Es curioso cómo en una época en que la innovación es un valor al alza, probablemente se esté innovando menos que nunca… al menos si se analiza nuestro contexto científico y tecnológico desde la perspectiva de un lector habitual de ciencia ficción; un género literario en el que, si se indaga, aunque sea de forma superficial, todo está inventado. Incluso lo que habitualmente se presenta como una idea original.
Algunos podrían objetar que inmiscuir a la ciencia ficción en esto es trampa, porque, al fin y al cabo, son historias completamente inventadas, muchas de ellas, incluso, inverosímiles. Aparecen rayos de la muerte, sistemas de teletransporte, extraterrestres... en algunas novelas hasta se puede viajar a mayor velocidad que la de la luz o, lo que es más demencial, ¡en el tiempo! Y la innovación, la de verdad, está limitada por las leyes de la física. Hay parte de razón en ello, pero no toda.
Una de las grandes losas que siempre ha soportado la ciencia ficción es, precisamente, esa: la de que se etiquete como tal lo que en realidad no lo es. Tampoco es fácil definirla —los críticos y teóricos de la literatura llevan estudiándola décadas y todavía no se han puesto de acuerdo—. Para el caso que nos ocupa, voy a citar a Stanley Schmidt, editor de la revista entre 1978 y 2012, porque utiliza un par de «reglas» que, si bien no son infalibles y admiten numerosos matices, funcionan bastante bien: 1) La ciencia ficción se basa en una idea especulativa sin la