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El último paso
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Libro electrónico330 páginas5 horas

El último paso

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Dina Alvarado es poseedora de un don muy particular; ella no solo es médium, capaz de comunicarse espontáneamente con los muertos, sino que tiene además la habilidad de liberar a las almas que parecen haber quedado atrapadas entre este mundo y el otro; capaz de abrirles una puerta para que puedan dar ese último paso hacia el más allá.
Ella es la líder de Beyond S.A., el proyecto de investigación paranormal que lleva adelante junto a sus tres mejores amigos.
El problema principal para Dina y sus compañeros, consiste en que no todas las almas “atascadas” están destinadas a ir hacia la luz. Muchas se aferrarán con todas sus energías al mundo que han dejado, al conocer su oscuro destino. De todos modos, lo más riesgoso para este equipo tiene lugar cuando, al llegar a una locación “embrujada”, ellos comprueban que no son almas errantes sino demonios los que han infestado el lugar, algo muy nocivo para la líder y que pone en riesgo su vida.
Los horrores de su propio pasado acecharán a Dina a lo largo del camino, al tiempo que deberá servir de guía para su sobrina Denise, quien con apenas diez años de edad, ha comenzado a dar muestras de estar desarrollando facultades mucho más poderosas e inquietantes que las suyas propias.
Una Denise ya adolescente se convierte en protagonista de la segunda mitad de la obra, una adolescente aún en pugna por dominar sus habilidades paranormales. La tragedia golpeará fuerte a Denise y la pondrá en la urgente necesidad de explorar la parte que más la aterra de su sensibilidad especial: aquella relacionada con la comunicación con los espíritus descarnados. Para ello, la chica contará con la ayuda de una vieja amistad de su tía y con la de un exorcista católico, quien ha sido recientemente excomulgado del clero y anda en busca de respuestas acerca de su identidad y su misión en esta tierra.
Con la meta de disipar la maligna influencia de una misteriosa entidad, responsable esta de haber colmado de oscuridad sus vidas, los miembros de esta nueva escuadra intentarán dar con el rastro de dos elusivos caballeros, experimentados ellos en las artes esotéricas, quienes en su juventud gozaron de gran prestigio al poner sus facultades al servicio de la corona británica, librando a varios miembros de la realeza de sendas manifestaciones paranormales que los tenían a mal traer.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2019
ISBN9780463310366
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    El último paso - Sebastian Ferreyra

    A mi esposa Ely, y a mis hijos Dylan y Alan.

    A la memoria de Blake Butler.

    Capítulo 1

    —Buen día, Silvia...

    —¡Buen día! ¿Qué pasa ahora? —pregunta la directora a su vice, al notar el desgano en su salutación. A modo de respuesta, aquella deposita sobre el escritorio de su superior un ejemplar del diario Crónica. En un ángulo de la portada del mismo, es posible leer el siguiente título, impreso con gruesas letras negras: «¿Escuela embrujada?». Más abajo, luego de una pequeña foto de la fachada del establecimiento donde las señoras se encuentran en este momento, aparece este resumen: «En la primaria Francisco Herrera, de esta capital, se han producido una serie de extraños accidentes para los cuales nadie halla explicación; algunos ya hablan de fantasmas».

    Silvia se toma la cabeza con las manos, sin por ello levantar los codos del grueso cristal que cubre la parte superior de su buró. «¡Solo esto nos faltaba!», piensa. No es que los inusuales hechos no hayan tenido lugar, pero a la dama la llena de rabia que mientras en otros diarios el tema no ocupa más que un cuadro diminuto en una página interior, en este pasquín sensacionalista se haya hecho un lugar en la portada, como si no hubiese nada más importante qué informar.

    El timbre resuena largamente por todo el establecimiento, tras lo cual, Pedro, el viejo portero, hace repiquetear la campana con fuerza, dando comienzo al primer recreo de la jornada.

    Silvia sale de su oficina y se dirige al patio para ver el movimiento de sus niños, como intentando promover una sensación de normalidad entre el alumnado. Nunca en sus treinta años de docencia había visto un recreo tan poco bullicioso. Las decenas de alumnos que atestan el recinto de juego, enfundados en sus guardapolvos de impecable blanco, permanecen casi inmóviles sobre el cuadriculado blanquinegro de las baldosas. Tan solo se limitan a reunirse en grupos, para charlar a media voz sobre las cosas extrañas que cada uno ha visto y oído durante los últimos días. Algunos aprovechan la ocasión para exagerar los detalles de algo que les han contado, o incluso para inventar historias inverosímiles. Sin embargo, otros relatan con fidelidad aquello que han presenciado. Aquí y allá, coros de murmullos de asombro acompañan el final de cada anécdota divulgada.

    Por primera vez en años, nadie desafía la prohibición de subir al escenario; no después de que los niños de 2.º«A» vieran cómo el telón se abría por sí solo sin que nadie tirase de la soga correspondiente.

    Silvia se retira de nueva cuenta a su despacho, al sentir las miradas de toda la concurrencia depositadas en su persona. En el camino se topa con Pedro, quien la lleva a un costado y le dice:

    —¿Y, Silvia? ¿Pensó en lo que le dije?

    —No, Pedro; me niego a creer que a todo esto lo cause un espíritu o algo así. Esas personas que usted quiere traer son estafadores; se aprovechan de la ignorancia de la gente...

    —Silvia, con probar no cuesta nada. Ya le dije que a mi hermano lo salvaron. Él estaba por vender la casa, no aguantaba más. Los llamó y santo remedio. Además, como son conocidos de mi hermano y como les conté que somos una escuela, me dijeron que nos van a cobrar lo mínimo, casi nada...

    —Sí… pero hay mucho engaño con eso. Va a ver que en la factura van a aparecer un montón de cositas que se «olvidaron» de avisarnos y al final nos van a dar con un caño. Aparte, no puedo usar los fondos de la escuela para pagarle a esos brujos o lo que Dios quiera que sean.

    —Mire, si es por eso no se haga problema; lo pago yo. Sino me voy a tener que ir. No se olvide que yo vivo allá arriba; a la noche se escuchan cosas...

    —Bueno, no sé, Pedro, después hablamos. Ahora vaya a tocar la campana, que el recreo ya tendría que haber terminado hace rato.

    Silvia desestima de plano la propuesta del portero. Considera que el bajo nivel cultural del hombre es la fuente de su creencia en disparates semejantes. Sin embargo, muy pronto la buena señora cambiará de parecer.

    Esa misma tarde, Silvia asoma su figura delgada y su melena enrulada y carmesí en la soledad del vestíbulo principal, luego de que los alumnos del turno tarde se hubieron marchado ya a sus hogares. Es entonces cuando aprecia incrédula cómo los dos matafuegos empotrados en la pared, uno en cada extremo del largo pasillo que se extiende desde allí hasta la escalera trasera, caen al unísono al suelo con gran estrépito y sin razón aparente.

    Acto seguido, una sombra de forma humanoide se materializa en el fondo del mismo corredor y acelera en dirección a la despavorida funcionaria, quien se prepara para huir sin más preámbulos. Sin embargo, la misteriosa aparición se desvanece a mitad de camino, al toparse con la luz blanca proyectada desde una de las aulas.

    Otra silueta aparece a escasos metros de la directora, haciéndola saltar del susto, pero enseguida se tranquiliza. Solo se trata de Pedro, quien observa con detenimiento los objetos caídos y luego a la dama, como diciendo: «¿vio que no le miento?».

    Este episodio hace a Silvia reconsiderar su postura y al cabo termina cediendo a los deseos del conserje, no sin antes intimarlo a manejar con total discreción el delicado asunto.

    Al día siguiente, con la noche ya caída sobre Buenos Aires, Pedro hace ingresar a cuatro personas a la escuela, tres de las cuales cargan abultadas mochilas en sus espaldas. Silvia se sorprende por el aspecto de sus invitados, pues si bien esperaba encontrarse con personas ataviadas con amplios ropajes blancos y multitud de medallones y amuletos en sus cuellos, nada se aleja más de la realidad. La única mujer del grupo parece estar a cargo, pues se dirige directamente al encuentro de la funcionaria y le estrecha la mano con decisión.

    —Buenas noches, señora Bettancourt. Soy Dina Alvarado; estamos acá para ayudarla. —La aludida responde también con cortesía, al tiempo que examina de pies a cabeza a su interlocutora.

    Se trata de una mujer de unos treinta años de edad, de mediana estatura, delgada y de facciones agradables. Lleva su pelo castaño oscuro prendido con una colita de tul color azul y utiliza algún producto para fijar y darle brillo a su peinado. Tiene los labios pintados de rojo intenso y dos perlas decoran los lóbulos de sus orejas. Viste con elegancia, usando un saco negro y una falda al tono que le llega a las rodillas, completando el conjunto con zapatos de taco también negros.

    Los tres varones del equipo, luego de ser a su vez presentados como socios de la muchacha, comienzan a desempacar para comenzar con su tarea. Dina esboza una escueta sonrisa al contemplar el rostro de sorpresa de Silvia, cuando esta observa con curiosidad los diversos aparatos electrónicos que los muchachos sacan a la luz. Anticipándose a las preguntas de la dama, ella explica:

    —Señora Bettancourt, yo soy médium, y como tal, percibo la presencia de espíritus, lo quiera o no. De cualquier modo, nos ayudamos con esta serie de dispositivos que puede ver, algunos para verificar y otros para intentar documentar la presencia de dichos espíritus.

    »Fabián, vení por favor —continúa Dina, con voz nítida y potente, como de locutora. Uno de los muchachos, de mediana estatura, macizo, algo desaliñado en su modo de vestir y portador de una barriga prominente, se acerca y le entrega a la dama un pequeño aparato de color negro.

    »Vea, Silvia, este es un termómetro ambiental. Capta la temperatura en un ambiente cerrado o bien en un sector específico dentro del mismo. Está comprobado que ante la presencia de entes espectrales, la temperatura desciende varios grados.

    —¿Y esas qué son, cámaras? —pregunta Silvia, temiendo que su querida escuela aparezca en algún programa de televisión acerca de fantasmas.

    —Sí, tenemos varios tipos de cámaras. Cada una actúa sobre un rango diferente del éter. Además del espectro luminoso convencional, que es el que logramos ver los seres humanos, existen otros rangos visuales, como el infrarrojo o el ultravioleta. Estas cámaras están diseñadas para que podamos ver lo que hay en esos rangos invisibles a nuestros ojos. Se sorprendería de los resultados que hemos obtenido.

    —El precio… ¿es el que dijeron por teléfono, no? —pregunta la señora, más por nerviosismo que por otra cosa, dándose cuenta al instante que sus palabras han sonado rudas y fuera de lugar.

    —Sí, quédese tranquila. Lo que mis compañeros le cobran es en parte para solventar los gastos que genera mover todas estas herramientas —responde Dina con total tranquilidad—. Yo, por mi parte, no cobro por mis servicios. Mis habilidades son un don que me fue dado, y probablemente las perdería si intentase lucrar con ellas. Normalmente, los chicos vienen primero y analizan el lugar, y solo me llaman si encuentran pistas sólidas acerca de la presencia de espíritus. En este caso me adelanté y decidí acompañarlos, ya que se nos pidió actuar con la máxima discreción posible…

    Los profesionales de lo intangible se dividen en dos grupos, para instalar los dispositivos de detección en la mayor cantidad de cuartos que les sea posible. Gracias a que hoy es viernes, los aparatos podrán permanecer en posición todo el fin de semana, lo que contribuirá a una mejor evaluación de la situación.

    Antes de comenzar, el grupo se reúne en torno a Dina, quien dirige una oración al Todopoderoso, rogando por el éxito de la misión.

    Mientras Fabián e Ismael recorren los salones del primer y segundo piso, Dina y Federico visitan las aulas de la planta baja, además del salón de música, el patio principal, los baños y corredores.

    —Fede, podrías aprovechar y rendir esa materia que tenías pendiente... — bromea Fabián, antes de la separación.

    Federico es el más joven del grupo, con veintiún años de edad. Es alto y delgado en extremo. Su piel es blanca como la leche y la manera en que crece su pelo rubio se asemeja a la de una fogata encendida. Su look desprolijo de remera amplia, jeans y zapatillas esconde una gran inteligencia. La electrónica y la computación son sus especialidades.

    Mientras los huéspedes proceden con su labor, Silvia permanece en la biblioteca. Intenta concentrarse pero le resulta imposible mantener la atención en el libro que tiene delante de sus ojos. Nerviosamente bebe una taza de café. Ella ha decidido no abandonar su escuela hasta que los visitantes se hayan marchado. No es que no tenga plena confianza en la capacidad de Pedro para manejar la situación, pero su carácter dominante la apremia a tener todo bajo la órbita de su control; a no delegar responsabilidades en nadie.

    Dina se aferra al brazo de Federico mientras transitan con lentitud las aulas solitarias; ella siente una presencia en las cercanías. Los dos se sobresaltan al percibir un sonido en la lejanía; una melodía de piano. Entonces se apresuran a atravesar el largo pasillo, doblan a la izquierda hacia un recinto donde se ubican decenas de sillas plásticas apiladas y finalmente llegan al salón de música.

    —Está acá —le susurra Dina a su compañero—. No, esperá. ¡Se fue!

    Silvia se pone su saco de lana negra; el efecto entibiador del café ya ha pasado y ahora tirita de frío. Luego se pone de pie y camina sobre los tablones sin lustrar, para aliviar su dolor de espalda. Considera que el estrés acumulado le ha contracturado todos los músculos de aquella zona.

    La puerta de la biblioteca se abre lentamente y el picaporte se agita con violencia durante interminables segundos, manteniendo a Silvia en ascuas, hasta que por fin Dina y Federico aparecen en escena.

    —¿Vieron eso? —pregunta la señora, aún inquieta. Dina hace caso omiso de esto y declara con vehemencia:

    —Realmente creo que deberías calmarte; no hay necesidad de hacer esto. —Silvia cree que la muchacha está reprendiendo a su compañero, mas luego discierne que en cambio dirige sus palabras al vacío—. ¿Quién sos? ¿Sos Ricardo?

    Algunos segundos transcurren, bajo un silencio sepulcral. Ninguno de los presentes atina a moverse. Luego, Dina encara a la directora y le pregunta:

    —¿Había alguien de nombre Ricardo en este lugar?

    —Sí.

    —Es el espíritu de Ricardo el que persiste aquí.

    —¿Sí?

    —Parece que murió de manera violenta. A veces los espíritus de las personas permanecen rondando los lugares que les fueron familiares en vida, sobre todo cuando el deceso se produjo con violencia, o cuando les ha quedado algún tema importante sin resolver.

    —Sí, él trabajaba acá, como ayudante de limpieza, pero hace unos meses lo mataron al salir de su casa. ¡Para robarle la bicicleta! ¿Se da cuenta? Para rob...

    —Ricardo está molesto con usted, Silvia. Está enojado porque usted lo maltrata. Y porque no le permitió tomarse licencia para ir a ver a su madre enferma. Para viajar a Formosa.

    —Es que... faltaba mucho... siempre llegaba tarde... —La docente intenta justificarse, con lágrimas en los ojos y mirando a la nada, como pidiéndole perdón directamente al occiso.

    —Silvia, le ruego que más tarde me facilite los datos de Ricardo, para hacer las averiguaciones correspondientes, pero al parecer hemos dado con la fuente de los disturbios paranormales.

    La directora no atiende a las palabras de Dina; ha quedado anonadada pensando en el pobre Ricardo. Nadie más que ella sabía de la petición del muchacho y de su negativa; no hay posibilidad de engaño en las afirmaciones de la médium.

    —Silvia —repite Dina, tomando ahora entre sus manos las de la señora, para rescatarla de su abstracción—. Silvia; Ricardo debe partir. Tenemos que ayudarlo a completar su viaje al otro mundo; esa es la misión principal de nuestro emprendimiento. No siempre lo logro; no siempre es voluntad de Dios que así ocurra, pero como personas de bien es nuestro deber intentar salvarlo de vagar indefinidamente entre dos mundos, más allá de los inconvenientes que cause su presencia.

    —Si, por supuesto —se apresura a contestar la aludida—. ¿A eso lo pueden hacer ahora?

    —En realidad eso es exclusivamente de mi competencia, y no es algo inmediato. Puede llevar varias sesiones liberar un alma atascada; a veces meses o incluso años. No suele ser fácil averiguar la verdadera razón por la cual permanecen aquí con nosotros. A veces tenemos que hacer de mensajeros y contactar a alguien o completar una tarea que el espíritu no pudo hacer en vida. Yo la voy a agendar para visitar la escuela regularmente hasta que Ricardo descanse en paz, si está en mis manos poder hacerlo.

    »Ahora, necesitaría retirarme a algún salón, alguno de la planta alta estaría bien, para poder concentrarme y así comunicarme con Ricardo de igual a igual.

    Aunque Pedro no ha podido convencerla de irse a casa y dejar todo en sus manos, Silvia ha aceptado en cambio la recomendación de permanecer recluida en su oficina hasta que esta primera cita entre Ricardo y la médium llegue a su fin.

    Todo esto hace estremecer a la directora. Sonríe al preguntarse cómo llegó a esta posición; la de hallarse esperando a que su escuela sea exorcizada de fantasmas. Jamás hubiese imaginado una cosa semejante.

    Inesperadamente, suena el timbre de la entrada principal. Silvia abre grandes los ojos y se pregunta: ¿quién podrá ser? Pedro atiende al visitante a través de la mirilla de la puerta y luego corre a avisarle a su superior: «Es el profesor Velásquez, dice que se olvidó algo en un cajón».

    «¡Por Dios, Velásquez!» piensa Silvia, con pavor. «¡De todas las personas en el mundo, justo él tenía que aparecer!». Dudando sobre si ocultar su presencia o no, la directora emerge al fin de su despacho para recibir al ingrato docente. Los muchachos captan la mirada de la señora y se esconden en un aula que tiene las luces apagadas.

    El profesor saluda a su contraparte con una sonrisa plena de falsedad y le dice:

    —¡Silvia! ¡Qué sorpresa! ¿Trabajando hasta tarde otra vez?

    —Eh, sí; estoy tapada de laburo…

    El hombre enarca ligeramente las cejas y prosigue sin dilaciones hacia un aula del primer piso, enfundado aún en su típico e impecable traje azul oscuro. Al cabo regresa y se dispone a partir, echando al pasar un vistazo a los rincones pero sin pronunciar palabra. Solo cuando la gran puerta de madera se cierra tras él, Silvia recupera el aliento.

    De haberse tratado de cualquiera de los otros docentes, la dama quizás se habría arriesgado a hacerlos partícipes de su secreto, rogándoles discreción en aras del bien común. Pero con Velásquez... ni hablar. Es una cuestión de piel, como suele decirse. Los entredichos entre la pelirroja y el antipático hombre son frecuentes. Ella sospecha que este señor codicia su puesto, y el escándalo que se produciría si se llegase a dar a conocer lo que ha tenido lugar en la escuela hoy día, sin duda lo acercaría no poco a su cometido.

    Silvia intenta pensar en positivo: «Capaz no se dio cuenta de nada», se esperanza.

    El lunes por la mañana llega al fin. Es un día esplendoroso de primavera y el sol apoya su tibia mano en un flanco del patio.

    Silvia observa satisfecha el retorno de los alumnos a las aulas luego del primer recreo del día. Hoy los muchachines y las niñas se muestran más animados y de a poco van retomando su estado de bullicio habitual.

    La directora se dirige a su despacho con un sentimiento de paz, confiada en que ha comenzado una nueva etapa de armonía en su establecimiento. Pero la tranquilidad dura poco. Cinco minutos después, Matilde, la secretaria, golpea la puerta de la dirección y anuncia con gravedad:

    —Silvia, en la puerta hay un señor que quiere hablar con vos; es del noticiero de canal 9.

    La mujer se aproxima de inmediato a la puerta principal con la intención de deshacerse del impertinente; no quiere que nadie instale nuevos nubarrones oscuros en su horizonte. Sin embargo, ella ve truncado su deseo al comprobar la identidad del visitante. No es un movilero cualquiera quien aguarda del otro lado; se trata nada menos que de Luis Arquímedes Melián. Este reportero ha adquirido cierto renombre en los últimos meses gracias a las investigaciones que ha dirigido, las cuales han sacado a la luz el accionar de diversas mafias menores y otros comerciantes inescrupulosos. Sus cámaras ocultas han llevado ante la justicia, entre otros, a funcionarios corruptos y a farmacéuticos que comercializaban potentes drogas sin la correspondiente receta mediante.

    —Señor Melián, creo que este asuntito de los fantasmas ya está terminado —dice Silvia, luego de hacer pasar al caballero a su despacho, intentando minimizar su lenguaje corporal para no evidenciar su nerviosismo—; todo eso son tonterías malintencionadas... —El periodista se acomoda la corbata y, con un gesto de autosuficiencia, juega su carta fuerte.

    —Señora Bettancourt; un profesor de su escuela ha denunciado que durante el último fin de semana ha tenido lugar una cacería de fantasmas, aquí mismo, donde cientos de chicos vienen a aprender los valores de la sociedad civilizada...

    —¡¿Pero usted está loco?! ¿Cómo puede decir algo así? ¿Tiene pruebas? —El hombre mantiene su cuadrado rostro duro e inmutable, como si estuviese hecho de titanio. Entonces extrae del bolsillo interior de su saco una serie de fotografías que muestran a Dina y a sus amigos, en el preciso instante en que abandonaban las instalaciones educativas.

    «¡Ese desgraciado de Velázquez!» piensa Silvia, con rabia y terror al mismo tiempo. «¡Se quedó escondido detrás del árbol grande de la esquina y esperó hasta que salieran!».

    —No sé quién piensa usted que son esas personas, pero se equivoca. Ellos son un grupo de ex alumnos que me pidieron filmar un corto en las instalaciones de la escuela. —Silvia saca esta respuesta de la galera, relacionando lo que el profesor de historia pudo haber visto en su recorrido.

    —Señora Bettancourt, no me falte el respeto. Vengo siguiendo a esos estafadores desde hace rato. Escúcheme: los dos sabemos que esta semana le va a caer una inspección del ministerio de educación por todos los accidentes que están ocurriendo acá. Si esto se sabe, la van a mandar a su casa...

    La dama no responde y se limita a postrarse en su sillón, intentando reprimir las lágrimas. Es que no hay respuesta para esto; está atrapada en un callejón sin salida.

    —Pero no se preocupe, señora, no me interesa arruinarle la vida —prosigue Melián, en total control de la situación—. Yo puedo hacer desaparecer estas fotos y todo lo demás, pero a cambio usted tiene que ayudarme a mí...

    —¿Qué quiere?

    —Nada «del otro mundo», je, je. Solo quiero que me contacte con los que le hicieron el trabajo. Nada más.

    Silvia permanece en silencio, evitando la penetrante mirada del caballero de cabello corto y oscuro. Chantajeada en su propio despacho; que bajo ha caído.

    Si bien no quiere perjudicar al grupo, la dama toma una determinación. Después de todo es su propio cuello el que se halla en la trayectoria de la guillotina. Entonces llama a Pedro con urgencia y lo conmina a brindarle los datos necesarios para contactar a Dina y los suyos. La directora anota la información en un papel, mismo que luego arroja con desprecio a Luis Melián. A cambio, este le alcanza con delicadeza las terribles fotografías.

    La atormentada señora no consigue contactar a los miembros de Beyond S.A. de inmediato, para ponerlos al corriente de lo acaecido; es por eso que el ulterior llamado del periodista toma por sorpresa a Dina.

    Luis revela de inmediato su identidad y manifiesta su intención de documentar las actividades del grupo para uno de sus informes. Ante la negativa inicial, él acusa a su interlocutora de engañar a la gente y amenaza con denunciarla. La mujer no se amedrenta; no es la primera ni será la última vez que alguien se sienta incómodo con las peculiares actividades que desarrollan ella y sus compañeros.

    Dina finaliza la comunicación, pero escasos minutos después, comienzan a llegar a su teléfono celular las fotografías que la muestran saliendo de la primaria Herrera, rematadas con un despiadado mensaje en el cual se amenaza con destruir la carrera de la directora Bettancourt. Dina aprieta los puños con furia, sin saber cómo contraatacar. Finalmente acepta concertar una cita. Detesta hacerlo, pero no le parece justo que la pobre señora deba pagar las consecuencias por sí sola.

    Luis Arquímedes Melián es recibido con suma frialdad en la base de operaciones del cuarteto, en el barrio de Belgrano. Federico, Fabián e Ismael se muestran sombríos, sentados en torno a una mesa circular. Ellos permanecen en silencio, permitiendo a Dina manejar la delicada situación.

    Al periodista no lo convencen ni las fotografías ni los videos que le son mostrados. En sus treinta y nueve años de vida jamás ha sido testigo de una de estas supuestas manifestaciones sobrenaturales que los aquí presentes aseguran enfrentar cada día. Además, considera que con la tecnología existente por estos días, es factible fraguar prácticamente cualquier cosa. Lo que él propone es acompañar, junto a un camarógrafo de su equipo, a la escuadra durante una de sus operaciones.

    Tras algunas idas y vueltas, se acuerda que el reportero será de la partida en el próximo trabajo que se presente, mas no será permitida la inclusión de persona extra alguna. Los muchachos de Dina llevarán a cabo las filmaciones pertinentes, las cuales Luis podrá llevarse consigo al finalizar la jornada.

    Algunos días más tarde, los cuatro amigos y el indeseable invitado se hacen presentes en una planta siderúrgica ubicada en las afueras de la localidad bonaerense de San Justo. El caos de tránsito existente en la rotonda de la ruta 3 los ha demorado; son más de las ocho de la noche cuando arriban a su destino.

    Ellos son guiados por diversos corredores hasta la oficina del dueño de la firma. Allí Dina reitera su discurso acerca de su condición de médium y explica la manera en que intentarán verificar los supuestos sucesos paranormales que los empleados aseguran presenciar a menudo.

    Un encargado de vigilancia los conduce a través de la intrincada arquitectura del edificio; juntos recorren cuartos atestados de pesada maquinaria. Luis comienza también su propio trabajo de investigación y por ello le consulta al sereno sus pareceres acerca de este misterioso asunto.

    El hombre, de unos cincuenta años de edad, se declara creyente en la existencia de fantasmas en el lugar, por experiencia propia, según dice. Asegura que por la noche se escuchan misteriosos golpes de martillo; que las puertas se abren y cierran solas a la madrugada y que las máquinas se encienden por sí mismas. Los operarios afirman que estos actos son obra de dos de sus compañeros, quienes murieron electrocutados en un trágico accidente, hace algunos meses. Sin embargo, el custodio cree conocer la verdad.

    —Hace cosa de dos años atrás entró a trabajar un chico, se llamaba José. Era macanudo el pibito, venía del interior. El capataz que estaba entonces era un guacho, una mala persona. Y en vez de darle a José algo liviano con qué empezar, no; lo mandó directo a hacer los trabajos más peligrosos. Encima lo jodía, no lo dejaba en paz. El pibe siempre estaba al borde de tener un accidente, hasta que pasó.

    »José tenía el pelo largo. Nosotros le decíamos que se lo ate, por seguridad. Pero un día se descuidó y se agachó muy cerca de unos engranajes, que

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