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Textos de Historia del Arte
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Libro electrónico248 páginas3 horas

Textos de Historia del Arte

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Los textos de historia del arte están incluidos en los tres últimos libros de la Historia Natural. Pueden ser leídos de forma autónoma y constituyen una fuente imprescindible para el conocimiento del arte antiguo y de los tratados de arte anteriores a su redacción. En sus escritos podemos encontrar, además, opiniones e ideas sobre el arte que pueden entenderse como opiniones e ideas de época: destacan la austeridad y el sentido de la utilidad de Plinio, la crítica del despilfarro, la moderación en el lujo, la admiración por las obras públicas...

La presente edición de M.ª Esperanza Torrego ofrece una nueva y cuidadosa traducción, acompañada de un completo aparato crítico que facilita la lectura fecunda del texto de Plinio.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jun 2019
ISBN9788491143192
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    Textos de Historia del Arte - Plinio el Viejo

    nombres.

    Libro 34, 5-93; 140-141

    Tipos de bronce. Utilizaciones diversas

    En otro tiempo, el cobre se mezclaba y se fundía con oro y plata, a pesar de lo cual el arte seguía valorándose más; ahora no es seguro si ha empeorado el arte o el material y es extraño que, cuando los precios de las obras han crecido hasta el infinito, la dignidad del arte haya desaparecido. En efecto, como en todas las cosas, el amor a la ganancia es lo que ha empezado a cultivarse, cuando antes solía prevalecer el amor a la gloria –por eso incluso se adscribía la actividad artística a ocupación de dioses, cuando los próceres de las familias buscaban también la gloria por esta vía–. Hoy, el procedimiento de fundir el apreciado bronce está tan perdido que durante mucho tiempo ni siquiera el azar ha podido reemplazar el arte en este dominio.

    De los bronces antiguos el más apreciado es el de Corinto. La aleación de Corinto se produjo por casualidad, cuando fue capturada esta ciudad, en un incendio¹, y es admirable la pasión que suscitó en muchos; en efecto, se dice que no fue otra la causa por la que Verres², al que había condenado M. Cicerón, fue proscrito por Antonio, junto con Cicerón, sino la de haberse negado a cederle sus bronces de Corinto³. Pero para mí que la mayor parte de los que parecen conocer este bronce lo simulan para distinguirse de los demás sin apreciar en él nada especial, y esto lo mostraré brevemente. Corinto fue capturada en el año tercero de la olimpiada 158, el 608 de nuestra ciudad⁴, un momento en el que habían dejado de existir hacía siglos los célebres cinceladores autores de todas las obras que esos llaman hoy «bronces corintios». Por esta razón, para confrontarlos, fijaremos las edades de los artistas⁵, pues será fácil colegir los años de la fundación de Roma a partir de la correspondencia con las olimpiadas mencionada más arriba. Por tanto, los únicos vasos corintios auténticos son los que esos delicados utilizan bien como platos, bien como lucernas o palanganas, sin reparar en su valor.

    Hay tres tipos de bronce corintio; uno blanco, que resplandece casi con el brillo de la plata, el metal que más domina; otro en el que domina el amarillo del oro, y un tercero, aleación de los tres metales en las mismas proporciones. Además de estos, hay un tipo del que no puede darse la proporción, por más que se deba a la mano del hombre, sino que es una aleación producto del azar, muy apreciada en las estatuas de dioses y hombres por su color, parecido al del hígado, por lo que se le llaman hepatizon ⁶; es de menor calidad que el de Corinto pero de mejor que el de Egina y Delos⁷, que durante mucho tiempo mantuvieron la primacía.

    El más famoso de todos en la antigüedad fue el de Delos. El frecuente comercio de todo el orbe con esta isla hizo que se extremara el cuidado en su fabricación. Le vino la fama primero de su utilización para los largueros y las patas de los triclinios; después se llegó a utilizar para las estatuas de los dioses y las efigies de los hombres y de otros seres vivos.

    Le sigue en renombre el bronce de Egina, isla que se ennobleció gracias al bronce, y no porque se criaran allí las materias primas, sino por las aleaciones de sus talleres. De este lugar se tomó el buey de bronce que está en el Foro Boario⁸, en Roma. Este nos servirá de ejemplo de bronce de Egina. El de Delos, por su parte, está representado por el Júpiter que está en el templo de Júpiter Tonante, en el Capitolio⁹. Aquel era utilizado por Mirón, este por Policleto, coetáneos y condiscípulos, cuya rivalidad estribó en la elección de la materia prima.

    Egina se especializó en la elaboración de la parte de los candelabros donde se colocan las candelas, como Tarento en los brazos; por consiguiente, la tarea de los talleres de los dos lugares es el ensamblaje de ambas partes. A nadie le avergüenza pagar por una de estas piezas el sueldo de un tribuno militar, por más que el propio nombre le viene de la luz de las candelas¹⁰. En la venta de uno de estos candelabros, el pregonero Teón añadió un batanero jorobado llamado Clesipo, que era además de aspecto repugnante. El lote lo compró Gegania¹¹ por 50.000 sestercios. Mostró su compra en un banquete y a Clesipo desnudo para hacer reír a los convidados; después, presa de un indecoroso deseo, lo introdujo en su lecho y más tarde en su testamento. Clesipo, que se había hecho muy rico, adoró aquel candelabro como a un numen y añadió esta historia a las que se cuentan de los bronces de Corinto; sin embargo, dio satisfacción a la moralidad erigiendo un célebre sepulcro que sirvió para que perdurara en todas las tierras el eterno recuerdo de la vergüenza de Gegania. Por lo demás, aunque es cierto que no existe ningún candelabro de Corinto, se aplica este apelativo muy frecuentemente a los candelabros, porque la victoria de Mumio¹² destruyó Corinto, pero hay que tener en cuenta que de otras muchas ciudades griegas también se dispersaron piezas de

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