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La Huella del Alma
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Libro electrónico175 páginas2 horas

La Huella del Alma

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“Clarice” se despierta dentro de un cubo de basura, sin saber ni siquiera su nombre. Lo más extraño: corre el año 2040, en un San Pablo decadente. Mientras que comienza una búsqueda desesperada para descubrir quién es, trata de adaptarse a ese mundo extraño lleno de avances tecnológicos y retroceso social de la humanidad.

Su obsesión por encontrar una manera de volver a su época no le impide sumergirse en esa aventura. En medio de esta búsqueda, se encuentra con personas que fueron parte de su misteriosa historia - que podrá ser modificada tanto para mejor como para peor. Pero, muchas veces, el olvido es mejor que descubrir la verdad dura y cruda.

Por un capricho del destino, ella termina conociendo al enigmático Elvis y a su fiel compañero Kurt, un gato que resulta aún más enigmático. Ese encuentro, aparentemente común, podrá marcarla profundamente.

Viviendo en el límite entre ser presa y cazadora, ella se va redescubriendo en el futuro al mismo tiempo que el pasado se filtra hasta que todo se transforme en una sola cosa: el presente. Como todo buen thriller, no faltaran reveces, persecuciones y un psicópata suelto.

La Huella del Alma trata de asesinatos, violencia y pasión. Un libro que invade, sin pedir permiso, en el territorio de la novela negra. Una historia electrizante con un toque de distopía y sadismo. Todo eso separado por una línea tenue entre el futuro, el pasado y el presente…

“Clarice” se despierta dentro de un cubo de basura, sin saber ni siquiera su nombre. Lo más extraño: corre el año 2040, en un San Pablo decadente. Mientras que comienza una búsqueda desesperada para descubrir quién es, trata de adaptarse a ese mundo extraño lleno de avances tecnológicos y retroceso social de la humanidad.

Su obsesión por encontrar una manera de volver a su época no le impide sumergirse en esa aventura. En medio de esta búsqueda, se encuentra con personas que fueron parte de su misteriosa historia - que podrá ser modificada tanto para mejor como para peor. Pero, muchas veces, el olvido es mejor que descubrir la verdad dura y cruda.

Por un capricho del destino, ella termina conociendo al enigmático Elvis y a su fiel compañero Kurt, un gato que resulta aún más enigmático. Ese encuentro, aparentemente común, podrá marcarla profundamente.

Viviendo en el límite entre ser presa y cazadora, ella se va redescubriendo en el futuro al mismo tiempo que el pasado se filtra hasta que todo se transforme en una sola cosa: el presente. Como todo buen thriller, no faltaran reveces, persecuciones y un psicópata suelto.

La Huella del Alma trata de asesinatos, violencia y pasión. Un libro que invade, sin pedir permiso, en el territorio de la novela negra. Una historia electrizante con un toque de distopía y sadismo. Todo eso separado por una línea tenue entre el futuro, el pasado y el presente…

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento16 may 2019
ISBN9781547586974
La Huella del Alma

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    La Huella del Alma - Alexandre Apolca

    Alexandre Apolca

    La Huella del Alma

    Traducción: Fernanda Gastellu

    Babelcube Inc.

    "Los monstruos son reales, y los fantasmas también.

    Viven dentro de nosotros, y algunas veces, ellos ganan."

    Stephen King

    01

    Copos de nieve caían sobre San Pablo. Era una de esas noches en que los ratones se morían de hipotermia, los ríos se congelaban y los aviones no despegaban.  En un callejón oscuro en el centro de la ciudad, en un cubo de basura, una joven temblaba de pies a cabeza. Los copos caían sobre su vestido color azul marino, sus cabellos color chocolate y su piel blanca como la misma nieve. Sus labios palidecían cada vez más, mientras tres hombres vestidos de negro se aproximaban.

    Los ojos de la joven parpadeaban frenéticamente, señal que todavía estaba viva. El viento soplaba tanto que hacía sacudir y crujir las señales de tránsito. La ciudad fantasma se pintaba de blanco. Pero los tres hombres seguían caminando al mismo tiempo que se emborrachaban con vodka.

    Luego ellos doblaron la esquina y entraron en el callejón. De repente, algo brilló entre las decenas de bolsas de basura, eran dos luces radiantes de color ámbar, eran los ojos de la joven que despertaba.

    El instinto prevaleció y a pesar del mareo, saltó del cubo de basura. En ese mismo instante, uno de los tres hombres exclamó:

    — ¡Hay una mujer ahí!, ¡agarrémosla ya!

    La joven abrió los ojos desorbitados al ver los tres hombres corriendo en su dirección. Entonces ella, aún con los pensamientos confusos y nublados, salió disparada en la dirección opuesta. Corrió, corrió tanto, que pronto consiguió aumentar la distancia entre el trío y ella.

    Cruzó avenidas, tomó atajos, dobló en varias esquinas, hasta que dobló hacia la derecha y se recostó sobre una puerta. Aguzó el oído y solo escuchó el ruido del viento. Respiró aliviada y despegó el periódico que se había adherido a su pie descalzo. El periódico exhibía un artículo sobre Clarice Lispector.

    Súbitamente su cuerpo se erizó, pues escuchó pasos que se aproximaban, pero no venían de la calle. De repente la puerta se abrió y una mano calló su grito de terror. Ella luchó con todas sus fuerzas para escapar del joven, pero no lo consiguió. Él la tomó por la cintura, la arrastró hacia dentro y luego cerró la puerta.

    Fueron hasta una sala con sofás color granate y una mesita en el centro. Ahí él la soltó.

    — ¡¿Que tienes en la cabeza para andar sola por la calle a la noche?!

    Ella, confundida, respondió con otra pregunta:

    — ¿Hablas portugués? ¿Por qué existen tantos brasileros en este lugar?

    — ¿Que estuviste tomando?

    — Nada... No sé... ¡Quiero volver a casa... ¿Dónde estoy?! ¿Nueva York?

    Él se rió a carcajadas.

    — ¿Nueva York?  ¡Estás aquí en Brasil! ¿Tomaste H66? ¿Inhalaste polvo de ratón? ¿O qué? Será mejor que duermas aquí esta noche, y mañana te despertaras mejor.

    — ¿Entonces por qué nieva?

    Él se calló, era mejor terminar con esta conversación poco productiva. La tomó nuevamente por la cintura y la condujo en dirección de una escalera, pero ella, enfadada, se soltó.

    — ¿Quién eres? ¿Adónde me llevas?

    — Un placer, soy Elvis Macedo — respondió besando la mano de la joven, que desconfiada, miraba todo alrededor, ideando un plan de fuga. — Te estoy llevando a mi departamento, porque si sales por esa puerta, esa de allí, ¿la ves? Entonces, si sales, la guardia especial podrá atraparte. ¿Tu cabeza está lo suficientemente bien para recordar lo que son capaces? ¡¿No está?!

    Ella lo analizó con extrema curiosidad. ¿Guardia especial? ¿Serían aquellos hombres de negro? Pensaba en eso al mismo tiempo que su instinto le decía que podía confiar en aquel joven que usaba jeans y chaqueta de cuero. Elvis, que le daba la primera pitada a un cigarro de olor extraño, se arreglaba los cabellos largos y sonreía amigablemente.

    La joven pensó salir disparada por la puerta, pero reflexionó, y recordó la nieve y a los tres hombres. Pensó un poco más pero su vista se nublaba. Su cabeza giraba como si estuviese en un lavarropas. Faltaba poco para desmayarse, entonces dijo:

    — OK. Ganaste...

    Elvis, notando la situación en la que estaba la joven, la tomó por los hombros, luego por sus piernas y la subió por las escaleras.

    — ¿Cómo te llamas?

    — Hummm... — murmuró ella, esforzándose en recordar, pero mientras más intentaba, más mareada se sentía. Entonces pronunció el primer nombre que recordó: — Clarice...

    Y Clarice vio los escalones aumentando poco a poco bajo su nariz, dio un último suspiro y luego no vio nada, absolutamente nada...

    02

    Mientras que el sol eliminaba los últimos vestigios de la nevada, Clarice daba vueltas en la cama. Ya eran más de las diez de la mañana. Ella se despertó, miró a su alrededor y recordó la noche anterior, pero solo recordó la noche anterior y nada más.

    Retiró la manta, observó su cuerpo, escudriñó su memoria, y no encontró nada de sí misma, nada, ni siquiera su nombre. Se levantó, y desesperada, comenzó a caminar de lado a lado diciéndose a sí misma que todo aquello no era más que una pesadilla. Pero se dio cuenta que se engañaba y el terror se apoderó de ella.

    Quería volver a su casa, pero ¿cómo? ¿Quién podría ayudarla? Se sintió impotente. Se esforzó en recordar al menos su nombre, solo su nombre, pero ni eso. ¿Qué haría ahora? Necesitaba redescubrirse a sí misma, ¿pero por dónde comenzar? ¿En quién creer? No había solución, Clarice precisaba confiar plenamente en desconocidos o al menos en el desconocido que le había cedido su cama.

    En un impulso desesperado, revisó su ropa, pero no había ninguna pista, nada por donde comenzar. Desilusionada, Clarice se sentó en la cama con sus ojos humedecidos por el miedo a lo desconocido.

    — ¡Buen día, Clarice! ¿Estás mejor? — preguntó Elvis entrando al cuarto.

    — Más o menos... ¿Dónde estoy?

    — Oxiii... ¡En mi departamento! ¿Qué consumiste ayer? ¡Te debes haber drogado demasiado!

    — ¡No uso drogas! ¡Y sé que estoy en tu departamento! ¿Quiero saber en qué país estoy?

    — Después el loco soy yo... Ya te dije, estamos en Brasil. ¿Entendiste? B. R. A. S. I. L.

    — ¿Entonces porque nevó? ¿Aquello que caía ayer era nieve?

    Elvis se rió sin control. Creía que Clarice era una loca de remate y que se inhaló todo el polvo de ratón posible la noche anterior., tanto que ahora no hilvanaba sus pensamientos.

    — ¡No respondiste a mi pregunta!

    — Aquello que caía ayer era mierda de paloma anémica. Claro que era nieve. ¿Qué más podría ser?

    — ¿Cómo puede nevar en Brasil?

    — ¿Cómo puedes no saber eso? ¡Confiesa que inhalaste polvo de ratón anoche, confiesa ya! No sientas vergüenza, yo también lo hago de vez en cuando.

    — Esto no tiene ningún sentido...

    — OK. Vamos a cambiar de tema. La pregunta es: ¿estás bien? ¿Te quieres quedar un poco más acá o quieres volver a tu casa?

    — No sé dónde vivo, tampoco mi nombre, y mucho menos quien soy. ¡No recuerdo nada!, Mis recuerdos son solo de ayer, cuando me desperté en un cubo de basura y huí de los tres hombres que me perseguían, paré en la puerta y luego... Ya sabes el resto...

    — ¡Caramba! ¿Ya pensaste en escribir una biografía? Me dijiste que tu nombre es Clarice.

    — Fue el primer nombre que recordé.

    — Al menos tienes buen gusto — dijo mientras se aproximaba y la observaba de pies a cabeza. — Tal vez tuviste un accidente automovilístico. Pero no tienes heridas. No, no tiene sentido, ¿qué sentido tiene tener un accidente y terminar en un cubo? Bueno, voy a llamar al hospital, quizás ellos...

    — ¡No! Por favor, ¡no lo hagas! — imploró ellas, levantándose y tomando el brazo de Elvis. — Tengo miedo de lo que pueda pasar. No quiero quedar a merced de desconocidos, sobre todo doctores. Soy grande y me sé cuidar. Gracias por todo, pero me tengo que ir.

    — Todavía creo que te drogaste. No puedes creer que te vaya a dejar así sola. Te vas a quedar aquí hasta que mejores. Quédate tranquila, que no muerdo, solo descuartizo...

    — Puede ser que estés acogiendo una psicópata en tu casa. — Ella, aliviada, sonrió al encontrar alguien que la ayudase, al menos en aquel momento.

    — Sin problemas si prometes, que en el caso que me mates, conservarás algún pedazo de mí.

    — Solo quiero saber, al menos por ahora, porque nevó ayer.

    — Hace años que nieva. Tu amnesia debe ser grave. Pero puedes contar conmigo, yo te enseñaré todo nuevamente. Voy a preparar el desayuno y vuelvo.

    Clarice comenzó a mirar todo a su alrededor. La cama agradablemente suave, La ventana, redonda, tenía un diseño surrealista. Las paredes estaban decoradas con discos de vinilo. El ropero, negro, parecía de plástico. En el escritorio había cualquier cantidad de objetos extraños.  

    Se paró frente a la ventana y quedó boquiabierta con lo que vio. San Pablo tenía edificios de los estilos más variados. Había formas extrañas que imitaban objetos, animales y todo lo imaginable.  Había paneles electrónicos en todo el paisaje urbano. Pero había cierto silencio, un silencio bucólico propio de las ciudades del interior. En el cielo blanquecino volaban drones y unos aviones pequeños y pintorescos.

    Clarice miró un rascacielos gigantesco y vislumbró un panel que trasmitía las noticias en vivo. Con los ojos semicerrados, vio al presentador que anunciaba que en el sur se registró el primer ciclón de 2040...

    03

    Clarice no podía creer que estaba en el 2040, pero tenía que creer. A pesar de ser normal que una persona al tener amnesia podía desconocer su mundo a su vuelta, en el fondo, ella creía que había más cosas. Aunque pareciere absurdo, dentro de sí tenía una certeza, una certeza de que ese mundo no le pertenecía, una certeza de que su pasado era más distante de lo que parecía. ¿Cuál sería la explicación para ese posible salto en la línea del tiempo? ¿Un experimento científico? ¿Un agujero de gusano? ¿Un azar del destino? Clarice no sabía en qué pensar, eso era tan incoherente que hasta ella empezó a dudar de su sanidad mental, por ello mismo, no contaría nada de esa historia a Elvis, ni a ninguna otra persona.

    ¿Y si su pasado pudiese revelar cosas tan horribles que hasta la muerte podría ser la mejor solución? ¿Si nunca más recuperara la memoria? ¿Si la soledad fuera su única compañía? Si... Si... Si... Todos esos si la dejaban todavía más inquieta y aterrorizada. Estaba viviendo una montaña rusa de emociones, a veces optimista, otra pesimista.

    Clarice oyó que Elvis la llamaba, y en vez de prestarle atención, fue hasta el baño para mejorar el estado deplorable en el que se encontraba. Al verse en el espejo, un frío gélido de pánico la golpeó. Veía una extraña delante de sí, y esa extraña era ella, un ser frágil de dieciocho años aproximadamente. Aunque irracional, su intuición le decía que ese cuerpo no le pertenecía. Una idea suicida pasó por su cabeza, pensó en romper el espejo y con un trozo de él, terminar con todo. La idea giraba en su cabeza mientas que su cuerpo continuaba estático como el de una muñeca. El miedo del pasado y del futuro eran estímulos que hacían que sus puños se cerraran cada vez más. Le dolía el abdomen, sentía nauseas, pero Clarice, que parecía estar en trance, quería terminar con todo aquello. Cuando al fin se decidió a golpear el espejo, una voz se escuchó:

    — ¿Está todo bien ahí adentro?

    La pregunta de Elvis hizo que Clarice volviese en sí y comenzó a arrepentirse

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