Cuentos encaderados
Por Andrea Amosson
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Andrea Amosson sabe manejar muy bien el suspenso en sus relatos, llevar a los lectores hacia una “estación” que nunca será la imaginada. Con gracia narrativa, con humor a veces, siempre con la sutileza del narrador de no decir más allá de lo que corresponde imaginar o crear al lector, estos Cuentos encaderados nos acercan hacia poéticas evocaciones, historias y personajes inolvidables.
Sobre su escritura, la autora señala: “Mis primeros relatos vinieron de la falta, de la evocación frágil, de esa familia que se diluía en el horizonte desértico del Atacama, como agua de espejismo. Aquella tribu que se extinguía al mismo ritmo en que cerraban los pueblos mineros donde crecimos, amamos y morimos. La ausencia dio paso a germinaciones viscerales, se forjó en mis caderas, en lo estriado, en el pliegue. Entonces el texto tuvo carne y pechos y volutas”.
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Cuentos encaderados - Andrea Amosson
Cuentos encaderados
ANDREA AMOSSON
Cuentos encaderados
Autora: Andrea Amosson
Fotógrafa: Mixaida van der Werf.
Editorial Forja
General Bari N°234, Providencia, Santiago-Chile.
Fonos: +56224153230, 24153208.
www.editorialforja.cl
info@editorialforja.cl
www.elatico.cl
Primera edición: Marzo, 2018.
Prohibida su reproducción total o parcial.
Derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Registro de Propiedad Intelectual: 243.623
ISBN: Nº 978-956-338-161-0
eISBN: Nº 978-956-338-368-3
Quiero dedicar esta serie de cuentos a mi esposo y mejor amigo, Kyhl. Sin su confianza en mí, ninguno de los proyectos divertidos, locos, fracasados y exitosos que he emprendido, habrían sido posibles.
Además, deseo dedicar esta colección Cuentos encaderados a mi madre, Norma Herrera, por toda su sabiduría, amistad, amor y enseñanzas.
¡Y por las caderas!
Quiero agradecer a la Doctora en Literatura,
Claudia Martínez Echeverría, por su lectura atenta de mis relatos
y el prólogo a este volumen de cuentos.
También, en un ámbito personal,
por los años de amistad vital y literaria.
PRÓLOGO
Aceptemos el juego, el pacto de lectura que este volumen de cuentos propone, y pensemos en las caderas. Hombres y mujeres tenemos caderas, pero en las mujeres adquieren una connotación especial. Su forma sinuosa y el vaivén con que se mueven al caminar, les dan un lugar destacado dentro de los múltiples rasgos que definen lo femenino
. Y por ahí, justamente, tenemos una de las primeras entradas al texto: se trata de relatos en los que las mujeres toman un rol protagónico. Son mujeres fuertes, astutas y con una historia que contar. Y con caderas, por cierto, porque el cuerpo es la página en que estas historias se graban: las palabras se inscriben en la piel, con sudor y sangre si es necesario.
No importa si el escenario es Rumania, Copenhague o Valparaíso: el tiempo se detendrá por un instante, el suficiente para que estas voces puedan hacernos llegar su historia. El porqué lo hacen, nos lleva a otra de las hebras que debemos seguir: son personajes que están en búsqueda de su origen, de su identidad, lo que no es nada sencillo cuando la historia familiar tiene fisuras acalladas con violencia. Estos pliegues han dado origen a mujeres que se reconocen fuera de lugar, descentradas. Una de las narradoras de Añañuca-Chachacoma hace explícito este sentir: Sé que soy otra, que traigo adentro un paisaje distinto. Que tengo una marca que es de alguien que no conozco
. Ese sentirse siempre extranjero, ese desplazamiento, será patente también en Copenhague, en la pareja que sobrelleva la nostalgia gracias al rito de recorrer un lugar como si se tratara de otro, o –con un sentido distinto, más cotidiano–, en la necesidad de encajar, de sentirse menos rara
que vemos en la joven periodista de Reportaje.
Esa búsqueda se encamina irremediablemente tras la huella de una genealogía femenina. La respuesta a todo ese vacío está en esa madre que no se conoció, pero que se intuye; en la presencia fuerte de la abuela, en el recuerdo lleno de culpa en torno a la hermana, en tanto que las figuras masculinas ocupan un rol secundario (como el padre alcohólico de Octavia, que pasa inconsciente la mayor parte del tiempo), antagónico (como el marido violento que entierra en vida a su esposa en La sangre y la huida) o, en el mejor de los casos, apocado, como el marido sin voluntad que Marcelita escoge y que, simplemente, se deja hacer
(El divertimento de Marcelita). Es claro que la salvación no está en el amor romántico, sino en ese otro lazo, infinitamente poderoso, que se transmite de madres a hijas, generación tras generación, y que lleva, por ejemplo, a Teresa (La sangre y la huida), a ir más allá de lo que ella misma imaginó.
Como símbolo de esa genealogía surge el tercer hilo que quiero destacar: la sangre. Estas mujeres sangran porque están heridas, porque están pariendo o porque están menstruando (o simulan hacerlo, si es necesario). Y en esos actos, parir y menstruar, tan propios e íntimos de la mujer (y que están, por cierto, encaderados
), se va gestando una fuerza y un poder distinto al hegemónico. De esas sangres se nutrirán las mujeres para ir escribiendo una historia secreta que tarde o temprano se dará a conocer, que les permitirá recuperar sus vidas y, por sobre todo, hacerse de un lugar propio.
Para terminar, volvamos al juego inicial: las caderas. Pueden ser una eficiente arma de seducción (si no, pregúntenle a Marcelita, cuyo cadereo
al son de la salsa le valió un marido), pero también pueden convertirse en el recipiente en que Añañuca conserva una rabia ancestral. Interesante que no sea el corazón la parte del cuerpo elegida, sino esta otra, lateral y al centro, que nos da firmeza pero que también se disloca, se desplaza, se fractura.
La invitación es, entonces, a disfrutar de estos cuentos: a reír (y sorprendernos) con la encantadora Marcelita, a desentrañar el secreto de Suan, a pensar qué habrá sido de Octavia, por citar solo algunos de los relatos. Y quedamos, por cierto, a la espera de los próximos dos volúmenes que nos promete la autora, apostando de antemano a la calidad narrativa a la que ya nos tiene acostumbrados Andrea Amosson.
Claudia Martínez Echeverría
Doctora en Literatura,
Pontificia Universidad Católica de Chile.
COPENHAGUE
LA MAÑANA ESTABA radiante, como pocas
reflexionó mi tía, mientras me invitaba a tomar la bicicleta y visitar el Lope
. Yo estaba dispuesta a todo, ya que Copenhague era una ciudad maravillosa, con puentes, ríos, árboles y bicicletas. Copenhague no era el reino de los vikingos, sino de las ruedas. Así es que acepté. Mis anfitriones guardaban un vehículo extra y estaban siempre esperando la oportunidad de ofrecérselo a alguien. Ese alguien era yo, la sobrina que había abordado doscientos aviones para llegar a verles.
–Hagas lo que hagas, no quites la vista del frente –había dicho mi tío.
–Los autos te van a dejar pasar primero –había agregado mi tía.
Pensé que esas instrucciones serían suficientes. Hacía años que no montaba el dichoso aparato, pero cuando niña era bastante buena. ¡Qué más da!, estoy en Dinamarca
, me dije, dispuesta a salir a pedalear y conocer el tan afamado Lope
.
Bajamos de su departamento a la calle y yo esperé ahí afuera,