¿ARQUEÓLOGO O AVENTURERO?
Fue como si de pronto se descubriese el esqueleto de un centauro. Puede imaginarse el revuelo cuando, en 1873, Heinrich Schliemann, un arqueólogo aficionado, anunció a bombo y platillo el hallazgo de lo que llamó, pomposamente, el Tesoro de Príamo. Caren te de formación científica y sobrado de ambición, entusiasmo y perseverancia, este estudioso alemán se refería a un conjunto de diademas, collares, pendientes, copas y otras espectaculares piezas de oro y plata que había encontrado en una gran vasija de cobre, junto a otros restos, en Hisarlik. Las joyas emergidas en esa co lina turca, cercana a los Dardanelos, presentaban, en efecto, un aspecto arcaico y orientalizante. Bien podrían haber realzado la belleza de Helena de Troya. ¿Había dado Schliemann con la mítica ciudad destruida por los aqueos?
Desde hacía un par de años, Heinrich. Sin embargo, la comunidad científica se mantuvo reacia a compartir esa convicción, hasta que los ornamentos recobrados entre el Escamandro y el Silios, dos ríos muy homéricos, no dejaron margen de duda. Hasta ese momento, se había pensado que Troya era simplemente literatura, ficción, una fantasía.
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