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Todos Caballeros
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Tres "Caballeros" dispuestos a hacer todo lo necesario para ganar una Senaduría en la República Italiana en Pinerolo.

Enorme Sátira del mundo de la política. Quien quiera oir que oiga. Estupenda y muy actual novela, digna de ser leída para aprender algo más sobre los manejos políticos se algunos partidos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 dic 2019
ISBN9781071520178
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    Todos Caballeros - Pier-Giorgio Tomatis

    Todos Caballeros

    Pier Giorgio Tomatis

    ––––––––

    Traducido por Raquel Camargo 

    Todos Caballeros

    Escrito por Pier Giorgio Tomatis

    Copyright © 2019 Pier Giorgio Tomatis

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Raquel camargo

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    TODOS CABALLEROS

    No es de maravillarse si en un tiempo loco los locos son buenos. No hay que maravillarse si en un momento de locura los alienados dan prueba de sí mismos. Nicolás Maquiavelo Carta a Francisco Gucciardini, 5 de noviembre de 1526.

    CAPÍTULO 1

    PRÓLOGO

    8 DE AGOSTO DE 2037

    El calor del sol parecía deslumbrar los adoquines de la calle que se dirigía a la cima de la colina, hasta transformar aquellos guijarros de piedra en purísimos granos de arena caliente. Un viejo con la barba desordenada se enjugaba el sudor de la frente con un pañuelito de seda, buscando refugiarse debajo de los portales de la parte antigua de la ciudad. Dos hombres jóvenes, con mochila a la espalda se encaminaron a paso lento, charlando y mirando distraídamente las vidrieras. Un olor nauseabundo a pescado descompuesto y quien sabe que más, se colaba en las narices, haciendo difícil la respiración. Un auto lujoso se precipitó descuidadamente veloz en la exigüidad del pasaje de la calle Vía Trento. La acera elevada y las paredes de las viejas arcadas eran lo más deteriorado que se podía ver.

    Era curioso cómo las fachadas de las plantas superiores parecían impresas, dando a los observadores poco atentos la impresión de que se trataba de viviendas de lujo. Un vigilante redactaba una multa a un vehículo mal estacionado. Después de todo, e encontraba en el interior de la zona de tráfico limitado. Un perro maltratado, sucio y enfermo, revolvía entre la basura de un contenedor. La visto de todo esto no se encontraba entre las más edificantes. Pero ellos no vinieron para hacer observaciones sobre la habitabilidad del centro histórico de la ciudad o su desarrollo arquitectónico. Su muy modesto objetivo era conocer la Vía Príncipe de Acaja. Tenían una cita muy importante.

    _ ¿Falta mucho? Dijo el más joven de los dos. Si no fuera por su trabajo, probablemente no habría puesto un pie en Pinerolo. Se contuvo ocultando este pensamiento.

    _ ¿Por qué?, ¿ya estás cansado de tu viaje a los arrabales de Turín? contestó el otro, rodeando sus palabras con una sonrisa divertida. Él amaba su trabajo y apreciaba mucho la profesionalidad de su colega, sin embargo a menudo se divertía burlándose de su ego.

    _¿Y sabes cuál es mi interés por lugares como éste?, le hizo eco el joven con otra pregunta sarcástica. El calor lo irritaba pero aún más la lejanía de Turín, ciudad que consideraba más suya que cualquiera. Fue obligado a ir a un lugar de solo treinta y ocho mil almas, por un servicio que consideraba un pequeño descenso de la escala que lleva al éxito.

    _Tranquilo. Se trata de caminar solo unos cientos de metros, respondió resoplando su compañero.

    _ ¿Cómo es que conociste esta zona? Le preguntó su colega intentando burlarse y conseguir que le dé detalles picantes de su pasado, presente y futuro. Trabajando con él,  había aprendido a conocerlo y sabía que tenía mucho éxito con las mujeres.

    _Una vieja conocida vivía en este lugar., le responde en parte con sinceridad y tratando de ocultar una sonrisa maliciosa.

    _ ¿Y cómo era? Murmuró curioso.

    _Caliente y apasionada como el clima de hoy- dijo mirando a su compañero directamente a los ojos.

    Era ya tarde en la mañana, la campana de San Mauricio había dado hacía poco el toque de la una y treinta cuando aquella extraña pareja llegó cerca de la vivienda del anciano Luis Gariglio, insólita meta de su peregrinación.  Se trataba de una casa con la fachada recientemente arreglada y sus dos pisos sobre la tierra. En el lado opuesto a la calle había cuatro pequeñas ventanas y puertas de madera de roble oscuro. El sol continuaba calcinándolos duro, reflejando su claridad sobre los vidrios de las ventanas, los que devolvían todo el calor y los dirigían hacia los adoquines del pavimento haciéndolo más suave y resbaladizo.

    De los dos hombres, el más joven y robusto vestía ropa casual, vestía jeans azul clásico de marca y una remera de polo firmada. Cargaba en bandolera un bolso como aquellos que se utilizan para portar una cámara fotográfica. Mientras tanto llevaba otro, más grande en su mano derecha. Tal vez contenía una cámara de video. Su compañero en cambio tenía una altura cercana al metro ochenta, una gruesa cabellera y vestía más clásico y llamativo. Chaqueta completa y pantalón gris claro, camisa blanca y una horrenda corbata; embellecida con la marca del diseñador en boga del momento. Se detuvieron en el umbral de aquella vivienda del centro histório, usto frente al edificio del Senado de Pinerolo.

    _ ¿Estás seguro que este es el lugar? Preguntó el primero con un tono que traducía una fuerte inseguridad e inquietud.

    _Calle Príncipe de Acaja número veintitrés- responde el otro leyendo un folleto que sostenía en su mano izquierda, _No hay duda alguna. Agrega con sutil ironía.

    _Llegamos tarde, ¿lo sabes?, le recordó el más joven, quejándose con un te lo digo siempre, arrugó la frente y advirtió a su compañero con una mirada cargada de desaprobación.

    _Verás que no se enojará, le contestó con tono decidido y seguro. Las telecámaras ajustan muchas cosas. Sentenció con confianza en esta filosofía. _ ¿Sí?, le preguntó al compañero, buscando su aprobación con una sola mirada, casi como si pretendiera que de este modo se fueran sus dudas.

    _Seguro, asintió el muchacho, aún no muy convencido de llegar tarde porque trabaja en televisión y la tardanza causaría un gran problema.

    _Ahora llamamos. El elegante observó atentamente los nombres sobre los timbres. Pulsó el perteneciente al anciano y esperó una respuesta. Ésta no tardó en llegar.

    _Sí- fue la tímida respuesta desde el otro lado del llamador, la voz no ocultó su origen piamontés, hablando con un fuerte acento local.

    _Venimos de la televisión. Tenemos una cita con el señor Luis Gariglio – dijo uno de los visitantes.

    _Soy yo, suban – Se escuchó el golpe metálico al abrirse la cerradura, con un comando a distancia.

    _Está hecho, ¿no te dije? – Subamos. El elegante se detuvo de pronto, después de haber atravesado el umbral del ingreso. No será algo breve. ¿Lo sabes no? Agrega.

    -Katia me advirtió. Solo hay algo que no me dijo. Exclamó con aire sibilino, el más joven de ambos.

    _ ¿Qué esperabas?, el otro utilizó deliberadamente un tono de argot.

    _ ¿De qué nos hablará el viejo? preguntó finalmente.

    El otro comenzó a reír. _De nuestro pasado. De los seguidores.., dicho esto, abrió la puerta y avanzó hacia las escaleras, asegurándose que su colega hiciera otro tanto.

    _Estoy aquí, dijo el anciano agitando los brazos e invitándolos a subir al piso superior. La escalera era una vieja estructura, con losas de piedra recientemente renovada. Las gradas eran estrechas  pero profundas. El pasamanos de hierro barnizado d un negro brillante; que resaltaba con la pálida luz artificial de un pequeño aplique. Subieron los dos y vieron a su anfitrión parado delante de la puerta de su alojamiento. Continuaba agitando los brazos, los recibió con una sonrisa y una expresión de felicidad en su rostro, no obstante esto, se transparentaba en él una cierta incomodidad, probablemente debido a la tarea que se preparaba a realizar.

    _Adelante, pasen – dijo invitándoles a salir del rellano de la escalera. _No se fijen en el desorden de un pobre viejo pensionado.

    Los dos hombres cruzaron el umbral del lugar y notaron que las frases de circunstancia con las que fueron recibidos; representaban solo un formalismo. La casa estaba en perfecto orden. Un poco retro, más tratándose de la habitación de un octogenario, las cosas parecían cuanto menos entendibles.

    _Adelante, les ruego. El café se servirá en un momento. – dijo con un hilo de voz, tal vez para no molestar a los vecinos.

    Se dirigieron hacia una modesta cocina, donde, sobre el fugo hervía el agua de una cafetera del siglo pasado. Abrió las puertas de un armario y tanteó un poco en su interior, buscando un par de tazas de vidrio pulido. Tomó una servilleta, la usó para frotarlas y tomó terrones de una azucarera.

    _¿Cuánto de azúcar? Preguntó.

    _Con uno basta...para mí, respondió rápidamente el mayor.

    _También para mí, agregó su joven colega.

    El anciano sirvió las tazas con café cual si fuera un bar. Después de eso; se sentó en el sillón detrás de un amplio y robusto escritorio. Dudó antes de sorber su café. Su mente perdida detrás de una miríada de pensamientos. Se dio cuenta que había llegado a un punto del que no podía retroceder más. Sabía que esta vez tendría que contar todo... pero realmente todo aquello que ocurrió en su pasado. El velo que por años escondió lo sucedido, debía ser develado. Sólo así podría lograr aquella paz que anhelaba desde hacía mucho, mucho tiempo.

    *

    El príncipe hábil en el arte de gobernar a los hombres, se sirve de sus defectos para reprimir sus vicios. (Duque de Levis, Máximas, preceptos y reflexiones)

    CAPÍTULO 2

    SABOR

    9 DE NOVIEMBRE DE 2008

    Los tres bebieron café y comieron algunos bizcochos que Don Luis trajo de una lata que estaba en el armario, continuaron la conversación, haciéndose conocer. El joven camarógrafo dijo llamarse Gualtiero Strizzi y su colega periodista Marcos Balbi. Don Luis; en su juventud fue uno de los operadores ecológicos de la ciudad y propiamente en el ámbito de sus deberes laborales es que ocurrió cuanto tenía intención de relatar a sus dos ilustres huéspedes de la televisión.

    _Les contaré todo – dijo Don Luis hundido en su sillón de vieja hechura, tal vez del siglo pasado. Seguía sentado y delante de él había un escritorio de madera, antiguo, en la superficie de apoyo, había una serie de libros, tomos pesados; algunos estaban abiertos. Esto  les pareció extraordinario a ambos compañeros. Un ciudadano que no trabajó en su vida, considerado humilde por todos, mostraba una dialéctica y cultura ciertamente fuera de lo común.

    _Como desee- respondió Marcos. Cuando quiera puede comenzar, encenderemos la filmadora.

    _Les recuerdo que lo que les diré, no se lo dije a nadie más. El objeto de nuestra conversación es exclusivo. – advirtió el viejo Luis mirando a ambos, casi queriendo recibir una confirmación.

    _Solo nosotros manejaremos este tema. Quédese tranquilo. -  dijo Marcos, intercambiando una mirada con Gualtiero.

    El anciano pareció serenarse con aquella respuesta Lanzó un suspiro de alivio y apoyó su cabeza en el respaldo. Sus movimientos eran dificultosos, un poco por la edad y otro porque su vestimenta se lo impedía. El traje marrón que llevaba era estrecho, viejo y fuera de moda. Se trataba de una chaqueta completa y pantalones, con una camisa, un rígido chaleco y una corbata de un solo color, un poco corta. Intentó hablar sorbiendo un corto trago de su taza, probablemente era alguna clase de medicina.

    _Deseo contarles lo que ocurrió aquel año. Fue hace mucho tiempo. Entonces era yo realmente joven. Fue en 2008. Lo recuerdo bien porque aquel año nació mi nieta Clotilde. Estaba en mi Pinerolo y trabajaba como operador ecológico, ¿saben?, adoro mi ciudad. La encuentro tranquila, limpia, serena, ¿y ustedes? ¿Qué piensan?

    Ambos hicieron un gesto algo hipócrita. Para los que vienen de Turín, una modesta ciudad como ésta, al pie del Valle de Chisone parecía decididamente monótona y aburrida. No pensaba lo mismo el anciano Luis Gariglio. Él la encontraba perfecta y mientras continuaba su relato, los dos visitantes tenían la impresión de que los eventos citados, habían sido vividos en primera persona.

    Escuchando las palabras del octogenario, fueron catapultados a una realidad local muy antigua, de casi treinta años atrás, en la que la verdadera protagonista fue una pequeña ciudad piamontesa. La voz del narrador casi desapareció y fue reemplazada por vívidas y fuertes imágenes; casi palpables. Gualtiero y Marcos tuvieron un salto directo en el tiempo, de veintinueve años atrás.

    Pinerolo era en aquellos años una alegre y tranquila ciudadela de treinta y siete mil habitantes, ubicada en la periferia de Turín. La distancia a la capital piamontesa era de alrededor de treinta y ocho kilómetros, pero debido a la sobre construcción salvaje, favorecida por la creciente demanda de paz que Turín no podía dar, este espacio parecía no existir, bañada por el torrente Chisone, tenía una superficie de poco más de cincuenta kilómetros cuadrados y se encontraba a trecientos setenta y siete metros sobre el nivel del mar.

    En resumen, Pinerolo era una típica ciudad al pie de la montaña, que nadie recordaría en forma particular si no fuera porque con la historia que Luis Gariglio narraba estaba destinada a saltar a los altares de la crónica política italiana. De hecho, además de haber dado a luz a algunos de los más ilustres parlamentarios de la primera (cuando el anciano pronunció estas palabras, Marco y Gualtiero se miraron perplejos) y la segunda república (se produjo otro rápido intercambio de miradas entre ambos visitantes), fue la Comuna de residencia de Augusto Barra. ¿Y quién diablos es Augusto Barra?, se preguntaban el periodista y el camarógrafo, ante de que algunos recuerdo de los libros escolares  comenzaran a aflorar en sus mentes.

    Después de todo pasaron veintinueve años y los eventos más recientes son aquellos para nuestro sistema escolar que siempre se encuentran en un cono de sombra. Parecería ser que para ingresar en los libros de historia, ciertos sucesos necesitan siglos; antes de obtener el beneplácito de esos viejos trombones que tratan de decidir qué debe aprender un estudiante y qué no.

    En fin, el relato que Luis Gariglio estaba diciendo, comenzaba a responder esa pregunta. Augusto Barra, Gustu para los amigos, el Borgiapo para los enemigos, fue un notable parlamentario italiano que con una política clientelista astuta, ahora cambió su rostro a la mayoría del gobierno (que solo en virtud de ese voto se convirtió en tal) y ahora a la oposición, teniendo en cuenta la actividad legislativa de los belpanos.

    Nació en 1942 en  Porte, una Comuna lindante a Pinerolo. Desde la infancia mostró gran interés en socializar y jugar, más que en aplicarse al estudio. En la escuela, no llegó más allá del secundario. Sin embargo, encontró en sus amigos y conocidos una inagotable fuente de ingresos. Trabajó poco o nada, Casi siempre fue vendedor pero pronto se cansó de ocupación tan fatigosa. Manifestó especialmente interés por la política, que encontró inmediatamente más apropiada a sus aspiraciones y expectativas. Entendió que podía vivir administrando el trabajo de otros. Actividad que supo hacer espléndidamente bien y que consistía en hallar acuerdos entre individuos que a menudo estaban disputando entre sí. Pinerolo primero e Italia después, le ofrecieron la oportunidad de surgir de la nada, para llegar luego a los puestos más destacados. Su país se hallaba colmado de personas que necesitaban a alguien como él. Y no hubo lugar en el mundo en el que la población haya tenido tanto sentimiento nacional, donde afeitar la barba al otro fue considerado una virtud. Gustu fue electo primero

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