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Amigo Y Sus Amigos
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Libro electrónico158 páginas2 horas

Amigo Y Sus Amigos

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Despus de los xitos alcanzados con Anjonio en el 2010, Una mujer llamada Perla en el 2011, y de ser premiada por el Instituto de Cultura Peruana en el gnero de Poesa tambin en el 2011, Ana Fernndez nos entrega Amigo y sus amigos.
Esta vez, Estanislao y su ayudante Amigo recorren las calles de un barrio pobre de la ciudad de los tinajones.
A travs de las amas de casa que les compran diariamente las latas de carbn de a diez centavos, ellos van conociendo muchos detalles de sus vidas: cmo aman, cmo sufren, cmo se divierten, cmo velan a sus muertos y cmo van adquiriendo -reuniendo centavo a centavo o pagando a plazos-, el alquiler de sus casas, sus alimentos, ropas y lo poco que necesitan para ir viviendo.
Amigo, por ser ms observador y sociable que Estanislao, es el que se entera de las debilidades y secretos de cada familia.
l no pudo ir a la escuela, pero tiene un sueo: escribir un libro en el que escondera un mensaje. El que lo descubra y lo lleve a la prctica, comenzar una gran cadena que alcanzar hasta el ltimo habitante del ms remoto rincn del planeta. Se desarrollara una evolucin positiva de la conciencia individual, hasta conseguir la soada Era de Luz.
Como Beba y Tito -menores que l- no pueden acompaarlo en el recorrido diario, quedan en la casa para cuidar a los puercos que crecen en el corral del patio. Aceptaron quedarse con la condicin de que cada tarde, al regresar, se reuniran para que l les contara los chismes del da.
Amigo y sus amigos nos recuerda que todo lo que existe, vibra, y que esa energa encierra sutiles lecciones. Nos queda decidir: recibirlas o ignorarlas.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento10 feb 2012
ISBN9781463318918
Amigo Y Sus Amigos
Autor

Ana Fernandez

Ana Fernández nació en Cuba, donde estudió Contabilidad. Llegó a España con su hija en 1988 y ese mismo año se estableció en Estados Unidos. Después de graduarse y trabajar como cosmetóloga, auxiliar de enfermera, oficinista y guardia de seguridad, decide contarle al mundo sus inusuales vivencias, las de las personas que va conociendo y las que surgen de su inagotable imaginación. Obras publicadas: 2010: “Anjonio” ( Xlibris ); 2011: “Una mujer llamada Perla” ( Palibrio ); 2012: “Amigo y sus amigos” ( Palibrio ); 2013: “Sin decir tu nombre” ( Palibrio ). En el 2011, su colección de poesías “Contrastes” fue premiada por el Instituto de Cultura Peruana de Miami.

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    Amigo Y Sus Amigos - Ana Fernandez

    Agradecimientos

    A esos rayos mágicos que abren y cierran mis caminos.

    A Nacimiento de la Claridad, por haber servido de canal entre mis seres de luz y yo.

    - 1 -

    Tratar no siempre quiere decir poder. Si yo pudiera, escribiría un libro, pero no puedo. Nunca he ido a la escuela, ni sé cómo se toma un lápiz, además, nadie creería que yo lo escribí, y mucho menos, que lo que allí digo es verdad. Tampoco podría contarlo todo, sino algunas cosas; no soy quién para revelar secretos ajenos. Más de uno me mataría. A estas alturas del camino, con los años que tengo encima, quiero estar tranquilo.

    Por lo que he oído, mi madre me parió en el campo. Al poco rato, ella murió.

    Me recogieron el señor Estanislao - el dueño de la finca - y Encarnación, su esposa. Me dieron leche en un biberón hasta que me acostumbré a la ausencia de mi madre. Así fui creciendo, al cuidado de todos, especialmente, del joven Romualdo, hijo del dueño. Él decía que era mi papá. Claro, esto no lo decía en serio, pues yo no me parecía en nada, pero en nada a él.

    Crecí muy rápido, sin saber quién era mi padre. Muchos decían que era Malas Pulgas, así lo llamaban, refiriéndose a su carácter. También decían que cuando embarazó a mi madre, se fue muy lejos, o se lo llevaron; a mí me tiene muy sin cuidado si fue lo uno o lo otro.

    En cuanto a mi madre, no es que fuera casquivana, pero sucedió, y como para nadie era importante que yo fuera huérfano, para mí tampoco lo era. He conocido a muchos que estaban en la misma situación y no creo que el asunto fuera como para perder el sueño.

    En menos de lo que canta un gallo, Romualdo, Chucho, Morena, Tito y yo andábamos retozando por los potreros.

    Morena era casi de mi tamaño. No sé por qué le decían así, pues era bien blanca. Estanislao siempre la tuvo en un plano diferente.

    -Esta Morena no es como las otras - decía.

    Y así era. Ella iba y venía a su antojo y nunca se juntaba con las demás. Beba era la más pequeña y la que mejor se llevaba conmigo. Chucho le seguía en tamaño, a él todo le daba igual. Tito era el menor, pero nació haragán. Siempre quería jugar con el grupo, pero se enfadaba por cualquier cosa, emprendiéndola contra nosotros; terminaba echándose a dormir en cualquier lugar de la casa. A veces íbamos al río que pasaba por la finca. Morena, Beba y Tito no iban con nosotros. Morena, porque estaba segura de que se hundiría. Beba, jamás quiso entrar al río, sólo llegó alguna vez a la orilla. A Tito, mentarle el agua era mentarle a la madre.

    El joven Romualdo me cuidaba mucho. Aunque yo nadaba igual o mejor que él, no me quitaba la vista de encima.

    -No te vayas a ahogar, Amigo - me decía.

    Chucho también era un buen nadador; a veces se escapaba solo. Romualdo lo regañaba, pero era como hablarle a la pared.

    Estanislao, Romualdo y los trabajadores de la finca se levantaban antes de salir el sol para ordeñar las vacas. Envasaban la leche en unas botijas muy grandes y las sacaban para el camino. Allí las recogía un camión y las llevaba a la ciudad.

    A veces nos quedábamos a la sombra de algún árbol y el joven me contaba cosas mientras tiraba piedrecitas al agua. Chucho se quedaba dormido enseguida.

    Yo escuchaba al joven; me mantenía callado, nada más movía mi cabeza y lo miraba. Él sabía que lo entendía, no tenía que hablar.

    A menudo, el tema era el de sus conquistas amorosas. Siempre traía a alguna muchacha entre ceja y ceja. ¡Cómo no iba a ser así! Era muy fuerte, bien parecido y simpático. Igual que yo en otros tiempos, pero yo tenía mis encuentros amorosos, y se sabía, cuando me hacían padre.

    Morena y Tito me mortificaban diciendo que a mí me gustaba Beba. Cuando se lo decían a ella, se molestaba. Decía que eso era imposible, pues yo no era de su clase. Chucho se reía y no decía nada.

    - 2 -

    A veces, como hoy, recuerdo cuando yo era joven y fuerte, cuando me creía el dueño del mundo. Ya no, ahora estoy cansado y ando muy despacio. Estanislao lo nota y me deja hacer las cosas a mi modo, se adapta a mi paso.

    Es que él y yo llevamos muchos años recorriendo esas calles. Ya ni me acuerdo de si alguna vez tuve otro nombre. Cuando la gente nos ve, enseguida dicen: allí vienen Estanislao y Amigo. Como él dice que yo soy su amigo, y el joven me decía así, todos me llaman Amigo. Y yo los dejo, lo mismo sirve un nombre que otro. Lo importante es la suerte con la que se nace. Yo no nací en cuna de oro, pero aquí estoy, sin embargo, el joven Romualdo ya se fue de este mundo. De nada le valieron su dinero y sus atributos físicos. Cuando pienso en eso, le reclamo a Dios por no haberme llevado a mí en su lugar.

    Yo no quiero traerlo a mi mente pero, en días como hoy, todos los que lo conocieron lo hacen, hasta su padre, aunque diga que a los muertos hay que dejarlos descansar en paz.

    Hoy está cayendo un vendaval de agua, como dice Estanislao. Es mejor cerrar los ojos para no ver los rayos y centellas que cruzan el cielo.

    Igualito fue aquel día, por eso no hay quien me haga salir de mi cuartito. Aunque Estanislao me moliera a palos, yo no daría un paso allá afuera. Ese ventarrón es mi peor enemigo.

    Aquel mal día, Romualdo regresaba del río, Chucho lo acompañaba. Venían huyendo de la tempestad. Ya estaban llegando a la casa, cuando un rayo cayó sobre el joven. Yo no estaba con ellos, porque ¡sabe Dios en qué lugar estaría ahora! Cuando me asusto, me da por correr como un loco.

    El cuerpo del joven quedó chamuscado, como si lo hubieran tirado a freír en manteca hirviendo. Uno de los peones de la finca fue el primero en llegar junto a él. Dice que el cuerpo echaba humo todavía. La hebilla del cinto y el anillo de casado se habían derretido. Chucho no se veía por ningún lado.

    Estanislao fue hasta allá y colocó los pedazos de su hijo en una manta. La casa se volvió un caos. Vinieron los dueños y los trabajadores de todas las fincas de la zona.

    Cuando llegaron los guardias rurales, Encarnación estaba tirada en el suelo con un ataque de nervios. Estanislao vomitaba, lloraba y se daba manotazos en la cabeza.

    Morena, Beba y yo nos quedamos en el patio, preguntándonos dónde estaría Chucho. No queríamos admitir que el olor a carne quemada era del cuerpo del joven.

    Lo velaron en la sala, en una cajita cerrada, como si fuera para un niño pequeño. Tito estuvo todo el tiempo cerca de los restos del joven.

    La noche entera estuvieron los visitantes tomando café. Casi al amanecer, sirvieron fricasé de gallina con pan.

    Estanislao estaba muy demacrado. Le daba puñetazos al horcón del portal y, llorando, se pasaba la mano por la frente. Tenía los ojos rojos e hinchados.

    Encarnación se fue al patio y trató de ahorcarse, pero la vieron a tiempo. La sentaron en un balance y le dieron una pastilla. De allí no se movió en el resto de la noche, como si la hubieran hipnotizado.

    Dora, la viuda del joven, lloraba sin consuelo, apretando al hijo de ambos contra su pecho.

    El niño acababa de cumplir dos años y todos se referían a él como el mongólico. El pequeño gimoteaba y hacía gestos raros con sus ojitos y su boca. A ratos, se le escuchaba decir papapa.

    Como era sabido que yo no repetía nada de lo que escuchara, en mi presencia hablaban de todo y de todos. Por eso escuché a dos amigas de Encarnación comentando que lo del joven había sido un castigo de Dios.

    Al decir esto, miraron para todas partes y, cuando se cercioraron de que nadie las oía, una le detallaba a la otra, una parte de la historia que ya yo conocía.

    - 3 -

    Los fuertes brazos de Romualdo sostenían los paquetes de herramientas que su padre le había encargado comprar. Cuando salió de la ferretería, se dirigió a la casa de Carlos, su mejor amigo en la ciudad. Allí almorzó, en compañía de la familia que lo quería como a un hijo.

    Cuando ya se despedía de todos, vio en el portal de la casa de al lado a Teresa, la joven que se había mudado con sus padres recientemente. Fueron presentados y, en ese mismo instante, Cupido los flechó. A partir de entonces, sólo hablaba de ella, haciendo más frecuentes sus viajes a la ciudad.

    Encarnación notaba a su hijo muy alegre, por lo que se dio a la tarea de indagar sobre esa tal Teresa. Al saber que era una muchacha humilde, aunque de buena familia, comenzó a hacerle la vida imposible al joven, sobre todo, cuando se enteró de que andaban ennoviados. A toda costa quería sacarle a Teresa de la cabeza. Como madre, ella creía saber lo que le que convenía o no a su hijo. Desde mucho tiempo atrás, había decidido que Romualdo se casara con Dora, la hija de los dueños de una finca vecina. Esa sí era una mujer adecuada para él, pues sus padres tenían dinero, no como Teresa, que era una pelagatos.

    De nada sirvieron sus pleitos y hostigamientos. Al año, el joven se estaba casando con Teresa, llevándola a vivir a la finca.

    Según puso un pie en la casa, Encarnación le hizo la vida difícil a su nuera. Aprovechaba la más mínima oportunidad para crear enfrentamientos entre la pareja. A Teresa ya se le hacía insoportable la vida allí.

    Una mañana, cuando el joven andaba de pesquería en el río, Encarnación discutió con ella y le dio una bofetada. Al poco rato, Teresa salía de la casa sin esperar a Romualdo, rumbo a la casa de sus padres. Estaba segura de que él iría a por ella, entonces lo convencería para que se alejaran de la finca. Pero Romualdo nunca apareció.

    Desde que regresó a la ciudad, la joven se pasaba los días llorando, casi sin comer. Las noches, sin dormir, esperando por su esposo. Comenzó a palidecer y a perder peso. A veces se desmayaba. Todo se debía, según creían, al sufrimiento por el que estaba pasando.

    Dos meses más tarde recibió, a través de un abogado, la solicitud de divorcio firmada por Romualdo. La firmó al instante. Sentía que iba a morir de tristeza y de lo mal que estaba físicamente. Comenzó a ver todo borroso y a hablar cosas sin sentido. Los médicos decían que tenía una infección muy rara en la sangre, pero no daban con el medicamento adecuado. Ya no salía de la cama.

    Un día, al despertar, pidió que la sentaran en un sillón. Allí le habló a su madre. Le dijo que Romualdo no era el malo, que lo perdonaran. Murió un rato después. Carlos le avisó al joven. Él dijo que llegaría en la noche, pero nunca apareció. Estanislao quiso ir al funeral, pero Encarnación se enfermó repentinamente y ello le impidió acudir. Al otro día, ya estaba curada, sobre todo, muy feliz, sabiendo que se había quitado a Teresa del camino para siempre. Meses después, Romualdo y Dora se casaron, ella estaba embarazada, y fueron a vivir a la finca. Encarnación trataba a su segunda nuera como si fuera su hija.

    Antes de los nueve meses

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