Oxígeno: Obra en 2 actos
Por Carl Djerassi y Roald Hoffman
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Oxígeno - Carl Djerassi
etcétera.)
PRIMER ACTO
ESCENA 1
Sauna en Estocolmo, Suecia, 1777.
Las tres mujeres están sentadas en un banco del sauna, con sus cuerpos cubiertos en grados distintos con toallas de baño o con sábanas adecuadas: MRS. PRIESTLEY es la más pudibunda y MME. LAVOISIER la más audaz. Cada una lleva una cofia diferente, características todas del siglo XVIII, para cubrir su cabellera o su peluca.
MME. LAVOISIER (lánguidamente).— Nunca me habían azotado antes… bueno, no de ese modo. ¿Podemos repetirlo?
MRS. PRIESTLEY.— ¡Madame! En Inglaterra las varas de abedul se destinan al castigo correctivo.
FRU POHL.— En Suecia consideramos que es saludable. Hace que la sangre ascienda a la superficie. Mucho mejor que las sanguijuelas.
MRS. PRIESTLEY (al deslizarse la toalla un poco de su hombro, rápidamente vuelve a cubrirse).— Esta impudicia del sauna no me es del todo cómoda.
MME. LAVOISIER (baja a propósito su toalla mientras se dirige a MRS. PRIESTLEY).— MRS. PRIESTLEY… pero si estamos entre mujeres. (Aparte.) Ahora que… si hubiera hombres por aquí…
MRS. PRIESTLEY.— ¡Oh, Madame! Bien se ve que aún sois joven.
MME. LAVOISIER.— ¡Tengo diecinueve años!
FRU POHL.— Yo tenía veinte antes de casarme.
MRS. PRIESTLEY.— Igual que yo. (Se vuelve a FRU POHL.) ¿Y cuántos hijos tenéis?
FRU POHL.— Un varoncito. ¿Y vos?
MRS. PRIESTLEY.— Tres hombrecitos y una niña. (Se vuelve a MME. LAVOISIER.) ¿Y vos, Madame LAVOISIER?
MME. LAVOISIER.— Ni uno.
MRS. PRIESTLEY.— ¡Ah! Supongo que acabáis de casaros.
MME. LAVOISIER.— Hace seis años de ello.
FRU POHL.— ¿Y no han tenido aún hijos?
MRS. PRIESTLEY.— Yo tuve mi primer niño al cabo de diez meses de desposarme…
MME. LAVOISIER.— Bueno, como decimos en Francia, chacun à son goût.
MRS. PRIESTLEY.— ¿Pensáis acaso que es cuestión de gusto? Pues para mí fue una obligación marital. (Con un dejo de sarcasmo.) Claro está que entonces yo tenía veinte…
MME. LAVOISIER.— Quizás las mujeres maduren más pronto en Francia… sobre todo si hablamos de las que fueron educadas en escuelas conventuales.
MRS. PRIESTLEY.— ¿En un convento?
MME. LAVOISIER.— No para volverme monja. Y al morir mi madre, abandoné el convento para servir a mi padre como ama de casa. Tenía doce años. (Pausa.) Hasta química estudié… Mantequilla de arsénico
… Confitura de plomo
… Flores de cinc
. ¡Qué lindas palabras! Yo pensaba: Primero la química en la cocina… y luego la química en el jardín…
MRS. PRIESTLEY.— Una criatura de doce años lo encontraría encantador.
MME. LAVOISIER.— A los trece, me sustraje de las atenciones de un conde, mucho mayor que mi propio padre, y contraje nupcias con Monsieur LAVOISIER. (Con orgullo.) Está en servicio activo en el despacho de recaudación de impuestos de la Corona. Dirige el Banco de Descuento…
MRS. PRIESTLEY.— ¿Recaudador de impuestos? ¿Banquero?
MME. LAVOISIER (divertida).— ¡Y todo un abogado a los veintiún años!
FRU POHL.— Sin embargo, vuestro esposo fue invitado a Suecia por sus descubrimientos químicos.
MME. LAVOISIER.— Al igual que el marido de Mrs. Prestley. (A MRS. PRIESTLEY, con disimulo.) Él es sacerdote, ¿no es verdad?
MRS. PRIESTLEY.— Pastor. La gente lo llama Doctor
PRIESTLEY. (Con repentina agitación.) Cuando una se casa con un clérigo, ya sabe que recibirá riquezas más grandes que el dinero. Pero la Iglesia Anglicana se opone a nuestras ideas unitaristas. No nos es permitido tener cargos en el gobierno, ni asistir a Oxford o a Cambridge. (Se contiene.) Os pido sus disculpas… Me ofusqué…
MME. LAVOISIER.— Cuando le hablé a mi marido de la química que aprendí en el convento… me dijo algo de la mayor utilidad: El producto de la ciencia es el conocimiento, pero el producto de los científicos es la fama.
(Pausa.) La fama es importante para él… y cuando nos casamos, también fue importante para mí. (Pausa.) Sobre todo cuando me pidió que lo ayudara en su