Antonio Martínez Ron (@aberron en redes sociales), es periodista y divulgador científico con varios libros en su haber. Él se define también como coleccionista de términos científicos, una afición que se encuentra en el germen de su nuevo libro, Diccionario del asombro (Editorial Crítica). «Hace tiempo que voy anotando los términos que me parecen más sugerentes. Un día, casi de manera casual, puse esas palabras en orden cronológico y me di cuenta de que acababa de visualizar una nueva forma de contar la historia de la ciencia: reflejando cómo ha ido llenando nuestra vida de nuevas palabras», explica en su casa, a las afueras de Madrid. El título no es nada casual: «La etimología de asombro siempre me pareció muy sugerente porque según la definición de la RAE es tanto algo espantoso como algo fascinante», continúa, antes de sumergirse en una conversación que repasa la historia de la ciencia a partir de las palabras que distintas disciplinas han ido «regalando» a nuestro lenguaje cotidiano.
Algo muy interesante que aparece en el libro es esta distinción estricta, y cuestionable, entre ciencias y letras.
Existía ya en los griegos, pero se acentúa en el siglo XIX. Hay varios momentos clave. Uno de ellos es la famosa reunión de la Asociación Británica para el Avance de las Ciencias donde los poetas y escritores se quejan de que se hable de los científicos como «filósofos naturales»: les parece que el término filósofo está reservado para gente como ellos, que se consideran seres superiores.