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Juegos de imitación
Juegos de imitación
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Libro electrónico142 páginas1 hora

Juegos de imitación

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El supuesto plagio realizado por Raymond Carver a uno de los cuentos escritos por Julio Cortázar es la línea argumental de la historia alrededor de la cual se articulan, conceptualmente, el resto de las piezas que componen Juegos de imitación. El espíritu de ambos autores gravita sobre un conjunto que procura homenajear el talento de dos grandes maestros, a la vez que discurrir sobre el propio oficio literario.
El título mismo se constituye en clave interpretativa: la literatura vista como juego, eterno retorno a lo dicho por otros en el intento de insuflarle una voz propia. En el camino, historias mínimas, de apariencia intrascendente donde lo insólito, lo fantástico, acaso asome tras la pátina de lo real y cotidiano.
¿El ejercicio de la escritura y las mezquindades que en ella se despliegan? ¿El influjo de la obra sobre su autor? ¿La vinculación entre sueños y realidad? ¿El amor que no obstante prevalece y nos impulsa como vínculo perfecto? Y en todo ello, La Habana, Cuba como trasfondo. Juegos de imitación pretende, en suma, proponer líneas de fuga capaces de dejar en el lector cierto regusto inquietante; afrontar el reto de volver sobre lo andado con la ambición de descubrir aires distintos.
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento12 sept 2016
ISBN9781635037418
Juegos de imitación
Autor

Yamila Peñalver Rodríguez

Yamila Peñalver Rodríguez (La Habana, 1978). Licenciada en Psicología, egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Finalista del Concurso Nacional de Minicuentos Casa Tomada 2006. Finalista del Concurso de Narrativa Erótica Los cuerpos del deseo 2012. Mención en el Premio Celestino de Cuento 2011 y 2012 con los libros La realidad está en alguna parte y Tríptico, respectivamente. Mención Premio David de cuento 2014 con el cuaderno 1113. Mención Becas de creación Dador 2016 con el proyecto de libro Juegos de imitación. Tiene publicado por el sello editorial La Luz, Holguín, Menos de cien botellas (Colección Analekta. Narrativa). Cuentos suyos aparecen en las siguientes antologías: Los cuerpos del deseo (narrativa erótica), Neo Club Ediciones y Alexandria Library, 2012. Como raíles de punta. Joven narrativa cubana, Sed de Belleza, 2013 y Deuda temporal. Antología de narradoras cubanas de ciencia ficción, Colección Sur Editores, 2015. Ha colaborado con publicaciones digitales e impresas tanto nacionales como extranjeras: Cubaliteraria, Esquife, Vercuba, Papeles de la Mancuspia (México) y Casapalabras (Ecuador).

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    Juegos de imitación - Yamila Peñalver Rodríguez

    imitación

    Prólogo

    Jugar. Jugar a dejar de ser. Dejar de ser para jugar. La literatura como vida. La vida como juego. Escribir. Vivir. Jugar. Eso somos: seres que juegan. Homo ludens. Eso nos anega desde las trece historias que se nos abalanzan desde este ¿libro? ¿juego? Un libro escrito en una isla endemoniada deviene una suerte de pastiche ―endemoniadamente intertextual― en el que todas las mujeres― endemoniadamente eróticas― responden al nombre de Laura, y el sexo y la literatura ―fantasmas endemoniados y bicornes― inundan (a mansalva) cada página para acabar, de la mano del mosaico de textos que deambulan por este texto-mélange, inundando, también a mansalva, a cada uno de los lectores. Una autora cubana, con el pulso elegante y firme de los clásicos y la barahúnda ―endemoniada― de los oriundos de esa isla.

    Rafael de Águila

    Narrador, ensayista, crítico y politólogo cubano

    Perfume

    Afuera aumentaba la oscuridad.

    Las luces de la calle se veían por la ventana.

    Los hombres, sentados ante el mostrador, leían el menú.

    ERNEST HEMINGWAY. Los asesinos

    Miró hacia afuera. La vio alejarse por la calle.

    Al mirarse al espejo vio que realmente

    era un hombre distinto.

    ERNEST HEMINGWAY. El mar cambia

    A la seis de la tarde el lugar se hallaba prácticamente vacío; Alberto lo esperaba en la mesa del fondo ―la de siempre, cercana a la barra―, el cigarro encendido ante una copa de vino.

    ―¿Ya ordenaste? ―él hizo una seña al barman antes de sentarse.

    Alberto no contestó, aplastó el cigarro e hizo igual una seña, esta vez al mozo, que aguardaba atento muy cerca de la mesa.

    ¿Qué desea el señor?

    Era también el mismo de siempre, un chico de piel oscura y poco más de veinte años. Alberto lo observó satisfecho; le agradaba ser atendido por un negro. Si iba a dejar propina, una buena propina, mejor deslizarla en un bolsillo fraterno. Pura lucha de clases, pensó Raúl con cierta repugnancia.

    El señor va a necesitar algo más fuerte, dijo Alberto por fin. Un cognac, por ejemplo. ¿Alguna sugerencia?

    El joven no lo pensó dos veces. Tenemos Domeqc y Terry Malla Dorada, pero si me pregunta, el Domeqc es más exclusivo.

    Pues que sea un Domeqc, Alberto dio dos leves palmadas; un tenue olor a perfume escapó de sus manos. Traiga la botella que hoy celebramos. Ah ―el joven ya daba la vuelta para marcharse―, dígale al barman que se apure con el trago del caballero.

    El mozo se alejó finalmente.

    ―¿Qué celebramos, si se puede saber? ―Raúl comenzó, distraído, a juguetear con los cubiertos. El negro se entretuvo en prender otro cigarro, de buena gana él le habría pinchado los dedos con cualquiera de los tenedores a su alcance.

    ―Nada en particular. La vida, supongo. El estar aquí los dos, bebiendo juntos… Mejor ordena tú ―Alberto arriesgó una lánguida sonrisa de dientes muy blancos―, estoy seguro que preferimos lo mismo.

    Le pasó la carta; Raúl, incómodo, la abrió sin demasiado entusiasmo. El barman trajo por fin su Johnnie Walker a la roca.

    ―¿Cómo está Laura? ―Emperador, eso pediría, y que al negro se le desfondaran los bolsillos. Para eso publicaba con Tusquets y se daba el lujo de una casona en el Vedado, para eso impartía conferencias sobre narrativa cubana en países tan distantes como España, Turquía o los Estados Unidos.

    ―Hace calor, ¿no te parece? ―Alberto se movió en el asiento. Él alcanzó a percibir otra vez la inconfundible fragancia; crecía, se enredaba en sí misma, abarcaba el amplio espacio del salón que ya iba llenándose de comensales. Como los dos tipos de aspecto sombrío que ahora se encaminaban hacia la barra. Le parecieron muy raros. Rostros demasiado pálidos, vestuario insólito: gabanes oscuros, pequeños sombreros a lo Dick Tracy o Humphrey Bogart, guantes de cuero.

    ―¿Recuerdas esa conversación que tuvimos en el Fortuna? La que te pareció tan absurda ―el negro no podía verlos, les daba la espalda. Uno de los tipos alzó su vaso; Raúl, tomado por sorpresa, apenas atinó a corresponder. Había una botella entre ambos hombres, Ballantine’s; aunque no viera al barman servirles trago alguno.

    ―La típica amenaza que nunca llega a cumplirse.

    Alberto llamó de nuevo al mozo, pidió le trajera tabacos. De los pequeños, dijo, esos rollizos, muy cortos, que lucen enanos entre los dedos. Poético el negro, como todo buen escritor de ficciones. El muchacho preguntó si ya iban a ordenar.

    Entrante: Aceitunas con queso y tostones rellenos con atún.

    Plato principal: Arroz pilaf, filetes de Emperador en salsa agridulce, ensalada de estación.

    Para beber, un Valdepeñas blanco; Raúl recordó haber leído en alguna parte que Hemingway, a su paso por España, se había aficionado a aquel vino. Algún día él también se aficionaría a vinos selectos y pagaría cenas caras en restaurantes de lujo para una mujer especial, una con la que entonces ya no habría de esconderse.

    ―¿Eso crees? ―el negro encendió un tabaco, el humo comenzó a crecer en pequeños arabescos y el perfume a confundirse con las volutas sin perder intensidad. Desde la barra llegaron los acordes de una canción.

    Primero, que tú has sido para mí lo más grande de este mundo…

    Un bolero con tintes de flamenco, Omara en cálido featuring con Alejandro Sanz. Merecía escucharse aquel tema, merecía escucharse en otra compañía, las manos entrelazadas, los ojos achicados por el deseo.

    Yo que fui lo que tú digas, pero que hasta te regalo aquellas risas…

    El otro tipo levantó también su vaso y lo vació de un trago, después se acomodó en la rústica banqueta.

    ―Siento decepcionarte; al final acabé por hacerlo. En realidad fue más simple de lo que pensé ―Alberto le sostuvo la mirada; Omara, con verbo apasionado, se atrevió a secundarlo:

    Dos, que alguna vez quisimos compartir el breve instante que es la vida…

    Entrechocar de copas, conversaciones por lo bajo, el ir y venir de los camareros y aquel intenso perfume; Raúl se aflojó el cuello de la camisa.

    …tres, que hoy yo vivo en las ruinas de un silencio que va dejándome sin voz…

    ―Lo peor es que detesto comer solo…

    Siempre sospechó que el negro estaba loco.

    ―¿Esto es un mal chiste?

    ―¿Tengo cara de estar bromeando?

    Raúl volvió a mirar a los lados, se frotó los ojos.

    ―¿Perdiste la cabeza?

    ―En absoluto, y creo recordar que aquella tarde incluso te pareció simpático. Absurdo, extraordinario; pero muy divertido.

    ―¡Porque imaginé justamente que era una tontería, uno más de tus embustes! ―ahora los dos tipos lo miraban de lleno. Al y Max, se le ocurrió de pronto; perfectos nombres para un par de asesinos―. ¿Cómo iba a suponer…?

    ―Laura me engañaba ―Alberto lo interrumpió sin inmutarse; Omara aprovechó para rematar la primera parte de su intervención:

    ¿En qué momento de mi largo caminar perdimos eso?

    ―No es posible… ―Raúl bebió el resto del whisky y se quedó con el vaso entre las manos.

    ―¿Otro?

    Al y Max continuaban en su sitio, Alberto fue hasta la barra y se paró entre los dos. Los bordes de los abrigos le rozaban el pantalón, la rodilla de Al, incluso, tocaba su pierna derecha. No se dio por enterado; de vuelta a la mesa no dejaba de sonreír.

    ―Aquí tienes, Chivas Regal. Se les terminó el Johnnie Walker.

    Verdad que soy difícil, pero he sido para ti lo único profundo, también verdad que procuraba estar conmigo cuando estaba más confuso…

    El madrileño proyectaba ahora esa voz suya, tan suave, que bien manejada obraba milagros.

    …tú tratando de existir, que me perdone el Universo, y yo guardándome en secreto que ya no quiero escuchar otro bolero más…

    A Raúl comenzó a faltarle el aire.

    …tú empeñada en que querías ser feliz…

    No puedo soportarlo, le había dicho ella una semana antes. Y él siempre cuidadoso, Hay que esperar, cariño, en cuanto me acepten el libro habrá dinero suficiente…

    ―Apenas se resistió. Primero me echó en cara que había encontrado el verdadero amor, una persona maravillosa que sabría hacerla feliz. Así dijo: Una persona maravillosa.

    …una vida entera, pero a tu manera, dime amor, en qué momento de tu largo caminar perdimos eso…

    Alejandro y Omara mezclaban al fin sus voces; Al y Max lo miraban de reojo, hablaban en susurros, la botella de Ballantine’s prácticamente en cero. El barman no les hacía el menor caso.

    …yo te buscaba en los azules y me enfrentaba a tempestades, y ahora no sé si tú exististe o eres solo un sueño que yo tuve…

    De pronto los vio levantarse, dejar unos billetes y salir presurosos tras un tipo inmenso con pinta de boxeador retirado. El barman no tocó el dinero, Raúl juraría haberlo visto pasar el paño cual si nada hubiera encima de la barra.

    …pero es que hay gente que no consigues olvidar jamás, no importa el tiempo que eso dure…

    Vio venir al mozo, se inventó una excusa y escapó por una de las puertas laterales.

    La cama destendida, gavetas entreabiertas, perfume de mujer flotando en el aire. Ella saliendo del cuarto en silencio, suponiéndole dormido después de hacer el amor hasta el cansancio; su gesto habitual de acomodarse el cabello tras la oreja; el minúsculo hoyuelo en la barbilla, recuerdo de un antiguo accidente, que él se obstinaba en acariciar con la lengua…

    ¡Hijo de puta! ¡Cabrón de mierda!

    Revisó el cuarto; no halló rastro de las pertenencias de Laura. Nada en las gavetas, nada en los closets, como si nunca mujer alguna hubiera pisado aquella casa. El perfume persistía, sin embargo; esa rara mezcla de flores tiernas,

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