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Con NO, la fórmula química del óxido nítrico, concluye la tetratología de novelas de Carl Djerassi, del género que él ha denominado "ciencia en ficción". En todas ellas da cuenta de descubrimientos científicos reales, pero con personajes ficticios.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2014
ISBN9786071624710
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    NO - Carl Djerassi

    transuretral.

    I

    ENTONCES, ¿QUÉ ES lo que está haciendo en Brandeis con el fin de lograr pitos duros? —Felix Frankenthaler la imitó hablando agudo—. —Qué día más desagradable —suspiró en tono un octavo más bajo, hundiéndose con cansancio en su sillón favorito—. Nunca me di cuenta de que, en la descripción de mi trabajo, se incluía la adulación. La llaman obtener fondos monetarios: atender a matronas vulgares, faltas de tacto, lo describiría mejor. Cuando acepté una cátedra de tiempo completo en Brandeis pensé que me querían por la brillantez de mi investigación, mi perspicaz método de enseñanza, la seriedad de mi espíritu universitario…

    —Detente, Felix —lo interrumpió Shelly, quien en forma instintiva se había cubierto la boca para esconder su risa incipiente—. Los dos conocemos tus virtudes. ¿Qué es lo que te preocupa? ¿Qué es lo que pasó en el banquete? Y, ¿de quién estás hablando? —y lo picó gentilmente con la punta del dedo.

    —¡Pitos duros, me dijo ella! Trataba de instruir a mis compañeros de mesa acerca de nuestra investigación actual, el trabajo sobre el óxido nítrico, tú sabes. Háganlo breve y que sea excitante, nos dijo Art, ese jefe de desarrollo, el gordo que usa corbatas corrientes con franjas cruzadas, antes de dejarnos en las manos de la sociedad de ex alumnos benefactores, y ver lo que ocurrió. Supongo que eso es lo que él obtiene por dejar que el cuerpo de investigación de la universidad le haga su trabajo. Nos llamó estrellas. ¿Puedes imaginarlo pensando que podemos ser comprados con… eso? ¡Y luego esa mujer!

    Frankenthaler se detuvo jadeando indignado; era claro que se le había acabado el aire.

    —Lo que necesitas es tomar tu bebida habitual antes de dormirte —dijo su esposa, mientras se encaminaba a la cocina—. Después podrás contarme todo.

    ***

    —¡Ah! —exclamó Felix sorbiendo cautamente la vaporosa leche, aderezada con la cantidad precisa de canela, y con exactamente tres gotas de extracto de vainilla, la combinación que, por años de experiencia, había demostrado a Shelly Frankenthaler que era el soporífero más efectivo para su esposo. Mas cuando levantó sus ojos de la taza y sacudió la cabeza, su cara mantenía aún la misma expresión irritada—. Aún no sé en qué me equivoqué. Al menos no cometí el error más obvio. Bien pude haberles dicho que el óxido nítrico es un contaminante industrial que funciona a escala global —su voz había asumido un tono paródico, variando del de una conferencia portentosa a una sobrexcitada demostración del arte de vender—, pero que, en forma reciente, tipos habilidosos como tu sincero servidor, aquí, en el Centro de Investigación en Ciencias Médicas Básicas Rosenstiel, de Brandeis, descubrieron que las células de nuestro organismo se comunican entre ellas mediante diminutas exhalaciones de NO exquisitamente medidas. Pude haberles dicho, entonces, que el NO puede encontrarse en tres formas de reducción por oxidación: con carga positiva, negativa o neutra.

    —Momento en el que habrías perdido ya la mitad de tu audiencia —Shelly sonrió amablemente a su esposo.

    —¡Exacto! Y así, en lugar de complicarlo, mantuve la exposición en forma simple. Sólo les dije que no debían confundir el óxido nítrico, NO, con el óxido nitroso, N2O, que no es sino el gas hilarante común. Pero no era capaz de dejar todo hasta allí, ¿verdad?

    Shelly sacudió la cabeza en forma comprensiva.

    —Me imagino que fue allí donde la regué. Mi instinto de pedagogo se hizo cargo. Les dije que esas diminutas ráfagas de NO intervienen en una gama extraordinaria de funciones biológicas, que van de la destrucción de las células tumorales hasta… —fue disminuyendo su voz hasta detenerla y sonreír lastimeramente—. Bien pude haber dicho controlar la presión de la sangre y dejarlo hasta allí. Pero en lugar de eso dije hasta producir la erección del pene. Después de todo, el consejo que nos dio el encargado de obtener financiamientos era hacer que nuestra investigación se viera como algo excitante, y la erección del pene seguramente excita. Pero, toma nota de esto, la expresión pitos duros jamás cruzó mis labios de profesor —Frankenthaler se inclinó hacia atrás y bebió varios sorbos de su leche—. Estuve a punto de añadir una observación políticamente correcta, en especial, que este trabajo era seguido por una mujer con posdoctorado que, además, es india, pero la perra…

    —¡Felix!

    —Lo siento —dijo, ocultando su arrepentimiento mediante el recurso de vaciar el contenido de su vaso—, pero es que esa mujer zafia de veras me irrita. De modo que me negué a seguir hablando. Me di cuenta de que era la fiesta de Art y que él podría salvarla. ¿Por qué hablarles de Renu Krishnan, decirles que estaba a punto de enviarla por unos meses a Jerusalén para trabajar con Davidson en Hadassah? —entrecerró los ojos—. ¿Noto una sombra de desaprobación en los ojos de mi esposa?

    El tono cortante tras el tono de chanza no escapó a su esposa.

    —¿Desaprobación? Ciertamente no. Por supuesto que pudiste haber sido un poco más diplomático y no poner de manifiesto tu erección del pene.

    —¡Shelly!, por fau-vor.

    Ella levantó la mano.

    —Te muestras demasiado impaciente esta noche, sólo déjame terminar. Quiero decir que en lugar de sacar a relucir tu trabajo acerca de la erección del pene sin previo aviso, debiste haber ido preparando a tus oyentes.

    —Muy inteligente —Frankenthaler no hizo intento alguno por ocultar su sarcasmo—. ¿De qué forma vigorosa lo hubieras hecho tú?

    —¡Oh! —movió su mano con viveza—. Habría empezado haciendo mención del músculo retráctil del pene del toro. Sinceramente la palabra retráctil resulta menos agresiva; cierto, lo admito, también es menos excitante que como lo expusiste en la comida —se inclinó a palmear la mano de su esposo—. Pude haber delineado el trabajo de Gillespie sobre los nervios nanc y su interés en la transmisión nerviosa, y después mencionar que la única razón por la que escogió el músculo del pene del toro es porque constituye una fuente particularmente rica en tales nervios.

    —¡Maldición! —llegó a exhalar Frankenthaler, y lo dijo como muestra de admiración.

    Y Shelly, que conocía los tonos de su esposo, lo tomó como un cumplido. Frankenthaler estaba sorprendido de que su esposa —no científica confirmada— recordara lo que le había dicho acerca del origen de su propio interés en la investigación del NO. Se había iniciado con algo que leyó acerca de los nervios nanc. ¿Lo había recordado porque le había explicado —¡pero eso había ocurrido hace siglos!— que cuando Gillespie, en Escocia, buscaba el neurotransmisor desconocido de los nervios no adregénicos y no colinérgicos (nanc) —la señal nanc—, resultó ser la misma sustancia inestable, misteriosa, que había sido descubierta por Furchgott, en Nueva York, en las células endoteliales de los vasos sanguíneos? Furchgott denominó su factor relajante endotelial —un mediador fundamental y hasta entonces desconocido del organismo que sirve para regular la presión sanguínea— EDRF (endothelial relaxing factor). Con el tiempo, se descubrió que el factor causante de ambos fenómenos era la molécula diatómica simple del óxido nítrico. Fue aquí donde Frankenthaler entró en escena: el fluido sanguíneo es también indispensable en la erección del pene y, en esto, también ocurre que el NO es la clave. Descubrir de qué manera se produce el NO en el cuerpo humano y cómo se distribuye se había convertido en la tarea de la india que seguía su posdoctorado en el laboratorio. La responsabilidad de Renu Khrisnan era pavimentar el camino de modo que pudieran implementarse las aplicaciones clínicas.

    —Es cierto —dijo. El orgullo que le producía su mujer había atemperado su mal humor—. Pero si hubiera seguido tu camino gentil y diplomático, para cuando hubiera llegado a hablar de nuestro trabajo acerca de la erección del pene, ni esa mujer odiosa ni ninguna otra persona en el banquete me habría estado prestando ninguna atención. Además, querida, yo estaba ahí con el fin de reunir fondos para Brandeis, no para alguien en Glasgow o en Nueva York. Pero, ¡basta ya de eso! Mañana voy a tener un día muy largo y ya es hora de ir a la cama. Los dos.

    II

    Estoy aquí sentada pensando, lo que por lo general significa estar hablando conmigo misma. Por supuesto que esto no tiene nada de malo; de acuerdo con un famoso ruso, la mayor parte de la gente hace lo mismo: El pensamiento en sí mismo no es otra cosa que el discurso interior o la conversación social que hemos aprendido a desarrollar en nuestra cabeza, esto lo citó en una ocasión mi compañera de cuarto, en Wellesley, a quien le encantaba citar a Mikhail Bajtin, entre otros.

    Bien pude haber tenido una educación liberal, pero aún me siento como una idiota. Y así estoy aquí, con 26 años de edad, un posdoctorado en química en Brandeis y, según la opinión general, una adulta madura; sin embargo, no puedo evitar mis risitas cuando me pregunta mi profesor si deseo pasar unos meses en Jerusalén.

    ¿Cómo podría explicarlo? Profesor Frankenthaler, hace unos días recibí una carta de Ashok. Una mirada en blanco. Probablemente pensará que Ashok es una ciudad de la India. Siempre hay mucho que explicar: Ashok es mi hermano, un científico especializado en computación que vive en Bangalore. Y, supongo, debí haber añadido que Bangalore es el equivalente al Valle del Silicio en la India, y que fue Ashok, cuando era estudiante graduado del MIT, quien convenció a mi mami de que debía ir a estudiar la universidad en Estados Unidos.

    —Renu tiene apenas 17 años —había exclamado nuestra madre, pero Ashok sabía que nuestra maravillosa, pero muy india madre, iba a decir eso.

    —Tú sabes que papá lo habría aprobado —contraatacó en un tono que implicaba que acababa de regresar de una entrevista con papaji—. Irá a Wellesley, una escuela sólo para muchachas (por supuesto que empleó las palabras muchachas y escuela en lugar de mujeres y universidad), que está situada prácticamente puerta con puerta con el MIT, de modo que siempre podré estarla observando —dijo—.

    Jamás se atrevería a decir que ya me había pasado la solicitud de inscripción y que ya la había enviado a Wellesley, y que había obtenido calificaciones extraordinarias en mi TOEFL.¹ Esta última parte, por supuesto, no habría sorprendido a mi madre, quien consideraba —desde mucho antes de la muerte de mi padre— que hablar un inglés excelente constituía un prerrequisito absoluto para la clase de matrimonio que tenía en mente para su hija.

    Si hubiera intentado decir todo esto al profesor Frankenthaler me habría interrumpido desde mucho antes de que llegara a mencionarle lo del matrimonio arreglado.

    —Ve al grano, Renu —me habría dicho en forma bastante cortés, porque él es muy educado. Pero yo me hubiera detenido entonces y hasta allí, sin haberle referido el resto. No es que el profesor fuera incapaz de entender, pues se enorgullece de su sensibilidad étnica, la cual es cultivada particularmente en un lugar como Brandeis. Pero yo me habría quedado totalmente avergonzada, y no a causa de que soy india sino porque he vivido aquí durante nueve años. Ya no me siento como una mujer india y no estoy ya segura de lo que es ese sentimiento. O de cuánto más tenía que explicar antes de que el profesor pudiera entender por qué la perspectiva de un viaje a Jerusalén me hiciera estallar en risitas.

    Si eso no hubiera ocurrido a finales de los años sesenta en Wellesley, la escuela para graduados de Stanford, a principios de los años setenta, me habría cambiado de todos modos. Mi primera compañera de cuarto en Palo Alto ciertamente me ayudó a lo largo del proceso. Megan Reed estudiaba la maestría en administración de empresas y era muy elegante. En los bares pedía Kir,² en los restaurantes ceviche, empanadas de hojaldre, arugula —nunca lechuga—. Sabía cómo vestirse (una de sus características era su preferencia por las medias a la altura del muslo en lugar de las pantimedias) y atraía a hombres interesantes, en tal cantidad, que no podía evitar convertirme en beneficiaria de esta superabundancia. Gracias a Dios, para entonces Ashok ya había regresado a la India. Mi hermano es moderno, pero no tan moderno, y, probablemente, habría desaprobado incluso a mi supervisor de doctorado de Stanford, quien viajaba a la escuela en una vieja motocicleta Harley-Davidson arreglada.

    Tengo noticias de Ashok cada dos semanas. Sus cartas están llenas de noticias y fotografías, así como de recortes de periódicos de todas clases. Cuando me envió una página del Indian Express, que llevaba el encabezado Casamenteros, reí mientras hojeaba las notas. Solía leer esa página diariamente cuando vivía en la India, cuando yo era aún india, una india adolescente, aunque incluso entonces me divertía. Poco era lo que había cambiado y allí estaba el "Bien parecido, temeroso de Dios, sobrio, de costumbres sencillas e, infortunadamente, divorciado inocente y joven en busca de señoras dravidianas con un status semejante al solicitante. Aquellas que no deseen tener más hijos serán tomadas en cuenta. Y, más abajo de la columna, un compañero masculino, liberal era buscado, preferiblemente con un interés profundo en cosmología, metafísica, filosofía y raja-yoga; con creencias vigorosas en el bien y la virtud, y con la necesidad de conocer los secretos del Universo y de la vida".

    Fue sólo entonces que noté el aviso subrayado con un lápiz de color amarillo: "Se solicita la amistad de un joven brahmán, bien establecido profesionalmente, 28 a 33 años, 1.80 m de estatura o más, con relaciones en EUA o poseedor de tarjeta verde, preferentemente, para una muchacha educada en EUA, 26 años, 1.52 m, clara, atractiva y con doctorado en el área de las ciencias. Conteste anexando su horóscopo al apartado postal 1501-C, Indian Express, Madrás-2."

    Cierto es que mido 1.52 m de estatura, que tengo 26 años y que soy clara —un eufemismo para decir de piel blanca—, pero lo mismo deben ser muchos miles de muchachas indias. (Detesto la palabra muchacha. ¿Y qué tal muchachos? Si me caso quiero hacerlo con un hombre, no con un muchacho.) Pero, ¿con un doctorado en ciencias? La India es un país enorme, pero la cantidad de muchachas indias de Madrás que midan 1.52 m y tengan tales calificaciones debe ser muy reducido. Qué tan reducido era ese número, lo descubrí cuando leí la carta de mi hermano.

    Lo que me escribió Ashok constituía una mezcla curiosa de explicación, disculpas y expiación. No me preguntaba en forma directa: para cuándo piensas casarte. En lugar de eso trató mi estado matrimonial como si se tratara de un asunto de negocios que tenía que ser decidido entre él y mi madre viuda. De acuerdo con él, nuestra madre había comenzado a inquietarse ahora que yo comenzaba a acercarme a los 30 años (¿acercarme? ¡Todavía me faltan cuatro años!) Estoy segura de que todo hubiera sido distinto con papaji. Apenas tenía yo 15 años cuando comenzamos a tener nuestras pláticas de hombre a hombre, como él solía llamarlas. Y ahora —cuando ya soy doctora en la Universidad de Stanford— me trataban como si fuera una chica. Mami, por supuesto, quería contratar los servicios de un casamentero profesional, propuesta que Ashok había desviado diestramente (su descripción, no la mía). Según él, la sección Se solicita novio del Indian Express era capaz de lanzar una red mucho más amplia para atrapar a los candidatos más apropiados —razonamiento que al parecer convenció a nuestra madre, puesto que no excluía la posible inclusión de un casamentero auténtico en el proceso de escoger—.

    A continuación se iniciaban las disculpas. Un aviso periodístico (¿no es curioso —pensé— que Ashok, con una maestría en ciencias de la computación por el MIT, aún empleara el término británico?)* no sólo haría que se presentaran más candidatos de dónde escoger, sino que también retrasaría las cosas, lo cual me daría más tiempo (¿para qué?, me dieron ganas de gritar). Aún más, al añadir la parte acerca de la relación con Estados Unidos y la posesión de una tarjeta verde, se las arregló para incluir un desiderátum (otra vez una palabra suya, ¡y qué irritantemente preciosa!) que podría, de hecho, conseguir a algunos candidatos que ya vivieran en Estados Unidos, a los cuales entonces podría tener el deseo de entrevistar personalmente. La parte en que se refería al horóscopo era sólo una concesión que hacía a nuestra madre. (No puede lastimarte, había tenido la desfachatez de agregar). No pensó nunca en disculparse por haber usado las palabras muchacho y muchacha, por supuesto y, en alguna forma, eso era lo peor de todo. Mi sensibilidad al respecto muestra qué tanto había dejado de ser india. Ashok y mami simplemente seguían el estilo hogareño del Indian Express en el cual las mujeres solteras menores de treinta años son denominadas muchachas. Después de esa edad el periódico las transforma en muchachas solteras o sólo en solteras.

    Y, finalmente, venía la expiación que era muy mezquina: Nuestra madre no quería que supieras acerca del aviso periodístico, escribió Ashok. Pensarás que está pasada de moda, pero yo pensé que deberías saberlo. Tendrás que admitir que, en comparación con los demás, nosotros somos más bien modernos y sinceros. ¿Modernos?, yo quería darle una sacudida a Ashok. ¿Con un horóscopo? Por favor, terminaba subrayando la frase, no le digas a nadie que estás enterada del asunto.

    Me llevó un día o dos encontrarle a esto la parte humorística. Después de todo no podían obligarme a que me encontrara con quienquiera que contestara el anuncio. Y no podían ni siquiera soñar en hacerme aceptar a quienes escogieran. Y cuando el profesor salió con la idea de enviarme a Jerusalén, no pude evitar reírme. Imaginen la escena que se desarrollaría en Madrás cuando les llegara mi primera carta procedente de Israel. Mi madre no tiene la menor idea de que Brandeis es una universidad judía. (No significa esto que en ella no haya una gran cantidad de personas que no son judías e incluso estudiantes indios de doctorado y posdoctorado. El Departamento de Química está lleno de ellos; en el Centro Rosenstiel tenemos un Sengupta y un Pakrashi.) Pero, ¿la Escuela de Medicina Hadassah en Jerusalén? ¿Cómo iban a hacer sus citas los presuntos novios portadores de tarjetas verdes?

    Ésa es la causa de por qué solté risitas cuando el profesor me preguntó si quería ir a Jerusalén.

    —Renu —dijo Felix Frankenthaler pocos días después—. Acabo de recibir una llamada telefónica de Yehuda Davidson de Jerusalén. Estaría encantado de trabajar contigo en su laboratorio. Todo lo que tengo que hacer ahora es conseguir algo de dinero, 25 mil dólares servirán.

    —No quiero tratarlo con los NIH³ —Frankenthaler se inclinó sobre su escritorio para hablar más de cerca, como si estuviera revelando un secreto comercial—. Se toman mucho tiempo y, además, no quiero que la competencia se entere de lo que guardamos bajo la manga. Al menos todavía no. Y 25 mil dólares ciertamente no justifica que muestres todas tus cartas frente a una Sección de Estudio de los NIH repleta de… —levantó las cejas sin terminar lo que estaba diciendo—. Llamé a la Fundación REPCON. Su directora, Melanie Laidlaw, es una vieja amiga mía.

    —¿Esto no la descalificará? —preguntó Renu—. Quiero decir —añadió rápidamente al darse cuenta de que Frankenthaler fruncía el ceño—, ¿no se descalificará a sí misma?

    Él movió la mano rechazando lo dicho.

    —Estamos solicitando una nadería: 25 mil dólares. No hay gastos generales ni equipo, sólo los fondos necesarios para hacer una investigación exploratoria acerca de la reproducción masculina con un médico en Jerusalén. ¡Y para una mujer! No es por nada que REPCON significa reproducción y anticoncepción, y que siempre están quejándose de la escasez de mujeres que trabajan en ese campo. ¿Cómo podría una directora rechazarle fondos económicos, en especial a otra mujer —emitió una sonrisa breve— tan brillante como tú? —se levantó de su silla para indicar que la reunión había terminado—. Entre paréntesis, no he podido ponerme en contacto con Melanie Laidlaw. Se supone que está en Europa en una especie de Conferencia sobre la Ciencia y los Asuntos Mundiales en Kirchberg; ni siquiera sé dónde queda ese lugar. Pero muy pronto sabremos de ella. De todos modos no tendrás listos tus primeros liberadores del NO sino hasta marzo próximo cuando más pronto, ¿no?

    ___________

    ¹ TOEFL (Test of English as a Foreign Language). Examen de inglés como idioma extranjero que deben aprobar quienes desean estudiar en universidades de EUA. [T.]

    ² Kir, champagne con cassis. [T.]

    * T Advert-Británico Ad-Americano.

    ³ National Institutes of Health, Institutos Nacionales de Salud. [E.]

    III

    Jerusalén, 8 de abril de 1978.

    Querido profesor:

    ¡Shalom! Debí haber escrito antes, pero la primera semana en Jerusalén ha sido muy agitada.

    Los problemas con el idioma son mínimos. Virtualmente casi toda la gente con la que trato en Hadassah habla inglés. Me han instalado en una casa situada en la calle de Etiopía, y que lleva el muy imponente nombre de Organización para el Alojamiento Hadassah —número 6A abreviando—. Como todo aquí, tiene su historia: originalmente fue una casa privada propiedad de armenios que la perdieron durante la guerra de Independencia; sucesivamente fue una escuela, un hospital para tuberculosos y después un dormitorio del Hadassah para los estudiantes de verano. En ocasiones, algunos médicos también se quedaban aquí porque la renta era muy barata. (Los chismes dicen que conseguían alojamiento empleando la vitamina P. La P por protektzia. La palabra inglesa es más corta: pull [tener vara alta] o, en forma más urbana, relaciones.) Ahora, el número 6 A es una residencia para las mujeres del personal de Hadassah.

    La calle Etiopía es angosta, en esencia de un solo carril y con paredes altas a los lados, y debe su nombre a la iglesia etíope que se encuentra en la puerta siguiente a la residencia. Casi enfrente se halla la misión religiosa sueca, en tanto que el final de nuestra calle casi se sobrepone con las esquinas del Me'a She'arim. Toda una combinación para sólo un par de calles: cristianos etíopes monofisitas, protestantes escandinavos y después los hasidin ortodoxos. Por ser la única india en el vecindario estoy cumpliendo una amplia función ecuménica. Por esa razón llevé un sari a una fiesta, sólo para mujeres, que hubo el otro día.

    El autobús de la ruta 27 va directamente al hospital Hadassah que se encuentra en Monte Scopus. La parada del autobús se encuentra a sólo unos minutos de distancia y la caminata me lleva por la parte baja del Me'a She'arim donde no me canso nunca de observar a la gente. Los judíos ortodoxos rechazan mirar a las mujeres, lo cual significa que, para cambiar, puedo mirar a los hombres en la forma en que ellos, por lo general, examinan a las mujeres, con curiosidad no filtrada por pantalla alguna. Es como observar a alguien a través de un cristal monofásico.

    Trasbordar a otra línea lleva tiempo, así como mis paseos diarios o para ir de compras. Debí haber pensado en traer una secadora de pelo de, nada menos, 220 volts, capaz de ajustarse a los enchufes locales. También hay aquí, a la mano, una selección relativamente primitiva de cosméticos y géneros varios de artículos para mujeres, algo que no hubiera esperado en este año de 1978. Pero, principalmente, me he comprometido en adaptarme a la mayor brevedad posible a Hadassah. No me había dado cuenta de que el campus principal, que incluye la Escuela de Medicina y el gran hospital, se encuentra a varios kilómetros al oeste de aquí, en Ein Kerem. Está más allá de los límites de la ciudad, pasando el monumento en memoria del Holocausto en Yad Vashem.

    Me llevaron a este monumento a los dos días de mi llegada. Ahora sé por qué: da de inmediato al extranjero una perspectiva acerca de la preocupación por la sobrevivencia que tiene Israel. Nunca había pensado mucho en esto anteriormente, un desconocimiento que es verdaderamente sorprendente —ahora me doy cuenta— para alguien que ha estado en Brandeis. Después de unos cuantos días en Jerusalén he notado ya que las palabras judío y judaico poseen aquí mucho más connotaciones que en Estados Unidos. Me siento agradecida contigo por haberme dado la oportunidad de apreciar esa diferencia.

    El profesor Davidson aún tiene un despacho en Ein Kerem porque continúa enseñando allí, pero su unidad de investigación, así como sus pacientes, se encuentran ahora en el original Hospital Hadassah, en el Monte Scopus, que fue recuperado después de la Guerra de los Seis Días. Se lleva a cabo una cantidad importante de trabajos de reconstrucción y ya hay planes considerables para agrandarlo, pero comienzo a darme cuenta de que, para realizar mi trabajo, necesitaré tener acceso a las instalaciones con las que actualmente no se cuenta en el local del Monte Scopus.

    No obstante, las carencias de atractivos científicos en el hospital se compensan con su espectacular localización. Desde la ventana de mi pequeño laboratorio (en un edificio diseñado por Erich Mendelson) puedo ver, hacia el oriente, el curso de agua que marca los límites de Jerusalén, más allá de un poblado árabe cercano, así como las áridas montañas de Judea, todo el camino hasta la calina rielante que marca el lugar donde se encuentra el Mar Muerto. ¡Y las rocas! Las hay por todos lados y parece como si la tierra de los alrededores pariera otras nuevas en el momento en que algunas de ellas son empleadas en los trabajos de construcción (la cual se encuentra en marcha por todos los rumbos de la ciudad). Lo que produce una impresión abrumadora es la ausencia del color verde. Incluso los árboles están polvorientos pero, de alguna forma, encajan con el medio que los rodea; como el cementerio judío que se encuentra por el Monte de los Olivos: no hay flores, ni una brizna de hierba. Vistas desde cierta distancia, incluso las lápidas semejan rocas esparcidas. Me siento absolutamente bíblica (¡lo cual es una experiencia totalmente nueva para una india!), sentada en mi escritorio al que le he dado vuelta de modo que yo pueda quedar frente al paisaje.

    Hiciste una elección maravillosa al enviarme con el profesor Davidson. No sólo ha leído sino literalmente absorbido todo el material que le enviaste acerca de las funciones neurotransmisoras del NO. Y lo que desconoce acerca del pene es porque no vale la pena saberse. Y esto me recuerda que él piensa que la absorción de mis liberadores sintéticos del NO puede realizarse en forma más eficiente a través de la mucosa uretral que mediante su inyección directa en el cuerpo cavernoso. Esto bien puede ser el camino que hemos estado buscando. Piensa que le es posible relacionarse con un tal doctor Jephtah Cohn, quien trabaja en bioingeniería en la nueva Escuela de Medicina en Beersheba, para hablar acerca de posibles medios de transmisión.

    Finalmente, te diré que el profesor Davidson está tratando de ponerse en contacto con un conocido suyo, uno de los presidentes de la Universidad Ben Gurion, llamado Menachem Dvir, para ver si puede ayudarnos a financiar nuestro proyecto. Te mantendré informado.

    Eso es todo lo que ha ocurrido hasta el momento. Mañana lunes va a haber una ceremonia de premiación en el Knesset, donde se otorgarán los primeros Premios Wolf en ciencias. Nunca antes había oído hablar de tales premios, pero el Jerusalem Post informa acerca de ellos como si fueran los Premios Nobel de Israel (y esto lo hace de tal forma que parece grandioso). Se incluyen matemáticas y agricultura —dos disciplinas que no cubren los originales Premios Nobel—, lo cual parece ser un intento de la Fundación Wolf para robarle la escena a los Nobel. Aparentemente los Premios Wolf han estado sometidos al ataque de la comunidad científica israelí, a causa de que cada uno de ellos va acompañado por nada menos que 100 mil dólares. El sentimiento que reina aquí es que ese dinero pudo haberse gastado en forma más productiva apoyando la investigación en Israel, más que ofreciéndoselos a científicos renombrados del extranjero que, de acuerdo con los lugareños, poseen ya demasiado dinero. En cualquier caso, la mayor parte de los pilares de la comunidad científica local decidió boicotear la ceremonia. Y así lo ha hecho también el profesor Davidson, quien me regaló su invitación diciéndome que bien podía ir y admirar los tapices de Chagall, puesto que la ceremonia se llevará a cabo en la sala donde están expuestos. Pero mis intenciones son también las de ver a los personajes extranjeros importantes, lo que, probablemente, ¡sea lo más cerca que llegue a estar de Estocolmo!

    Con mis más cálidos recuerdos, Renu.

    —Renu —llamó una voz a través de la puerta cerrada, lo que fue seguido por numerosos golpes en la puerta—, te hablan por teléfono de Estados Unidos.

    La residencia Hadassah de la calle de Etiopía tenía un carácter hogareño y confortable, con algunos toques agradables: los altos cielos rasos, las persianas de las ventanas pintadas de verde —lo que constituía un contraste muy vívido con el color crema de la mampostería de Jerusalén—, los mosaicos orientales en los pasillos y el cautivador letrero escrito a mano en la puerta de entrada con su vieja cerradura de postillo: Se le solicita cortésmente ¡CERRAR la puerta cuando entre o salga de esta casa! Aunque también tenía sus aspectos primitivos, como los teléfonos y los baños comunitarios, que Renu detestaba. La intimidad no era uno de los puntos fuertes del establecimiento.

    —Llamé para saber cómo te estás estableciendo —la voz de Frankenthaler se escuchaba preocupada—. No he sabido nada de ti o de Yehuda desde que partieron de Boston.

    Renu le hizo un resumen de la carta que había enviado el día anterior, añadiendo una descripción breve de la ceremonia de entrega de los Premios Wolf y de la desaprobadora respuesta de la comunidad científica israelí.

    —Tienes aquí al único país que tiene de presidente a un bioquímico y, sin embargo, Ephraim Katzir se las arregló para no presentarse —Renu sabía muy bien que éste era el tipo de chismes que deleitaban al profesor—. El primer ministro Menachem Begin tuvo que tomar su lugar. Yo estaba sorprendida ante la intensidad de la desaprobación, pero uno de mis colegas jóvenes en Hadassah me explicó el porqué de esto. Señaló que la Fundación Wolf había cometido una equivocación, pues debieron haber tenido al menos a un israelí entre el primer grupo de ganadores. Predijo que tan pronto un israelí ganara el Premio Wolf, y ellos consideran que están en la lista para llevarse los 100 mil dólares, los científicos locales comenzarían a asistir a la ceremonia. Pero debiste haber visto…

    —¿Dijiste 100 mil dólares? —interrumpió Frankenthaler—. ¿Para un Premio Wolf? Nunca había oído hablar de él —por lo regular Frankenthaler no habría admitido desconocer algo, pero la cifra de seis dígitos, su posdoctorado favorito, había eliminado lo mejor de él—. ¿Puedes repetirme de nuevo cuáles son esas categorías? ¿Quién hace la selección? ¿Quién ganó?

    —Dos hombres del medio oeste, creo que de Wisconsin o de Illinois, en agricultura. Y dos en matemáticas, uno de Rusia y otro de Alemania. Me temo que no recuerdo sus nombres. Y hubo tres ganadores en medicina que obtuvieron el premio por su trabajo en la histocompatibilidad de los antígenos.

    —¿Era Snell, de Bar Harbor? —interrumpió Frankenthaler.

    —Sí, por su trabajo con los ratones. Dausset de París y Van Rood de Holanda lo compartieron por su trabajo en seres humanos.

    —¿Quién más?

    —¡Ah! —exclamó Renu—. Para mí, el que más me emocionó fue el premio de física, que se le otorgó a Wu, de Columbia. Siempre he escuchado que debió haber compartido el Premio Nobel con Lee y Yang por sus contribuciones al descubrimiento de la no conservación de la paridad. Fue muy agradable ver que lo ganara una mujer, y sola —subrayó.

    —¿Eso es todo? Me sorprende que no tengan un premio de química.

    —Casi se me había olvidado —exclamó Renu—. En química hubo un solo ganador, cuyo nombre es una locura deletrear… Djerassi, él fue quien lo ganó.

    —¿Quieres decir Isaac Djerassi, por su trabajo en el tratamiento de la leucemia con metotrexato? Lo conocí el año pasado en Pensilvania. Los israelíes deben haberse sentido contentos de que se le haya escogido; es un judío búlgaro que fue educado en la Universidad Hebrea antes de que se mudara a Estados Unidos. Pero hubiera esperado que lo ganara en medicina y no en química.

    —No es Isaac Djerassi, sino Carl. De Stanford; y lo ganó por haber logrado la síntesis química de la píldora anticonceptiva. No sé por qué no lo mencioné antes. En una ocasión asistí a una de sus conferencias acerca del futuro del control natal funesto, de acuerdo con él cuando era una estudiante graduada en Stanford. Buen charlista pero algo arrogante, diría.

    —¿No lo somos todos? —Renu pudo escuchar su risita ahogada entre la estática del teléfono—. Ahora dime lo que has estado haciendo en el laboratorio para que podamos ganar un Premio Wolf —rió de nuevo, pero en un tono más alto, como si el podamos hiciera sonar una ligera señal en el radar mental de Renu. La risa terminó. El profesor esperaba una respuesta.

    Jerusalén, 28 de abril de 1978.

    Mi muy querido Ashok:

    El sobre de esta carta te hará saber que me encuentro en Jerusalén. Lo que no dice es que he estado aquí ya hace casi un mes. No quise decirte nada a ti y a mi mami al respecto, hasta darme cuenta de lo que significaba trabajar aquí. Tampoco quería que ninguno de los dos se enojara, supongo, hasta que me diera cuenta de si el viaje valía la pena que te preocupara.

    En general me siento contenta de haber venido. Parece que soy la única india en los alrededores, y más ciertamente en el Centro Médico Hadassah, donde estoy efectuando mis investigaciones, aunque entiendo que hay algunos inmigrantes indios procedentes de Vietnam en este país y, no obstante, no me siento sometida a escrutinio alguno o discriminación en forma sutil como me pasa con frecuencia en Estados Unidos.

    Ashok, puedo ver tu cara con esa severa arruga de desaprobación que se te forma en la parte inferior de la frente.

    —No quiero oír nada acerca de Estados Unidos. Lo que deseo saber es por qué fuiste a Israel —probablemente estarás murmurando. Vine porque el profesor Frankenthaler consideró se trataba de una oportunidad interesante. Todo está relacionado con el muy excitante proyecto NO, del que te escribí anteriormente y el cual marcha muy bien, gracias. Pero vine también para poner mayor distancia entre mi persona y el aviso de matrimonio del Indian Express. Como sin duda lo sabes, no hay relaciones diplomáticas entre Israel y la India, ni tampoco comunicación por vía aérea. Bien podría haber volado hacia el occidente con el fin de llegar a oriente, si fuera lo suficientemente tonta como para tomar en cuenta entrevistas con candidatos a casarse conmigo.

    El aviso periodístico me molestó más de lo que quiero admitir —para ti o para mí—. Comencé a sentirme como si fuera una mercancía y no una que tuviera amplio mercado teniendo ya la edad de 26 años. Pero creo que ya me he repuesto y supongo que ésa es la razón verdadera de que hasta ahora lo pongo por escrito. Trabajando aquí, en un medio que no me es familiar, y bajo condiciones que le quitan a una bastante tiempo, pero que también son

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