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Y vinieron de Teruel ¡LOL!: (Una novela extremadamente gamberra)
Y vinieron de Teruel ¡LOL!: (Una novela extremadamente gamberra)
Y vinieron de Teruel ¡LOL!: (Una novela extremadamente gamberra)
Libro electrónico310 páginas3 horas

Y vinieron de Teruel ¡LOL!: (Una novela extremadamente gamberra)

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Novela de humor ácido y sarcástico para gente cansada del «mamarrachismo» televisivo y de la subnormalidad políticamente correcta. Situaciones absurdas y surrealistas, enredos descabellados y un viaje, a través de la intemporal incultura de todo un país, de la mano de un elenco de personajes de «dudosa reputación». Diversión garantizada.

A Felatio Pilgrim, desde hace tiempo, las neuronas «le patinan» como las suelas a unas alpargatas viejas. Cuando la marquesa de La Farfollada, por catastróficas casualidades de la vida, le encarga la búsqueda de su recién fallecido marido, descubrirá que todo el mundo está, literalmente, como para que lo encierren. Viajes interdimensionales, cantantes de rancheras, oligofrénicos con carnet desocio, actores, políticos, extraterrestres y toda una legión de engendros que vienen a demostrar algo que aún permanecía en el más absoluto de los secretos: Teruel, existe, y ya están preparados para venir.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 ago 2016
ISBN9788491126942
Y vinieron de Teruel ¡LOL!: (Una novela extremadamente gamberra)
Autor

A. Pereira G.

A. Pereira G., nació, una buena tarde a eso de las cinco y pico, en Sevilla un 5 de septiembre de 1973. Vive en la actualidad en una casa de campo, a las afueras de San José de La Rinconada, un pequeño pueblo en las cercanías de la capital hispalense, fundado, según cuentan las malas lenguas, por un rey castellano cuando se disponía a conquistar la ciudad. Dibujante en principio, busca un modelo de expresión más acorde con las inquietudes actuales, por lo que está dando pequeños pasos en el mundo de la Literatura, presentándose a certámenes, concursos o escribiendo otro tipo de relatos, con la esperanza de aprender y poder algún día cumplir su sueño: publicar algo decente y poder tomar café en el bar de la esquina, sin miedo a la venganza de algún lector disgustado. Finalista en el Certamen Primavera Cultural Arbo 2013, en Doyrensmic I de relatos infantiles, Certamen Letras con Arte, La fragua del Trovador, Storybox, entre otros, tiene publicados la no desdeñable cantidad de 25 cuentos hasta la fecha. Continúa su labor de relatar historias y no aburrir. Autor de novelas de intriga y suspense: «Como una sombra a la deriva, parte 1: una sonrisa subliminal» y «Como una sombra, parte 2. Un instante en blanco y negro». Trabajando ya en la próxima novela: «Los muertos no irán al Cielo» y la tercera entrega de Como una sombra a la deriva.

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    Vista previa del libro

    Y vinieron de Teruel ¡LOL! - A. Pereira G.

    © 2016, A. Pereira .G

    © 2016, megustaescribir

             Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda               978-8-4911-2693-5

                 Libro Electrónico        978-8-4911-2694-2

    Contents

    Preludio (al horror). No es país para «babiecas» ¿o sí?

    Capítulo 1 No por mucho madrugar…

    Capítulo 2 Misión Improbable.

    Capítulo 3 Un Tang en el camino.

    Capítulo 4 No es serio este cementerio.

    Capítulo 5 El hombre que no amaba a las pilinguis.

    Capítulo 6 Burócratas de chorizo.

    Capítulo 7 Inseguridad Social.

    Capítulo 8 Cementerio de anormales.

    Capítulo 9 Autopista hacia el ciego (el vendedor de cupones).

    Capítulo 10 Un fraile, un dúo criminal y un retrete con un fondo muy oscuro.

    Capítulo 11 James Bond y la espía que lo parió.

    Capítulo 12 No están todos los que son…

    Capítulo 13 Abierto hasta las tantas.

    Capítulo 14 Breaking en todo el «papo».

    Capítulo 15 I Cabra (Soy farfolla).

    Capítulo 16 Bienvenidos al «coño de La Bernarda».

    Capítulo 17 La teoría del caos se quedó corta.

    Capítulo 18 Encuentros en el tercer desfase.

    Capítulo 19 Felatio y el cantante de una Galaxia muy cercana, en busca del Nuevo Testamento.

    Capítulo 20 Hasta que el belén los separe…

    Capítulo 21 1984 (versión del poblacho).

    Epílogo

    Notas, bibliografía y aclaraciones, (aunque en realidad debería haber llamado a esta sección Wikipedia y punto).

    Nota del aVtor (de este atentado)

    Agradecimientos

    A. Pereira .G (vida, obras y milagros)

    A mis hijos, David y Sara, lo mejor de mi vida.

    A mi padre, al que jamás olvidaré.

    La comprensión de que la vida es absurda no puede ser un fin, sino un comienzo.

    Albert Camus

    ****

    Lo que llamamos absurdo es nuestra ignorancia.

    Julio Cortázar

    ****

    ¿Qué haría yo sin lo absurdo y lo fugaz?

    Frida Khalo

    HACE MUCHO TIEMPO,

    EN EL POBLACHO DE OTRA GALAXIA MUY, MUY LEJANA…

    Preludio (al horror). No es país para «babiecas» ¿o sí?

    1987. España permanece idiotizada por el «Un, dos, tres…, responda otra vez», y el videoclip de una italiana, mostrando «las carretas» en una piscina, levanta pasiones entre los miembros varoniles de la recua hispánica.

    San José de La Rinconada¹ no era un pueblo como otro cualquiera, no…, allí, en mitad de aquellos campos de cultivo, de calles, rincones somnolientos, de tascas y bares a rebosar; de aquella Feria y de aquellos caballitos ¡ay, los caballitos! A su entrada, junto a aquel tipo de mirada intensa y calvicie más que menos incipiente. El último hombre «entero» que aún nos queda, tal vez… No, San José no es un sitio cualquiera.

    Fue allí, donde nació nuestro querido protagonista: Felatio Pilgrim, un héroe para algunos; un « ¡Viva la Pepa!», para los mismos. Lo que para algunos no es más que el «fucking²» Infierno, para nosotros es «El Barrio». Desde luego no era el lugar más idóneo para perderse en mitad de una de aquellas noches de tormenta como la que ahora nos ocupa…

    Todo empezó aquella madrugada tempestuosa, cuando los inspectores de salubridad fecal, alertados por una llamada de teléfono, hallaron aquel cadáver en avanzado estado de descomposición, forrado con bolsas de basura del Mercadona y un fuerte hedor a queso de cabrales (aquel tío se lavaba «los pezuños» menos que yo, más o menos entre jamás y nunca, para ser exactos); mucho tardarían en olvidar aquella escena. Las llamadas se sucedieron, el Gobierno quería explicaciones, en la Junta nadie les cogía el teléfono, lo de siempre; aquella romería del Rocío se alargó más de la cuenta. El director de la compañía municipal envió a sus dos mejores hombres a investigar aquel extraño caso. Se rumoreaba que el Hombre-rata había vuelto a atacar de nuevo; él o algún imitador con ganas de fiesta. Aquella noche el cielo rugió como un lirón en celo y comenzó a llover como si no lo hubiese hecho nunca, a mares, sobre los edificios de la urbe. Cataratas ¡qué digo cataratas! Cortinas de agua cayeron por las fachadas de los caseríos, y algún que otro bloque de apartamentos, ocultándolos a la vista de los pocos transeúntes que, a esas horas de la madrugada, se atrevieron a recorrer las calles. La torre del reloj marcó las doce con sus profundas campanadas…, así dio comienzo a la que se conoce como la hora de las brujas, o de las suegras, según se mire…

    —«¡Las doce y sereeeenoooo…!» —se oyó en la lejanía tras lo cual ladraron varios perros de un modo insistente.

    —«¡Calla, hostiaaaa!» —dijo alguien malhumorado.

    —«¡Las doce y sereeeenoooo…!» —repitió.

    —«¡La madre que parió a Panete³!, ¡como no te calle te voy a presentá a la de loh zojoh nnegro!» —volvió a quejarse aquel individuo.

    —«¡Las doce y…!».

    —«¡Pum, pum!»—unos disparos de escopeta lo interrumpieron ruidosamente.

    —«¡Cagontó lo que se meneaba…!» —dijo a continuación.

    En el número 6 de la calle del Bisoñé, alguien tocó un timbre. Pasado un rato, ese mismo alguien volvió a tocar ese mismo timbre…

    —«¡Quién es?, ¡qué horas son estas de llamar en una casa decente?» —respondió la voz de una vieja muy desagradable.

    —¡EMASESA⁴, señora!, ¡traemos una orden judicial y otra de la mismísima Hermandad de la Santa Cacerola! —respondió un tipo mostrando una insignia oficial que destelló con el resplandor de un relámpago. Iba ataviado con ropas de bandolero y un enorme trabuco asomaba tras su espalda. A su lado había otro tipo con la misma indumentaria.

    —«Hum»… ¿y qué se le ofrece?, ¡le advierto que estoy al día con los recibos!, ¡«eim»? —dijo esta, parapetada detrás de la puerta.

    —Necesitamos hablar con usted, es un asunto muy grave…

    La hoja se abrió de sopetón.

    —¡Muy grave, ha dicho usted? —preguntó una mujer con un cigarro pegado en los labios. Llevaba la cabeza envuelta en una toalla.

    —Gra… —dijo uno.

    —…vísimo —continuó el otro.

    —Pasen, por favor, pero les advierto que con las Navidades…, no he tenido tiempo de recoger ¿saben?, ¡ejem! —dijo ella con reservas.

    —¿Las Navidades? —preguntó uno.

    —Pero si faltan dos días para julio… —continuó el otro.

    —¿Julio, ha dicho usted? Hay que ver lo rápido que pasa el tiempo ¿no?, ¡ejem!

    Los dos tipos se miraron con un semblante de lo más serio.

    —¿Un cafetito? —les ofreció ella.

    —No, gracias, mi religión no me lo permite… —dijo uno.

    —No, gracias, no quisiera morir tan joven… —dijo el otro.

    —¿Y bien?, ¿en qué puedo ayudarles? No habrá dejado, alguno de ustedes, a mi niña embarazada ¿«eim»? —la señora puso los brazos en jarra.

    Ambos, negaron con rotundidad, girando la cabeza muy velozmente.

    —Verá, señora, yo soy el inspector Quesada y él, mi adjunto, el inspector Carabias, trabajamos para EMASESA, como ya le hemos dicho, somos del Departamento de Pajerios y Demás Cuestiones Escatológicas, para ser exactos, no sé si me entiende, estamos en mitad de una investigación de las de verdad, verá…, poco después de la muerte, en extrañas circunstancias, de uno de nuestros operarios, la contrata de la contrata de la subcontrata que contrató a la contrata de la subcontrata que a su vez subcontrató el contrato del subcontrato, contrató a la primera contrata la subcontratación de la tercera contrata, claro está, de modo que una vez que terminaron los trabajos de mantenimiento y reparación de los sensores de evacuación, nos alertaron hace poco, más o menos, cuatro años, acerca de un incremento cuantitativo y cualitativo de la cantidad de esperma por centímetro cúbico vertido a las redes de aguas fecales, las mismas que van a parar al arroyo, nuestros sensores se pusieron al rojo vivo, y, desde luego, no hemos visto que en esta dirección haya ninguna clínica de fecundación in-vitro, ni ningún seminario —dijo con retintín—, de modo que estamos buscando el origen de ese fluido, blanco y viscoso, no sé si me entiende, el origen del malll…, mal-la-la-la, mal.

    —Maaalll… —repitió el otro.

    —¡Uy! Pero ¡es en serio?, ¿al arroyo, han dicho ustedes? —preguntó ella.

    —Al arroyo —dijeron los dos a la vez.

    —¿Y qué es lo que va a parar al arroyo? —ella.

    —El esperma —ambos.

    —¿Y qué es el esperma?

    —Esto…, da igual ¿cuántos varones viven actualmente en su casa? —preguntó uno de ellos.

    La señora los miró perpleja tras lo cual se puso a contar con los dedos.

    —¿Están su marido o sus hijos en casa? —preguntó el otro con apremio.

    —Mi marido está trabajando con unos amigos, en un local en obras que hay justo al lado del Banco Mamónides, y mi niño, Felatio, está en su cuarto —respondió con reservas.

    —Podría decirle que venga, es un tema de vital importancia, señora —el otro.

    Ella se encogió de hombros.

    —¡Felatioooooo! —gritó la no tan señora mirando hacia el hueco de la escalera.

    Al instante, se oyó el ruido de unos pasos apresurados procedente de la planta de arriba, el maullido de un gato y un fuerte golpe tras lo cual algo bajó rodando sin control hasta que chocó contra una pared. Al levantarse vieron que se trataba de un chico joven, «gafapastas», con un acné más duro que el pecho de un enano. Sus ropas olían como si las hubiese llevado puestas un cadáver después de un concierto de The Mamas y The Las Papas, o lo que sea eso…

    —¡Felatio, «venacapacá»! —lo inquirió.

    —¡«Ji, omá»! —respondió en un dialecto que los dos tipos de la compañía no supieron descifrar, a voz de pronto.

    —¡Qué has hecho esta vez? ¡«eim»? —preguntó su madre algo ofuscada.

    —¡«Na, omá»!

    —Aquí han venido estos señores de ENDESA⁵, dicen que has estado tirando «espermios» en el arroyo, has estado tú y tus amiguitos tirando esos «espasmos» en el husillo ¡«eim»?

    —¡Yooo?, ¡«ji», hombre…! —dijo el chico con retintín.

    Ella le propinó una fuerte bofetada que lo hizo girar como una peonza. Unas gotas de grasa facial mezcladas con pus se esparcieron a su alrededor manchándolo todo.

    —¡La madre que…! —exclamó uno de los agentes.

    —Necesitamos registrar su cuarto, tenemos que encontrar algo que nos sirva para resolver este misterio, es por su bien, señora, su familia puede estar en peligro —dijo el otro.

    —Arriba, primera puerta, no respondo con lo que allí se encuentren ¡«eim»?

    —No se preocupe, señora, ya estamos acostumbrados…

    —¡Vamos, niño! —le dijo el otro—. Ahora nos vas a contar qué es lo que haces por las noches cuando tus papás duermen ¿eh?

    —¿Yo…? Nada, jugar a La Cucaña ¡ejem!

    —¿A La Cucaña? Anda, tira «parriba» que te vamos a dar cucaña y media.

    Los tres subieron a la habitación, seguidos muy de cerca por la madre del sospechoso. Aquel dormitorio parecía el escenario de una de las pesadillas de Robert Kikiman⁶: ropa sucia, papel de periódico para envolver «los moñigos» del perro, restos de comida petrificados, una pata del eslabón perdido, arañas con el colesterol alto… Para hacernos una idea, la última vez que en aquella estancia se oyó la palabra fregona, la gente de este país hablaba en latín y se ataban los vestidos con una cuerda; que se muera la Tita Lola…, esto…, lo que os iba diciendo…

    —Por aquí tuvo que pasar Dante de camino al Infierno, seguro —dijo uno de los funcionarios bastante preocupado.

    —Felatio, confiesa ¿qué escondes debajo del colchón?, ¡te hemos descubierto —dijo el otro.

    —¡Nada!, ¡se lo juro! —exclamó el joven con cara de sufrimiento.

    —¡Nada?, ¡no nos hagas reír! —¡No te hagas el sueco con nosotros, tenemos pruebas, tú eres el responsable de esta aberración, los resultados de los test con el ADN lo corroboran, los del Pronto⁷ están a punto de publicarlo…!

    —Sí, te la meneas más que un mono debajo de una higuera, tú eres el culpable de esta monstruosidad… —dijo mostrando un voluminoso celular en el que de pronto comenzó a reproducirse un vídeo. En él podía verse a un niño, muy peludo y con amplios bigotes negros. Llevaba puesta una camiseta del Burrokardo C.F⁸.

    —¡Opaaaaa! —gritó a la cámara mostrando una amplia chapela—. ¡«oiiiiiiii»!, ¡yieeepaaa, ahieee!

    —¡Dios mío!—exclamó su madre—. Y encima vasco… —se echó las manos a la cabeza.

    —Lo sentimos, señora, uno de nuestros operarios cayó víctima del mortal ataque de ese monstruo del Infierno, o sea su nieto, no queríamos darle un disgusto así, pero…

    —Puede que hayan más señora…, milesss —añadió el otro.

    —Milesss, milesss, milesss…, miles de engendros del espacio exterior ¡bueno! Del estercolero de aquí al lado… —recalcó el primero.

    —Y yo con estos pelos —comentó ella—, ya me lo decía mi madre, este niño te dará un buen disgusto ¿en Asuntos Sociales trincaré algo por esto? —preguntó negando con la cabeza.

    —Carnet de Familia Numerosa, garantizado, y dos cupones de descuento para capar a su hijo, eso o un trasportín para llevar a sus nietos a la Isla Mágica, lo que prefiera —respondió uno de los agentes.

    El otro levantó el somier, descubriendo debajo toda una montaña de novelas de Colorín Tellado⁹ y revistas del corazón.

    —Así que te gusta ver las fotos del «culebril» ¿eh?

    —¡Antes muerto que lolailo! —exclamó Felatio.

    —Eso vamos a verlo ahora… —dijo uno de ellos, sacando un sobrero cordobés.

    El otro pulsó en el móvil. De repente comenzaron a sonar los acordes de una canción de Camella¹⁰…

    —¡Noooo! —gritó el joven ante la cara sonriente de los agentes y su madre.

    —«Sueño contigo… ¿qué me has dado? Sin tu cariño no me habría enamorado…» —cantaron todos al unísono.

    —¡Nooooooooooooooooo! —gritó fuera de sí.

    Una enorme bolsa de basura se estrelló contra el rostro durmiente de Felatio que lo despertó de sopetón. Miró a su alrededor con desconcierto. Estaba en el fondo de un contenedor de basuras.

    —«Menos mal, aún sigo aquí…, hogar, dulce hogar…» —pensó con satisfacción, al ver una enorme rata durmiendo sobre su barriga.

    Y

    VINIERON

    DE TERUEL

    ¡LOL!

    (una novela

    extremadamente gamberra)

    por

    A. PEREIRA .G

    (Disponible en DIGITAL 3D y ESPARTO HD)

    Capítulo 1

    No por mucho madrugar…

    Sus padres le pusieron Felatio al nacer por una doble jugada del Destino. Resulta que a su abuelo, Carajaulo IV, lo atropelló un carromato de esos, ecológico lo llaman ahora, justo cuando salía de aquel bingo clandestino, después de haberse dejado allí hasta la camisa ¿qué por qué Felatio? Ese era el nombre del bienintencionado conductor que, por cierto y a pesar de todo, iba tan puesto de pastillas para los nervios que confundió al «viejo» con una procesión de enanos del circo, hecho que, está claro, le sirvió como eximente, de modo que sí ¡tiene el nombre de un accidente de tráfico! Aparte de eso, su vecina, la mejor amiga de su madre, una loca que decía hablar con los extraterrestres y con los duendes del arriate, era una de esas enganchadas a esa serie de asesinatos en Miami, pero como la pobre tenía menos memoria que aquel teléfono móvil que me regalaron para la Comunión, en vez de Horatio, sus neuronas pegaron un patinazo en el Registro Civil y pasó a llamarse Felatio (otro despropósito más de su vida). Y lo de Pilgrim…, cosas del árbol genealógico. Parece ser que sus antepasados emigraron de Portugal a Camboya, de Camboya a Kuala Lumpur, de allí a Estocoño, de Estocoño a Benidorm, y de un loft de «Villa-INSERSO» a un chozo de las afueras de un pueblo cuyo nombre no quiero acordarme… ¡«puto» GPS del chino! A lo que iba, Felatio tiene 42 años, todo un mocito y, si San Antonio o ese «mojón» con alas y flechas no lo remedian, seguirá estando soltero hasta que la ropa que se compró en aquel mercadillo, junto al Guadalquivir, vuelva a estar de moda. Lo de entero lo dejaremos para cuando os hayáis tomado la pastilla con «el pikislabis». Amante del vino y las mujeres (no precisamente en ese mismo orden… ¡bueno! depende de la mujer o del vino, claro está ¡ejem!), las películas de terror, excluyendo las de la Pantoja y El Fari, y de los videojuegos en los que salen muchas mujeres desnudas con pocas ganas de hablar de fútbol. Parado recalcitrante desde que dejó los estudios de Galgología Inversa, ha ido dando tumbos de aquí para allá, y de allá para acá, sin ton ni son. Cuando pasó aquel pequeño incidente con la compañía de aguas, su madre se mudó a Las Bahamas junto con un vendedor de enciclopedias ilustradas para niños (es lo que tiene el dedicarse a una profesión de futuro). La única alternativa que tenía el pobre

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