El oficio de arqueólogo
or prestar fe a dos historiadores romanos contemporáneos, Tácito y Suetonio, en el año 65, Nerón, a quien se le han endilgado toda clase de descabelladas extravagancias, se embarcó en una insensata aventura que terminó por arruinar el erario imperial. El emperador romano fue convencido por un caballero de origen cartaginés, Ceselio Baso, de que un sueño le había revelado que en el subsuelo de una de sus propiedades se ocultaba el magnífico tesoro de Dido –la fundadora y reina de Cartago–. Nerón confió al mando de Baso sus mejores galeras y soldados a fin de que arrancaran de la tierra esas riquezas inesperadas. El emperador había creído a ciegas en este vaticinio onírico con visos de autenticidad, pues en él se delineaban pasadizos recubiertos de antiguos vestigios,
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