Matrimonio tardío
Por Patricia Knoll
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Mary Jane se sentía confusa. Garrett se estaba comportando como si nunca le hubiera enviado aquella carta en la que le decía que la abandonaba y, además, acababa de proponerle que se casaran. Antes de aceptar, Mary Jane debía decirle que él era el padre de su hija mayor.
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Matrimonio tardío - Patricia Knoll
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Patricia Knoll
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Matrimonio tardío, n.º 1531 - julio 2020
Título original: Resolution: Marriage
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-709-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
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Capítulo 1
MARY JANE Kelleher se acercó al teléfono deseando no tener que hacer esa llamada. Sin embargo, sus hijas, Becca, Shannon y Brittnie, habían insistido en que era su deber.
El corazón le latía con fuerza. Pero no tenía otra alternativa, alguien debía llamar; y, dada la cobardía de sus vecinos, ella había sido la elegida.
Por décima vez leyó el número de teléfono que tenía apuntado en el papel que sostenía en la mano, aunque ya se lo sabía de memoria. Por fin, tras respirar profundamente, agarró el auricular y marcó el número.
–Empresas Blackhawk, buenos días –dijo una voz clara–. Soy Kay, ¿qué se le ofrece?
–¿Podría… podría hablar con Garrett Blackhawk, por favor?
–Lo siento, pero el señor Blackhawk está en una reunión. ¿Quiere dejarle un mensaje?
Mary Jane resistió el impulso de adoptar una salida fácil. Podía dejarle un mensaje diciéndole lo que necesitaba saber. Él ni siquiera tendría que devolverle la llamada.
–Se trata de un asunto realmente importante –dijo Mary Jane. ¿Hasta qué punto los empleados de Garrett estaban enterados de su situación familiar?–. Es algo personal y confidencial.
A continuación, Mary Jane dejó su nombre y su número de teléfono antes de añadir:
–Por favor, dígale que me llame lo antes posible y…
–Ah, señora, espere un momento –interrumpió la joven al otro lado de la línea–. La reunión acaba de finalizar. Iré a ver si el señor Blackhawk puede hablar con usted. Por favor, no cuelgue.
La recepcionista la dejó y Mary Jane, por el teléfono, escuchó la música de una emisora de radio de Albuquerque, donde Garrett vivía. Garrett era propietario de un enorme rancho en las afueras de la ciudad y tenía otros negocios en la mayor ciudad de Nuevo México. Era un hombre de éxito, el orgullo de su pequeña ciudad natal, Tarrant, en Colorado; pero apenas había vuelto en los veintiocho años transcurridos desde que acabó sus estudios en el instituto y se alistó en el ejército para ir a Vietnam. Al volver, había ido a la universidad y, después, había montado su propio negocio.
Mary Jane se alegraba por Garrett, se alegraba de que hubiera hecho lo que su padre consideraba imposible: tener éxito profesional sin la ayuda, la influencia ni el dinero de Gus.
Mary Jane había estado en Albuquerque en numerosas ocasiones, pero jamás se había tropezado con él. No había querido verlo en el pasado y tampoco quería en el presente. Lo único que tenía que hacer era darle el mensaje y eso sería todo…
–¿Mary Jane? –dijo, con incredulidad, una voz grave por el teléfono–. ¿Mary Jane Sills?
Mary Jane se llevó tal sobresalto que estuvo a punto de dejar caer el auricular. Lo agarró con fuerza y contestó sin respirar:
–Ahora es Mary Jane Kelleher, Garrett.
–Sí, perdona, lo sabía. Qué… sorpresa.
–Lo sé, Garrett. En realidad, te llamo por un asunto referente a tu padre.
Le oyó respirar profundamente.
–¿Qué ha hecho? ¿Os ha hecho daño a ti o a tu familia? Si es así, voy a…
–No, no, no es nada de eso –respondió Mary Jane–. Garrett, tu padre está muy enfermo. Lleva meses enfermo, pero no le ha permitido a la señora Chandliss que te llamara.
En realidad, el viejo Augustus Blackhawk había amenazado de muerte a Ruth Chandliss si se le ocurría llamar a Garrett; pero Mary Jane decidió que no era momento para decírselo a este.
–Creo que ha tenido un infarto por lo menos, pero se niega en redondo a ir al médico, por lo que no se sabe con seguridad.
–¿Cuándo ha sido? –inquirió Garrett.
Mary Jane hizo una pausa para pensar.
–Creo que el pasado junio –respondió Mary Jane despacio–. Fue entonces cuando empezamos a notarle cambiado…
–¿Y nadie pudo molestarse en llamarme para decírmelo?
–Eh, Garrett, espera un momento. Todos nosotros…
–¿Todos vosotros?
La conversación no iba saliendo como Mary Jane había esperado.
–Los vecinos –dijo ella secamente–. Pensamos que, si lo que le ocurría era serio, sus empleados te llamarían para contártelo. Y también que tú volverías a casa para visitarlo…
–¿A mi casa? Tarrant no es mi casa desde hace veintiocho años.
Frustrada, Mary Jane se pasó una mano por la frente.
–Sabes perfectamente lo que he querido decir. Escucha, Garrett, no sé qué tipo de relación tienes con tu padre ahora y, francamente, tampoco me importa. Lo único que estoy haciendo es cumplir con mi deber de vecina, que es llamarte para decirte que está enfermo y que te necesita.
–Sí, pero con unos meses de retraso –contestó Garrett.
Mary Jane apretó los dientes.
–Igual que tus visitas a tu padre –le espetó ella–. Sin embargo, lo cierto es que acabo de enterarme hoy de lo preocupada que está Ruth Chandliss por su salud. Tu padre la amenazó con echarla, o algo peor, si se le ocurría llamarte.
Garrett lanzó un gruñido.
–No sé por qué Ruth no lo dejó hace años.
Mary Jane estaba de acuerdo con el comentario, pero no lo dijo.
–¿Por qué pensáis que se trata de un infarto? –continuó Garrett.
–Tiene muy mal color y muy mal aspecto. Tiene dificultades para hablar, su comportamiento es extraño y…
–Querrás decir que está más irascible que de costumbre, ¿no? –interrumpió Garrett.
–Sí, eso me temo. Ninguno de nosotros podemos hacer nada por él.
–No, por supuesto, es responsabilidad mía. Iré inmediatamente, en avión.
Mary Jane casi sonrió. Después de tomar una decisión, Garrett se movía con rapidez.
Siempre le había gustado la velocidad: coches rápidos, caballos veloces y aviones en lugar de transporte por tierra.
–¿Podría alguien ir a recogerme al aeródromo de las afueras de Tarrant? –preguntó Garrett.
–Sí –no había motivo por el que ella no pudiera ir a recogerlo, no sería propio de una buena vecina. Adoptó una actitud adulta–. Yo misma iré. Lo único que tienes que hacer es decirme a qué hora.
Era una estupidez ofrecerse para ir a recogerlo; pero antes de ver a su padre, Garrett debía estar enterado de ciertos factores referentes al estado de Gus Blackhawk. Además, a Garrett no le vendría mal enterarse de que la dulce y confiada joven del pasado se había convertido en una mujer madura que dirigía su propio negocio.
Garrett iba a llevarse una gran impresión cuando viera a su padre. A pesar de pensar que Garrett había descuidado al viejo Gus, ella podía suavizar la primera impresión.
–Te lo agradezco, Mary Jane –antes de colgar, su mal humor dio paso a una voz ronca y sincera–. Sé que mi padre siempre se ha portado mal contigo y con tu familia, MarJay, así que te agradezco mucho que, a pesar de ello, me hayas llamado.
Aquel cambio de actitud hizo que el corazón de Mary Jane empezara a palpitar con fuerza.
–Me parecía que te lo debía… por los viejos tiempos, Garrett.
–MarJay, tú a mí no me debes nada.
A continuación, Garrett se despidió apresuradamente y colgó el teléfono.
Mary Jane colgó también, cruzó la cocina con paso cansino y se dejó caer en una silla. MarJay. Garrett era la única persona que la había llamado así… cuando tenían diecisiete años y estaban desesperadamente enamorados. Pero ya no eran las mismas personas. Ambos tenían ya cuarenta y seis años y toda una vida a sus espaldas. Cuando se vieran, descubrirían grandes cambios el uno en el otro.
Se miró las manos, ya no eran las manos tiernas y suaves de una adolescente. Eran unas manos endurecidas por el trabajo en el rancho.
Mary Jane se levantó y se acercó al pequeño espejo que colgaba de la puerta trasera de entrada a la casa.
Sus ojos grises eran claros y francos. Sus facciones se habían suavizado con el tiempo y con los cinco kilos que había engordado con el paso de los años debido a la maternidad, al trabajo en el rancho y a haber aprendido a cocinar. Su pelo corto y rubio no mostraba canas, ya se encargaba ella de que no las hubiera con la ayuda de unos botes de tinte. Tenía unas pequeñas arrugas alrededor de los ojos, por lo que Mary Jane no veía motivo para dejar que las canas anunciaran su edad.
Sus hijas se encargaban de ello.
Mary Jane se fijó en la camisa a cuadros y en los vaqueros que llevaba puestos y decidió cambiarse de ropa, aunque asegurándose a sí misma que no era por vanidad.
En realidad, tenía tiempo para darse una ducha, arreglarse el pelo, maquillarse y planchar el vestido pantalón color azul que Becca le había regalado por su cumpleaños.
Pero no lo hacía por vanidad, se repitió