Cartas a un joven poeta
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En estas cartas, además de exponer con claridad y belleza sus opiniones sobre la creación artística, Rilke plasmó sus ideas sobre la vida, el amor y la soledad, la mujer y la belleza.
Rainer Maria Rilke
Rainer Maria Rilke was born in Prague in 1875 and traveled throughout Europe for much of his adult life, returning frequently to Paris. There he came under the influence of the sculptor Auguste Rodin and produced much of his finest verse, most notably the two volumes of New Poems as well as the great modernist novel The Notebooks of Malte Laurids Brigge. Among his other books of poems are The Book of Images and The Book of Hours. He lived the last years of his life in Switzerland, where he completed his two poetic masterworks, the Duino Elegies and Sonnets to Orpheus. He died of leukemia in December 1926.
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Cartas a un joven poeta - Rainer Maria Rilke
Índice
Cartas a un joven poeta
Índice
Prefacio
Introducción
Carta I: París, 17 de febrero de 1903
Carta II: Viareggio, cerca de Pisa, 5 de abril de 1903
Carta III: Viareggio, 23 de abril de 1903
Carta IV: Worpswede (Bremen), 16 de julio de 1903
Carta V: Roma, 29 de octubre de 1903
Carta VI: Roma, 23 de diciembre de 1903
Carta VII: Roma, 14 de mayo de 1904
Carta VIII: Borgeby Gard, Flädie, en Suecia, 12 de agosto de 1904
Carta IX: Furuborg Jonsered, en Suecia, 4 de noviembre de 1904
Carta X: París, 26 de diciembre de 1908
Créditos
Prefacio
Rilke nos escribe
Como Kafka, con quien comparte intemporalidad, Rilke es un praguense en el panteón de las letras germanas. Irrumpe en el mundo en 1875. Precoz y prolífico, pasa de garabatear letras a componer poemas sin solución de continuidad. Aúna el don y el esfuerzo sin descanso. De 1894 es su primer hito poético, Vida y canciones; de 1905, su primera gran obra, El libro de horas, que Stefan Zweig tuvo por la más pura exaltación religiosa lograda por un poeta de su tiempo.
Asceta desde la estética, Rilke concibió el arte como una «pasión de la totalidad». Escogió la senda del artista absoluto, y se codeó con muchos otros creadores; su magnetismo fue notorio. Se casó con una escultora, Clara Westhoff, y fue secretario de Auguste Rodin, que apuntaló su inclinación al trabajo y la paciencia. En París se enamoró de la pintura de Paul Cézanne y conoció a nuestro Ignacio Zuloaga. De su época parisina son los Nuevos Poemas, el Libro de imágenes y Réquiem. Este tiempo acaba desembocando, en 1910, en una severa crisis creativa. Testimonio de ese trance serán Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, principal obra en prosa, cuajada de apuntes biográficos. Su protagonista danés acaso sea un homenaje a Kierkegaard, a quien con tanta admiración leyó.
Tuvo que esperar doce años para publicar su siguiente composición, las Elegías de Duino, cuyos versos iniciales le asaltan durante un paseo: «¿Quién, si yo gritase, me oiría desde las instancias angélicas?». Entre medias, visita repetidamente nuestro país: Sevilla, Córdoba, Toledo, donde le extasiarán los ángeles de El Greco. Hubo de vivir el desgarro de la Primera Guerra Mundial; incluso se le llamó a filas, aunque fue rápidamente licenciado debido a su salud quebradiza. Esta se agravaría tras completar las Elegías, teniendo que ingresar una y otra vez en sanatorios y balnearios.
Supo, tras cada cénit creativo, vislumbrar el peligro de encasillarse en lo logrado. En cada ocasión se dio a la fuga; mudó de registro como los reptiles de piel, para seguir creciendo. Buscador incansable, tras tocar techo en Los sonetos a Orfeo, completados en pocas semanas en un rapto de inspiración, se entregó a la creación de una extensa obra lírica en francés. Anhelaba ser «el profundamente vencido por algo cada vez mayor». Nos dejó el 29 de diciembre de 1926 en el sanatorio suizo de Val-Mont.
Rilke probó con su obra que la poesía es música infiltrada en las filas de la literatura. Su poesía suena y se palpa; está preñada de ideas (que no de mensaje). En su Malte Laurids Brigge escribe que los versos no son, como la mayoría cree, sentimientos, sino experiencias. Dijo además que para escribir hay que tener memoria y haber vivido; solo así se puede escribir con palabras llenas. Intentó crear una realidad suficiente a base de versos, impregnando de belleza cada cosa en la que posó su mirada. Para él hacer poesía no era emocionarse, sino emocionar.
¿Cómo era Rilke? Tímido y taciturno; pulcro, de andar pausado y siempre como con sordina; nunca superfluo, enigmático a menudo. Naturalmente modesto e intensamente humano, sufría de brotes de generosidad extemporáneos. Así lo describía Hölderlin: «Divinamente educado, inactivo y ligero, más contemplado por el éter, y creyente». Era alguien que valoraba enormemente la autenticidad de las emociones; alguien que viviría espantado nuestra ampulosa insinceridad de hoy («Cómo me cansa la gente que escupe sus sentimientos como si fuera sangre», comentaba). ¿Y cómo habría encajado nuestras profusas virtualidades quien todo lo fió a su vida interior? Él,