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La Niñera Virgen
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Libro electrónico217 páginas4 horas

La Niñera Virgen

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Un divertido y coqueto romance con un trío. Trabajar como niñera en un exclusivo barrio de Londres para dos padres alfa es mi trabajo ideal. Excepto que mis jefes son tan puñeteramente sexis que me están haciendo tener pensamientos sucios. Pero no puedo estar con ellos... eso estaría fuera de tono. Y es imposible que puedan sentirse interesados por una niñera virgen de veintidós años como yo. Tendré que encontrar a otra persona para que estrene mi tarjeta V, ¿verdad? Sí, claro... Una novela independiente de la autora de superventas, ganadora de premios internacionales, SC Daiko.

IdiomaEspañol
EditorialSC
Fecha de lanzamiento11 jun 2018
ISBN9781547527007
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    La Niñera Virgen - SC Daiko

    Para Trenda, con mi agradecimiento.

    CAPÍTULO UNO

    GABE

    LA PUERTA DEL estudio se abre de golpe, y yo levanto la vista de mi ordenador portátil cuando Luke entra explosivamente en la habitación. Le dedico una sonrisa, mi mirada paseándose por su despeinado cabello rubio oscuro, rostro por afeitar, y anchos hombros. Se acerca a mi escritorio. ––¿Ha habido suerte?

    ––Estaba a punto de comprobarlo ––digo, cambiando de posición en mi silla para aliviar el repentino cosquilleo en mis pelotas. Podría poseerle aquí y ahora, inclinarle hacia delante, y follar su apretado culito hasta que él eyaculara su carga en mis impacientes manos... pero no hay tiempo.

    Se sitúa detrás de mí y mira por encima de mi hombro mientras examino la lista de candidatas que me ha enviado la agencia por email. Aspiro su fresco y limpio aroma a brisa marina. ––La imprimiré para que podamos echarle un vistazo después de cenar ––digo, pinchando en el icono adecuado.

    Me giro en redondo para mirarle de frente mientras la impresora zumba. Le rodeo la cintura con mis brazos. ––Me la has puesto dura ––gruño, mi voz profunda y ronca.

    ––Siempre la tienes dura por mí ––ríe él.

    ––¿Y tú por mí no?

    ––¿Tú qué crees?–– Me coge la mano y la presiona contra su rígido pene. El mío se sacude como respuesta.

    ––¿Gabe? ¿Luke? ––dice una voz. Es Abi con los chicos. Ella trabaja turnos de doce horas, desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde, de lunes a viernes. Abi vive en el piso superior de nuestra casa en Kensington, y ha sido nuestra niñera desde que Matty nació hace poco más de tres años. Discreta y eficiente, es una chica regordeta con pelo castaño claro y carácter silencioso. Es una lástima que se marche para casarse y mudarse a Escocia; será jodidamente difícil sustituirla.

    Luke se separa de mí de un salto cuando ella entra en la habitación, y su hermoso rostro muestra una sonrisa que iluminaría el universo. Extiende los brazos y Matty se lanza a ellos. Abi me tiende a Jack. Me pongo de pie y le doy vueltas sobre mi cabeza, desatando una ristra de risotadas en mi hijo de un año.

    ––Han tomado la cena ––anuncia ella con su sensata voz. ––El biberón de Jack para cuando se vaya a la cama está preparado en el cuarto de los niños––. Se pasa las manos por sus amplias caderas. ––Y su baño está preparado. Así que, si eso es todo, subiré a mi habitación. Hemos tenido un día ajetreado y estoy agotada.

    ––Sí, sí, puedes irte ––le digo. ––Nosotros nos encargamos desde ahora.

    Es nuestra rutina habitual y me siento cómodo con ella. Después de haber bañado a los niños y de ponerles sus pijamitas, Matty me pide un cuento para dormir. Biológicamente es hijo de Luke, y el parecido es asombroso. Usamos la misma madre de alquiler para nuestros dos hijos, y lanzamos una moneda para ver quién iría primero. Luke ganó, y esperamos hasta que Matthew tuviera dieciocho meses antes de que me llegara el turno de llenar la pipeta.

    Jack está relajado en brazos de Luke, chupando su biberón con ansias. Sus oscuras pestañas abanican sus redondas mejillas; luego abre sus ojos celestes, clavándolos en los de Luke. La confianza me conmueve cada vez... y el amor incondicional. Algunas personas nos criticaron a Luke y a mí por tener hijos sin una madre en sus vidas, pero yo crecí sin madre y no me hizo ningún daño. En cualquier caso, la madre biológica de los niños, Sharon, los visita una vez a la semana. Fue una de sus condiciones para ser nuestro vientre de alquiler.

    ––Papá ––gimotea Matty cuando termino de leerle Vamos a cazar un oso. ––¿Puedes leerme otro cuento?

    ––Esta noche no, hijo––. Hago el gesto exagerado de mirar mi reloj. ––Ya es la hora de dormir.

    Su labio inferior tiembla, pero respira hondo y para el temblor. ––¿Mañana?

    ––Por supuesto.

    Jack ya se ha quedado dormido. Luke se lo apoya sobre el hombro y le lleva hasta su cuna al otro lado de la habitación. Después de que yo haya instalado a Matty en su cama, arropándolo con sus peluches y su mantita, ambos le besamos y luego encendemos la luz nocturna y dejamos la puerta entreabierta, del modo que le gusta... aún cuando podremos oírle llamar por el monitor si nos necesita.

    Abajo en la cocina, en el nivel del jardín, Luke empieza a cortar cebollas para hacer salsa para la pasta, y yo descorcho una botella de Chianti. Nuestra casa es alta y estrecha, de cinco plantas, pagada con nuestra sangre, sudor, y lágrimas... yo como socio mayoritario en un bufete de abogados, y Luke con su trabajo como especialista de efectos especiales en la industria de la post-producción cinematográfica.

    Es una cálida noche de julio, así que abro las puertas del patio. Los sonidos de Londres resuenan en el aire: aviones dirigiéndose hacia Heathrow, sirenas de coches de policía, todo entremezclado con los cantos de pájaros nocturnos. En esta época del año no oscurece hasta las diez de la noche. Pongo la mesa y nos sirvo sendas copas de vino. Oreo, nuestro gato castrado blanco y negro, se abre camino entre mis piernas, ronroneando. Acaricio su sedoso pelaje y recibo un cabezazo a cambio.

    Luke aparece con dos platos de espagueti a la boloñesa. Los atacamos y comemos con hambre en agradable silencio. Abi siempre come con los niños, y sospecho que tiene una colección de aperitivos en su habitación para pasar la noche. Pensar en ella me provoca una punzada de preocupación. ¿Y si no podemos encontrar una sustituta adecuada?

    ––¿Dónde está esa lista de candidatas? ––pregunta Luke como si me hubiera leído la mente.

    ––La dejé en el estudio ––digo, retirando nuestros platos y llenando el bol de Oreo con pienso para gatos. ––Iré a buscarla.

    Al cabo de unos minutos vuelvo y examinamos los detalles de cinco chicas diferentes. Hay una que llama mi atención inmediatamente. Veintidós años, la misma edad de Abi cuando empezó con nosotros. Un año de experiencia con una familia americana en Notting Hill. La familia va a volver a los Estados Unidos, y es por eso que está buscando un nuevo trabajo. Le paso la información a Luke. ––Esta chica. Eleri Thomas. Me gusta su aspecto. Ha estado cuidado de dos niños gemelos de dieciocho meses. Y le gustan los gatos.

    Él mira fijamente la foto de la chica, y su sonrisa muestra los hoyuelos en las comisuras de su boca. ––Parece agradable... como miel sobre hojuelas.

    Le quito la página. El rostro de Eleri es pálido, y su ondulado cabello oscuro cae sobre sus hombros. Lleva una sencilla blusa blanca y está mirando directamente a la cámara. Para nada el tipo de chica que Luke y yo hemos invitado a nuestra cama de vez en cuando. Lo cual es bueno. Escogimos deliberadamente a Abi porque no nos tentaría. Aunque estamos comprometidos el uno con el otro al cien por cien, a Luke y a mí nos gusta darle vidilla a nuestra vida sexual compartiendo una mujer dispuesta a que nos la follemos los dos juntos. Ciertamente no querríamos follarnos a nuestra niñera; aparte de los problemas éticos, haría que nuestras vidas fueran demasiado complicadas.

    Pensar en sexo me ha excitado. Dejo los detalles de la chica sobre la encimera de la cocina. ––Le enviaré un email a la agencia mañana ––digo, lanzándole a Luke una mirada necesitada. ––Vamos a la cama.

    ––––––––

    LUKE

    CIERRO LAS puertas del patio y compruebo la gatera para que Oreo pueda entrar y salir. Es una bestia bienintencionada, que acepta que Matty le lleve en brazos como si fuera un peluche, pero necesita su independencia de noche. Es una suerte que vivamos en una calle tranquila y no necesitemos preocuparnos demasiado porque termine debajo de un coche.

    Gabe ya se ha desnudado antes de que yo entre en nuestro dormitorio. Le echo una mirada a su cuerpo perfecto: abdominales y pectorales tonificados por su entrenamiento diario. A diferencia de mi propio pelo rubio oscuro desgreñado, el de Gabe es casi negro y está bien cortado. Nunca lleva barba de más de un día, mientras que yo evito mi puta maquinilla de afeitar como evito ir al puto dentista. Sus ojos azul oscuro se clavan en mis ojos verdes, y su sonrisa está llena de lujuria.

    Nos besamos, nuestros labios encajando, su lengua buscando la mía y atrayéndola dentro de su ardiente boca. Empuja mis hombros hacia abajo y sé lo que quiere. Su pene está duro como el acero, empujando contra mí. Me deslizo por su cuerpo hasta que estoy de rodillas. Joder, su pene es hermosa: gruesa, recorrida por venas, y preparada para mí.

    Él dobla las piernas y le succiono dentro de mi boca, mi propia pene perforada palpitando mientras saboreo su salado líquido. Paso mi lengua por su punta, metiéndomela más profundamente en la boca, presionando firmemente contra los laterales.

    Él gruñe y desliza sus manos en mi pelo, ladeando sus caderas y empujando más de su grosor dentro de mi boca. La abro para él y recibo lo que me da. Empieza a empujar honda y regularmente, la cabeza de su pene frotándose contra mi garganta, sus testículos chocando contra mi barbilla.

    Se retira y yo respiro hondo, preparado para volver a chupársela de nuevo. Pero él me levanta contra su cuerpo y me besa. ––Quítate la ropa, tigre. Te quiero desnudo.

    ––Sí, señor ––le digo socarronamente, quitándome los vaqueros y los calzoncillos.

    Él me quita la camiseta y tira de mí contra él. Volvemos a besarnos, nuestras lenguas deslizándose juntas, nuestros penes rígidos. Bajo la mano para tomarle en mi puño, y su pene palpita en mi mano mientras se le escapa un gemido. Tira de mi verga, sacudiendo y tirando y estirando mi longitud. Le suelto con un jadeo, el anillo de mi Príncipe Alberto[1] presionando contra su mano mientras me agarro a su hermoso culo. Él suelta mi pene para sujetarse a mis nalgas, y nuestros penes se buscan, encajando mientras nos restregamos contra el otro, carne dura contra carne dura, una danza frenética de caderas y penes.

    Joder, esto es increíble.

    Mis testículos se tensan, y surgen chispas entre ellos. ––Me voy a correr, Gabe––. Me restriego contra él.

    Su pene se sacude contra la mía y explota con un siseo, su semen lanzándose sobre mis abdominales inferiores. Gruño y empujo, mi pene deslizándose por lo resbaladizo de su orgasmo, y entonces también estoy ahí, derramándome sobre él mientras disfruto de mi orgasmo.

    Estrello mi boca contra la de Gabe antes de ahondar el beso, disfrutando de su tacto, de este hombre, mi ardiente amante, y mi mejor amigo. ––Supongo que más vale que nos demos una ducha ––digo, retirándome de él.

    ––Supones bien ––sonríe. ––Chico sucio.

    ––––––––

    MÁS TARDE, TUMBADOS EN nuestra cama tamaño King, paso mi mano por su suave pecho. ––Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?

    ––Sí ––dice él. ––Y yo también te quiero. Lo siento si no lo digo a menudo. Ya me conoces. Flemático y todo eso.

    Su respiración va más lenta y pronto se queda dormido. Beso su hombro y él suspira en sueños, acercándome más a él.

    Conocer a Gabe fue lo mejor que me ha pasado nunca. Ambos cerca de los cuarenta años, ya llevamos juntos ocho años, curando las heridas que hemos sufrido por nuestras relaciones fracasadas. La mía con una mujer cuya carrera era más importante que el empezar una familia, y la suya con un tío que le había dejado por un guaperas descerebrado de Brighton.

    Fue el destino lo que nos unió, un encuentro fortuito en el Beaufort Bar del Hotel Savoy. Venimos de diferentes extremos del espectro social, se podría decir. Gabe estaba bebiendo un cóctel con champán y yo había pedido una pinta de cerveza. El padre de Gabe es un conde y Gabe va a heredar el título, pero nunca te darías cuenta si no te lo hubiera dicho yo. Gabe es totalmente modesto.

    Cierro los ojos, intentando aclarar mi mente de pensamientos para poder dormir... mañana tengo una tonelada de trabajo que hacer. Espero que esta nueva chica funcione... si la contratamos, claro está. No todas las chicas serían capaces de manejar un arreglo como el nuestro.

    CAPÍTULO DOS

    ELERI

    SALGO DE LA estación del metro y sigo las direcciones en mi teléfono, mis tacones repiqueteando por la acera. Esta parte de Londres es aún más pija que Notting Hill, donde trabajo actualmente como niñera. Las casas por las que paso cuestan millones, eso lo sé seguro, y las personas que viven en ellas están fuera de mi alcance. Pero claro, no se espera de mí que socialice con mis jefes. Soy simplemente una empleada, una asistenta contratada, lo que sea, que vive en el entorno de sus vidas, cuidando de sus hijos mientras ellos van a trabajar, y devolviéndoselos por las noches y los fines de semana. No hay preocupaciones por ese lado.

    En mi mano están los detalles que me ha enviado por email la agencia. Antes de enviarle mi información al Vizconde Gabriel Aldridge y al señor Luke Addison, me preguntaron si no me importaría trabajar para dos hombres homosexuales. Pues no me importa en absoluto. Para nada. Aún así, siento mariposas en mi estómago por los nervios. ¿Les gustaré? Y, lo que era más importante, ¿les gustaré a los niños?

    Salgo de Kensington High Street hacia una calle lateral, y pronto estoy de pie delante de su alta y estrecha casa, parte de un adosado de similares características. Subo los escalones y llamo al timbre, mi corazón acelerándose.

    La puerta se abre y allí de pie está lo que solo puedo llamar un Adonis. Sus ojos verdes brillan cuando sonríe, y realmente tiene hoyuelos en las comisuras de su boca. ¡Hoyuelos! Lleva apretados vaqueros negros, una camisa blanca, y una chaqueta negra suelta. Me quedo mirándole fijamente y un estúpido rubor hace que mis mejillas ardan.

    ––Elerí, ¿verdad? ––pregunta con voz profunda.

    ––Sí, pero es E-le-ri. El acento va en LE al pronunciarlo––. Y de pronto me encuentro ruborizándome de nuevo.

    Él se ríe con una risa contagiosa, así que rio con él para ocultar mi vergüenza.

    ––Me encantan los nombres galeses ––dice él, haciéndome pasar al pasillo. ––Y el gracioso acento. Soy Luke Addison, por cierto. Llámame solo Luke.

    Si mis mejillas ya estaban calientes antes, ahora están ardiendo. Dios, soy una tonta. Solo porque un hombre me diga algo amable no debería ponerme toda roja.

    Le sigo por el pasillo de baldosas negras y blancas, atravesamos una puerta abierta, y entramos a un salón... con aspecto de poder estar en una de esas brillantes revistas de decoración del hogar. Hay lujosos sofás blancos dispuestos en forma de L delante de la chimenea. Paredes blancas, cortinas y moqueta rojas, y una mesita de centro negra.

    Un hombre de aspecto estricto se pone de pie desde su posición, sentado en uno de los sofás. Es unos centímetros más alto que Luke, e igual de guapo.

    Joder, Eleri, deja de mirar embobada. Estos hombres son gays. Fin de la historia.

    ––Soy Gabe ––dice el hombre de aspecto serio con tono áspero. Sus ojos azul oscuro se clavan en los míos y es como si estuvieran a punto de comerme para cenar.

    ––Eleri ––digo con voz temblorosa, extendiendo la  mano hacia él. ––Encantada de conocerle––. Es un vizconde, un aristócrata. ¿Debería hacerle una reverencia? No, me digo a mí misma. ¡No seas tonta!

    Su apretón es firme y cálido, pero

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