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Aventuras De Agapito: Bajo El Cielo De Coahuila Y Texas
Aventuras De Agapito: Bajo El Cielo De Coahuila Y Texas
Aventuras De Agapito: Bajo El Cielo De Coahuila Y Texas
Libro electrónico217 páginas2 horas

Aventuras De Agapito: Bajo El Cielo De Coahuila Y Texas

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Agapito Lumbreras es creado por Sergio Gonzlez de Len, como si alguna vez hubiese tenido contacto con la trashumante vida de este muchacho mexicano que naciera a principios del siglo XX en el rancho de San Marcos del hoy famoso Valle de las cuatro Cinagas. Los Invito a que juntos veamos una novela campirana/revolucionaria donde no faltan los caballos, los amores, los amores, las pasiones, los bandidos! bajo el maravilloso cielo de Coahuila y Texas.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento31 ene 2012
ISBN9781463303143
Aventuras De Agapito: Bajo El Cielo De Coahuila Y Texas

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    Aventuras De Agapito - Sergio L. González de León

    Contents

    Prólogo

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    XIII

    XIV

    XV

    Epílogo

    Personajes

    Glosario / Vocabulario

    y Modismos

    Prólogo

    Con demasiados conocimientos del terruño que vio nacer al autor de esta leyenda rural que nos recrea el semidesierto norteño de Coahuila en su máxima expresión dando a conocer la fantasía del hombre de campo que vivió en las primeras décadas de 1900, precisamente cuando se cuenta la vida de un joven campesino que fue llevado a la vorágine de una violencia involuntaria al convertirse en salteador de caminos y trenes al lado del legendario bandido Chaparreras, que tenía asolado todo el centro y sur de la entidad. Afortunadamente los sabios consejos y apoyo de un sacerdote convertido en su ángel de la guarda le cambiaron la existencia.

    Agapito Lumbreras es creado por Sergio González de León, como si alguna vez hubiese tenido contacto con la trashumante vida del ejidatario nacido en San Marcos, lugar en donde nacía el río que lleva el nombre original y una ruta serpenteante del ahora famoso Valle de Las Cuatro Ciénegas.

    Es menester señalar que la amena narrativa del escritor y excelente dibujante que pinta en letra y en cuadros los hermosos paisajes de la histórica tierra que viera nacer a importantes próceres.

    Lo que se presenta en este libro, es sencillamente una mínima muestra de la gran riqueza de relatos que existen en toda la parte que alguna vez perteneció a la Nueva Extremadura y lo más importante, que en las andanzas de Agapito, nuestro coterráneo, nos transporta por toda la hermosa entidad de Coahuila de Zaragoza que el aventurero recorrió en algunos municipios como bandolero de camino real y ferrocarriles y en otras mayormente para competir en carreras parejeras con su fiel caballo Lucero.

    El esfuerzo realizado en esta narrativa con la aparición de personajes de carne y hueso que vivieron en la región, también sirve para rendirle tributo a los hombres y mujeres que en vida y aun después de su muerte, no han dejado de pasar inadvertidos, al mantener su recuerdo imperecedero en mucha gente.

    Para Cuatro Ciénegas y sus alrededores, es un halago el hecho de contar con un tenaz investigador que jamás ha dejado de querer al terruño. Y que en esta ocasión lo honra con una novela que seguramente mantendrá atentos a los lectores, por el estilo tan peculiar utilizado en su contenido, y las palabras tan propias como originales que han marcado la pauta en el lenguaje de todo el noreste mexicano.

    Agapito Lumbreras, ¿Será acaso un personaje salido de la novela Pedro Páramo, escrita por Juan Rulfo? Comala ¿será el ejido San Marcos? Si algún parecido tuviera, sería simple coincidencia, lo que sí puedo asegurar, es que mejor lea las aventuras de este aventurero del desierto bajo el hermoso cielo de Coahuila y Texas. En las páginas del libro campea irrestricto un profundo afán de vida, de paisaje, de amor, y tragedia.

    Deseando otro éxito más a mi amigo; Sergio Luis, quién hoy nos sorprende gratamente con este novedoso y singular texto campirano tipo novela.

    Carlos Gutiérrez Recio.

    Presidente de la Asociación de Cronistas Municipales de Coahuila. Cronista de la Ciudad de Cuatro Ciénegas de Carranza, Coah.

    Más vale prender una vela,

    que vivir en la obscuridad.

    Miguel de Cervantes (El Quijote . . .)

    A mis paisanos y amigos coahuilenses

    1.jpg

    I

    Su sombrero, el hacha,el machete y la honda eran parte de su indumentaria y de su diario vivir

    I

    Aventuras de Agapito.

    Bajo el cielo de Coahuila y Texas

    ¡Hágase la luz!

    Luis Agapito, había nacido en el rancho de San Marcos ¹ a principios del Siglo XX. ² Su madre, mujer supuestamente estéril, de pronto anunció que esperaba un hijo. Su padre, un ranchero de oficio leñador, cuando lo supo gritó: -¡Ánimas que nazca hombre! Y, el milagro se dio. Después del corte de ombligo y como era de varón, se puso a secar, luego se enterró según era la costumbre. A diferencia de los demás nacidos en ese lugar, Agapo, como lo llamaban, era pálido, rubio, de ojos azules como su abuela paterna. Pero estas características en vez de favorecerlo– como sucede frecuentemente en el medio campirano–lo hacían blanco de envidia de los otros muchachos, prietos, feos, quemados por el sol. Su primer nombre –Luis– jamás se pronunciaba, lo llevaba en honor cristiano al Santo de su onomástico, San Luis Rey; el de Agapito, en memoria de su abuelo paterno, don Agapito Lumbreras, un ex caporal que había muerto trágicamente al norte del Río Bravo, en Marathon, Texas. Trabajaba en la hacienda de La Babia, cerca de Múzquiz, Coahuila.

    De aquellos años no recordaba nada agradable. Ni un amigo que consolara su soledad, sólo una experiencia grata venía a su mente cuando cada 19 de marzo iban en procesión a la parroquia de Ciénegas -distante siete leguas³ al norte- a dejar la modesta ofrenda y las primicias: melones, sandías, maíz, etc., al Señor San José, Patrono del pueblo. Incluso algunas veces danzó: tradición y costumbre ancestral de la gente de aquellos ranchos y ejidos del semi desierto de Coahuila. Pocos como él habrá echado Dios al mundo.

    Su padre, don Pepe, que también atendía unas tierritas ajenas, fue tomado de leva por los federales cuando se ocultaba en un arroyo seco camino a darse de alta con los carrancistas que lo querían en sus filas. Lo llevaron lejos en un tren militar rumbo al sur y ya no regresó. Tal vez murió, nunca lo supo, se perdió en el remolino de la Revolución. Sufría el rigor de las desdichas.

    Agapito, aún niño -10 años-, ante la dureza de la orfandad paterna, tuvo que tomar el lugar de su padre como si fuera hombre. Su sombrero, el hacha, el machete y la honda, eran parte de su indumentaria y de su diario vivir. Los juegos de niño le eran ajenos salvo los volados y policías y ladrones donde él imitaba a los malosos. Sus travesuras se las cobraba su mamá con castigos corporales. A veces, acarreaba agua y pastoreaba las cabras.

    Oyó los últimos disparos de la Revolución cuando aún era adolescente. Su rutina diaria era ir al monte a cortar leña, hacerla pedazos, formar el haz y cargar el carretón. La venta de leña era el sustento familiar; abuela materna, mamá e hijo y algunos otros parientes que vivían de arrimados en el jacalón.

    De fuertes músculos, buen mozo; alto, rostro lozano bien puesto, güerejo y con esa mirada fría penetrante, y calculadora, cargada de hostilidad y resentimiento, así pasó su primera juventud en San Marcos sin ningún porvenir, toda una facha: ¡un aguilucho bien amolado! Desde ya se veía lo gallo que era.

    1.jpg

    La aldea perdida en el desierto dejaba la sensación de estar a un mundo de distancia de la civilización. Abroqueladas, sobre la margen del camino real, un puñado de casas de adobe y jacales sólo trasmitían marginación e indiferencia. Su capilla era digna de mejor pueblo. El riachuelo San Marcos, fluía con encanto, de ahí la vida de la gente y de los animales, sin embargo se vivía en la ruina, pasaba muchas necesidades la familia. Ahí estaba también la escuelita rural donde aprendió las primeras letras y las cuatro reglas: sumar, restar, dividir y multiplicar. El padre Alonso que visitaba de vez en cuando la capilla, apreciaba bien al pobre Agapito y lo invitaba a Ciénegas en época de vacaciones. En el verano pizcó y pisó las uvas en la Bodega Ferriño y en el lagar de la viña El Baluarte, también apaleó nogales. Nunca manchado con deshonra.

    Para males no tenía. -¡Chinga’o Agapo!, con esa percha que tienes no puedes ser un jodido –le decía animándolo don Pancho, el tendero.

    La madre, doña Rita, se juntó con un pela’o borracho, huevón y sinvergüenza que en nada se parecía a su padre, por lo que eran constantes los pleitos y las injurias. Ella lejos de protegerlo lo maltrataba, tachándolo injustamente de malagradecido y cabrón. Además su mamá ya tenía un chamaco que venía siendo su medio hermano. Ante esta situación lloraba por dentro porque exhibir sus lágrimas era cosa de maricas. Él no se desanimaba, pensaba y soñaba que algún día sería rico. El rancho le estaba quedando chico y sólo esperaba una oportunidad para buscar un nuevo destino, una aventura. Dado este cuadro, el día le llegó como veremos.

    2.JPG

    II

    El bandido Chaparreras. Una tarde de diciembre de 1920 cayó en San Marcos, una partida de bandoleros, siete pelados montados y armados.

    II

    El bandido Chaparreras.

    Un hombre de torva estampa

    Una tarde de diciembre de 1920 cayó en San Marcos una partida de bandoleros, siete pelados montados y mal forjados que atravesando el desierto desde San Pedro de las Colonias, llegaban sumamente ajetreados. Los comandaba el tristemente célebre bandido conocido como el Chaparreras , personaje de mala fama por sus fechorías. Para llevar la fiesta en paz obligó a don Pancho -cacique del lugar- a entregarle un dinero. Le firmó un papel por la cantidad de 200 pesos en calidad de préstamo al estilo revolucionario.

    La leyenda indica que jamás erraba un tiro, que apestaba a chivo y le gustaba el mezcal. Portaba sudada gorra de pana, las clásicas chaparreras y espuelas aceradas. A su caballo lo llamaba Satanás. Todo un clásico macho mexicano bigotón, un auténtico bárbaro norteño, difícil para darse en la amistad.

    El haber andado en la bola, lo llevó más de una vez a enfrentar a sus superiores sufriendo por ello severos castigos, mismos que no fueron suficientes para domar el carácter altanero e indisciplinado que lo caracterizaba, incluso estuvo frente al pelotón a punto de ser fusilado. La gavilla que lo acompañaba le llamaba Capitán Era de los que no tenían palabra de honor y con demasiadas taras. Cuarentón, pendenciero y marihuano eran otras de sus virtudes. Mandaba y se hacía obedecer. Cuando las cosas le salían a pedir de boca, tenía chispazos de bondad, para más señas. Agapito se puso a sus órdenes, ¿qué más podría ofrecerle la vida? ¡Ah qué caray! Con aplomo le preguntó: -¿No tendrá un arma con que defenderme?. Si te metes te enzoquetas –le advirtieron.

    Le cayó bien el Güerito, como lo llamaba por el apoyo que les brindó, detalle que el bandido tomó muy en cuenta para invitarlo a seguirle. Agapito no tuvo empacho en aceptar la propuesta y desde ese momento formó parte de sus huestes. El chamaco a sus dieciséis años cumplidos ya era un astuto chaval. Ya no había forma de echarse para atrás, cumpliría su destino. Rebelde como lo era, les dejó un mensaje a sus gentes: -Desde este día no me volverán a ver en el rancho. Para los desterrados en este rincón del mundo, no hay futuro.

    Así corrieron los años de su primera juventud montando caballos flacos, con el 30-30 terciado al hombro y machete enfundado, iban de un lado a otro en busca del enemigo que nunca encontraron, pero se entretenían dedicándose al pillaje en nombre de la Revolución, así era su modus operandi. Robaban aquí, asaltaban allá y cuando se podía, tomaban a las mujeres indefensas por las buenas o por las malas, nomás por hacer la maldad, y luego las largaban. Huían de un pueblo a otro, sin rumbo, sin destino. Vagaban por la sierra, dormían mirando al cielo tachonado de estrellas, con dolor en las tripas por el hambre nunca satisfecho. Largas cabalgatas hacían bajo lluvias, vendavales y solaneras. Pronto descubrió Agapito que el grupo era antagónico, en cualquier bronca se eliminaban entre sí. Tenían pacto con equis demonio, era gente de malvivir. La vida se podía ir al carajo en cualquier momento. El Chaparreras, y sus ruines amigos, si ya se aliaron con la diabla, ¿por qué no habrían de aliarse con el diablo? ¡Qué metida de pata!, ya nada será igual.

    El marco ideal para las distintas facciones sediciosas era que el gobierno andaba de cabeza, hoy sentaban a un gobernador o un alcalde, mañana a otro. Las asonadas estaban al día. La justicia y la ley eran letra muerta. El Ministerio Público no recibía ni levantaba denuncias de los civiles. Circulaba un Bando militar que decía: A los salteadores de caminos y forajidos, mátenlos en caliente. Eran tiempos violentos con todas sus letras, ¿estamos? Los ciudadanos no tenían idea de hasta qué punto, el gobierno los ignoraba.

    page%2017-up.JPG3.jpg5.JPG

    III

    Sigilosamente, dos hombres treparon al cabús amarillo, Pantaleón y Agapito. -¡Muy águilas!, fue la señal de El Chaparreras.

    III

    El tesoro salado y maldito

    Cierta noche fría de luna llena aparecieron en estación La Polka, cerquita de Nadadores. Habían fracasado en un asalto a la hacienda de Hermanas y pensaban desquitarse dando un buen golpe. Allá habían perdido dos hombres por lo que ahora eran seis los asaltantes. Agapito pudo rescatar un reloj de bolsillo con su respectiva leontina de oro macizo (minutero conocido como molleja ), valiosa prenda que ocultaba entre sus ropas; sabía que no se vale adivinar la suerte entre gitanos. A Conrado Martínez lo había alcanzado una bala en una pierna; con hierbas y un buen vendaje quedó listo, pero renqueaba, ganándose el mote de el Chueco . Él era el guardia personal del jefe, un tipo ventajoso y cínico; además politicón rastrero y rencoroso. Tenía la mecha muy corta, que para la maldad no se tienta el alma.

    Un tren de pasajeros que venía de Sierra Mojada rumbo a Monterrey era el blanco. La máquina desenganchada hacía cambio de vía en la espuela para añadir una góndola que contenía barras de hielo

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