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Tipasa 47
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Libro electrónico114 páginas1 hora

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La detectivesca caribeña está llena de historias y leyendas reales e imaginarias. De los amarillentos archivos de la Policía insular, el autor entresaca tres relatos sobre Dolores Cardona: Detective. En el mundo de policías violentos y conspirativos de la década del '40, "la Cardona" es ligera de gatillo y certera en puntería. En el ejercicio de su profesión es fuerte y dura como el caobo, pero frágil y blanda para el amor como espiga de maíz. Son relatos que nos dejan pidiendo más de esta Dolores que se mueve con la astucia de la serpiente, mientras intenta ser mujer de pistola y detective de su casa.
_______
Francisco R. Velázquez es un veterano periodista y escritor. Ha sido reportero de notas policiacas, columnista y editor de plantilla en diversos diarios de Puerto Rico por espacio de un cuarto de siglo. Dotado de un extraordinario dominio del lenguaje, sus escritos se constituyen en lectura obligada para los amantes de la palabra escrita. Liberado de la camisa de fuerza de la sala de redacción, Pancho -como le llaman sus seguidores- se abraza a la sabia maquinilla de antaño y se sumerge cada día en los mundos paralelos de la página y la palabra.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 feb 2012
ISBN9781466140851
Tipasa 47
Autor

Francisco R. Velázquez

Francisco R. Velázquez es un veterano periodista y escritor. Ha sido reportero de notas policiacas, columnista y editor de plantilla en diversos diarios de Puerto Rico por espacio de un cuarto de siglo. Dotado de un extraordinario dominio del lenguaje, sus escritos se constituyen en lectura obligada para los amantes de la palabra escrita. Liberado de la camisa de fuerza de la sala de redacción, Pancho -como le llaman sus seguidores- se abraza a la sabia maquinilla de antaño y se sumerge cada día en los mundos paralelos de la página y la palabra.

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    Tipasa 47 - Francisco R. Velázquez

    Contenido

    Dolores-rojo 150

    Tipasa 47

    Sobre El Autor

    También Disponible

    Tipasa 47

    Relatos De La Detectivesca Caribeña

    Dolores Cardona: Detective

    Dolores-rojo 150

    FRANCISCO R. VELÁZQUEZ

    Smashwords Edition

    Se hallan reservados todos los derechos. Sin autorización escrita del Editor, queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio, mecánico, electrónico u otro, y su distribución mediante alquiler o préstamos públicos.

    Tipasa 47

    Relatos De La Detectivesca Caribeña

    Francisco R. Velázquez, 1949 -

    Foto del autor: Zaira Tellado

    Arte y Diseño de Portada – Publica Tu Libro

    Ediciones Secta de los Perros

    Editor Ejecutivo – M. Pérez-Cotto

    Revisión y Estilo – Zaira Tellado

    Copyright©2011—Francisco R. Velázquez

    franciscovelazquez49@gmail.com

    Arecibo, Puerto Rico

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    Dolores-rojo 150

    A Dolores: la abuela de todos nosotros...

    Dolores-rojo 150

    TIPASA 47

    FEBRERO 1950

    LOS VEO pasar por la calle principal; el Hudson azul añil seguido de un Mercury gris con antena de radio en el baúl. Un pájaro de cuentas maneja el Hudson; el Manco Canel viaja de escopeta.

    Tres hombres y medio en dos automóviles.

    Los he visto mientras tomo café y escucho la radio en el comedor del Dumont, antes de que abran para el desayuno.

    Entran por la calle que da al pueblo desde el puente militar.

    Qué fatalidad. Como si fuese el primero de enero otra vez.

    Subo y toco a la puerta de Miguel quien abre a medio vestir. No me franquea la entrada.

    ¿Qué pasa?

    Han vuelto.

    ¿Quiénes, los muertos?

    El Manco y tres pájaros más.

    Y yo con la suerte que tengo cerca, me dice con ironías que no le sientan.

    Me da coraje y, como pasa a veces, me desdoblo. Mi mamá me ha dicho que son facultades de espiritista, que las aproveche. Es como si estuviera viendo lo que hago desde otro lugar. Un siquiatra en Nueva York me ha diagnosticado episodios clásicos de una personalidad mánico-depresiva, que hay que tratarlos con una operación nueva que se llama lobotomía.

    Me veo dándole un empujón en el pecho que lo saca de balance y lo tira al piso. Entonces entro a la habitación y me le siento encima. Le aprieto el cuello y le doy dos bofetadas, palma y envés, para que atienda.

    El se deja abofetear. Me mira fijamente, pregunta:

    ¿Me vas a matar o lisiarme de mente?

    Cállate, pendejo.

    Siento debajo de las nalgas el pito suyo despertándose. Me incorporo y abandono el lugar desde donde me observaba. Ya voy bastante malita, me he hecho esta imaginación trescientas veces en treinta días, así que empujo la puerta con la pierna.

    De espaldas a él, me quito la falda y las pantaletas. Para que me vea las nalgas que sé que le gustan desde que me paseé en pantaletas por esta misma habitación la noche de los cuatro muertos, hace cosa de un mes.

    Al voltearme sigue en el piso pero tiene el pito fuera de la bragueta, enhiesto, que es adjetivo formal utilizado en las novelas de relajo cubanas. Estoy de charco. Me encajo de un tirón. El cierra los ojos. Aprieta la mandíbula como si le doliera.

    Dura menos de un minuto, menos que la primera vez cuando veníamos de regreso con el reguero de muertos detrás.

    Nos quedamos quietos como tres minutos. La segunda vez, sin haber menguado, dura un poco más pero no de manera notable.

    Nos levantamos y pasamos a la cama revuelta. En el ínterin nos quitamos la ropa en silencio.

    Tenemos que hablar, Miguel.

    Tienes toda mi atención. No sé si fueron las bofetadas. Parece que me va a gustar eso...

    No jodas más, le digo con ternura.

    No creas que soy de tiro corto, voy a la milla y dieciséis también. Lo que pasa es que el jinete apura.

    Me dolió que me ignoraras, anoche. Ni siquiera cenaste conmigo.

    Fui al cine. Estaba libre.

    Pues, eso se acabó. Vine para llevarte conmigo.

    Miguel guarda silencio por un rato. Al cabo dice que está bien. Nos requedamos en la cama. Lo rasco; él se vuelca boca abajo como gato relamido.

    RECIEN he llegado ayer, día de la Virgen de la Candelaria de quien es devota mi mamá. Es día de fogatas y de quemar trastos viejos.

    Por las prisas de ver a Miguel he fletado un carro público y el chofer me cobra veinte dólares, la mitad de lo que cuesta el pasaje desde Nueva York. Le doy treinta y le pido que ni ponga la radio ni me hable, que estoy mala de los nervios y vengo  a ver a una espiritista.

    Me deja en la Plaza de recreo. Camino un rato por los alrededores. Entro al Hotel Dumont, alquilo una habitación.

    Comienza a lloviznar.

    No veo a Miguel por ningún lado, ni al Griego. El encargado me ha dado una habitación de primer piso con balcón y una puerta que da a un huerto de rosas.

    Paso al bar y pido un ‘whisky sour’. El barman me mira por encima de los espejuelos. No sé si por lo exótico del trago en el vecindario o porque son las once de la mañana.

    Es por lo primero porque me ha dicho:

    Aquí se vende ron desde que sale el sol.

    Veo cómo sufre preparando el ‘whisky sour’, tratando de recordar el orden de los factores.

    —"Usted

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