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Surgimiento
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Libro electrónico280 páginas3 horas

Surgimiento

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UN ROMANCE VAMPIRO 

Después de trescientos años escapando del vampiro que la creó, Kira encuentra consuelo, ayuda y amor en los brazos de un humano... pero, ¿por cuánto tiempo?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ene 2020
ISBN9781071515327
Surgimiento

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    Surgimiento - Eileen Sheehan

    CONTENIDO

    PRÓLOGO

    UNO

    DOS

    TRES

    CUATRO

    CINCO

    SEIS

    SIETE

    OCHO

    NUEVE

    DIEZ

    ONCE

    DOCE

    TRECE

    CATORCE

    QUINCE

    DIECISÉIS

    DIECISIETE

    DIECIOCHO

    DIECINUEVE

    VEINTE

    VEINTIUNO

    VEINTIDÓS

    VEINTITRÉS

    VEINTICUATRO

    VEINTICINCO

    VEINTISÉIS

    VEINTISIETE

    VEINTIOCHO

    VEINTINUEVE

    TREINTA

    TREINTA Y UNO

    TREINTA Y DOS

    TREINTA Y TRES

    TREINTA Y CUATRO

    TREINTA Y CINCO

    TREINTA Y SEIS

    UN ADELANTO DE FOR LOVE OF A VAMPIRE

    UN ADELANTO DE AMOR SOÑADO

    UN ADELANTO DE VAMPIRE INIQUITY

    ACERCA DE LA AUTORA

    PRÓLOGO

    Salem 1692

    Las piernas de Kira se esforzaban duramente para hacer avanzar su liviano cuerpo cuesta abajo por el estrecho sendero de venados cargado de nieve que llevaba desde la cabaña de su familia hasta la cercana aldea de Salem. Se las había arreglado para escabullirse de casa cuando el sol apenas asomaba por el horizonte. Si todo salía bien, estaría de vuelta en su habitación antes de la hora en la que su familia esperaba verla de pie y nadie sabría nada.

    Estaba decidida a ver el barco que acababa de atracar.  No sólo el pueblo sería un hervidero de noticias de su tierra natal, sino que, debido al reciente cambio de clima, los barcos llegarían con menos frecuencia después de éste; por lo menos hasta la llegada de la primavera.  Si su paquete no venía en este barco, dudaba de que fuera a recibirlo antes del deshielo. Y entonces sería demasiado tarde.

    Habían pasado cinco años desde que su familia huyó de Inglaterra, después de que tras la muerte de su abuelo se produjera una violenta pelea entre hermanos por las tierras. 

    La familia Donnelly estaba enfrentada desde siempre. No pasó un solo día, cuando el anciano estaba vivo, sin que se armara una pelea entre los tres hermanos. Su hermana, Colleen, se mantenía al margen —la mayor parte del tiempo—, pero hubo ocasiones en las que dio tanta guerra como el que más. Angus Donnelly culpaba a una maldición familiar. Quizás lo fuera.  Kira no lo sabía a ciencia cierta.  Lo que sí sabía era que su familia la despertó en mitad de la noche y la arrastró a bordo de un barco para evitar ser asesinados por el hermano menor de su padre, Richard.

    El más débil de los tres, Ned Donnelly logró mantener su estatus dentro de la estructura familiar debido a que era el mayor.  De acuerdo a la ley, le correspondía heredar las propiedades y la fortuna familiares en su totalidad.  Sin embargo, su padre había dejado una carta pidiéndole a Ned que buscara la manera de proveer a cada uno de sus hermanos con tierra y dinero suficientes para que tuvieran medios de vida decentes.  Como Ned no era un hombre codicioso y la herencia era abundante, tenía la intención de honrar los deseos de su padre. 

    Desafortunadamente, su hermano Richard —que era el siguiente en la lista si algo llegaba a sucederle a Ned— estaba decidido a quedarse con todo.  En más de una ocasión en el corto período de tres meses luego de que su padre falleciera, había conspirado para matar a Ned. La diosa Fortuna le sonreía a Ned y cada intento fue frustrado por algún hecho extraño.  Lo que sólo hizo que Richard estuviera cada vez más determinado.

    El rumor de que Richard había contratado a un asesino profesional para que eliminara a su familia entera, llegó a oídos de sus padres justo a tiempo para darles tiempo a escapar en medio de la noche, salvando sus vidas y el dinero que tenían en el cofre.  Por suerte, era suficiente para permitirles un holgado comienzo en el nuevo continente, lejos de su conflictiva familia y de la constante amenaza de muerte.

    Con excepción de Kira, la familia Donnelly se adaptó a su nuevo hogar rápidamente.  En el plazo de un año ya se encontraban instalados en una pequeña propiedad en las afueras de Salem, donde su padre cultivaba la tierra y participaba de los asuntos políticos de la comunidad. Kira era la única de su familia que extrañaba su tierra natal y el estilo de vida que tenían allá.  Mary Donnelly se mantenía ocupada con las tareas del hogar y acudía al círculo de costura comunitario una vez a la semana.  El hermano de Kira, James, se convirtió en aprendiz en la imprenta de la aldea.  Solo Kira parecía ser incapaz de dejar de pensar en lo que se habían visto obligados a dejar atrás y aceptar lo que tenían ahora.

    La única cosa que remotamente complacía a Kira era la posibilidad de casarse con Jasper Cunningham.  Luego de los Donnelly, la familia Cunningham era la familia más adinerada de Salem.  Sus padres a menudo dejaban que Kira y Jasper pasaran tiempo a solas, en un intento por hacer que se agradaran y con la esperanza puesta en conseguir que fueran una pareja armoniosa. No es que tales sentimientos fueran necesarios en una época en que las familias concertaban matrimonios de acuerdo al estatus y las ganancias que todas las partes involucradas pudieran obtener, especialmente los padres. 

    Cuando su madre le confesó que su padre estaba discutiendo su matrimonio con Jasper, lo primero que pensó fue que podría viajar de vuelta a Inglaterra, lejos de la rudimentaria vida que se le había impuesto. No importaba que Jasper le fuera indiferente.  Casarse con él le ofrecía libertad.  Eso era suficiente.

    Otra ventaja de casarse con Jasper era el hecho de que sus familiares no eran puritanos rigurosos, a diferencia de la mayoría de los habitantes de Salem.  Lo que más le costaba a Kira era vivir entre tantos puritanos, ya que se había visto forzada a dejar de practicar remedios a base de hierbas porque corría el riesgo de que la tildaran de bruja.  Sólo ese año más de veinte jovencitas habían sido colgadas tras haber sido acusadas de brujería. 

    Eran tiempos siniestros en Salem.

    Pensar en que podría caminar libremente por el bosque y recolectar hierbas medicinales una vez que retornara a su tierra natal hacía que interiormente sonriera con entusiasmo, a pesar de que por fuera se viera obligada a mantener una expresión tranquila y devota.

    Sus padres no lo sabían, pero ella había mantenido contacto privado con la hermana de su madre, Margaret, que también se lamentaba de que Kira tuviera que vivir en condiciones tan rudimentarias.  Margaret había prometido mandarle tela y bocetos de los más recientes estilos de moda en la alta sociedad.  Kira deseaba hacer nuevos vestidos para ella y para su madre a tiempo para los festejos de Navidad. Iba a ser una sorpresa.

    Esperaba que la tela estuviera a bordo del barco que había atracado semanas atrás, pero vino y se fue sin que hubiera señales del paquete de la tía Margaret.  Si tenía que esperar mucho más, temía que no tendría tiempo suficiente para coser ambos vestidos en secreto durante las horas que había logrado escamotear a las miradas curiosas. Sin mencionar que tendría que asistir a la celebración de Navidad de la aldea usando un viejo vestido en el que Jasper la había visto más veces de las que quería reconocer.  Con un matrimonio potencial en juego, quería hacer todo lo posible para lucir atractiva a sus ojos. 

    Había oído el rumor de que el padre de Izabelle Summers también estaba conversando con el padre de Jasper acerca de matrimonio.  No era una familia muy adinerada, pero se había enterado de que a Jasper le resultaba atractiva Izabelle.  No podía permitir que esa tipeja la opacara.  Debía tener un vestido nuevo para Navidad. El género tenía que estar en el barco.

    Se acercó a los resbaladizos muelles con cautela.  Una terrible tormenta se había desatado hacía dos días y los muelles estaban cubiertos de hielo, lo que hacía difícil mantener el equilibrio.  Lo más sabio era esperar en la comodidad de la cabaña del vigilante portuario hasta que la mercadería fuera descargada, pero estaba demasiado ansiosa para eso.

    Se apretó la capa con fuerza y se arrebujó para defenderse del frío que le calaba los huesos mientras se esforzaba por mantenerse fuera del camino de los marineros.

    —¿Estáis esperando carta otra vez? —preguntó un marinero de piel oscura mientras pasaba cojeando a su lado.  Un enorme baúl agobiaba su hombro, causando que estuviera tan inclinado que Kira le respondió hablándole a su sombrero harapiento y a su grasoso cabello en vez de su cara.

    —No —dijo ella con una voz que sonaba mucho más confiada de lo que estaba. Hacía años que su madre le había advertido los peligros de estar entre un grupo de hombres sin buenos modales y que habían estado meses sin compañía femenina.  Conocía los riesgos, pero, ya que la tela de Margaret era un secreto, no se atrevía a pedirle a su hermano que la acompañara.  Si lo hubiera hecho, la aldea entera se hubiera enterado de su asunto en menos de una hora —. Busco un paquete de parte de Lady Margaret Templeton.

    —Quizás deberíais esperar en la cabaña del vigilante —murmuró, sin dejar de caminar a su lado—. Este no es lugar para una jovencita.

    —Él tiene razón —dijo una voz que reverberaba tan profundo que ella podría haber jurado que venía directamente del océano—. Este no es lugar para una jovencita, especialmente para una tan adorable como vos.

    Los nervios de Kira prácticamente abandonaron su cuerpo por el golpe de la energía que emitía el desconocido.  No era el hecho de que fuera alto —por encima del metro ochenta—, o de que poseía unos ojos oscuros que parecían atravesar su piel e instalarse en su alma. Era su energía; lisa y llanamente.

    Retrocedió al ver que avanzaba. Él extendió la mano al tiempo que con sus finos labios formulaba el ofrecimiento de acompañarla para que llegara a salvo hasta la cabaña del vigilante.

    Su instinto le dijo que estaría en un peligro mayor en su compañía que con todos los marineros juntos, aunque no podía explicar por qué.

    —Me encuentro bien, señor, pero os lo agradezco de todas formas.

    Sus palabras no surtieron ningún efecto ya que el hombre siguió avanzando hacia ella. Kira miró a todos lados frenéticamente con la esperanza de que alguien apareciera a rescatarla mientras él extendía la mano y tomaba su brazo suavemente.

    —Estoy bien, de verdad —insistió.

    —Vamos, deja que la niña se quede.  En un momento me desocuparé y la ayudaré a aliviar sus necesidades —se burló un transeúnte con los dientes ennegrecidos.

    —Exactamente a esto me refiero —dijo el hombre con una ceja levantada.

    Kira sintió que sus músculos se contraían, y tembló ante la insinuación del marinero. No dudó en ceder a los deseos de su salvador y soltó un profundo suspiro al tiempo que le permitía acompañarla hasta la cabaña.  En todo momento giraba el cuello para inspeccionar la carga de cada hombro que pasaba al lado de ellos mientras los marineros y los trabajadores del muelle seguían descargando el barco.

    Tras alcanzar el umbral de la cabaña, el extraño se inclinó pronunciadamente, tomó los dedos enguantados de ella en su mano y dijo:

    —Lord Malcolm Jameson, a vuestro servicio.

    Kira respondió haciendo una reverencia.

    —Kira Donnelly.

    —Es un placer —dijo él con una amplia sonrisa y ojos bailarines que eran tan oscuros que se fundían con su saco y sombrero negros —. De haber sabido que el nuevo mundo poseía semejante belleza, hubiera venido mucho antes.

    Kira sintió que el calor afluía a sus mejillas mientras bajaba la vista.  No había escuchado un coqueteo tan elegantes desde que se marcharon de Inglaterra. En su mocedad había dado por sentado tales cumplidos, sin embargo, sus oídos veinteañeros llevaban un tiempo sin escuchar elegancias semejantes. Se aferró a ellos como un niño a una golosina.

    —Se sonroja vuestra merced —dijo él suavemente mientras las puntas de sus largos y bien cuidados dedos giraban el rostro de ella hacia el suyo.

    Su tacto se sentía frío como la nieve, pero claro, el clima era helado y él no llevaba guantes.

    Kira se quedó sin aliento ante las libertades que se tomaba y retrocedió.

    —Sois demasiado atrevido, señor.

    Sus ojos seductores y experimentados se clavaron en los de ella, inocentes y de color verde esmeralda, con tanta potencia que se sintió inmovilizada.

    —Mis más sinceras disculpas —dijo él finalmente mientras rompía el hipnótico hechizo que tenía sobre ella y se inclinaba una vez más—.  No sé qué me ha llevado a actuar en una manera que no tiene nada que envidiar a los marineros de los cuales he intentado defenderos. Por favor, disculpad mi estupidez. Os dejaré en paz ahora mismo.

    Se le cortó la respiración por el pánico al verlo enderezar su alta y delgada figura y darse la vuelta dispuesto a marcharse.  No tenía idea de por qué, pero de repente no pudo soportar la idea de separarse de este oscuro y misterioso extraño.

    —Por favor, señor —dijo con urgencia y lo tomó del brazo para impedir que se marchara—. Vos sólo estabais siendo amable.  Os suplico que perdonéis mi grosería.

    El rostro del hombre se iluminó de una forma que Kira solo podía equiparar con la mirada de un depredador satisfecho.  Con silenciosa gracia, le ofreció su codo.  Ella lo tomó sin dudar y permitió que la guiara lejos de los muelles.  Todos sus pensamientos relacionados al matrimonio con Jasper o al paquete de la tía Margaret la habían abandonado.  Su único deseo era permanecer en compañía de este hombre, sin importar cuál fuera el costo.

    Caminaron hasta el límite de la aldea, no muy lejos del camino que ella había tomado desde la granja de su padre.  Sus pasos comenzaron a flaquear al ver el camino.  La invadió el miedo de que la escoltara hasta su hogar, pero luego recordó que él era nuevo en el pueblo y no tendría idea de dónde vivía. 

    —¿Puedo preguntar adónde me lleva usted? —dijo con una voz dulce, casi como si estuviera en trance, luego de que abandonaran el camino y continuaran el trayecto hacia una cabaña de caza, remota y abandonada, a casi un kilómetro de la villa.

    —¿Os sentís fatigada? —preguntó él—.  Nos detendremos en esta pequeña cabaña y podréis descansar.

    —No, señor —dijo ella con confianza—.  Mis piernas son fuertes.

    —Hmm —murmuró él distraídamente mientras sus ojos examinaban a su alrededor—.  Nos detendremos de igual manera.

    Ella se dejó guiar obedientemente hacia la cabaña, sin dejar de preguntarse qué había en él que la llevaba a lanzar al viento la cautela y todas las advertencias de su madre como lo estaba haciendo.  A la choza le faltaban algunas tablas pero, en su mayoría, proveía una protección momentánea de los vientos helados a través de los cuales había estado caminando desde que salió de casa al amanecer.

    Ojeó la cabaña, examinando sus contenidos.  Había una mesa de madera, un taburete, la base de una cama con un colchón de paja mohoso encima de él, un caldero cerca del hogar y unos cuantos utensilios de latón para comer.

    —Pensé que este lugar estaba abandonado —dijo ella con sorpresa—.  Hay señales de uso reciente.

    —Servirá perfectamente a nuestras necesidades —musito, más para sí mismo que para ella.

    —Lo siento, señor, no comprendo.  ¿Vuestra merced ha dicho nuestras necesidades? —preguntó, y su nerviosismo regresó de repente.

    —Así es —dijo, quitándose abrigo, sombrero y chaleco—.  Recostaos en el colchón.

    —¿Perdón? —dijo prácticamente chillando y se acercó lenta y nerviosamente hacia la puerta.

    —Sois virgen, ¿cierto? —preguntó con firmeza.

    —¡Señor! No deberíais preguntar ese tipo de cosas —respondió claramente ofendida.

    —O respondéis o revisaré yo mismo —dijo sombrío y frunciendo el ceño—. ¿Sois virgen?

    Lo miró con miedo y desconcierto y asintió lentamente.

    —Eso pensaba.  Ahora, por favor recostaos en esa cama —dijo el hombre con una voz tan monótona como si estuviera ordenando un plato de estofado en la posada.

    —Me temo que vuestra merced tiene a la joven equivocada, señor —dijo, corriendo hacia la puerta.

    La velocidad con que se abalanzó hacia ella la impresionó tanto que le fue fácil someterla.  Estupefacta, ofreció una mínima resistencia cuando la arrastró hasta el catre y la lanzó sobre el mohoso colchón de paja. Sus ojos penetraron los de ella al levantar sus faldas y colocar su cuerpo en una posición que le permitía acomodar su delgada figura entre los esbeltos muslos de su presa.  Su mente gritó que se resistiera... que peleara de alguna manera... pero sentía que su cuerpo estaba congelado.

    —Estoy seguro de que esto no es lo que vos deseabais para vuestra primera vez con un hombre —dijo en tono de disculpa—, pero os aseguro que me lo agradeceréis más tarde.

    Deseaba gritar, pero sólo pudo emitir un gorjeo ahogado en las profundidades de su garganta en el momento en que sus delgados dedos masajearon el extremo sensible de su cima. Se tensó, resistiéndose a las extrañas sensaciones que él estaba creando. Quería cerrar los ojos para esconder su vergüenza, pero él la mantenía en una especie de trance con su mirada. Su abdomen se contrajo, la humedad se formó entre sus piernas y la sensación de que estaba por explotar de adentro hacia afuera la invadió. Sus caderas giraron como si tuvieran vida propia y él sonrió.

    —Bien. Temí que me tomaría mucho más tiempo preparaos —dijo antes de introducirse en los pliegues de su centro con una embestida y proceder a buscar su propia satisfacción.

    La conmoción por sus actos duró mucho más que el dolor.  Para su sorpresa —y horror— de hecho comenzó a sentirse bien.  Intentó evitar que su cuerpo respondiera pero fue en vano. Sus caderas animaban cada movimiento, levantándose para acompasarse a las de él, y sus músculos se contraían para evitar que se escapara. El rugido del hombre llenó sus oídos al tiempo que su simiente le llenaba el útero.

    Se apartó lentamente, liberando su cuerpo del firme agarre que había mantenido. Ahora su atención estaba en la sangre de su virginidad que rezumaba y humedecía el sucio colchón de paja.

    Sus ojos ya no la tenían en un estado de sumisión y podía moverse libremente. Sin embargo, se quedó acostada, mirando el techo, mientras las palabras de advertencia de su madre la agobiaban. ¿En qué estaba pensando?  Ahora estaba arruinada.  Jasper nunca se casaría con ella y nunca podría marcharse de esta tierra barbárica.

    Estaba tan absorta en su pena que casi ni notó el momento en que él enterró la cabeza entre sus piernas y comenzó a lamer la sangre en su piel.  Cuando finalmente cayó en la cuenta de sus acciones, le cruzó por la mente la idea de preguntar cuál era el motivo, pero desapareció rápidamente, al sentir el dolor punzante de sus dientes hundiéndose profundamente en el interior de su muslo.

    Trató de apartarlo jalándolo del cabello y luchó frenéticamente por liberarse, pero sus manos se aferraban a su pierna como si fueran tenazas mientras él succionaba la sangre que surgía a borbotones de sus heridas con suficiente velocidad como para hacerla temer por su vida. ¿Este hombre la había violado sólo para beber su sangre?  Sabía de vampiros por los cuentos de hadas, pero nunca creyó que fueran reales.

    Su mente consideró la idea de que Lord Malcom Jameson pudiera ser un auténtico vampiro hasta que el mundo se sumió en la oscuridad.

    ****

    —Se suponía que vos ibais a asesinarles, ¡no a convertirles! —exclamó un hombre enfurecido cuya voz sonaba terriblemente familiar en la nebulosa mente de Kira. Se sentía extraña, pero de una manera que no podía explicar.  Tardó un momento en recordar que había seguido estúpidamente a un extraño desde los muelles hasta una cabaña de cacería y que como resultado había sido violada y había perdido una buena cantidad de sangre.

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