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Pensando en ti
Por Jennie Adams
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Un jefe serio y formal acababa de contratar a una secretaria sin miedo a romper las normas.
En cuanto conoció a Sophia Gable, Grey Barlow se dio cuenta de que su nueva secretaria era cualquier cosa menos una mujer convencional y no tardó en empezar a preguntarse por qué la había contratado.
Sophia estaba algo nerviosa con el trabajo y sabía que lo peor que podía hacer era enamorarse del jefe. Pero, ¿cómo no iba a enamorarse de un hombre tan increíblemente guapo? Grey no era de los que se comprometían, pero ella tenía un corazón bueno y generoso que quizá fuera exactamente lo que él necesitaba.
En cuanto conoció a Sophia Gable, Grey Barlow se dio cuenta de que su nueva secretaria era cualquier cosa menos una mujer convencional y no tardó en empezar a preguntarse por qué la había contratado.
Sophia estaba algo nerviosa con el trabajo y sabía que lo peor que podía hacer era enamorarse del jefe. Pero, ¿cómo no iba a enamorarse de un hombre tan increíblemente guapo? Grey no era de los que se comprometían, pero ella tenía un corazón bueno y generoso que quizá fuera exactamente lo que él necesitaba.
Autor
Jennie Adams
Australian author Jennie Adams is a Waldenbooks bestseller and Romantic Times Reviewer's Choice Award winner with a strong International fanbase. Jennie's stories are loved worldwide for their Australian settings and characters, lovable heroines, strong or wounded heroes, family themes, modern-day characters, emotion and warmth.Website: www.joybyjennie.com
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Pensando en ti - Jennie Adams
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Jennie Adams
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pensando en ti, n.º 2241 - mayo 2019
Título original: The Boss’s Unconventional Assistant
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1307-991-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
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Capítulo 1
AQUÍ es donde se viene a relajar un multimillonario o a recuperarse de un accidente –dijo Sophia Gable al detener el coche delante de la mansión de Grey Barlow.
Se trataba de un magnífico edificio de piedra y pizarra con un amplio porche de altos pilares, rodeado de amplios prados con espléndidas flores.
Era un lugar muy distinto al ajetreo de Melbourne, pero Soph era muy adaptable y, mirando al conejillo blanco que ocupaba una jaula en el asiento del acompañante, supuso que Alfred preferiría aquel escenario al de la ciudad.
Suspiró profundamente. Estaba a punto de dar un primer paso hacia su nueva carrera. Era el primer empleo que le proporcionaba la agencia de colocación. Le habían asignado el cuidado de un hombre y esperaba demostrar su versatilidad para que siguieran empleándola regularmente.
Bajó del coche, se estiró el jersey color cereza y los pantalones negros, y fue sonriente hacia la escalinata de entrada.
–¿Eres Sophia Gable, la ayudante personal que solicité a la agencia de empleo? –oyó una voz masculina desde una esquina del porche que quedaba en la penumbra–. Pensaba que serías mayor y menos… colorida.
¿Le incomodarían las puntas del cabello teñidas de rojo? Sophie escudriñó el porche para localizar la voz.
–Soy Sophie, pero puede llamarme Soph, señor Barlow. Pude ver la escayola que le cubría el brazo y la venda que le envolvía el tobillo de la pierna que tenía estirada delante de sí en una incómoda postura. El anuncio solicitaba alguien con habilidades secretariales y domésticas, y le aseguro que yo estoy preparada para ambos tipos de tareas. He estado pensando en cómo ayudarle.
–Para ayudarme, bastará con que hagas lo que te pida y me lleves en coche cuando lo necesite. Eso será todo –replicó él en tono irritado–. No estoy completamente impedido. Sólo tengo un esguince y una brazo roto.
–Me alegro de que tenga una actitud tan positiva –aunque estaba un poco desconcertada, Soph hizo lo posible por sonar animada–. Además, puedo…
–Siéntate, por favor –la interrumpió él sin ofrecer disculpas al tiempo que señalaba una silla frente a sí–. Me alegro de que hayas sido puntual, pero no tengo tiempo para socializar –Soph dio un paso adelante y pudo verlo–. No te pareces nada a como te había imaginado. Pensaba que serías mayor.
Soph prestó atención sólo parcialmente a sus palabras porque estaba entretenida admirándolo. Tenía hombros anchos, cabello oscuro y un rostro de rasgos marcados con unos impresionantes ojos verdes. Debía de estar en la treintena y en su cuerpo no había ni un gramo de grasa.
–Supongo que los dos podremos sobreponernos a la sorpresa –dijo él en tono ácido.
–Seguro que sí –a pesar de su malhumor, resultaba muy atractivo.
Soph sintió que el pulso se le aceleraba, pero prefirió ignorarlo. Se trataba de un desconocido, unos diez años mayor que ella y, para colmo, su jefe.
Ella sólo salía con hombres de su entorno y edad, y siempre aclaraba desde el principio que sólo quería pasarlo bien. Si alguna vez la cosa se ponía seria, huía. Quizá en un futuro lejano, aceptaría una relación estable con un hombre corriente, pero sólo si podía controlarla.
Intuía que Grey Barlow no era ni corriente ni dominable, y tampoco tenía el aspecto de alguien que buscara estabilidad en una casita con una valla blanca como la que ella podría desear algún día. O al menos como la que habían buscado y encontrado sus hermanas a pesar de que, como ella y por culpa del abandono de sus padres, también habían tenido problemas para confiar en los demás.
De hecho, Bella y Chrissy habían sufrido más que ella. Después de todo, sus hermanas mayores la habían protegido para que llevara una vida normal y feliz a pesar del abandono. Gracias a ellas, no había crecido traumatizada. Por eso las adoraba.
–Encantada de conocerlo, señor Barlow. Confío en que quede satisfecho de mi trabajo –eso era lo fundamental para ella. Hacer las cosas bien, sentirse útil.
–La agencia me ha asegurado que eras la mejor candidata –Grey alzó el brazo derecho, lo dejó caer con gesto contrariado, y levantó el izquierdo.
Soph le tendió también su mano izquierda.
–Espero cumplir sus expectativas –dijo, inquietándose por la incredulidad que percibía en él.
El apretón de manos, que debía haber resultado impersonal, fue como una sacudida eléctrica que le llegó al corazón. Soph creyó adivinar una reacción similar en la mirada de Grey, pero cuando lo observó con más atención, encontró una máscara imperturbable y decidió que debía de haberlo imaginado.
–Los médicos me han ordenado descansar una semana. Supongo que el aire fresco me sentará bien, pero creo que están demasiado preocupados con mi salud. Después, volveré a Melbourne y tú seguirás trabajando para mí.
–Prometo esforzarme al máximo –dijo Soph, mientras pensaba que también tendría jardín en Melbourne para acoger a Alfie. En algún momento tendría que explicar su presencia. Cómo lo había encontrado atado a un poste, abandonado, la noche anterior, y cómo había pasado a pertenecerle.
Su jefe asintió con la cabeza.
–Además de las tareas que has comentado, tendrás que filtrar las llamadas y ahuyentar a las visitas inoportunas.
A Soph le llamó la atención que no quisiera visitantes. En una situación similar, podía imaginarse rodeada de sus hermanas y cuñados, que la atenderían hasta que se recuperara.
Ello le llevó a pensar en la familia de Grey Barlow. Quizá era demasiado orgulloso como para dejar que le vieran sus amigos o familiares cuando no estaba en plena forma. Soph sonrió con especial amabilidad.
–No se preocupe, si alguien intenta entrar, lo echaré como si fuera un perro guardián.
Grey sonrió y Soph sintió que el corazón le daba un salto. Súbitamente sus facciones se habían dulcificado y había rejuvenecido varios años.
–¿Tiene mascotas, señor Barlow? Verá, yo…
–No, no tengo ninguna –la sonrisa desapareció y fue sustituida por una expresión de enfado–. Ese tipo de compromisos me resultan incómodos.
Soph optó por no mencionar a Alfie. Tal y como había intuido, tampoco había en el horizonte de aquel hombre una casita con un vallado blanco, y la confirmación le resultó reconfortante.
–Volvamos a hablar de tus funciones –una vez más, Grey sonó irritable–. Aunque no esté en condiciones de acudir a las obras, pienso seguir cada detalle de la empresa. Mantendré videoconferencias, leeré y responderé el correo, y revisaré los informes de los distintos departamentos –tomó aire–. Tendrás que pasar al ordenador toda mi correspondencia y realizar las tareas que te asigne, incluidos algunos trabajos de documentación.
–Estoy deseando empezar –Soph curvó los labios en una sonrisa con la que esperó transmitir seguridad en sí misma.
–Me alegro de que tengas una actitud tan positiva –dijo él. Y deslizó su mirada por su jersey y su colorido cabello antes de dirigirla hacia su fiel Volkswagen Escarabajo. Arqueando las cejas, preguntó–: ¿También estás preparada para las tareas administrativas?
–Tengo buenos conocimientos de informática y sé usar programas de transcripción –que nunca hubiera tenido que ponerse a prueba profesionalmente no significaba que no pudiera hacerlo.
Se había preparado y necesitaba una oportunidad para demostrarlo. Enumeró las demás habilidades que poseía:
–Sé usar sistemas de clasificación clásicos y de ordenador, y tengo experiencia en organizar citas y atender llamadas –pocos sitios resultaban más estresantes que un salón de belleza–. Y tengo un historial como conductora impecable –añadió, asumiendo que en algún momento tendrían que usar el coche–. Aunque he venido un poco cargada, podré hacer sitio para sus cosas para cuando volvamos a Melbourne.
–Tu coche será enviado a la ciudad. Yo prefiero usar el mío. Lo trajo un chófer.
–Muy bien. Me encanta conducir distintos coches –dijo Soph, aunque nunca había conducido más que su Escarabajo y el viejo descapotable de su cuñado.
–Puedes descargar tus cosas –dijo Grey, poniéndose en pie y renqueando hacia la puerta principal–. Después, reúnete conmigo en el despacho. Es la habitación a la derecha de la entrada. Tu dormitorio está en el primer piso, la primera puerta a la izquierda –concluyó antes de abrir la puerta.
Soph dedujo que ése iba a ser su comportamiento. La había contratado y pagaría generosamente para que le ayudara, pero no quería mostrarse inválido ni que lo tratara como si lo estuviera.
A ella no le importó. Cuidaría de él sin hacérselo notar, pero no le fallaría.
–¿Has traído el programa de reconocimiento de voz?
Grey había levantado el pie del suelo porque, evidentemente, le hacía daño apoyar el peso en él.
–Sí, lo recogí ayer por la tarde –Soph escrutó su rostro y reconoció las huellas del cansancio y del dolor. Claro que necesitaba descansar…, y que le cuidaran.
–Tráelo. Si lo instalo, podré mandar correos sin tu ayuda y sin tener que escribir con una sola mano. Tu primera tarea será copiar el dictado que he hecho esta mañana.
¿Apenas habían dado las nueve y ya había estado trabajando?
–Haré lo que le convenga –siempre que le dejara cuidar de sus lesiones. Soph fue hacia el coche–. Le daré el programa y luego descargaré
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