Hay un viejo y popular bolero titulado Corazón loco, cantado entre otros por Antonio Machín y Diego El Cigala, que expresa la perplejidad de un hombre cuyos sentimientos desbordan a su razón: «Yo no puedo comprender cómo se pueden querer dos mujeres a la vez y no estar loco. Merezco una explicación». Y es que el imaginario colectivo está construido sobre la idea de las relaciones monógamas, del amor en pareja, a pesar de que el deseo y los afectos funcionan en realidad de manera distinta. ¿Quién no ha sentido atracción por otras personas pese a estar emparejado o ha encontrado dificultades para elegir a una sola de las que le gustaban? Las estadísticas constatan que la monogamia estricta es minoritaria; de ahí surge la necesidad de entender la alternativa del enamoramiento múltiple desde un perspectiva científica.
Algo falla en la casi universalmente extendida cultura del Arca de Noé, basada en el emparejamiento, para que emerjan otras opciones, como el poliamor o poliamoría, que nació en Norteamérica allá por los años 60. Los seguidores de esta corriente, constituida en un verdadero movimiento con sus principios teóricos y sus líderes, creen que una relación compuesta por más de dos personas es totalmente normal, inherente a la naturaleza humana, tan respetable como la monogamia y que ha estado presente en muchas épocas, aunque casi siempre de forma oculta porque las convenciones sociales la sancionaban. Pero aun así, ha habido personajes famosos y rebeldes, caso del poeta inglés Shelley, las escritoras Anaïs Nin y Simone de Beauvoir y el filósofo Bertrand Russell, que se atrevieron a optar abiertamente por una relación múltiple como opción de vida.
Pero ¿se puede querer a dos personas a la vez y no volverse loco, como pregunta el bolero? Según los poliamorosos, sí. Terisa Greenan, una de, donde explora la relación de un trío de personajes –dos hombres y una mujer– que viven en Seattle. Para Greenan, la clave para que este tipo de vínculo funcione «es que cada uno de los implicados tiene que saber de la existencia del otro –u otros–. Y no puede haber escalafones, esto es, nadie es el primero, ni nadie el segundo. Así no se producen rivalidades, porque ninguno se siente celoso del otro. Todos saben que aportan cosas diferentes a la relación».