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El señor de la montaña: El personaje que inpiró a Bin Laden para crear Al-Qaeda
El señor de la montaña: El personaje que inpiró a Bin Laden para crear Al-Qaeda
El señor de la montaña: El personaje que inpiró a Bin Laden para crear Al-Qaeda
Libro electrónico325 páginas5 horas

El señor de la montaña: El personaje que inpiró a Bin Laden para crear Al-Qaeda

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Un misterioso y carismático hombre del Medio Oriente, crea una secta conformada sólo por asesinos, quienes llevados por el consumo del hachís y la hipnótica influencia de su líder, arriesgarán sus vidas con tal de complacer los designios políticos de su Gran Maestro, llegando a los círculos más férreos y herméticos de los líderes políticos más importantes de la época; y además, poniendo en peligro a sus propios gobiernos. Sin duda alguna, es una historia fascinante y sobre todo vigente, ya que con toda certeza, Osama Bin Laden se inspiró en la mente maestra detrás de las intrigas y conspiraciones más grandes de la historia islámica y del mundo occidental, respectivamente. Este es un libro que detalla de manera amena y educativa, todos los pormenores de una época en la cual una secta mantuvo en jaque a la imperante política musulmana y cristiana de aquel entonces
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 oct 2019
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    El señor de la montaña - Joseph Von Hammer-Purgstall

    1835.

    LA SECTA DE LOS ASESINOS

    CAPITULO I

    Introducción- Mahoma, fundador del Islamismo-La manifestación de sus doctrinas y de sus diferentes sectas, desde una de ellas de las cuales (los Ismaelitas) nacieron los Asesinos.

    Aunque los asuntos concernientes a los reinos y a los pueblos, como las largas e interminables revoluciones, que generalmente reincidían en innumerables y prolongadas sucesiones al poder, que sin embargo, nosotros en nuestra visión global de los destinos de la raza humana, se percibían con grandes e importantes acontecimientos únicos, los cuales, proliferaban como flechas o devastaban como los volcanes, interrumpiendo los constantes lapsus políticos de la historia. Mientras más intricada sea la situación política, más desoladora es el desenlace, y por lo tanto, más enrarecidos y más dignos serán los obstáculos que afronten, para que ellos se conviertan en la curiosidad de los viajeros y en los relatos de sus guías. Lo increíble, lo que nunca ha sido presenciado por testigos, pero no obstante es verídico y que nos proporciona los más enriquecedores datos para una redacción histórica, con tal que la fuente sea auténtica y accesible.

    De todos los acontecimientos, desde que la historia ha sido escrita, y que nos llegado hasta nosotros y a cuyo relato me voy a referir, como uno de los más extraordinarios e increíbles, es la creación del dominio de los Asesinos, que imperium in imperio, el cual, a través de un sometimiento sectario, aterrorizaba al despotismo hasta sus cimientos; cuya coalición de impostores y embaucadores que, bajo la máscara de una religión más severa y de principios valóricos más estrictos, socavaba todo credo y moralidad; y la hermandad de los homicidas, bajo cuyos puñales caían los déspotas de los pueblos; de manera omnipotente, porque durante un período de tres siglos, ellos se hicieron conocidos en todo el mundo como terroristas, que incluso hicieron caer a la guarida de rufianes junto con el califato, a quienes, como el centro del poder temporal y espiritual, desde un principio le habían declarado su destrucción, y que debido a sus propias perdiciones fueron derrotados. La historia de este imperio de conspiradores es única y sin precedentes; y en comparación con éste, todas las situaciones de saqueos y artimañas secretas anteriores y posteriores a esta secta musulmana, son meras tentativas de aficionado e infructuosas imitaciones.

    A pesar del vasto espacio territorial, que llegaba hasta el este y el oeste más remoto, por el cual se divulgó el nombre de los Asesinos (de cuyo origen mencionaré más tarde), y que en todos los idiomas europeos ha prevalecido el mismo significado: la palabra asesino, hasta ahora poco se sabía al respecto, en orden consecutivo, una favorable representación, de sus fortunas y hazañas y de sus códigos sociales o religiosos. Lo que era relacionado con los Bizantinos, los cruzados o Marco Polo fue considerado durante mucho tiempo una historia de ficción oriental y una leyenda sin fundamento. Y las narraciones de aquéllos que no eran tan ambigüas y opugnadas que las tradiciones de Heródoto acerca de los países y los pueblos de la antigüedad. Sin embargo, mientras más revelador era el oriente a través de viajes y estudio de idiomas, una mayor confirmación recibía al estudiar a estos venerables registros históricos y geográficos; y la veracidad del padre de la expedición moderna, al igual que el padre de la historia antigua se deslumbraba con el mayor brillo.

    Investigaciones topográficas, cronológicas, históricas y filológicas, emprendidas por Falconet y Silvestre de Sacy, Quatremere y Rousseau; las recopilaciones de la historia oriental y europea, iguales a aquéllas de Deguignes y Herbelot; la flamante historia de los cruzados, por Wilken, recopilada de los más antiguos documentos de la narración cruzada y los árabes contemporáneos; allana el camino del historiador de los Asesinos; cuya reputación, ni Withof ni Mariti merecen; el primero, debido a su gusto por las patrañas, y el segundo, por su paupérrima investigación en temas trascendentales. Incluso después del Arabe de Abulfeda y la obra histórica Persa de Mirkhond, del cual A. Jourdain nos ha otorgado un valioso fragmento acerca de la dinastía de los Ismaelitas, y de otras fuentes orientales prácticamente desconocidas que reclaman la atención del historiador. Entre los estudiosos árabes están, la detallada Topografía Egipcia de Macrisi, y el Prolegómeno Político de Ibn Khaledun: los inestimables Indices Cronológicos y Geográficos; el Lecho de Rosas del Califa de Nasmisade; Los Dos Recopiladores de Historias y Relatos, de Mohammed el Secretario y Mohammed Elaufi; la Aclaración y la Selección de Historias, de Hessarfenn y Mohammed Effendi; y entre los turcos y los persas están La Historia Universal de Lari, la Exposición de Cuadros de Gaffari, una obra maestra del arte y estilo histórico; La Historia de Wassaf, el Conquistador del Mundo, de Jovaini; La Biografía de los Poetas, de Devletshah; La Historia de Taberistán y Masenderan; de Sahireddin; y, por último, Las Cortes a favor de los Reyes, de Jelali de Kain son las principales fuentes de la cultura islámica.

    El que tiene la ventaja de describir desde las mismas fuentes orientales, que, por lo general, se siguen ocultando al mundo occidental, quedará asombrado ante la riqueza de los tesoros que aún quedan por salir a la luz. Y ahí está ante sus ojos, la soberanía de las grandes monarquías que nacieron con un propósito: el poder de las dinastías únicas y privilegiadas, resolviendo a tiros las peleas y los conflictos entre ellos, las increíbles y más antiguas cronologías y los más precisos y detallados anales de la mayor parte de los imperios modernos; el período de oscurantismo anterior al Profeta, y la era del conocimiento que la precedió; las genialidades de los persas; las hazañas de los árabes; y los célebres estragos y el espíritu asolador de los mongoles; y la maestría política de los otomanos.

    En medio de tanta exuberancia, la fortaleza del minero pareciera ser muy poca cosa, y su fuerza sea efímera, para no permitirse valer por sí mismo en lo más mínimo: es más, el mismísimo exceso de riqueza contribuye a que la selección sea compleja. Cuya veta es la primera que él perfora, y de cuya masa, ¿será lo primero que él va a extraer del mineral para la obra de inspiración histórica?. En ninguna parte de la laberíntica antología del oriente, él encontrará una obra perfecta, sino solamente abundantes materiales para la construcción de su imponente obra. Su elección será determinada por accidente o por favoritismo. Lo que es nuevo e imprescindible siempre se encontrará en venta; y el comercio nunca se aburrirá de los materiales de construcción, en una época cuando prosperaba la arquitectura. Un proverbio árabe dice: La piedra que se utiliza en la construcción no se deja tirada en el camino. Aunque sea escéptico al trabajo del historiador, quien tiene ansias de conocimientos, y cuyas fuentes le sean accesibles, para qué fin y con qué propósito él emprende su tarea, no es nada para el diligente historiador, quien sólo trabaja por placer en donde todas las fuentes son conocidas y están a su disposición, y cuando la exactitud pudiera, en un futuro cercano, evitar la carga de una investigación incompleta.

    Con este punto de vista, ahora mismo los registros sagrados de las historias orientales son muy pocos concluyentes. Mientras que, ya sea en occidente o en el oriente, es la biblioteca, la cual dispone de las obras tan necesarias para un total manejo de las más importantes épocas del oriente; obras, las cuales por ahora, ¿son conocidas por sus nombres y no por sus contenidos?. ¿Quién, por ejemplo, podría describir de manera detallada y precisa la historia del Califato, el dominio de las familias Ben Ommia y Abbas, y sus capitales, hasta que él no lea la Historia de Bagdad de Ibn Assaker, el primero, de sesenta volúmenes y el segundo, de ochenta?. ¿Quién podría escribir la Historia de Egipto, si él no lo tiene a la mano, además de Macrisi, las numerosas obras que él ha consultado?. E incluso, las mayores dificultades que han importunado al autor de la historia persa, ya sea los increíbles tiempos de la mitología, o el período medio, cuando el rumbo de la monarquía persa, hasta entonces reprimida en una coalición, desembocando en numerosas ramas de dinastías contemporáneas; o la mayor parte de los linajes modernos, en donde han estado perdidos durante mucho tiempo en el desierto de brutales anarquías.

    Debería ser transferida a más de una generación, antes de que el patrimonio literario del oriente termine en las bibliotecas de occidente, ya sea por mecenazgo de los príncipes, o por el sector turístico; y por ser más accesible, debido a un más divulgado conocimiento de las lenguas y por las traducciones; y de este modo, antes que los respetables testimonios de la antigüedad sean compilados y que todos sean la primera obligación del historiador quien los estudiará cuidadosamente. Una excepción a esta falta de poderes acumulativos, que hasta ahora ha sido percibido de manera muy prudente en Europa y que asegura que a mitad de su carrera, el autor de historia oriental esté expuesto junto al de los otomanos. Sus fuentes originales, las más longevas de ellas apenas ostentan de una antigüedad de quinientos años, podrían (aunque no sin un considerable gasto, tanto de dinero como de dificultades) todavía, ser todas conseguidas y es más, podrían ser complementadas y corregidas a partir de las historias contemporáneas de los bizantinos y de los europeos modernos.

    Sin embargo, una historia es un trabajo de años y que ha sido concebida mediante estudio previo y del rigor de la firme y exigente tarea. Además de la enorme importancia del tema, fuimos persuadidos de imponer a nuestro trabajo actual antes que a los otros, por consideración, para que aun así en manos de todas las autoridades originales antes mencionados, aludiendo a la Historia de los Asesinos (además que ninguno era conocedor de la cultura oriental), podríamos juzgar que el estudio de los testimonios históricos con respecto a esta importante época, prácticamente se daba por concluido. Sus interpretaciones son sin duda, algunas moderadas y limitadas; pero la aridez del tema en las espléndidas descripciones de batallas, expediciones, iniciativas comerciales y monumentos son compensadas por el absorbente y profundo interés de la historia de los gobiernos y de las religiones. Los Asesinos son más que una rama de los Ismaelitas; y estos últimos, los Arabes; por lo general no son reconocidos como descendientes de Ismael, el hijo de Agar, sino como una secta que ha existido al interior del seno del islamismo, denominado así por el Imán Ismael, hijo de Jafer. Por lo tanto, para comprender su régimen doctrinal y el origen de su poder, es imprescindible profundizar extensamente y de manera detallada del propio Ismaelismo, de su fundador y de sus sectas.

    Maracci Prodromus Alcorani Patavii, 1698.

    Gagnier Vita Mohammedis ex Abulfeda Oxonii, 1723.

    Sale’s Koran, Londres, 1734.

    Essai sur les Moeurs et l’Esprit des Nations, par Voltaire, tomo 2, cap. 6.

    La Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano, por Gibbon, cap. 50.

    Vier und Zwanzig Bücher Allgemeine Geschichten, durch Johannes von Miller, 12 buch, 2 kap.

    En el siglo VII de la Era Cristiana, cuando Nushirvan el Justo, embelleció con sus magníficas virtudes, el trono imperial de Persia, y el tirano Focas manchó con sus crímenes el de Bizancio; durante esa misma época, era la primera vez que un ejército persa huía ante las tropas árabes del insurgente virrey de Hira y Abraha, el rey cristiano de Abisinia, el Señor de los Elefantes, quien había marchado desde Africa, para destruir a la sagrada estirpe de los Kaaba, fue intimidado por aquel azote divino, la viruela, que se inició allá en el continente negro, y se había propagado por todo el viejo continente causando enormes estragos ( las aves propagadoras de la venganza celestial, señala el Corán, lapidaron a sus ejércitos con peñascos para que se rindieran) durante aquel año, tan trascendental para Arabia, fue que a partir de esa fecha se inició una nueva era ( la del año de los Elefantes); y en esa misma noche, cuando los cimientos del palacio de Chosroes en Medain, habían impedido los ataques del tiempo o los fundadores de Bagdad fueron derrotados por un terremoto; cuando, por medio de un maquiavélico plan del mismo causante, los lagos se secaron, y la sagrada llama de Persia fue extinguida por las ruinas de su templo, Mahoma vio por primera vez la luz del mundo, la tercera parte del cual muy pronto se rendirían ante su fe. Su biografía ha sido escrita en muchos libros, por historiadores de aquellos pueblos que creyeron en él. A partir de Maracci, Gagnier y Sale se han basado las historias que han traspasado a Europa. El primero fue repudiado por el fanático celo de sus seguidores, el segundo es el más completo e imprescindible y el tercero, el más imparcial. Voltaire, Gibbon y Müller describieron al legislador, conquistador y profeta; después de ellos, es difícil añadir algo más con respecto a él. Por lo tanto, en este caso, seremos breves y sólo mencionaremos lo que sea preciso, y lo que ha permanecido intacto de parte de estos tres grandes historiadores o ese detalle de sus principios que lo mantiene dentro de su más cercana conexión con los Ismaelitas, y por el cual, tuvo como resultado, que ellos fueran socavados.

    Mahoma, el hijo de Abdalla y nieto de Abdolmotaleb, descendía de una familia del más alto rango entre los árabes, la de los Koreish, bajo cuya custodia estaban las llaves de la sagrada estirpe de los Kaaba. El se sentía llamado a guiar nuevamente a sus compatriotas, quienes estaban absortos por la idolatría, por el conocimiento del verdadero y único Dios, y como profeta y legislador, llevaría a cabo el gran trabajo de purificar la verdadera y auténtica religión de las calamidades de la superstición; una misión que había sido llevado a cabo hace mucho tiempo con anterioridad y en diferentes épocas. Arabia estaba dividida entre las religiones de los cristianos, los judíos y los sabanos. Al unir estas tres religiones en una, a través del vínculo del cual fluían los universales principios de todas ellas, y por el éxito de la grandeza e independencia política, fue el objetivo de su vida, quien había pasado gran parte de su existencia en meditación, y sólo en sus últimos años se animó a impulsar su evangelización de manera activa. Desde niño, su madre, Emina, quien era judía; y a principios de su juventud, durante un viaje a Siria, un monje cristiano llamado Sergio, lo inspiró con los preceptos religiosos de Jesús y de Moisés, y le expuso de manera íntegra su infamia, el idólatra culto del Kaaba, en donde un centenar de ídolos exigía la adoración del pueblo.

    Los judíos esperaban al Mesías como el Salvador de Israel y los cristianos aguardaban el Adviento del Paráclito (Espíritu Santo), como su juez y mediador, cuando a sus cuarenta años ( una edad que, en el oriente, ha sido siempre considerada como la del profeta), Mahoma sintió dentro de él la voz de la divina inspiración, exigiéndole a evangelizar en el nombre del Señor, las órdenes celestiales y para la difusión de su Palabra, se puso a prueba ante su pueblo, el profeta y apóstol de Dios. La naturaleza lo había dotado de talento como poeta y un entusiasta orador, al atribuirle de un asombroso poder de palabra, un perspicaz fervor para la inspiración, un porte solemne, poseedor de una gran y profunda veneración y de una cautivadora finura en modales. Valor, magnanimidad y elocuencia, son cualidades apreciadas por cada pueblo, y para ninguno más que el exaltado hijo del desierto, eran los tres grandes imanes que lo llevarían a cautivar los corazones de su pueblo, quien había sido acostumbrado a hacerles homenajes al heroísmo y a la bondad, y más especialmente a los grandes poetas, cuyas sublimes obras eran expuestas en el Kaaba, escritas en letras doradas, y tal como los más inmediatos dones del cielo, se consideraban dignos de divina adoración.

    De todas las poesías árabes, el Corán es la obra maestra; en él el esplendor de destellos de sublimidad a través de la monótona incertidumbre de prolongados y reiterativos reglamentos y tradiciones, y el activo lenguaje funciona como el estruendo celestial, retumbando desde una roca a otra, en el eco de una rima, o darle de lleno como el estruendo de la ola, en el constante retorno de similares sonidos de palabras. Y está la gloriosa pirámide de la poesía árabe; ningún poeta de este pueblo, ya sea antes o desde entonces, ha alcanzado su excelencia. Lebid, uno de los siete grandes poetas, cuyas obras fueron llamadas al-moallakat, las enarboladas, porque estaban colgadas en las murallas del Kaaba para que el público las admiraran, arrancó sus propias obras del muro, ya que era poco digno de su honor, al momento de haber leído el sublime exordio de la segunda sura del Corán. Hassan, el escritor satírico, en cuyos versos del Corán ironizó al profeta descendiendo de los cielos; y cuando la Mecca fue conquistada, fue obligado a reconocer el irresistible poder de su palabra y de su espada; y Kaab, hijo de Soheir, le rindió un espontáneo homenaje, con un himno de alabanzas, por el cual el profeta le dio su manto, que aún se preserva entre los muy valiosos y preciados artículos de la colección turca; y cada año, durante el mes de Ramadán, son tocados y adorados, de la manera más solemne, por el Sultán, acompañado por su corte y por importantes ministros de estado. El sublime destino de Mahoma, que pasó a ser de un poeta a un profeta, ha impulsado a muchos futuros poetas árabes de nobles pensamientos a intentar hacer lo mismo; las consecuencias de dicho acto no habrían sido ni siquiera insignificantes o tensas con su propia destrucción. No obstante, Moseleima, un contemporáneo de Mahoma, y, al igual que él, un poeta por naturaleza, llegó a ser alguien peligroso para él, ya que la divinidad inalcanzable del Corán no había otorgado hasta ahora un consentimiento absoluto. Ibn Mokaffaa, el refinado traductor de las Fábulas de Bidpai, quien estuvo callado por semanas enteras, para escribir un solo verso sobre el Diluvio, que se podría comparar con el grandilocuente pasaje del Corán, ¡Tierra, absorbe tus aguas!, ¡Cielo, retiene tus cataratas!; fue superado por sus infructuosas obras solamente por la reputación de un librepensador; y Motenebbi, cuyo nombre significa el que profetiza", se ganó efectivamente la gloria de un gran poeta, pero nunca la de un profeta. Por esta razón, el Corán ha mantenido por doce siglos, de manera ininterrumpida, la severidad de una inimitable y única Escritura de origen celestial, como la Eterna Palabra de Dios.

    La palabra del profeta es el Soonna, es decir, una recopilación de sus discursos y órdenes orales, las cuales, es la misma que el Corán escrito, que debido al intenso capricho, la fuerza de voluntad, el dominio del lenguaje y la percepción del ser humano, manifiesta el genio del gran poeta y legislador. Aquello nunca ha sido considerado, al parecer, lo que nosotros hemos prácticamente sacado de él: Como resultado, éstos serán considerados.

    La religión del Islam (es decir, la más absoluta resignación a Dios) significa, no hay más dios que Dios y Mahoma es su profeta. Toda su doctrina consiste en únicamente cinco artículos de fe y como muchos deberes de adoración externa. Los dogmas son la creencia en Dios, sus ángeles, sus profetas, el día del juicio final y la predestinación. Los ritos religiosos son ablución, plegaria, ayuno, limosna y la peregrinación a la Meca. El credo y la adoración fueron concebidos de una mezcla de fragmentos de la Cristiandad, del Judaísmo y Sabanismo: no existen los milagros, excepto los de la creación y del mundo, es decir, los versos del Corán. La partida de Mahoma al Cielo, incluida en el Corán, es simplemente una visión similar a la de Exequiel, de cuyo trono era portador, el Alborak (el corcel celestial del profeta con rostro humano) es una imitación. La doctrina del último día, el juicio a los muertos, la balanza en la cual serán pesadas las almas, la igualdad de juicios, y los siete infiernos y los ocho paraísos, son de origen egipcio y persa. Las más grandes recompensas del cielo son: placeres de índole erótico, pastos frondosos con riachuelos borboteando entre las flores, pérgolas y jarrones dorados, suaves sofás y grandes copas, fuentes plateadas y hermosas jóvenes.

    Espumosos sorbetes y de espléndidos vinos provenientes de manantiales, Kewsser y Selsebil; y para los piadosos, que, durante sus vidas, se habían abstenido de degustaciones embriagadoras; y en especial, para él quien se había ganado el eterno ramo del martirio en la guerra santa contra los enemigos de la fe. Suya es la recompensa eterna, ya que el Paraíso está bajo la sombra de la espada, para que los fieles ejerzan sus espadas contra los infieles, hasta que el enemigo se someta al Islamismo o sea obligado a rendir tributo. Incluso contra los enemigos internos de la fe o del reino, la ejecución de la justicia es legítima y el asesinato es mejor que la sublevación. El Corán se ciñe mucho con lo relacionado con las leyes del matrimonio y de la herencia, y los derechos y las obligaciones de las mujeres, Mahoma fue el primero en asegurarles una existencia civil y política, ya que antes que él, ellas parecían que apenas habían gozado de derechos entre los árabes. No existe nada con respecto a la sucesión de la administración de los asuntos de estado, y en cuanto a las demandas a la propiedad en tierras y soberanía, por lo tanto mucho más excepcional: El reinado es de Dios, entregándolo a cualquiera de nosotros y quitándolo según sea su voluntad. Debido a estas comunes y frecuentes prácticas de decretos celestiales, esto produciría un terreno propicio para los déspotas y usurpadores: la idea de Mahoma era que la soberanía era el derecho de los más fuertes, y una vez que él proclamó explícitamente que Omar, quien se destacaba por la gran fuerza de su carácter, tenía las cualidades de un profeta y un califa. No obstante, la tradición que ha sido traspasada hacia nosotros, no aludía ninguna señal inminente a favor del amable Alí, su yerno. Es más, él no tenía como librarse de su destino, ya que durante el incesante desarrollo de la historia no existe nada que sea inmutable; puesto que ninguna agrupación humana puede estar dotada de una infinita duración, y que la esencia de una misma y única generación rara vez sobrevive lo que ha salido bien en una oportunidad.

    Y fue justamente de este modo que él reveló proféticamente:

    El califato sólo durará treinta años después de mi muerte.

    Es probable que Mahoma haya destinado la sucesión (o el califato como los árabes lo denominan) a sus parientes más cercanos, él habría elegido expresamente a su yerno Alí como califa. No obstante, pese a que él nunca había impuesto nada en ese punto durante su vida, (debido a unos peculiares elogios, había traspasado el poder a Alí, invocado por el círculo de hierro de aquél, son vagos y dudosos), él parece haber asignado el nombramiento de los más dignos candidatos a la elección del Musulmán. El primero a quien eligieron como emir e imán, fue el primer converso al Islamismo, Ebubekr Essidik el Auténtico, y después de su corto reinado, Omar Alfaruk el Intrépido, a quien sí le rindieron homenaje con juramento y golpes de manos. La tiranía de Omar y la imponente fuerza de su carácter era imparcial tanto para él como para los otros, primero impresionaba por el Islamismo, el califato y el sello del fanatismo y del despotismo, que eran ajenos a su inicial organización. De hecho, el espíritu de la conquista ya se manifestaba en las primeras misiones de Mahoma en contra de los cristianos en Siria, en contra de los judíos en Chaibar, y los idólatras de la Meca. Ebubekr siguió sus pasos con sus victorias en Yemen y Siria; pero Omar fue el primero en levantar un arco triunfal del Islamismo y el califato, por la invasión y captura de Damasco y Jerusalén, el derrocamiento del antiguo trono persa, y la rendición de Bizancio, de los cuales destruyó dos de sus más grandes piedras angulares, Siria y Egipto. Fue en esta época, que el intolerante celo del califa y sus generales devastaron los tesoros de las culturas griegas y persas, un cúmulo de años. Fue en aquella época que la biblioteca de Alejandría suministraba las calderas de las termas y los libros de Medain fueron anegados por las crecidas del río Tigris. Omar prohibió, bajo las más severas penas, el uso del oro y seda; y al convertirse el mar en el gran medio de intercambio comercial y de ideas entre los pueblos, restringió el uso de este medio a los musulmanes.

    De este modo, debido al vigor de su gobierno temporal y espiritual, hizo que él celebrara sus conquistas y defendiera las doctrinas del Islamismo; vigilaba con recelo para que la influencia extranjera no pusiera en peligro la integridad de su cultura o que las costumbres de los vencedores fueran corrompidas por el lujo de los vencidos. No era indigno que él tuviera pavor del efecto que pudiera ejercer sobre los árabes la superioridad en cuanto a civilización y sociedad de los griegos y los persas: de hecho, Mahoma ya había advertido a su pueblo amante de historias en contra de las tradiciones y las fabulosas leyendas de los países derrotados.

    Las riendas del imperio que Omar había controlado tan fuertemente, escaparon de las manos de su sucesor, Osmán. El fue el primer califa que cayó bajo la daga de la conspiración y la sublevación; y Alí, el yerno de Mahoma, subió al trono que había sido manchado con sangre de su predecesor y poco después fue teñido con su propia sangre. Muchos se negaron a reconocer o a jurar fidelidad, como Príncipe de los Fieles; se hacían llamar Motasali, es decir, los Separatistas, y formaron una de las primeras y más grandes sectas del Islamismo: el jefe de esta secta era Moawia, de la familia de Osmia, cuyo padre, Ebusofian, había sido uno de los más férreos oponentes del profeta. El colgó las túnicas ensangrentadas de Osmán en el púlpito de la gran mezquita de Damasco, para exacerbar a Siria de venganza contra Alí. Pero la ambición de Moawia fue menos eficaz en obtener su destrucción que el odio de Aishe, que incluso durante la vida de Mahoma, y Ebubekr, su padre, ella había jurado contra el profeta.

    Este hecho no sólo está relacionado con Aboulfaraj, sino también con Macrisi e Ibn Khaledun, y tras ellos, con Hadji Khalfa.

    Abulfeda, Anales Musulmanes.

    Cuando en el año sexto de la Hégira, durante la expedición del Profeta en contra de la tribu de Mostalak, Aishe la Casta, quien había salido a peregrinar desde la línea de la frontera junto con, Sofwan, el hijo de Moattal, cuya situación había dado origen a algunas calumnias: Alí fue uno de los muchos, quienes, por sus dudas y sus conjeturas, hizo que el título de Casta fuera mal interpretado, que fue necesario que Sura descendiera de los cielos para acallar el rumor y salvar el honor de Aishe y el Profeta. De hoy en adelante, según la autoridad de la sagrada escritura del Islamismo, ella pasó a ser un modelo de pureza inmaculada. Ochenta calumniadores cayeron inmediatamente bajo la espada de la justicia; pero Alí estaba destinado, más adelante, a expiar por sus precipitados escepticismos con el trono y con su vida. Aishe encabezó junto con dos generales, Talha y

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