Los Encontrados
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Los encontrados es una novela corta que contiene una historia bien larga. Una vez, inspirado por la lectura de Los asesinatos como... de Thomas de Quincey, escribí, para rendirle homenaje a este inmenso escritor inglés y al mismo tiempo practicar las bellas artes, tres o cuatro asesinatos. Otra vez, recordando esos escritos se me ocurrió la idea de reunirlos en una novela; esta idea era el proyecto de Los encontrados. Recuerdo que, como siempre ocurre, tenía el principio y el fin, tenía entonces que inventar el camino para unirlos. La razón por la cual esta novelita es corta se debe a que he tenido la suerte de poder hacer como la electricidad, que cuando tiene que ir a la tierra toma el camino más corto y evita los que conducen lentamente. Sé que este libro que cuenta 50 páginas y que se lee en menos de una hora contiene mucho más que muchos otros que tienen más de quinientas páginas.
Se titula así, Los encontrados, porque habla de desaparecidos, desaparecidos porque hay asesinatos y criaturas que se quedan huérfanas y crecen y se encuentran. Hice alusión en esas páginas a los hijos de las víctimas de la dictadura que en Argentina, mi país natal, empezó en 1973 con los peronistas, continuó en 1976 con los militares y terminó en 1983. Durante esos años, como ya muchos lo saben, los militares robaban los bebés hijos de nuestra juventud y asesinaban a sus padres. He tratado de imaginar los senderos tomados por esos chicos. No sé si lo logré, pero sé que gracias a ese sufrimiento que es mío he logrado escribir este modesto librito.
Miguel Ángel Alloggio
Miguel Ángel Alloggio, Buenos Aires, 1955. Autodidacta.A partir de 1973 participé activamente en la creación de una revista underground de rock (El Hemofílico), aunque de marcada tendencia surrealista. En 1977, la dictadura de aquella época prohibió dicha publicación y pasé cuatro meses en la cárcel. Al salir descubrí que algunos de mis amigos y vecinos del barrio habían desaparecido misteriosamente; y me fui del país. Viajé a dedo, pasando por casi todos los países de América Latina y llegué a Méjico, donde gracias a las recomendaciones de Octavio Paz publiqué tres cuentos en suplementos culturales.En 1980 volví a Buenos Aires, y al ver cuánto habían destruido al país, y cuánto aún la policía me acosaba, decidí exiliarse definitivamente en Francia. Pero antes de salir de Argentina, por indignación, quemé mis libros y mis escritos. Una vez en Francia, dejé de hablar en castellano y aprendí el francés; tanto horror guardaba de la dictadura y de lo que los militares me han hecho siendo a penas un niño, que incluso esa única patria que es el idioma deseaba arrancarme del alma. En 1996, escribiendo en francés unos cuentitos para mis hijos, me empezaron a salir, en castellano, extrañas e inquietantes historias. Y comencé a darme cuenta de que ellas me traían todo el pasado que durante dieciséis años traté de destruir. De esta manera van apareciendo mis libros:LIBROSTRISTES METONIMIAS, se editará en España a fines de 2009 por Baile del Sol, en Canarias.EL AMOR AHOGADO, editado ya en España por Baile del Sol, en Canarias.EL TESORO DEL ODIO, editado en Buenos Aires por Proa-Versión digital-Editorial Emooby,2011LOS ENCONTRADOS, novela corta, Versión digital-Editorial Emooby,2011.
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Los Encontrados - Miguel Ángel Alloggio
Todo había comenzado después del último golpe, en Sao Paolo. El guapo Minerva había alcanzado Montevideo en barco para salir poco después hacia Suiza, el correntino Riquelme fue por avión hasta Buenos Aires, y yo en micro hasta Iguazú y después en lancha por el Paraná hasta el Tigre. Pasado un mes, y como convenido, Minerva volvió para traernos la plata.
Cuando vino a casa ya eran más de las diez de la noche; venía de Quilmes, donde vivía Riquelme. Entró y me pidió un poco de ginebra. Se sentó, y mientras preparaba mi parte y yo los vasitos, sentía que deseaba decirme algo pero no se atrevía. Todavía no sé si esperaba el momento justo para hacerse comprender mejor o si desconfiaba de mí. Cuando terminamos de contar los billetes los puse en la cómoda, me senté y serví ginebra para los dos. Bebió de un trago, se sirvió otra vez y me miró de frente, como preguntándose si podía hacerme confianza. Finalmente habló.
Comenzó diciéndome que en Montevideo había visto un inglés, jugador de cartas, que se hacía llamar Barton Clif y que andaba huyendo de INTERPOL que lo buscaba por pedido de la policía francesa, que le imputaba robos y asesinatos diversos. Informándose supo que el Barton Clif en cuestión no era inglés, sino irlandés, y que su verdadero nombre era Paul Wavols. Cuando lo vio jugar, y asistir solo llevando grandes sumas de dinero en una valijita de cuero, se le ocurrió que sería una presa interesante.
Como le habían dicho que este Wavols acababa de llegar de Lyon, aprovechó del viaje que tenía que hacer a Ginebra por nuestro dinero para acercarse a casa de unos amigos que tenía en esa ciudad de Francia. Ahí empezó sus investigaciones acerca de este hombre, y cuanto y más avanzaban esas investigaciones, más crecía en su alma la inexplicable necesidad de reaccionar contra él. Aún no sabía bien cómo procederíamos; pero sin saber por qué, ya estaba convencido que tenía que acorralarlo, sacarle todo lo posible y finalmente matarlo. Y esas eran la razones por las cuales al otro día se iba nuevamente a Europa; allá se quedaría un año o un poco más, informándose mejor y con más tiempo.
Antes de irse, y con el picaporte de la puerta en la mano, me dijo que en Suiza había visto unas fotos de Riquelme con ese Paul Wavols, pescando el surubí en el Paraná; y a causa de esas fotos, tal vez, yo tendría que hacer algo, y me explicó de qué se trataba. Cuando le pregunté cómo me enviaría la orden me dijo que el mismo Riquelme vendría a decirme que ya tenía que hacerlo. No pregunté por qué deseaba actuar así, la idea me parecía buena y me daba gusto.
II
Al otro día lo acompañé a Ezeiza y ahí me aclaró algunos detalles más; dijo que si no recibía su señal no debía hacerlo, y que si al cabo de un año esa señal no había llegado a través de Riquelme, podría entonces olvidarlo todo. Cuando me lo dijo, antes de irse con su mujer para Europa, estaba seguro que no tardaría en decirle a Riquelme que viniese a casa para decirme que tenía que hacerlo. Pero después, tres o cuatro meses después, al ver que Riquelme