l acercamiento de Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) a la literatura encuentra sus raíces en la tradición oral. En el contraste, señala, entre la escucha de los cuentos populares en sus noches infantiles, y de algún maestro leyendo el Quijote en la escuela. Funcionario del Ayuntamiento Un punto límite de ejemplaridad, el modelo que uno asume con la lucidez de la escritura y el sentido de la ficción. Don Quijote fue para mí una suerte de héroe temprano, alguien que asumía la miseria y la grandeza de nuestra condición, entre el contraste de la desgracia y la quimera. Supone la maestría de la complejidad simbólica y la naturalidad del relato. Cervantino es lo que uno quisiera ser. Ese grado de intensidad y belleza que contagia el arte y la vida, lo que está en lo imaginario, el espejo misterioso y secreto de lo que somos o soñamos ser. Los lectores se merecen retos que van más allá de la realidad, emociones complejas, escritura ambiciosa. La ficción se atiene a lo imaginario, a las formas de contar y obtener otros grados de emoción y conocimiento. Aquello que decía Irène Némirovsky de que toda gran novela es un callejón de gente desconocida. Es infinita la gente que podemos conocer en la ficción, ejemplos de vida, felicidad y tragedia, buenos y malos, suficientes para que nuestra vida sea más rica y consciente. Escribo por necesidad, ya que la ficción es lo que sostiene al octogenario en que me he convertido, el vividor que fui ya no existe, la vida siempre necesita ese contraste de la invención, conviene usar las armas que la imaginación depara. Todo lo que abarcan los que considero elementos fundamentales de la novela: experiencia, memoria, imaginación y palabra, dándole a la imaginación la I mayúscula, que es la que me cayó en suerte en el sillón de la Academia. Exagero, porque como no estoy muy acostumbrado a las entrevistas, se me va un poco la olla, pero esa sería mi expectativa. Lo que escribo, no publico y guardo alienta la ambición y el rigor de seguir hasta que la cabeza se me vuele del todo.
