Todos estaban vivos
Por Javier Bozalongo
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Piedad Bonnett
"En cada relato sentimos que un artesano cuidadoso, pesando cada una de sus palabras, construye sus cuentos como cargas de dinamita con la pólvora justa."
Santiago Espinosa
"En 'Todos estaban vivos', cada relato es un viaje por la vida —y de fondo— un guiño a la muerte. Javier Bozalongo habita en las personas y las cosas elementales que no le son ajenas. Con sutileza e ingenio sostiene la sintaxis del tiempo."
Carmen Canet
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Todos estaban vivos - Javier Bozalongo
mí.
Una mirada nueva
Por Santiago Espinosa
Gratamente desconcertado, he terminado estos relatos con una incómoda verdad: es su literatura un laberinto en el que caen los personajes sin remedio, caen los lectores también, y con ellos la tranquilidad de sus certezas. Incluso la voz de quien escribe ya no existe más, y es un fantasma el que conversa con nosotros, un hombre que se marcha y traza sus huellas sobre las páginas, como trampas sorpresivas. Javier Bozalongo, su autor, es un poeta enamorado del tiempo. En estas historias, con una contracara de ironía y misterio, hace que estallen los relojes para dejar todas las almas en suspenso. Nos recuerda que las escenas de la vida, a diferencia de las películas, «siempre terminan mal», y hay que aprender a vivir en la sorpresa. En cada relato sentimos que un artesano cuidadoso, pesando cada una de sus palabras, construye sus cuentos como cargas de dinamita con la pólvora justa. Para que se abra en los lectores una mirada nueva, una pregunta que antes no estaba en el mundo. Todos estaban vivos es un libro de humor en el más alto de los sentidos. Se trata de entender que estamos hechos de paradojas y de regiones inestables, que en la más gris de las rutinas puede habitar la chispa de lo maravilloso.
Uno...
La palabra más bonita
—¿Sabes qué palabra han elegido como la más bonita del idioma español? —le preguntó.
—Amor —respondió ella, dudando entre pedirle el divorcio o apretar el gatillo.
La confianza
Durante tres años fui la amante de un hombre casado. Eso me soltó anoche mi mujer, después de ver por enésima vez Pretty Woman. No tuve más remedio que preguntarle si yo lo conocía. Por supuesto que no, dijo, y me contó algunos de los trucos que él utilizaba para no ser descubierto, y no supe si tomármelo como una lección para principiantes o como una advertencia de lo fácil que es descubrir al mentiroso cuando se conocen sus tretas.
Él engañaba a su mujer y ella a su novio de entonces, que no era yo. Quiso saber si alguna vez me había preguntado por qué había venido a vivir a esta ciudad y no a Bilbao o Zaragoza o Madrid, a lo que no supe qué responder, pues siempre había pensado que fue por cuestiones laborales. Me contó que él había venido a buscarla un verano en que yo viajé por Portugal con un amigo, y entonces me dio por pensar en ese viaje y acordarme de aquel Alfa Romeo que estrellé contra una farola, decidido como estaba a no seguir viviendo si ella me engañaba.
Migajas
Justo antes de embarcar, le preguntó:
—Si me rompo, ¿con qué parte de mí te quedarías?
—Con ninguna. Yo no quiero migajas.
—Me hubiera gustado que eligieras el corazón, como una metáfora.
—Déjate de metáforas. Lo quiero todo.
Ninguno de los dos sabía entonces que no eran Julia Roberts ni Richard Gere, y que la vida no es una película, sino una sucesión de escenas que siempre acaban mal.
Cuando, en el aeropuerto, la policía le devolvió a ella los efectos personales que se habían podido recuperar después del accidente, abrió la bolsa con desesperación. Allí no había nada. Tan sólo las migajas de una vida.
Terremoto
Le juró a su mujer que moriría por la literatura un instante antes de quedar sepultado bajo la biblioteca. Lo peor fue no saber qué le pasó a ella.
Alianzas
Al salir del despacho de la abogada que ella había contratado, decidió que era un buen momento para quitarse la alianza. Bajo la lluvia, pensó en su amiga Marta y en qué hacer con el anillo.
Llevaba en una mano el paraguas cerrado y en la otra un cigarrillo sin encender y la carta en la que le pedía el divorcio. Hizo con el anillo lo mismo que con su orgullo: comérselo y atragantarse con él.
Jubilación anticipada
Dos cajetillas de tabaco al día y algo menos de un litro de ginebra bastarán para no tener que esperar a que empresa y sindicatos lleguen a un acuerdo sobre mi jubilación. He calculado el dinero que ganaré hasta entonces, y es mucho más del que perderé tratando de cumplir con mi objetivo.
Contra la hipertensión
Mi madre siempre cocina con poca sal. Es menos sabroso, pero mucho más sano, es la frase que le he oído repetir durante años. Mi hermana no sabe cocinar, pero tiene un marido al que le gustan los sabores fuertes, el picante. Mi hermano hace tres de cada cinco comidas en países diferentes, así que su paladar es tan internacional como poco exigente. El deporte le ayuda a quemar el exceso de grasas. Queda un cuarto hermano, que todavía nos sorprende