aniversario de la Píldora

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    I am surprised to be the first member reviewer for 'This Man's Pill'. I don't read much non-fiction, but as somebody who reads a lot of literature, enjoys the arts and spends her day in Science and technology- this book is simply wonderful. It is rare to find scientists with such a flair and talent for literary and other arts. Djerassi very colorfully explains the history of the pill, everybody who contributed, everybody who didn't contribute- but are known to have contributed too. Some things that really stuck with me were the difference between discovery and innovation versus what we reward in science, the major impact the pill has in fact had to the story of evolution- how copulation and conception have been separated, his concerns about the earth's population, the response of the feminist movements to the pill, and infact- women in general. Another chapter i really enjoyed was where he looks at how the pill has become a part of the geography's culture- he examines this in myriad ways- the way the pill is sold to what it is called in the local language- Germany's example is particularly interesting.While i enjoyed reading about Djerassi's interest in the Arts and Paul Klee- the book becomes quite autobiographical at times with little reference to the pill actually.A very good read, i would highly recommend it.

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La píldora de este hombre - Carl Djerassi

SECCIÓN DE OBRAS DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA


LA PÍLDORA DE ESTE HOMBRE

Traducción:

ABDIEL MACÍAS

CARL DJERASSI

La píldora de este hombre

Reflexiones en torno al 50 aniversario de la Píldora

Primera edición en inglés, 2001

Primera edición en español, 2001

Primera edición electrónica, 2017

Título original:

This Man’s Pill

publicado por

Oxford University Press

ISBN 0-19-850872-7

D. R. © 2001, Fondo de Cultura Económica

Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:

editorial@fondodeculturaeconomica.com

Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5114-3 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Para DIANE MIDDLEBROOK,

La Última

I. Una exaltación de Los Treinta: Murasaki & Co.

En la portada de la edición del 12 de septiembre de 1999, el Sunday Times Magazine de Londres presentó a las Treinta personas más importantes del milenio pasado. Para ponerlo con benignidad, esta lista propuesta por quince académicos británicos y estadunidenses fue idiosincrásica, si no es que del todo excéntrica. En otras palabras, fue una manifestación del alboroto de fin de milenio. Dispuesta en orden cronológico, la lista empezó con el único nombre de una mujer entre una multitud andrógena. A pesar de la elección comprometedora, su aparición se debió, como lo sospecho, más a la corrección política y a la predominancia que a la lógica. No puedo imaginar una votación popular que hubiera impulsado —incluso en Japón— a Murasaki Shikibu a la Banda de los Treinta. Además de la inevitable acusación de tener un sesgo masculino, también está la del eurocentrismo: Asia sólo fue representada por Murasaki Shikibu y el sultán otomano Mohamed II. Gengis Kan, Mahatma Gandhi y Mao Tse Tung no aparecieron por ningún lado. ¿Por qué los expertos de Rupert Murdoch eligieron a Napoleón y a Lenin, pero no a ninguno de aquellos caudillos? La pequeña tajada concedida a las Américas, de la Bahía de Baffin hasta Patagonia, demostró que el etnocentrismo del panel fue parejo: ni Cortés, ni Bolívar, ni Washington, ni Lincoln o Roosevelt; sólo se admitió a un americano: Thomas Alva Edison. Por supuesto, para estos exploradores intelectuales África siguió siendo un continente oscuro.

Pero las exclusiones geográficas y de género fueron, al menos, entendibles. El aspecto más sorprendente de la lista fue su completa arbitrariedad. Las omisiones más notorias fueron las de los músicos; ni Bach, ni Mozart, ni Verdi, ni siquiera The Beatles. Tampoco apareció ningún artista, aparte de Leonardo da Vinci, cuya inclusión pareció deberse más bien a sus credenciales de científico e ingeniero. Las elecciones en materia de literatura fueron algo mejores: además de Murasaki, estuvo la muy obvia de Shakespeare, y las igualmente casi inevitables de Dante y Chaucer. La otra admisión literaria, Jean-Jacques Rousseau, pareció ser bastante irrecusable, pero sólo hasta que uno se pregunta por qué él y no, por decir, Goethe o Tolstoi.

La lista tuvo un profundo sesgo a favor de la ciencia y la tecnología. Entre los 15 científicos e inventores estuvieron Bacon, Newton, Copérnico, Galileo, Darwin, Pasteur y Einstein. Todos parecen elecciones racionales, aunque algunas opciones habrían sido igualmente admisibles: Planck, Maxwell, y Watson y Crick (quienes probablemente fueron eliminados porque se habría necesitado un par de postulaciones). La tendencia de los británicos fue sumamente obvia, ¿y por qué no? Después de todo, se trataba del Times de Londres, no del New York Times. Y de los quince jueces expertos, once eran del Reino Unido y sólo cuatro de Estados Unidos. Así que no sorprende para nada el voto final por el primus inter pares, el Número Uno del milenio: Isaac Newton. La única ironía fue que en la portada que anunciaba la decisión no aparecía un retrato visualmente hagiográfico del físico —de los cuales hay muchísimos—, sino más bien una fotografía de la gigantesca escultura de Newton hecha por Eduardo Paolozzi, que está a la entrada de la Biblioteca Británica, escultura que se basa en la acuarela que hizo el famoso William Blake, en 1795. ¿Sabía el editor de fotografía del Times que las opiniones de Blake sobre Newton y su racionalismo difícilmente eran elogiosas? Aquel que ve el infinito en todas las cosas ve a Dios. Aquel que ve la Proporción sólo se ve a sí mismo.

La votación del Times, desde luego, carece de sentido. No puede haber una persona que sea la más importante del milenio: ningún criterio individual y ni siquiera un conjunto de criterios podría obtener la aceptación general. Ya no existe una comunidad individual (si es que alguna vez la hubo) de hombres o mujeres instruidos que una cifra o una lista como éstas pudiera representar. Esto me lleva al siguiente punto —y que seguramente no es original mío—: Newton, Galileo, Einstein y todos los demás sabios científicos no aparecen en la lista como personas —en el sentido en que aparecen Murasaki y Shakespeare—, sino como representantes, emblemas de sus descubrimientos e invenciones.

Las más grandes revelaciones de Newton, como las leyes de la gravedad y del movimiento, podrían haber sido descubiertas —y ello de un modo inevitable— unos cuantos años después si él no hubiera nacido, como lo demuestra con creces el caso de la coincidente invención del cálculo por Leibniz; pero éste es sólo un ejemplo de los descubrimientos simultáneos que abundan en la historia de la ciencia. Indudablemente, Copérnico, Galileo, Darwin y Einstein fueron los primeros en hacer geniales adelantos en sus respectivos campos, pero, de nuevo, alguien más podría haber llegado a ellos con las mismas generalizaciones en un marco de tiempo que, en la escala de la historia humana, puede tildarse de insignificante. En el análisis final, en la ciencia, a diferencia del arte, difícilmente importa el individuo.

Bueno, casi nunca. A menos que resulte que el individuo sea uno mismo. La Lista del Times concluye con una reliquia viviente. Al tener enfrente la lista, la presencia del nombre de Carl Djerassi es francamente risible bajo cualquier criterio, salvo uno: como emblema de la Píldora. Muy pocos pondrían en duda que durante las recientes cuatro décadas de este milenio la introducción de los anticonceptivos orales esteroides ha tenido un efecto inmenso. Muchos fueron benéficos, ciertamente creo que no todos ellos. Otros inventos médicos han alcanzado a un número mayor de personas, como los rayos X o los antibióticos, pero incluso en este sentido la Píldora no es un peso ligero: en Estados Unidos, ¡80% de todas las mujeres que nacieron después de 1945 la han usado! Pero en términos de impacto sociocultural, de la religión a los derechos humanos, la Píldora debe colocarse casi seguramente en el primer lugar. Al separar el coito de la anticoncepción, la Píldora inició uno de los movimientos más monumentales en los tiempos recientes: el gradual divorcio del sexo y la reproducción. El posterior logro de las técnicas de fertilización in vitro ha hecho realidad la separación completa del sexo y la reproducción, en otras palabras, la creación de una nueva vida sin relación sexual. Las implicaciones éticas y sociales de esta escisión son inmensas, y eso que apenas han empezado a debatirse. Aunque la introducción de la Píldora inició la revolución reproductiva, difícilmente los padres de la Píldora pudieron anticipar todas las consecuencias que han surgido durante la edad media de su vástago de cincuenta años.

¿Cincuenta años?, se preguntarán. ¿Cuándo nació precisamente la Píldora? ¿Y dónde? O, para ser más exactos, ¿dónde fue concebida? Casi siempre los padres de bebés reales tienen dificultades para responder la última pregunta, así que, en este caso, ¿cómo puede responderse, cuando incluso la identidad de los padres es cuestionable? Sin embargo, la respuesta es directa. La idea de una Píldora que permitiera tener sexo sin fertilización surgió en la década de 1920, en Austria. Yo ni siquiera había nacido en la época de la concepción de la Píldora, pero trataré de probar, como especialista en química orgánica, que desempeñé un papel materno en el nacimiento de la Píldora en la ciudad de México, el 15 de octubre de 1951.

Este relato lo es menos de química materna, sin embargo, que de una evaluación del efecto que dicho vástago, la Píldora, ha tenido en el mundo que nos rodea, y en particular en mí. La historia aún no ha concluido, porque, al contrario de las expectativas de todos —y especialmente de los padres de la Píldora—, la anticoncepción apenas ha cambiado durante los últimos cincuenta años, y parece improbable que cambie en cualquier modo técnico fundamental en, al menos, unas cuantas décadas más. De hecho, es posible que estemos a punto de ver cómo gradualmente se desvanecerá el tema de la anticoncepción, según vislumbramos cuán diferente será el futuro de la reproducción humana.

Ahora, en el plano puramente personal, la Píldora ha tenido un efecto monumental en mí. Me ha convertido, de ser un científico duro —químico orgánico, impulsado por la curiosidad científica y el caudal de ambición, competencia y el deseo del reconocimiento de los colegas, que acompaña a todo científico y de lo que he escrito pródigamente en mis novelas—, en uno más suave. Progresivamente me he ido ocupando en cuestiones más arduas y más ambiguas que en el reto de encerrar átomos de carbono en formas hasta la fecha desconocidas y a menudo útiles: las consecuencias sociales provocadas por los desarrollos científicos y tecnológicos. Atribuyo mi salto final, a escribir novelas y luego a la dramaturgia, a mi búsqueda de nuevas formas de comunicar a un público más amplio los pensamientos y los problemas científicos. Fue de ayuda el que haya tenido la suerte de estar relacionado con esa crucial invención, en la tercera década de mi vida, de manera que medio siglo después todavía puedo dedicarme a reflexionar sobre lo que ese descubrimiento ha hecho en mí. Por eso el título de este libro, La Píldora de este hombre, no es una declaración de propiedad, y mucho menos una jactancia o un ingenuo engreimiento machista, sino más bien el destilado de un autoexamen que dista mucho de haber terminado.

Puede preguntarse: ¿por qué encuentro necesario compartir estas conclusiones con los demás? ¿Por qué no contentarme con haber aprendido algo acerca de mí mismo? O bien, si el impulso por hablar de estos temas es tan irresistible, ¿por qué no sólo ir con el psicoanalista? Después de todo, hace diez años publiqué un recuento de memorias (La Píldora, los chimpancés pigmeos y el caballo de Degas), que fue un registro autobiográfico en la medida en que me lo permitió lo que me queda de sentido de la intimidad.

Mi respuesta es sencilla: ahora soy diez años mayor, y en ese grado diez años más sabio. En el fondo soy un pedagogo que cree que hay mucho que aprender de mi vida, pues ésta tiene muestras tanto positivas como negativas. Por ejemplo, en este mundo nuestro que cada vez es más geriátrico, es útil demostrar que uno puede empezar nuevas carreras a la edad de sesenta años y, de nuevo, a los setenta y cinco. Mi laboratorio ahora está cerrado. Tengo toda la libertad para reflexionar sobre acontecimientos pasados a través del filtro y la neblina de más de medio siglo, así como a partir de una distancia que permite mirar el futuro con la ventaja de una visión más amplia. Para mí, este libro se ha convertido en una forma de penitencia pública por pecados de omisiones pasadas. Por haber estado tan ocupado como científico para poder dedicar mucho tiempo comunicándome con un público más vasto; demasiado ocupado en analizar el mundo minuciosamente para poder aplicar las aguzadas destrezas analíticas del científico a la reflexión de sí mismo. ¿Qué mejor ocasión para hacerlo, que el cincuentenario de la Píldora?

Todo artículo científico empieza con un resumen. Siendo como soy, un hombre de hábitos, no romperé aquí esta bonita tradición. Pero la tradición puede doblegarse, así que en este relato personal ofrezco como resumen una autobiografía, escrita en verso libre con motivo del sexagésimo aniversario del otro abuelo, el difunto Robert Maxwell, de mi único nieto, Alexander Maxwell Djerassi. Este resumen-poema tiene la virtud de ser a la vez conciso y brutalmente honesto:

El reloj camina hacia atrás

En su fiesta de sesenta años,

Rodeado de su esposa, niños y amigos,

El hombre que lo tiene todo

Abre sus regalos.

Entre pisapapeles, cigarros,

Libros, estuches de plata,

Jarrones de vidrio cortado,

Aparece un reloj

Fabricado por KOOL Designs

En edición limitada.

Un reloj que camina hacia atrás.

Un reloj llamado LOOK.

Es gracioso.

El regalo apropiado

Para el hombre que lo tiene todo.

¡Qué fáustico!, pensó el amigo,

Quien pronto tendrá también sesenta.

¿Qué tal si realmente midiera el tiempo?

Cuando las manecillas llegaron a cincuenta,

Él las detuvo.

Libros, cientos de artículos, honores por docenas.

No está mal, pensó. Me gusta este reloj.

Pero cincuenta fue también la edad

En que su matrimonio se amargó.

Dejó que el reloj continuara.

Cuarenta y ocho, cuarenta y cinco años,

Luego cuarenta y uno.

Ah, sí, los años de coleccionar:

Pinturas, esculturas y mujeres.

Sobre todo mujeres.

Pero ¿no fue esa la época

En que empezó primero su soledad?

¿O fue antes?

¿Por qué otra razón uno colecciona,

Sino para llenar un vacío?

¡No detengas las manecillas!

Los treinta fueron mejores:

Reventado de trabajo. Éxito. Reconocimiento.

Profesor en una universidad de primera.

Nace su hijo, ahora su único superviviente.

¿Qué tal los veintiocho?

Ah, sí, casi lo olvidaba.

El año de la Píldora.

La Píldora que cambió el mundo.

No… demasiado pretencioso, demasiado vanidoso.

Pero sí cambió la vida de millones,

Millones de mujeres que toman su Píldora, pensó.

El reloj sigue retrocediendo.

Veintisiete años:

Padre por primera vez, de una hija;

Alguna vez, su único confesor.

Ahora está muerta. Se suicidó.

El comienzo de su segundo matrimonio.

El primero, deshecho.

Los primeros indicios del éxito por venir:

Doctorado antes de los veintidós;

Licenciado en letras antes de los diecinueve.

Y la falacia de la supuesta madurez:

Comprometido, por primera vez, antes de los veinte.

Hacia atrás: Europa. Guerra.

Hitler. Viena.

Infancia.

Alto. Alto. ¡Alto!

El paterfamilias,

Rodeado de su esposa, niños y amigos,

El hombre que lo tiene todo

Sigue abriendo presentes.

Más pisapapeles, más plata,

Más libros, diez libras de queso Stilton,

Y un reloj más.

Gracias a Dios camina hacia adelante,

Pensó el amigo,

El solitario,

Quien pronto también tendrá sesenta.

Y sonrió a la mujer a su lado,

La que había conocido ayer. La que ayer había dicho:

Sí, iré contigo a Oslo.

Y eso fue lo que hizo.

Pero no por mucho tiempo.

II. Genealogía y nacimiento de la Píldora

WOLFSON: ¿Qué entiende usted ahora, que no entendía cuando tenía diecinueve o veinte años?

DJERASSI: ¿Quiere usted decir en ciencia, o en general?

WOLFSON: Como prefiera.

DJERASSI: No vivo en el vacío. Si hubiera vivido esos cincuenta y tantos años en una isla desierta, creo que la respuesta habría sido una de orden interior, pero la respuesta que tengo que darle debe basarse en una reflexión del efecto del mundo que habito. El hecho abrumador es que cuando nací había 1 900 millones de personas en el mundo. Ahora hay más de 5 800 millones, y es probable que en mi centenario sean 8 500 millones. Es algo que nunca antes en la historia humana ha ocurrido: que en el curso de la vida de una persona la población mundial se haya más que cuadruplicado. Y eso no puede suceder otra vez.

WOLFSON: ¿Qué ha aprendido en el plano personal, interno, durante ese periodo?

DJERASSI: Internamente, me haría la pregunta común: ¿qué haría yo de otro modo si pudiera vivir mi vida otra vez? Mi respuesta sería que no llevaría la misma vida que llevé antes. No sería tan adicto al trabajo. Sería menos frenético. Simplemente aceptaría que uno no puede hacer todo lo que quiere hacer en el curso de una vida, aun cuando todavía tengo la obsesión de no tener tiempo suficiente para hacer las cosas. (Pausa.) Ahora creo que sería interesante ser mujer. Ser una mujer moderna podría ser muy interesante porque las cosas han cambiado.

Lo anterior proviene de una larga entrevista que tuve a principios de 1997 con Jill Wolfson, reportera del San Jose Mercury News, para una serie de artículos sobre las contribuciones técnicas realizadas por algunos veteranos de Silicon Valley, entre quienes ellos me ubicaban. ¿Por qué utilizo este extracto para comenzar un capítulo que contiene mis puntos de vista sobre el origen de la Píldora? Porque se refiere a dos hechos abrumadores del reciente medio siglo —la explosión demográfica global y el ascenso de los derechos de las mujeres—, sin los cuales los anticonceptivos orales habrían sido meramente un adelanto médico interesante, y no una invención con enormes consecuencias en el seno de las sociedades.

1

Mientras escribo estas líneas, me doy cuenta de que estamos a unos meses del cincuentenario de la Píldora. En los pasados cuatro años, he sido entrevistado, filmado y animado a pontificar con el pretexto del trigesimoquinto y del cuadragésimo aniversario de la Píldora. ¿Cómo puede uno celebrar quince años de aniversarios en cuatro años? Una de las ironías de la carrera de la Píldora es que su propia concepción haya sido tan difícil de establecer. Todo depende (como cualquier obstetra puede decirlo) de quién lleva la cuenta. En 1997 pronuncié un discurso en un congreso médico en Viena para conmemorar el trigesimoquinto aniversario de la Píldora en Austria —lo que no fue una mala elección geográfica, como demostraré en breve—, mientras que en mayo de 2001 fui acribillado con solicitudes de muchos reporteros estadunidenses de la prensa escrita, la radio y la televisión para comentar el cuadragésimo aniversario de la Píldora. Dicha averiguación me dejó confundido hasta que me di cuenta de que ellos suponían que el inicio de la Píldora se remontaba a la aprobación de la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA, por sus siglas en inglés: Food and Drug Administration). Mientras que esas fechas pueden ser ocasión de celebraciones, los aniversarios no lo son. El suceso vienés era el equivalente a celebrar la llegada de un bebé a un pueblo lejano desde su lugar de origen, y el cuadragésimo aniversario, tan destacado por los medios de difusión estadunidenses, podría equipararse a la fecha en que se emitió el acta bautismal en Washington. En lo que a mí concierne (y me concernía), el nacimiento real de la Píldora fue el 15 de octubre de 1951, el día en que nuestro laboratorio completó la primera síntesis de un esteroide que se destinaría finalmente a su uso como anticonceptivo oral. Unos días después, ya estaban en el correo los primeros y preciosos miligramos de noretindrona —el sobrenombre del término formal 17α-etinil-19-nortestosterona—, enviados de los laboratorios de investigación de Syntex en la ciudad de México a la doctora Elva G. Shipley, en Endocrine Laboratories Inc., que es un establecimiento comercial con sede en Madison, Wisconsin, con la solicitud de que se probara si la sustancia presentaba actividad oral progestacional.

Menciono aquí a la doctora Shipley sobre todo porque su temprana participación en la historia de la Píldora desmiente la muy difundida presunción de que los científicos que tuvieron que ver con el desarrollo de los anticonceptivos orales eran todos varones. Esta creencia ha irritado a las mujeres por décadas. Como lo planteó Margaret Mead en 1971: La Píldora es un invento completamente de los varones. Y ¿por qué lo hicieron?… Porque es extraordinaria su mala disposición a experimentar con sus propios cuerpos… y es enorme su disposición a experimentar con los cuerpos de las mujeres… sería mucho más seguro jugar con los hombres que con las mujeres. Aunque es comprensible la irritación de Mead, no es sino una tosca y simplista exageración que ignora que la naturaleza proveyó a los científicos un indicio crucial sobre el cual trabajar: las mujeres no se embarazan durante el embarazo, debido a la secreción continua de progesterona, y en la biología reproductiva masculina no hay una clave semejante. La contribución de la doctora Shipley es importante por una razón adicional que puede explicar una parte de la indignación de Mead: hace cincuenta años las mujeres estaban ampliamente excluidas de muchas áreas de la investigación científica. En un campo que era innegablemente un territorio masculino, la doctora Shipley tenía que hacer su trabajo en un laboratorio comercial que había fundado a la vuelta de la esquina de la Universidad de Wisconsin, donde su esposo era profesor de zoología, en una época en que las reglas del nepotismo no se habían violado aún.

Un agudo sentido de las ironías de este sesgo masculino histórico ha hecho que numerosos escritores y periodistas busquen por todas partes héroes femeninos en la crónica de la Píldora. Margaret Sanger es la favorita, probablemente por las razones enunciadas —en el último párrafo—en su biografía definitiva, de 1970, de David Kennedy:

Pero los elogios que Margaret Sanger recibía a menudo estaban fuera de proporción considerando sus logros. Parte de la exageración, sin duda, se deriva de su magnetismo personal, que rara vez no logra atraer a su órbita a quien la conoce. Pero la mayor parte reflejaba la satisfacción simbólica de una penetrante necesidad psicológica de la señora Sanger. La sociedad estadunidense de este siglo no ha reconocido su ideal, frecuentemente mencionado, de una condición igualitaria para la mujer. Quizá, por tanto, la exaltación de una heroína feminista como Margaret Sanger refleja el reconocimiento que hace la sociedad de la continua victimación de las mujeres, y el deseo, en cierta forma, de encontrar una redentora. Para ese papel Margaret Sanger, por sus mejores cualidades y por las peores, era muy adecuada.

De todos modos, el papel histórico de Sanger, aunque ciertamente no científico, en promover el movimiento del control natal en Estados Unidos confirmaría su elección como una de las abuelas. Una candidata de corte más romántico es Katherine McCormick, la acaudalada filántropa persuadida por Sanger, a principios de los cincuenta, para que subsidiara parte del trabajo biológico de la Fundación Worcester de Biología Experimental, que tanto contribuyó —con la dirección de Gregory Pincus— al desarrollo de la Píldora. Con todo lo loable que es tal filantropía, ungir a Katherine McCormick como una de las indiscutibles madres de la Píldora (como lo hizo un periodista, Bernard Asbell, en A Biography of the Drug that Changed the World, y que luego fue repetido por muchos más) es tan desproporcionadamente forzado como sería calificar a John D. Rockefeller como uno de los padres de la Píldora. (La Fundación Rockefeller y su dependencia, el Consejo de Población, patrocinó mucho más la investigación en materia de reproducción y anticoncepción de lo que jamás hizo la señora McCormick, y durante muchas décadas.) El apoyo financiero, con todo lo valioso que puede ser, nunca puede equipararse con la creatividad; si así fuera, los Médicis serían considerados los más grandes artistas del Renacimiento. En su lugar, quiero agregar el nombre de Elva G. Shipley como, literalmente, el primer biólogo —hombre o mujer— que estableció la elevada actividad progestacional de la noretindrona de administración oral. Si sus resultados hubieran sido negativos, nosotros habríamos abandonado el proyecto y nunca habríamos enviado el material a otros biólogos, entre ellos de manera notable a Roy Hertz y después a Gregory Pincus, a quien, como demostraré más adelante, puede llamársele con justicia un padre de la Píldora.

Como la Píldora está conectada tan íntimamente con la reproducción humana, aunque sea en términos de prevenirla, permítanme trazar su genealogía con la metáfora de la reproducción. Llamemos a la Píldora el bebé y sigamos su nacimiento a través de 1) los primeros intentos (infructuosos) de concepción, 2) la ovulación de un huevo fértil, 3) la eyaculación de esperma vario, 4) la fertilización con éxito, 5) la implantación del embrión, 6) la evolución fetal y, por último, 7) el parto del bebé. En términos geográficos, el primer paso ocurrió en Austria, el segundo en México, los siguientes tres en Estados Unidos y los finales en Puerto Rico, cosa nada rara para un bebé en nuestra sociedad del presente, tan móvil.

2

El personaje menos conocido de la historia de la Píldora no es una mujer, después de todo. Se trata de Ludwig Haberlandt, profesor de fisiología en la Universidad de Innsbruck. Ya en 1919 había realizado un experimento decisivo, en el cual implantó los ovarios de una coneja embarazada en otra coneja, la cual, a pesar de coitos frecuentes, permaneció infértil por varios meses; a este resultado Haberlandt lo llamó esterilización temporal hormonal. (Los partidarios de la señora McCormick podrían tomar nota ahora de que éste y el trabajo posterior de Haberlandt fue patrocinado por la Fundación Rockefeller.) El problema de este método, por supuesto —aparte de su dependencia de prácticas quirúrgicas—, así como el de los intentos subsecuentes por evitar la cirugía mediante el uso de extractos glandulares, era que estos extractos no eran las hormonas puras responsables de su efecto anticonceptivo. Como eran una mezcla de hormonas y otras proteínas, constituían un problema potencial de toxicidad para la receptora. Los intentos por purificar estos extractos pusieron de manifiesto el próximo obstáculo por superar en el camino hacia el anticonceptivo oral práctico.

En numerosos experimentos y publicaciones posteriores en el curso de diez años, Haberlandt —quien invariablemente usaba la primera persona del singular, cosa tan diferente de la insistencia actual de los científicos por el plural mayestático nosotros— ponía de relieve la obvia aplicabilidad de sus experimentos con animales en la anticoncepción humana. Él reconocía totalmente que el factor responsable era un constituyente del corpus luteum (cuerpo lúteo) o cuerpo amarillo —la cavidad que queda en la superficie del ovario después de la liberación del óvulo—, del cual el ginecólogo alemán Ludwig Fraenkel (siguiendo una sugerencia de su maestro Gustav Born) había mostrado, en 1903, que era una glándula endocrina productora de hormonas. En 1931, en un libro notable, Die hormonale STERILISIERUNG des weiblichen Organismos, de menos de quince mil palabras, que al parecer casi ninguna persona viva ha leído, Haberlandt delineó con riesgoso detalle la revolución anticonceptiva de los más o menos treinta años posteriores. Él destacó que la administración oral, que de hecho había demostrado en ratones, sería el método de elección, así como la necesidad de un abandono periódico de la hormona que permitía que ocurrieran las menstruaciones. Él recomendó el uso de ese tipo de anticoncepción por causas clínicas y eugenésicas, sosteniendo que ello permitiría que los padres tuvieran el número deseado de niños saludables. Las objeciones planteadas por gente como el sexólogo Van de Velde, según las cuales demasiadas mujeres aprovecharían la anticoncepción hormonal, fueron desechadas por Haberlandt con el argumento de que esos preparados requerirían receta médica y no se expenderían subrepticiamente. Terminó su manifiesto con un reclamo visionario: "Indudablemente, la aplicación práctica de la esterilización hormonal temporal

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