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Historia rural de Chile central. TOMO II: Crisis y ruptura del poder hacendal. TOMO II
Historia rural de Chile central. TOMO II: Crisis y ruptura del poder hacendal. TOMO II
Historia rural de Chile central. TOMO II: Crisis y ruptura del poder hacendal. TOMO II
Libro electrónico592 páginas8 horas

Historia rural de Chile central. TOMO II: Crisis y ruptura del poder hacendal. TOMO II

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En este segundo tomo analizamos el modo cómo los campesinos rompen las relaciones de subordinación, que aparecían como relaciones de lealtad con sus patrones. Una larga historia de humillaciones y ofensas explota. Por cierto, era el Estado quien imprimía el ritmo de reforma, pero esta se produjo en medio de un inimaginable proceso de movilizaciones. Fueron, sin duda, los cinco años de mayor gravitación y profundidad en la historia moderna del país. El golpe de Estado del 1973 es incomprensible sin la Reforma Agraria y la revuelta campesina que la acompañó y que la hizo posible. Nada fue igual en el campo. El sistema de haciendas se hizo pedazos, la propiedad se pulverizó, los inquilinos dejaron de serlo, miles de miles de campesinos salieron de los fundos y haciendas donde habían vivido por generaciones y generaciones.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento11 nov 2016
ISBN9789560006301
Historia rural de Chile central. TOMO II: Crisis y ruptura del poder hacendal. TOMO II

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    Historia rural de Chile central. TOMO II - José Bengoa

    José Bengoa

    Historia rural de Chile central

    Tomo II

    Crisis y ruptura del poder hacendal

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2015

    ISBN: 978-956-00-0630-1

    ISBN Digital: 978-956-00-0842-8

    A cargo de esta colección: Julio Pinto

    Motivo de portada:

    Centro reforma agraria Valentín Letelier (Talca), fotografía de Julio Troncoso, 1971.

    Colección del Museo Histórico Nacional.

    Todas las publicaciones del área de

    Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones

    han sido sometidas a referato externo.

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    En memoria de Arnold Bauer

    Una hectárea por cabeza de familia resolvería el problema

    económico del campesino de Elqui, si el horrible y deshonesto

    latifundio no estuviese devorándonos y hambreándonos,

    allí como a lo largo del país entero.

    Gabriela Mistral

    El Mercurio

    14 de mayo de 1933

    Presentación al tomo II

    En el tomo I de la Historia rural de Chile Central, hemos visto el modo cómo se consolidó en Chile el régimen de haciendas durante el siglo XIX. Durante cuatro siglos, después de la destrucción del mundo indígena de la zona central del país, se fue estructurando la propiedad, el sistema de trabajo y sobre todo la cultura y régimen de subordinación y poder. Los dueños de la tierra, los hacendados, fueron la clase alta de la sociedad chilena y dirigieron el Estado. Los inquilinos, gañanes, peones, pequeños propietarios de poblados rurales, formaron gruesamente «el pueblo».

    En el siglo XIX la hacienda es la institución social fundamental en Chile. Es el modelo de cómo se trabaja, cómo se manda y cómo se obedece. Es así como a las faenas mineras se trasladarán muchas costumbres hacendales, como por ejemplo la ficha salario con que se pagaba a los peones. Incluso en las primeras fábricas se tendía a establecer relaciones paternalistas al estilo rural hacendal, control de la población obrera, como el caso de la Refinería de Azúcar de Viña del Mar, la Empresa Manufacturera de Papeles y Cartones de Puente Alto y muchas más. La imagen de una gran familia que trabaja en conjunto, vive en comunidad y reza al Altísimo, se fue transformando en el modelo de comportamiento «normal y deseado» en la zona central de Chile.

    La estabilidad del latifundismo del siglo XIX tiene como correlato la estabilidad del Estado. El Estado chileno será, durante este largo período, «el Estado del Valle Central de Chile». Santiago, la capital, dominará sobre las regiones e impondrá sus criterios a partir de la batalla de Lircay, en que pierden los partidarios de un régimen que diera más libertad a las provincias. Las guerras civiles monttistas de los años cincuenta de este siglo serán nuevas derrotas de los partidarios del federalismo.

    El siglo XIX, hasta la década del treinta del siglo XX, será el tiempo dorado que hemos denominado la pax hacendal. Los patrones estaban seguros de su propiedad, se trabajaba de acuerdo a los usos y costumbres, y no existían críticas demasiado ácidas ni violentas. La mano dura del Estado perseguía a quienes osaban subvertir el orden establecido. Los que no concordaban debían huir, como ha sido visto en los últimos capítulos del Tomo I.

    Las cosas comenzaron tímidamente a cambiar en las primeras décadas del siglo XX y luego con mayor rapidez, hasta llegar a un ritmo vertiginoso en la década del sesenta y setenta; es la historia contemporánea de Chile, a la que se dedica este Segundo Tomo. Comienza este relato con el regreso de los campesinos que se habían ido a la pampa del norte y que volvían como obreros pampinos. Hemos detallado en los primeros capítulos los conflictos que comenzaron a producirse en el ámbito rural. Los «federados», esto es, miembros de la Federación Obrera de Chile, bien conocida como FOCH, fueron los primeros críticos de la condición rural. Son las primeras huelgas y, como Ranquil, los primeros conatos de levantamiento campesino.

    Se consolidan las regiones rurales del centro del país y a ello nos abocamos en varios capítulos. El paisaje de los valles centrales se asienta y las haciendas de mayor riqueza viven su tiempo de mayor esplendor. Colchagua es quizá el centro de este relato. Allí el inquilinaje gozó de buena salud hasta muy entrado el siglo. Los señores de la tierra poseían un aroma de feudalismo imposible de esconder. Esos trabajadores doblegados por la «obligación» eran los verdaderos esclavos del Chile moderno: señoría y servidumbre. Dedicamos un espacio especial al Maule, por la impronta que ello tiene en la historia regional del país y porque allí continúa hasta hoy la ruralidad no transformada, los fragmentos de lo que fue ese mundo decimonónico. Finalmente, analizamos La Frontera, los paisajes a ambos lados del río Bío Bío, que sufrieron grandes cambios en ese tiempo transicional de fin del siglo XIX y comienzos del XX.

    En este libro no tratamos de otras zonas rurales de Chile tales como el Norte Chico o la región de La Frontera, en la que ocurrieron procesos de reducción forzosa de la población indígena mapuche y masivas colonizaciones nacionales y extranjeras. Esto lo hemos hecho en otros estudios y libros que se citan convenientemente.

    Con la crisis mundial de fines de los años veinte y comienzos del treinta, Chile sufrió un cambio muy profundo. Esos cambios, leídos como crisis, condujeron a un tiempo político muy revuelto que culmina con el ascenso del Frente Popular el año 1938 y su continuidad por tres períodos en estricto término, y por cinco si uno analiza con mayor cuidado los gobiernos de Carlos Ibáñez del Campo y de Jorge Alessandri Rodríguez, esto es, desde 1952 a 1964. En esos 28 años se fue produciendo una crítica cada vez más generalizada a la situación que se vivía en los campos del Valle Central principalmente. Las clases medias, y por supuesto los obreros, que habían sido los primeros críticos, inician una ofensiva en contra del régimen de propiedad, de trabajo y sobre todo de los sistemas de vida que se producían en el campo. En ese largo período no se logró que los hacendados se transformaran ellos mismos en empresarios agrícolas. No ocurrió en la zona central de Chile lo que en la tradición historiográfica y política europea se conoció como la vía empresarial de transición del feudalismo al capitalismo. O a la usanza de los pensadores clásicos, la vía alemana o «vía junker» de autotransformación capitalista de los antiguos señores de la tierra. Por lo tanto, se fue incubando en esas décadas un ambiente cada vez más proclive a una revolución agraria mediante la intervención de fuerzas externas a la sociedad rural, para transformarla.

    Quizá el último eslabón que se rompió para que este proceso estallara sin barreras que lo detuvieran, fue la Iglesia Católica. La unión entre el sistema de haciendas y la Iglesia la hemos desarrollado historiográficamente en el Primer Tomo. La hacienda nace como una combinación compleja de «misión» para los infieles, comunidad conventual de trabajo, institución sagrada, como la familia, y segregada cuidadosamente de la sociedad de modo de mantener su pureza y santidad. Los trabajos al igual que en los relatos medievales, se hacían al son de las campanas y los ciclos anuales daban vuelta en torno de las festividades religiosas, las novenas, misiones, peregrinaciones y oraciones cotidianas. Cuando los obispos, y en especial don Manuel Larraín, obispo de Talca, y posteriormente el Cardenal Silva Henríquez, rompen con el latifundismo, se abren las compuertas para la transformación de la sociedad rural chilena.

    En este Tomo II analizamos el modo cómo los campesinos rompen las relaciones de subordinación que aparecían como relaciones de lealtad con sus patrones. Se rompe en Curicó el régimen de clientelas cautivas que poseían los dueños de la tierra y que les permitía ser más «designados» que electos para los cargos de representación popular en el Estado. Será una explosión. En Colchagua –que seguimos con mayor detalle que otros espacios rurales, a causa de los detallados estudios que hemos hecho estos últimos años– de un día para otro los sumisos inquilinos se tomaron los fundos ante la sorpresa absoluta de los propietarios. Una larga historia de humillaciones y ofensas explota. Un ex inquilino, antiguo cajero de la hacienda El Huique, lo graficaba de modo simple y claro: «fue como despertar; vivíamos en un largo sueño».

    Se produjo en Chile central una «revuelta campesina». Por cierto que era el Estado quien imprimía el ritmo de las expropiaciones, formación de asentamientos y traspaso de las tierras hacendales a nuevos propietarios. Pero ello ocurrió en medio de un proceso inimaginable al comenzar la década del sesenta, e incluso muy avanzados esos años. Fueron cinco años de la historia de Chile, sin duda los de mayor gravitación y profundidad en la historia moderna del país. En este Tomo II relatamos algunos de los cientos de hechos, ya que su descripción detallada, zona por zona, valle por valle, nos habría llevado a un libro de una extensión exagerada y una lectura imposible. Hemos acumulado decenas de testimonios, cientos de documentos, trozos de diarios, relatos de todo tipo, debiendo seleccionar lo más relevante.

    Por cierto que hubo violencia; por lado y lado, por parte y parte. Los dueños se resistieron, no en todos los casos, a ser expropiados. Los campesinos se organizaban y presionaban cada vez con más fuerza ocupando las haciendas, en las recordadas «tomas de fundos». No era poco lo que se estaba jugando y que tratamos de relevar en estas páginas.

    El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 es incomprensible sin la Reforma Agraria y esta revuelta campesina que la acompañó y que la hizo posible. Nada fue igual en el campo. Los militares no pudieron, no quisieron o simplemente no encontraron condiciones para volver atrás. El sistema de haciendas se hizo pedazos, la propiedad se pulverizó, los inquilinos dejaron de serlo, miles de miles de campesinos salieron de los fundos y haciendas donde habían vivido por generaciones. Y esa nueva estructura se fue llenando de oportunidades, fue construyéndose, sobre las cenizas del latifundismo, el capitalismo agrario moderno, las exportaciones de la zona central que llenan de orgullo hoy día a los gobernantes y enriquecen a los herederos de las antiguas clases dominantes, finalmente transformados en empresarios agrícolas. Los campesinos que participaron del proceso, de la revuelta, fueron duramente castigados; no solamente porque muchos fueron detenidos, hechos prisioneros y desaparecidos, sino porque el costo de la liberación del señorío significó ser arrojados al mercado de mano de obra más desregulado y masivo de la economía y sociedad chilena. A cuatro décadas de concluidos estos violentos procesos, aún no somos capaces de dimensionar las consecuencias profundas que la transformación rural de la propiedad y las relaciones de poder han tenido y tienen en la sociedad chilena del siglo XXI.

    Primera parte

    La estabilidad del latifundio en el Valle Central de Chile

    Don Juan de Dios Alvarado: Yo campeón de la Sorbona, fracasado licantenino,

    polvoriento hombre de bronce, canto el canto agrario-vitivinícola de la

    «Zona Central» de la República, el canto de los peones y el trabajo,

    no el canto de los patrones y el dinero, acostándose a todo lo largo y lo ancho

    de la nación chilena, desde la cuesta épica de Chacabuco, al Bío Bío

    poderoso como la multitud enfurecida, padrerío de índole tranquila y democrática.

    Pablo de Rokha

    Genio de pueblo

    1960

    Capítulo primero

    El siglo XX

    Se ha dicho, y ya es casi una majadería, que el siglo XX comenzó tarde y terminó temprano¹. No cabe duda en todo caso que en Chile el siglo XIX se desplazó hasta a lo menos el año 1920, en que la denominada República parlamentaria comienza a resquebrajarse con la irrupción del «León de Tarapacá». Después de varios años de turbulencias, como consecuencia de la crisis mundial del 29, el fin del período o ciclo salitrero, se suceden ruidos de sables, golpes de Estado, la dictadura de Ibáñez, la República Socialista, regreso del presidente Arturo Alessandri Palma y finalmente comienza propiamente el siglo XX, siguiendo con la fábula, con los gobiernos radicales del Frente Popular el año 1938. Es efectivo que hasta 1924 se mantenía incólume el sistema decimonónico en todos los ámbitos de la vida política, económica y social chilena. La generación del año 27, podríamos decir, será la que, imbuida de espíritu igualitarista, inaugurará en términos de ideas y propuestas el siglo XX. Este siglo será corto, como se ha dicho, y terminará con el intento de «Restauración» después del golpe de Estado del 73. Fue un siglo de 49 años, faltó uno para que fuera un siglo de sólo un medio siglo.

    No es éste el capítulo ni el lugar donde contar la historia política de Chile durante el siglo XX. No perdamos nuestro objetivo: analizar qué ocurrió con el poder oligárquico, con la relación entre propiedad territorial y poder social y político. ¿Cuánto se erosionó el poder de la clase terrateniente durante el siglo XX, el corto siglo XX?

    Hasta el año 1924, a lo menos, los procesos de «erosión» de la relación entre propiedad y poder fueron poco significativos. Se incuban procesos que van a explotar con posterioridad. Pero en esos años el poder de los propietarios será casi absoluto. Los beneficios del salitre, como hoy un siglo después los del cobre, permitirán una estabilidad política, producto de las grandes riquezas.

    El centenario de la República será el momento simbólico donde se expresaron de modo grotesco, quizá, todos los imaginarios de grandeza de esta antigua e inculta sociedad de propietarios. Quisieron en ese aniversario dejar de ser un país del Sur olvidado del mundo y tiraron la casa por la ventana. Construyeron un pequeño París en Santiago, que hasta hoy se valora y se disfruta; hicieron enormes desfiles y «paradas militares», las mujeres bailaron vestidas a la moda francesa de comienzos del siglo y ellos de chaqué y sombrero de copa. Se construían obras públicas, sobre todo trenes, y parecía que el país marchaba como una hacienda bien manejada y ordenada. Orrego Luco, en Casa Grande, describe ese período con ácida finura. Su novela acerca de los amores entre primos en los parques de las haciendas cercanas a Santiago no gustó a los propietarios y más de alguna dama se sintió ofendida al verse retratada. Era el Chile opulento.

    Los viajes de la conciencia social

    La conciencia social tiene una historia. La larga noche de esclavitud y servilismo campesino comienza a romperse de modo fragmentario con el siglo XX. La presencialidad religiosa de los propietarios en las haciendas hará muy difícil que la conciencia social se desarrolle en el mismo lugar. En el campo, de una u otra manera quedarán los sometidos. Los rebeldes se iban, como se ha dicho, a los trabajos ferroviarios o se iban al monte, al bandidaje.

    Miles de campesinos se fueron al norte de Chile. Allí, lejos de los patrones y de los curas, comenzaron a pensar en lo que habían dejado, y una combinación de nostalgia por los paisajes verdes y los sauces llorones cayendo sobre los arroyos se confundió con la ira social, la comprensión de la explotación a la que habían sido sometidos por siglos. En Chile, la conciencia campesina se desarrolló en la conciencia obrera fuera del espacio opresor de las haciendas. El centenario de la República marca un momento crucial.

    Tres años antes había ocurrido la matanza de Santa María de Iquique. Al lado, y quizá demasiado cerca de las calles Dieciocho y República y la Plaza Brasil, donde vivían en sus grandes caserones los propietarios, pululaban los conventillos. Los escritores de la cuestión social mostraban lo que ocurría en los barrios pobres de Santiago, cerca de la Estación Central. No había oídos por parte de los propietarios para escuchar esos clamidos, como se decía en la época, a veces alaridos. No hubo capacidad de mirar lo que estaba ocurriendo a su alrededor. La seudoaristocracia castellano-vasca, como se autocalificaban los propietarios de la tierra, se había convertido en plutocracia, como se los enrostrara Enrique Mc Iver.

    En una imagen de lo que sería el siglo XX, el minero y neoagricultor Ramón Subercaseaux, atrincherado en la hacienda El Llano, hoy el Llano Subercaseaux, parte integrante casi del centro de Santiago, describe la mañana de la Semana Roja del año 1905. Dice en sus famosas y muy bien escritas Memorias, que la muchedumbre avanzaba por calle San Diego hacia el Llano, hoy la Gran Avenida. Que al escuchar los alaridos recordó a los araucanos en sus ataques, imagen del pueblo salvaje y bárbaro. Convocó a los pocos leales que restaban. Unos enólogos franceses, algunos mayordomos y personal de confianza, y repartió armas, escopetas, rifles y pistolas, subiéndose a la terraza de la casa para enfrentar a la muchedumbre que, según él creía, quería destrozar la hacienda. Las tropas, como se sabe, para quien conoce la historia de ese período, estaba de maniobras en San Bernardo, y la ciudad, según dice «don Ramón», «estaba desprotegida». Comenzaron a disparar contra la muchedumbre, la que al ver caer gente herida y que las balas eran de verdad, comienza a retroceder y se descontrola. Pasan las horas en ese ir y venir de piedras contra disparos, hasta que se hace presente el Ejército, que ha regresado a la capital a «matacaballo» y dispersa a la multitud. La Semana Roja, «roja» porque había subido el precio de la carne, lo que había exasperado al pueblo, y «roja» también por la cantidad de muertos que hubo. Esto no impresionó demasiado a los propietarios ni se detuvo el baile en los grandes salones. La revista Zig-Zag de ese año, que tengo frente a mí cuando escribo estas notas, siguió siendo ricamente publicada en un papel couché maravilloso, y las fotos de los «estrenos en sociedad» de las niñas quinceañeras de la sociedad santiaguina siguieron apareciendo sin prisa ni pausa.

    El conflicto de Lo Herrera

    Don Eliodoro Yáñez había sido candidato a la Presidencia de la República y era senador el año 1921. Era propietario del fundo Lo Herrera, hoy a la salida sur de Santiago, frente a San Bernardo. Allí las cosas comenzaron a cambiar.

    El día 20 de noviembre se denuncia en los diarios de la época «que Eleodoro Vivanco, uno de los trabajadores de la hacienda» que vivía con su familia en esa propiedad, había sido «arrojado violentamente» sin que se le pagasen sus salarios y sin que se le permitiese sacar sus muebles, gallinas, ni nada. Los carabineros lo apalearon y le pasaron el caballo por encima, haciendo lo mismo con su compañera Luisa Zamorano. «La orden de esta salvajada la dieron José Echeverría y Ramón Alzérreca de la administración del fundo por indicación del mismo Yáñez». Y se agrega en la información «que se han quedado en el fundo con las herramientas y enseres de los inquilinos»².

    Se trata de la arqueología del movimiento campesino chileno, se podría decir. Esto es, los primeros pasos de la protesta rural. El periodista del diario La Federación Obrera ha sido invitado a Lo Herrera por el dirigente secretario general de la Junta Provincial de la FOCH, Castor Vilarín³. «La visita a este famoso fundo obedecía al objeto de conocer de cerca todas las dificultades surgidas por el violento lanzamiento hecho a los inquilinos a principios del mes pasado, a cuyos obreros se han embargado todos sus bienes, sus siembras y sus animales».

    La historia contada por Castor Vilarín señala que en el mes de junio de 1921 se hizo un movimiento en el fundo Lo Herrera en el que se pasó un pliego de peticiones, el que fue aceptado en su mayor parte por el señor Eliodoro Yáñez y su administrador señor José Echeverría; entre las peticiones aceptadas estaba que habría una Comisión Permanente de los inquilinos del fundo para entenderse «con los reclamos de los obreros y para simplificar a la administración la labor de atender al bienestar de los trabajadores»⁴.

    Se había producido un conflicto con un empleado del fundo y se había convenido que se lo iba a rebajar a inquilino por un mes. «Que si se portaba bien en su trabajo sería repuesto nuevamente en su empleo». Lo concreto es que ello no ocurrió y esta Comisión viajó a Santiago a entrevistarse directamente con el afamado político y dueño de fundo, quien recibió a la comitiva. «Después de varios días de espera y de reiteradas venidas de la Comisión a Santiago, don Eliodoro Yáñez apareció por el fundo. Los obreros creyeron que este señor arreglaría las dificultades, y contentos fue la comisión a las casas donde no los recibió sino un hijo político que era el administrador general».

    Dice este articulista, que estamos siguiendo de modo libre, que con lo relatado en el camino por Castor Vilarín, «teníamos suficiente para saber el origen de los acontecimientos y emprendimos la marcha hacia San Bernardo para de ahí seguir en coche». El periodista da cuenta que iban además los diputados Manuel Navarrete y Luis Cruz, y que «nos encontramos con el grupo de inquilinos lanzados, quienes en el local del gremio de panaderos tienen establecida una «olla común». Comen bien. Llegamos a la hora del almuerzo y nos exigieron les hiciéramos los honores que corresponden a un rico plato de chanfaina y otro «tremendo» de porotos que el diputado compañero Navarrete, lo hizo repetir».

    Los inquilinos despedidos le cuentan a los visitantes que «nosotros creyendo que la Comisión podía ser víctima de un atropello nos fuimos a acompañarla hasta las casas⁵, para que hablaran con el rico, pero este no salió sino su yerno el señor Echeverría quien en tono durísimo nos dijo que desde ese momento cesaban todas las garantías que teníamos»⁶.

    Estábamos rodeados de Carabineros, y el Patrón diciéndonos sus últimas expresiones nos volvió la espalda. Parece que esto hubiese sido una voz de orden para los Carabineros, pues estos las emprendieron a sable y lanza contra nosotros que viéndonos castigados en forma tan brutal emprendimos desordenada fuga, perseguidos con ensañamiento hasta el camino público, donde creímos que no nos harían nada. Pero no fue así….Nos refugiamos en nuestras casas, creyendo que hasta allí no llegarían, pero violando nuestras propiedades, entraron y nos apalearon como a criminales. Nuestras mujeres fueron vejadas de la manera más grosera y nuestros niños azotados», relataron los inquilinos al periodista de La Federación Obrera.

    Al día siguiente, en las carretas del mismo fundo y sin aviso se tiraron nuestros trastes, haciéndonos el destrozo más horrible y custodiados por los Carabineros se nos vino a dejar a San Bernardo, en casas que el Prefecto de este pueblo ya nos tenía preparadas ⁷.

    El propietario del Fundo Lo Herrera publicó una exposición de los hechos en El Mercurio que muestra la importancia que este hecho tuvo en la sociedad santiaguina. Dice:

    Primero, que en julio pasado hubo una huelga provocada por agitadores que venían de Santiago, que reunió en un mitin a los inquilinos para hablarles de la reivindicación social (sic), de la destrucción del capital y del reparto de las tierras.

    Segundo, a fin de evitar todo pretexto de quejas se hizo entonces una minuciosa investigación de la situación de los trabajadores y se les aumentaron los salarios y se les dieron garantías y facilidades superiores a las de cualquier otro fundo en Chile. En los diarios se publicaron las concesiones hechas entonces a los trabajadores de Lo Herrera que se han cumplido en todas sus partes por la Administración.

    Tercero, últimamente los agitadores de Santiago empezaron a ir de nuevo a la Hacienda para preparar una Huelga General que debía estallar en varios fundos al tiempo de las cosechas. Efectuaban en la noche reuniones secretas y se opusieron a que las autoridades se impusieran de lo que se trataba. La Administración en resguardo de su autoridad y en amparo de los propios trabajadores despidió en el acto a los cabecillas que eran los promotores del desorden. Trasladó sus familias a San Bernardo donde tomó en arrendamiento diversas piezas para instalarlas y les ha dado un socorro por medio de la Prefectura de Policía para su alimentación. Los hombres de estas familias no se han cuidado de su suerte y se han venido a Santiago para promover desórdenes.

    En el primer hecho de protesta político social ocurrido en el país, surge la idea de «los agitadores». El campo vive tranquilo, señalan subrepticiamente los propietarios, y son personas de fuera del campo, de la ciudad «de Santiago», quienes vienen a sublevar a los buenos campesinos. Será la tónica del siglo XX⁸.

    Efectivamente, la primera respuesta del propietario será aumentar las regalías y salarios. Eliodoro Yáñez era senador de la Alianza Liberal y presidía la Liga Chilena de Higiene Social, que tenía por objeto dignificar a la clase obrera y promover reformas en torno al trato de los trabajadores. Quizá esa misma razón y la cercanía de Santiago fue motivo de que allí ocurrieran por primera vez estos hechos de protesta. Uno de los inquilinos relata lo logrado en una primera instancia:

    «Hubo conversaciones con el Señor Yáñez y él mismo había elaborado un pliego, ya que los inquilinos no sabían escribir…» Uno de los expulsados que estaba en San Bernardo señala: «Conseguimos muchas cosas, pero las principales fueron una hectárea de tierra en lugar de media cuadra que antes se les daba, salario de un peso cincuenta a los inquilinos y un peso setenta en épocas de siembras y cosechas; ración de tres panes y un plato de porotos cocinado; pasto para tres animales; facilidades para buscar leña en los cerros y casa y un sitio para la vivienda. El salario antiguo era de un peso para todos y el terreno sólo de media cuadra para los inquilinos que habían vivido por tres años en Lo Herrera».

    El día 30 de Noviembre de 1921, se señala que las cosas han ido empeorando para los trabajadores inquilinos expulsados de la hacienda. «Todavía hay ametralladoras en este fundo… A la casa del inquilino José Sanhueza habrán ido en su búsqueda unas treinta veces los carabineros para ver si lo podían aprisionar», dice el diario La Federación Obrera. «La compañera de Sanhueza ha sufrido atroces tormentos morales en estos malditos días. De noche, se han presentado los soldadotes varias veces con amenazas y lenguaje soez a preguntarle dónde se halla su marido. Una niñita de unos 10 años que tiene ese compañero está media loca de miedo». Agregaba el mismo Diario el 3 de Diciembre del 21 que «el teniente de carabineros Roberto Calvo Barros a cargo del destacamento que actúa en Lo Herrera, mantiene toda la Región en estricto Estado de Sitio»…e informaban que «en el Puente Maipo hay un pequeño destacamento de soldados que viven allí con el arma al brazo, en pie de guerra, listos para despachar a la otra vida al primero que no les dé explicaciones satisfactorias sobre las mil preguntas que ellos hacen»⁹.

    Las informaciones son muy detalladas, y señalan que, «el labriego Rosario Zepeda, lo tienen preso desde hace días en la cárcel de San Bernardo, a donde lo llevaron con la cabeza y los bigotes rapados a navaja. Lo mismo han hecho con José Irene Quiroz que acompaña a Zepeda en la cárcel. Ya hemos dicho que Emeterio Núñez, después de salir expulsado de la hacienda, porque se negó a sacar en la carreta los monos de las otras víctimas, le retuvieron 4 animales que tenía, dos vacunos y dos caballares […] Nuñez tuvo que depositar 100 pesos en poder del administrador para que le diesen sus animales».

    El detalle con nombres y apellidos de esta historia no es ni casual ni excesivo. Grafica el clima con el que comienza propiamente el siglo XX, esto es, el momento en que la pax hacendal, comienza a ser conmovida. Lamentablemente para los campesinos y para el país, pasarán cuarenta largos años antes que los cambios rurales puedan llevarse a cabo.

    Los retornados del norte

    Hace ya unos cuántos años, en la localidad de Águila Sur en la hoy comuna de Paine, en este momento por el avance de la ciudad muy cercana a Santiago, conversé largamente con don Juan de Dios Opazo, un antiguo dirigente de las organizaciones campesinas de esa localidad. La antigua hacienda Águila Sur¹⁰ colindaba con la hacienda Hospital y constituían enormes campos en medio del Valle Central, con tierras de una riqueza y calidad insuperables. Las enormes casas de los antiguos inquilinos aún se conservan, llenas de flores, calas que crecen en los canales, que en ese lugar son muy abundantes. Él me contó una historia maravillosa de cuando era joven. Sus padres eran inquilinos de Águila Sur. Eran más de doce hermanos y ocho eran hombres. De joven había partido al norte, ya que tenía un hermano que trabajaba en las salitreras. Debe haber sido muy joven, ya que estas entrevistas fueron realizadas en los años ochenta y él tenía aproximadamente esa misma edad. Trabajó en las salitreras hasta que se cerraron. Había salido de su casa probablemente a los 15 años, según recordaba. Se había ido en un tren que demoraba el viaje más de una semana. Iban varios muchachos de la hacienda. Llevaban comida para el viaje que les habían preparado en la casa. En Iquique los estaban esperando los parientes y hermanos que habían partido antes. Debe de haber sido a mediados de los años diez, cuando aún no se sentía el impacto de la crisis salitrera que se vendría como una ola y en pocos años destruiría toda esa floreciente industria de la que en buena medida dependía la economía chilena de aquel entonces. Había pasado por varias oficinas trabajando en diversos puestos y actividades como ayudante de obrero primero y luego de peón. Le habían tocado las manifestaciones, huelgas y diversas actividades reivindicativas de esos años, que frente a la crisis iban in crescendo. No había ingresado a ningún partido político formalmente pero se sentía muy próximo o parte simplemente del movimiento sindical obrero y del Partido Comunista, donde se había formado. En esos años, participar en un sindicato y a la vez ser del Partido Comunista era casi una misma cosa, aunque había muchos sindicatos anarquistas, como es bien sabido. Le había tocado la crisis salitrera y comenzar a buscar trabajo en las oficinas que aún se mantenían. Debe de haber sido antes de 1920 o ese mismo año que a él y todos sus amigos con quienes formaba una cuadrilla se les cerraron todas las posibilidades de trabajar. Se habían gastado toda la poca plata que les quedaba. Con un grupo de compañeros de Águila Sur y Paine decidieron volver. No tuvieron otra alternativa que hacerlo a pie. La caminata duró meses y meses. Me relataba que eran miles de trabajadores que con sus saquitos de pertenencias al hombro trataban de subirse a algún tren de modo de acortar distancias, parar en algún lugar y conseguir un plato de comida a cambio de realizar algún trabajo. Un largo y extenuante viaje. Eran miles de trabajadores que volvían al sur.

    Impulsado por este relato, comencé un lento proceso de investigación que ha sido muchas veces lamentablemente interrumpido por otros temas y que hoy retomo. Revisé diarios de la época de modo de reconstruir esta página olvidada de la historia social de Chile o de la historia popular. ¿Qué había ocurrido con esos trabajadores? Centenares o miles llegaron a Santiago y deambulaban por las calles pidiendo comida. La gente del Santiago de esos años lo recordaba muy bien. Les llamaban «los pampinos», y a la gente les daba conmiseración obviamente, ya que se sabía la causa evidente de su estado de vagancia. En menos de un año se habían cerrado decenas de oficinas salitreras dejando miles de obreros cesantes. En el norte no había otra alternativa laboral. Comienza una décadas de enormes rigores para los sectores populares.

    Los albergues de calle Santa Rosa

    Los obreros cesantes que volvían del norte se veían obligados a refugiarse en albergues, como se les llamaba. Estos eran para esperar alguna alternativa definitiva de trabajo o partir al sur a la colonización de las tierras de la Araucanía, esperanza de muchos de los cesantes y solución que señalaba el gobierno.

    Mujeres preparando la comida en las ollas comunes

    de los albergues de Santiago. Ca. 1922.

    Fuente: Archivo Histórico Nacional.

    En noviembre del 21, un grupo de trabajadores vivía en un albergue en calle San Diego y de allí por Santa Rosa se trasladaban a San Bernardo buscando trabajo como afuerinos en las cosechas. Al parecer, volvían en las noches a sus albergues. Estaban organizados en la Federación Obrera, como en todos los albergues. Cuando ocurrieron los hechos de Lo Herrera que hemos relatado, un grupo de estos trabajadores cesantes iba por calle Santa Rosa, que era el camino que llevaba a San Bernardo. Allí un pelotón de carabineros los detuvo y en la refriega cayó herido el campesino Luis Reveco, que vivía en uno de esos albergues. Ese miércoles falleció en la asistencia pública el compañero Reveco, señala el diario de la Federación. Fue herido a bala en la ingle y al parecer, detalla, el proyectil le perforó los intestinos. Las historias continúan señalando que la policía no dejó que ayudaran a Reveco, «uno de los guardianes pretendió ultimar a Reveco, pero una mujer que le iba a dar un vaso de agua, se opuso y oyó las expresiones bestiales de odio que el paco vertía al lado del herido». Reveco cayó en el camino de Santa Rosa entre el Zanjón de la Aguada y San Joaquín. El diario señala que «en este momento se nos comunica que ha muerto otro compañero en el Hospital Salvador»¹¹.

    En el Senado hubo incidentes y el senador Concha señaló: «la sepultación del cadáver del señor Reveco dio origen a escenas que conoce el Senado», ya que tenían los familiares el derecho a pasar con el cortejo por donde quisieran. La policía impidió el paso de los trabajadores y hubo violentos incidentes. Los presos de ese día fueron: del albergue Pedro Montt, José Peña, José del Carmen Carmona y Ligorio Cuadra; del albergue Santa Rosa, Abelardo Maúlen, Samuel Carvajal, y Santiago Alday; del albergue Bascuñán, Juan González; del albergue Blanqueado, Arturo Jara; del albergue San Andrés, Pedro Reyes; del albergue Mapocho, Francisco Aranca; del albergue San Arturo, José Cisternas Ovando; del albergue Chacabuco 59, Eleodoro Araya y José Lara Donoso; del albergue Beaucheff 1459, Erminio López Calderón; del albergue Sazié, Juan Barrios Núñez, y del albergue Aldunate 1250, Alfonso Saavedra.

    Estos datos curiosos muestran algo muy poco conocido, como es la cantidad de albergues que había en Santiago; estos pampinos no tenían trabajo, así que diariamente buscaban ocupación en los campos que rodeaban la ciudad. El ministro del Interior de la época Ismael Tocornal, señaló en el Senado que los trabajadores que estaban en los albergues habían querido asaltar las haciendas de San Bernardo. Era la interpretación que se les daba a estos hechos. Finalmente, hubo una campaña para cerrar estos albergues y enviar al sur a la mayor cantidad de familias de pampinos. Sin embargo, como veremos más adelante, cuando llegaron a las tierras de la Araucanía se encontraron que ya estaban ocupadas y muchos de ellos siguieron viaje a Argentina y a la Patagonia.

    La Tranquilla y la primera oleada de huelgas rurales

    Entre 1920 y 1926 se registraron varios desalojos y expulsiones violentas de campesinos en San Felipe, Chimbarongo, Curepto, Lebu y Valdivia, y sobre todo en el Norte Chico. Ante este inicio de despertar, en enero de 1921 la Sociedad Nacional de Agricultura expresaba su alarma en una editorial de su diario que tituló: «La sindicación de los labriegos», señalando el mal ejemplo que han dado a los campesinos los obreros industriales, los cuales quieren «obtener regalías por medio de la huelga».

    Se la denominó «la masacre de La Tranquilla». Esta era una hacienda en el valle del Choapa, en Petorca. Óscar Sepúlveda había sido enviado por la FOCH a organizar a «los federados» del Choapa. Era un joven poeta comunista. Carlos Contreras Labarca, mítico abogado también muy joven, del PC, recordaba años después: «en una celda inmunda encontré al joven Óscar Sepúlveda, que había sido enviado para ayudar a los campesinos en la confección de un pliego de peticiones. Sepúlveda está semi inconsciente. Su cuerpo llagado está irreconocible, pues los policías lo habían torturado varias noches. Como no lo sacaban para hacer sus necesidades biológicas, el calabozo estaba impregnado de excrementos y por todo el cuerpo se le veían piojos. Tenía la dentadura rota»¹².

    El propio Sepúlveda, que se convirtió con los años en periodista, señalaba que el 23 de abril de 1923 se presentó finalmente el Pliego de Peticiones que se había preparado en muchas noches de reuniones clandestinas; más de 200 campesinos esperaban en el camino público el regreso de la Comisión que había ido a «las casas» a entregar el petitorio al administrador de La Tranquilla, señor Gazmuri. La Comisión fue recibida a balazos por Carabineros y personal de vigilancia de la hacienda, armados. Las balas llegaron a quienes estaban afuera, en el camino público. El diario Justicia, del 13 de julio de 1923, relata en forma directa lo que allí ocurrió. Numerosos campesinos fueron heridos de bala, ya que cayeron en una trampa que les había tendido el administrador y otros administradores de los fundos vecinos. Éste es el caso que se recuerda en que los capataces a caballo perseguían a los campesinos con sus lazos, los agarraban y arrastraban por el campo hasta dejarlos inconscientes. Carlos Contreras Labarca, que llega dieciséis días después con el diputado comunista Luis Víctor Cruz y encuentran a decenas de campesinos encarcelados y en cepos, amarrados de los pies, sin agua ni comida durante las dos semanas que habían transcurrido.

    En una hacienda de Petorca, cercana a La Tranquilla, la hacienda Chalaco, también hubo un conflicto que terminó con una gran cantidad de campesinos presos. Carlos Contreras cuenta lo siguiente: A mí se me quiso entrabar mi acción en Petorca y hostilizárseme, ya que era bastante joven. Pero me puse en contacto con los mineros de la zona, a quienes relaté lo que había visto y ellos organizaron una concentración muy grande en Petorca. Muchos que pretendían seguir los atropellos en contra de los inquilinos se atemorizaron, pues creyeron que los mineros habían bajado con dinamita», y agrega: «Estos eran mineros que laboraban en pequeñas minas y diseminados en las montañas de la zona». Estos hechos casi míticos de la historia del movimiento obrero y campesino chileno son quizá los que inspiraron a Pablo Neruda en su famoso poema «Las flores de Punitaqui» en el Canto General. Allí en el Choapa comienza sonar la consigna «la tierra para el que la trabaja»¹³.

    No es por casualidad que la hacienda Choapa será una de las primeras en ser expropiadas con la Ley de Reforma Agraria del presidente Jorge Alessandri. Era a esa altura una hacienda de la Beneficencia Pública que había pasado a varias reparticiones estatales.

    Las huelgas y conflictos aumentaron en esos años veinte. En el verano de 1924, en la zona de Chimbarongo, se produce una huelga que afecta a 400 inquilinos del fundo Huemul, propiedad de Enrique Mc Gill, que tenía 70 trabajadores miembros del sindicato campesino. La huelga se dio en varios fundos de esa comuna. La reacción patronal era de estupor e ira: «El Patrón, al recibir el pliego de peticiones, montó en cólera y ayudado por el administrador procedieron en el acto a reducir a prisión a Luis López y otro compañero más cuyo nombre se nos escapa», señala el diario La Federación Obrera. En los fundos vecinos se logró un aumento importante de los salarios, de 40 centavos diarios, y mejoras en las viviendas. En ese mismo año, en el fundo El Sauzal, propiedad de la familia Lyon, cercano a Rancagua, hubo un conflicto muy agudo y el dueño del fundo expulsó a una gran cantidad de inquilinos. Como algunos quisieron ingresar al fundo, «el Sr Lyon descendió del auto y dirigiéndose a los compañeros los obligó a retirarse diciendo no necesito canallas y miserables en mi fundo»¹⁴.

    Los casos son muchos¹⁵ y la lectura de la prensa de la época lo atestigua. Principalmente fue la acción de los «federados» que volvían del norte y que se desparramaban por los campos¹⁶.

    La crisis salitrera y el impacto sobre el Valle Central de Chile

    La crisis salitrera tuvo un impacto emocional, económico y político evidente. El centenario de la República se había celebrado en medio de la opulencia que parecía no tener límite. Hasta ese momento se continuaban construyendo palacetes en el centro de Santiago, parques en los fundos, se viajaba a Europa en medio del despilfarro generalizado. Edwards Bello ha relatado con páginas brillantes ese período de suntuosidad afrancesada y somnolencia social, al mismo tiempo, de las clases adineradas. La era de abundancia se terminaba a los ojos impávidos de las clases adineradas que no eran capaces de reaccionar.

    Es en ese ambiente de crisis que Arturo Alessandri Palma se transforma en el «León de Tarapacá», con su capacidad de encantamiento de las masas desesperadas del norte. Se las arrebata al socialismo. El año 1915, el aún joven político se presenta por la provincia de Tarapacá compitiendo contra el viejo senador don Arturo del Río. Allí demuestra su capacidad de «encender» a las masas con su discurso apasionado, capacidad que Ricardo Donoso, el insigne y también apasionado historiador, relaciona con su ancestro italiano. Según este autor, Alessandri habría sido el gran transformador del sistema político chileno en la medida que por primera vez surgió la apelación, el llamado a las masas para que votaran en conciencia. Hasta antes el voto era un asunto de clientelas cautivas, como lo hemos señalado más atrás, y no se necesitaba pronunciar discursos encendidos ni de convencer a nadie. Aparecen, por tanto, las masas como objetos de seducción por parte de la política, asunto del todo nuevo en el sistema oligárquico que se había instalado en Chile desde los inicios de la República. Los inquilinos y campesinos de las haciendas que fueron llamados muy tempranamente a votar, como lo ha demostrado el historiador y politólogo Arturo Valenzuela, no eran «masas» propiamente tales, eran clientelas cautivas, personas con nombres y apellidos, identificables, a quienes se las convocaba para ir a votar de un modo ordenado, establecido y previsto. Los cientos de votos de la hacienda Las Casas de Quilpué, que hemos estudiado en detalle, tenían dueño. No era necesario pararse en la plaza de San Felipe y tratar de seducir a esos campesinos acerca de tal o cual idea. Las manifestaciones políticas que se hacían, porque también se hacían, estaban ya cocinadas de antemano o, algunas veces, eran de los contrarios al poder local, que osaban desafiarlo, que también lo había.

    En 1920, el ya afamado «León de Tarapacá» se presenta a la presidencia de la república y la gana. La crisis ya está desatada en el país. Su oponente, Luis Barros Borgoño, expresaba el continuismo de la oligarquía más rancia en el poder. Transcurrían ya treinta años desde la Revolución del 91, que había instalado el sistema parlamentarista en Chile, el sistema más perfeccionado hasta entonces por la clase adinerada del Valle Central, para repartirse el excedente de la minería del salitre. Y así lo habían hecho. Terminaba este ciclo con un resultado frustrante. En lo económico, el norte quedaba en una crisis profunda. Fuera de uno que otro caserón que aún puede llenar de orgullo y nostalgia a Antofagasta e Iquique, no había quedado nada. Solamente oficinas abandonadas¹⁷. No era demasiado diferente la situación del Valle Central. Efectivamente, se habían construido ferrocarriles que unían prácticamente todo el territorio rural. En 1907 se había unido Santiago con Osorno en el recién incorporado territorio sureño, y dos años después estaba llegando hasta Puerto Montt. El país, sin embargo, había perdido la oportunidad de industrializarse, ya que la industria que existía estaba encadenada directamente a suplir las necesidades de la industria extractiva. Por ello la mayor parte de ellas y las más importantes que había en la zona central eran fundiciones que elaboraban partes y piezas para los ferrocarriles y la industria minera. La industria de Valdivia, que era la única importante e independiente en ese período, se había construido mirando más a Europa que a los mercados chilenos, tanto del centro como del norte del país. Allí se había construido el primer «Alto Horno» en Corral y se fabricaban barcos de respetable tonelaje para sacar la producción agrícola y pecuaria elaborada en las manufacturas de Osorno, La Unión, Puerto Octay y las colonias alemanas de la época. En definitiva, el período salitrero, con sus enormes riquezas, se despilfarró.

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