Los Elefantes Van Al Cielo
Por Norge Rosell Gut
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Los Elefantes Van Al Cielo - Norge Rosell Gut
Los elefantes van al cielo
Norge Rosell Gut
co-autor Eglert Gutierrez
Copyright © 2012 por Norge Rosell Gut. Ilustración de portada de Brigitte Crisp
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
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419009
INDICE
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
EPÍLOGO
Quisiera agradecer a la Dra. Miriam Velazco Mugarra,por estimularme a escribir.
Finalmente, mi profunda gratitud a Norma Torres
Torres,
mi esposa, a quien no se le agotó la paciencia
en las duras faenas de corrección gramatical y
ortográfica,
que hiciera de mi tortuosa escritura.
A mis hijos
NOTA:
En la década del noventa estuve vinculado con la actividad judicial y, aun cuando no soy jurista, ni el trabajo que realizaba era técnico jurídico, ello me llevó a leer miles de causas penales relacionadas a los delitos económicos. Como auditor, conocí de causas en revisión, de delitos de contenido económico y tuve a cargo hacer varios dictámenes de las auditorías que eran soporte documental para enjuiciar el delito cometido.
Son innumerables los hechos, que conocí, bien por medio de las causas, o en el contacto directo con los hombres y mujeres vinculados con esta actividad; unos me llenaron de asombro y de incredulidad, otros de curiosidad. Jamás pensé que el ser humano pudiera acumular tantos, celos, rencores u odio, y cobrarlos con crueldad inconcebible. También conocí del amor profundo y de la solidaridad humana.
Estuve en muchos Tribunales, visité sus salas penales; vi prisiones por dentro, de hombres y de mujeres. Aprecié el límite que establecen los barrotes entre el hombre y la sociedad. De igual modo, anduve por casi toda la geografía de nuestro país, aprecié sus paisajes naturales, sus ríos y montañas.
Desde mediados de aquella década tenía la necesidad de escribir y de plasmar en una obra de ficción que recogiera todo aquello que yo había vivido, pero no tuve tiempo. Por otro lado, se me hacía difícil incursionar en las letras, era un reto dominar la literatura paratrasladar a los lectores con la claridad meridiana y el lirismo indispensable, todo lo que deseaba que vieran y oyeran.
Jamás he apreciado tanto el trabajo de un escritor, como ahora. Cuánto valor tiene para la sociedad conocer, aprender y saber de lo desconocido; el respeto ante la constante creación de obras para el hombre y la historia.
A los instructores, fiscales, jueces y abogados, cuya dedicación profesional y ética, que diariamente ponen en función del hombre, para que se imparta justicia conforme a derecho, todo el agradecimiento de que son merecedores, en nombre de la sociedad.
A todos los soldados de prisiones, que anónimamente hacen cumplir las condenas por las faltas cometidas, y que trabajan hasta el cansancio por reeducar al hombre y devolverlo útil a la sociedad, llegue el reconocimiento, en nombre de las víctimas, y el agradecimiento de los reeducados.
Sirva pues, esta novela, para transmitir el mensaje de los inocentes que han cumplido condenas.
EL AUTOR
CAPÍTULO I
Es un día de verano, va en la rutina diaria de dirigirse al trabajo. Corona la elevación de la calle principal de la ciudad. Percibe el aire marino que le refresca el rostro y despeina ligeramente la cabellera; extiende la mirada y en la distancia ve el trozo de mar con sus inquietantes trenes de olas, flotando sobre el agua azul cielo, jugando alcanzarse, sin lograrlo.
Baja entremezclándose en la acera con los otros tantos que, como ella van rumbo al trabajo. Se distingue por el taconear con firmeza y el caminar elegante; anunciando su figura. Viste pantalón blanco y blusa roja, resaltan su cutis y el cabello rubio que roza sus hombros. Así va, regalando sonrisas a quienes constantemente elogian su extraordinaria belleza, multiplicada por su excepcional sencillez.
Llega hasta un paseo peatonal en el que coincide con un joven que detiene la moto para cederle el paso. El chirriar del mecanismo de los frenos llama la atención de la joven, que levanta la cabeza y vira el torso buscando con la mirada al conductor, deteniendo su mirada en unos ojos verdes azulados, que chocan con los suyos. Quedan mudos, sin pronunciar palabra, porque sus ojos se entendieron en su hablar. Las piernas de la muchacha quedan sin fuerzas, negándose de momento a caminar, su pensamiento detenido tratando de descifrar el mensaje de amor, de sinceridad, de pasión que le enviasen aquellos ojos verde-azules, su corazón los recibe con ternura.
El motorista, que hacía pocos días había llegado a trabajar al pueblo, se deslumbra ante tanta belleza, queda hechizado. Comprende que su mirada ha encontrado algo que buscaba. Queda inmóvil, exhala un fuerte suspiro y reacciona. Acelera dándole la vuelta a la manzana para volverse a encontrar con ella, pero sólo alcanza ver como el cuerpo esbelto se pierde en la puerta de entrada al banco.
Pregunta a una señora que espera en la acera sobre la muchacha que acaba de entrar, y recibe dos respuestas una alentadora y otra que lo desanima.
—Ella trabaja aquí, pero no se haga ilusiones que hace varios años que la conozco, y ¡mire que ha tenido enamorados!, pero nunca le he conocido novio.
Las últimas palabras más que decepción, le colman de esperanza. Sabe que es libre y que los ojos de la joven encontraron en los suyos, algo que ella buscaba. Llega al trabajo y no puede disimular la profunda alegría que tiene. Cuenta a un amigo lo que le ha sucedido, éste la conoce y le responde:
—Sí Jorge, ella es Irma, todos la conocemos como la rubia del banco, es una belleza de mujer y muy sociable, ¿sabes que nunca le he conocido novio? pero quién sabe, luche ahí que a lo mejor es usted el hombre que ella espera.
En el parque que da frente al banco espera Jorge con paciencia que salga la joven, desde allí observa el cierre de las puertas y la salida, uno a uno, de sus empleados, hasta que finalmente la divisa en la puerta. El corazón le palpita, su cuerpo entero se estremece; tiene el miedo de la timidez y el valor del amor que es capaz de desafiar lo temido, lo más feroz. Se levanta y camina decidido a interceptarla, ella no se ha percatado de su presencia, va mirando para el piso cuando faltando poco espacio le dice.
—Buenas tardes, señorita.
Se sorprende, levanta la mirada, y vuelve a encontrar los ojos del hombre de la moto. Su cuerpo se estremece de pies a cabeza, con voz que lleva timidez le responde:
—Buenas tardes.
Queda inmóvil, entonces él con respeto le dice.
—Usted me va a perdonar, yo sólo quiero regarle esta flor.
Ella la recibe dándole las gracias. La flor lleva una tarjeta que lee cuando llega a la casa. Sus manos nerviosas apenas las pueden sostener, el mensaje simple la conmueve:
-Irma en esta flor va todo mi respeto y el ruego de poderle hablar, Jorge.
Su corazón se pone grande, casi no la deja respirar. Una sonrisa nerviosa se dibuja en su rostro. Va hasta la cocina a encontrarse con su más fiel e íntima amiga; la que al recibir la noticia y la historia no puede esconder el nerviosismo y la alegría que le da ver a su hija motivada por un hombre, lo que no hacia hace ya unos cuantos años, desde que rompiera el noviazgo con el joven que cursaba el preuniversitario junto a ella.
Su mamá le regala un abrazo y un beso que lleva toda la ternura del amor de madre y mirándole a los ojos, que no guardan secretos para ella, le dice.
—Escúchalo con detenimiento. Es importante si sus palabras son sinceras, hay hombres buenos y malos.
Irma se vuelve apretar contra su cuerpo, como reconociéndole cuanta confianza hay en ella.
Es un día bello de verano, el sol se muestra radiante, en un cielo despejado de nubes. Jorge atraviesa en su moto calle tras calle, va con el corazón que no le cabe dentro del pecho, en su mente lleva a Irma, la que no ha podido olvidar ni por un instante. Lleno de ilusiones llega un poco más temprano que de costumbre a la entrada del banco, para esperar a la joven.
Irma lo divisa unos cuantos metros antes de llegar a la puerta, no puede evitar que su cuerpo se estremezca y su corazón palpite, mientras avanza al encuentro de Jorge, quien la saluda cortésmente:
—Perdone mi atrevimiento y mí frescura, sólo quiero entregarle esta flor, si usted me permite—murmura mientras estira la mano.
La joven recibe el obsequio con una sonrisa:—Muchas gracias por su gentileza.
Es una bellísima rosa amarilla que va acompañada de una pequeña tarjeta en la que se puede leer:
—Mi respeto y mi admiración y el ruego de que esta tarde me permita presentarme. Estaré en el parque.
Desde las cuatro de la tarde espera Jorge sentado en el parque a la sombra de un Laurel, a la espera del encuentro con Irma, así se produce su primera conversación, que sólo cesa con la retirada de la luz solar. Acuerdan verse al día siguiente en el mismo lugar, ambos se marchan llenos de ilusiones, de esperanza, de amor.
Irma llega, deja la cartera sobre la cama y corre a la cocina. Su rostro está desbordante de alegría. Saluda a su madre, le besa en la mejilla se separa, le mira a los ojos que están alegres como los de ella. Tiene que contarle sobre el encuentro:
—Mamá, conversé con el muchacho que me encontré ayer. Qué lindo es, fuerte, pero a la vez tierno y sencillo. Me parece que habla con sinceridad.
—Hija, ¿y cuántos años tiene?
—Debe ser unos tres o cuatro años mayor que yo. Mañana lo sabré exactamente, porque quedamos en encontrarnos de nuevo, cuando salga del banco.
La mamá la abraza y le aprieta la cabeza contra su pecho; le besa tiernamente los cabellos, infundiéndole confianza, amor y esperanza.
Ha transcurrido un día más, poco antes de que llegue el ocaso y Jorge aguarda allí, en el parque. Sigue con sus ojos el lento decurso del minutero del reloj. Al fin, Irma aparece bella y temblorosa, sus manos frías y húmedas, delatan el temor de la joven ante el inevitable encuentro.
La noche los vuelve atrapar, más ahora no los aparta se torna cómplice de los enamorados. La luna su más fiel testigo, ilumina los rostros y ve cómo los ojos se cierran, reclamando un beso cómplice del amor que se desborda de ambos jóvenes. La boca de Jorge va buscando la de ella, los labios tiernos y temblorosos se encuentran y se van entregando en un beso lleno de ternura y de deseo. Los cuerpos se funden en un abrazo apasionado.
No lo puede ocultar, el orgullo se le sale por dentro del cuerpo. Está contento, con una sonrisa y un canto en el alma que derraman amor. Nunca había tenido aquello dentro del cuerpo, no lo había experimentado jamás, él no se lo sabía explicar. Su mamá se acercó; se paró al lado, donde estaba desayunando. Le apretó la cabeza contra su senos, que tanto llenaron su vida; también le dijeron a ella su secreto, por eso supo ponerle nombre a aquella inquietud que él no sabía cómo se llama. Lo separó de su cuerpo, lo miró a los ojos y le profesa con todo el sentimiento de madre,—Mi pichón está enamorado.
—Si mamá he conocido una muchacha que no puedo separarla de mi mente. Está linda, sencilla, tiene un alma llena de