Afrodita
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Afrodita - Andrea Villa Fuertes
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© Andrea Villa Fuertes
Diseño de edición: Letrame Editorial.
ISBN: 978-84-17818-27-2
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Gracias a aquellos que creyeron en mí,
aún cuando yo no lo hacía.
Prólogo
En un lago azul rodeado de montañas se veía a dos grandes hombres discutiendo:
—Poseidón, ¿por qué me has llamado?
—Ella está llegando, Zeus. Es más poderosa que todos nosotros juntos. No podemos correr el riesgo, tenemos que llevarla con los humanos y que aprenda algunas de sus ideologías.
—Pero hermano, ya sabes que los seres humanos no son buenos ¿y si en vez de ayudarla, la utilizan?
—Tenemos que correr el riesgo porque si la dejamos aquí, con nosotros, puede ser el exterminio de los humanos, de los dioses e incluso del mundo.
—Está bien, Poseidón. Pero cuando cumpla dieciocho estará en el lugar que le pertenece del Olimpo. Espero que estés en lo correcto, hermano. Tanto tú, como Hades y yo sabemos lo que puede hacer.
El hombre de barba blanca que parecía llamarse Poseidón, se sumergió en el lago y se fue. Mientras que el otro hombre desaparecía dejando un rastro de polvo tras él.
Al otro lado del mundo, en una playa de arena fina y mar cristalino, estaba el hombre de barba con un bebé en las manos. La dejó en la arena y se fijó en sus ojos verdes que estaban cargados de poder, él sabía que lo hacía por el bien de todos. Solo siendo un bebé ya era hermosa, no imaginaba que pasaría cuando ella fuese mayor, pero tenía fe en que aprendiese el bien de la vida y no provocase muerte. Hizo muchas cosas mal, pero había aprendido de sus errores y sabía que lo que hacía era lo correcto.
Capítulo 1
Me encanta levantarme muy temprano para ver el amanecer. Es una de mis raras obsesiones. Me gusta la mezcla de colores cálidos que se refleja en el mar a esta hora. Una de mis pasiones es observar cosas hermosas y ahora mismo estoy observando una de ellas. Me llamo Afrodita y soy una chica algo peculiar. Vivo en la capital de Grecia, Atenas. Me encanta mi ciudad, es un conjunto de casas blancas, turistas y templos.
—Afroditaaaa, baja.
Oí la voz de Adara. Cyril y Adara son mis padres adoptivos. Siempre he sabido que era adoptada. No porque fueran malos padres, no, ellos son geniales, sino porque siempre han sido sinceros conmigo. Además yo no me parezco en nada a ellos.
Adara es bajita, pelirroja, de ojos azules y un poco gorda, pero es normal, porque si no has probado su comida, nunca has tomado comida griega. Trabaja en el restaurante más caro de la ciudad como chef. En cambio Cyril es moreno, de ojos marrones y está muy musculado. Él es policía. No solo en físico son opuestos, también en carácter. Adara es impaciente y Cyril es todo lo contrario. Y luego estoy yo. Soy rubia, de ojos grandes y verdes. No soy muy alta ni muy baja. Mi piel es pálida al contrario de la de los griegos, que son muy morenos por naturaleza. Nunca he tenido que maquillarme y mi pelo es sedoso y brillante sin necesidad de echarle nada. Adara y Cyril dicen que no es algo que le pase a todos los de mi edad y que forma parte de los secretos.
Los secretos son habilidades que yo poseo y al parecer las demás personas corrientes no. Yo los llamo encantos.
—Afrodita, que sea tu cumpleaños no significa que puedas llegar tarde al instituto.
Sí, hoy es mi cumpleaños. Cumplo diecisiete años el 6 de marzo, es decir, hoy. Bajé rápido porque es mejor no hacer esperar a Adara. Ella me dio un abrazo y me ordenó que me sentara en la mesa para desayunar. Me senté en la mesa blanca que al parecer, tenía mi pastel favorito. El pastel de leche griega, el Galaktoboureko. Adara me sirvió un buen pedazo y yo me lo comí bastante rápido porque iba a llegar tarde.
Oí los pitidos de un coche seguidos por los gritos de mi mejor amiga Fília. Me despedí de mis padres y fui con Fília. Ella se bajó del coche y me dio un rápido abrazo. Luego me obligo a sentarme en el asiento al lado suyo. Fília es morena, bastante alta y tiene unos ojos azules fuera de lo normal. Ella tiene el color de piel característico de todos los griegos. Es un poco mandona, pero se hace querer.
En el asiento del coche había un paquete grande envuelto. ¿Os dije ya que Fília es la mejor?
—¿Qué esperas? Ábrelo.
Me dispuse a abrirlo y mis manos toparon con una tela roja que parecía seda, y cuando lo abrí del todo, me di cuenta que era un vestido rojo sencillo de seda de Coco Chanel.
—Te has pasado. Esto no te lo perdono en la vida.
— Sabía que ibas a decir eso, así que considéralo el regalo de Año Nuevo también.
Aún estaba asombrada por ese vestido. Nunca había visto nada tan precioso. La seda no era transparente pero era fina. Aunque era un vestido sencillo, sabía que nada más ponerlo llamaría la atención a cualquiera.
De repente el coche se paró. Habíamos llegado y nada más bajarnos, una multitud nos rodeó. En el instituto todos saben quién soy, qué hago y qué día es mi cumpleaños, así que eso explica por qué técnicamente me estaba rodeando todo el colegio y deseándome feliz cumpleaños. Me corrijo, no todos.
Capítulo 2
El chico «malo» del instituto, ese que siempre pasa de ti y que tú alguna vez caíste enamorada de él, no estaba. Vale, soy de las más populares y agradables del instituto, no tengo por qué preocuparme de que Ares no me haga caso. Además solo he cruzado cinco palabras y un experimento de física y química con él. Hay que reconocer que la chupa negra le queda muy bien, y el pelo negro que sopla cuando se le cae en los ojos le hace tener un aspecto muy sexy, pero hay más chicos en el mundo. No tengo por qué preocuparme por ese.
Me dirigí a las taquillas con Fília. Allí, apoyado, me esperaba mi mejor amigo, Giles. Él era el chico perfecto. Rubio, ojos azules, piel morena y de esos amigos que siempre van a estar ahí. Pero para mí es solo un amigo. Estuve un mes con él y no funcionó, pero sé que a Fília le gusta mucho y sería genial que mis mejores amigos estuviesen juntos.
Giles me saludó con un movimiento de cabeza y cuando llegué a las taquillas me abrazó y me deseó un feliz cumpleaños. Abrí mi taquilla con él mirando y encima de mis libros había un pequeño paquete envuelto. Debí haberlo supuesto, solo él y Fília saben la contraseña de mi taquilla. Él me insistió con la mirada para que lo abriera.
—¡Por todos los dioses!
Era un colgante con un corazón dorado que no tenía pinta de ser barato. Justo en ese momento, aparecía Fília riéndose de mi cara de sorpresa.
—Os habéis pasado los dos. Merecéis que me enfade con vosotros durante diez años.
Ellos me dieron un puñetazo amistoso en el hombro y yo les saqué la lengua. En ese momento sonó el timbre y me fui con Fília a una de las pocas