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Libro electrónico322 páginas4 horas

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Información de este libro electrónico

Matt ha abandonado a quien ella creía su única oportunidad de ser feliz, sola y perseguida por ser la responsable del suicidio del hombre con el cual mantenía una relación decide entrar al juego nuevamente. Pronto se encontrará en problemas más que conocidos, la lujuria la arrastra hasta estar en una situación complicada y un nuevo hombre entra en su vida.

¿Es amigo o enemigo? ¿Puede confiar en él?

El mayor hackeo de su vida ha comenzado en medio de rosas negras y oscuras sombras de un pasado que cada vez tiene más poder sobre ella.

¿Podrá completar su misión y comprometer la ciberseguridad de su país completamente o finalmente será atrapada y consumida por la oscuridad?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 jul 2020
ISBN9798215117606
Código de Acceso: Hur4c4n: Código de Acceso, #2

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    Código de Acceso - Débora A. Perugorría

    Capítulo 1

    Lo que Ana me dijo no me tomó por sorpresa, sabía que si no estaba a su lado, Abigail, como el buen buitre que es, comenzaría a hablar de más. Para ser sincera conmigo misma, realmente albergaba la posibilidad de que pudiese hacer caso omiso de las cosas que hice. Que estúpida es la esperanza, ahora recuerdo por qué la desterré de mi vida. Abro dos veces al día, cada día desde que le entregué el paquete al cartero, el correo que creé esperando encontrar noticias suyas, pero nunca hay nada. Casi un mes de espera, un mes de tortura lenta y dolorosa. Aunque debo admitir que yo sabía que esto iba a pasar porque no merezco algo tan bueno y ella no merece algo tan malo.

    Bueno, hora de trabajar. Abro Facebook y me sorprendo al encontrarme con interesantes novedades: él regresó.

    —Te perdiste Halloween —escribo al verlo en línea después de desaparecer por una semana, envío una foto del disfraz sexy de vampiresa que usé en una horrorosa fiesta de disfraces hace ya cuatro días.

    —¿No hay fotos con eso puesto? —pregunta al instante.

    —Para ti... NO —respondo con ganas de pelear con alguien.

    —¿Por qué no?

    —No te las mereces —contesto jugando cruelmente con su interés.

    —Claro que sí (?)

    —Me dejaste sola mucho tiempo, quizá para el próximo Halloween.

    — Screenshot 2021-08-12 at 19-47-12 An Expert weighs in on the Meaningless NBA En fin, ¿qué haces? —replica admitiendo su derrota.

    —Nada. ¿Sabes algo de los ataques DDoS con Mirai? —pregunto de muy mala gana intentando conseguir algo útil de esto.

    Mirai, la botnet, me estuvo quitando el sueño estos días. Es increíble pensar en miles de computadoras enlazadas con el único fin de atacar un objetivo en común y lo mejor del asunto es que no se puede identificar un responsable directo porque son «computadoras zombies», los usuarios no saben que su máquina está infectada y que, mientras revisan sus redes sociales o miran un vídeo en YouTube, están participando de un ataque coordinado. Es magia, solamente eso.

    —¿La botnet? —responde finalmente. ¿Tuvo que buscarlo en Internet o es idea mía?

    —Sí —contesto aún con la duda en mi mente.

    —Se liberó el código fuente hace unos meses, se aprovechaba de las contraseñas por defecto si recuerdo correctamente. ¿Qué haces con algo que requiere colaboradores? Tenía entendido que trabajabas sola. —Las dudas se disipan, pero siento que hay algo que no me está queriendo decir.

    —Supuestamente hay algunas personas usándola y afinándola, pero al parecer no eres una de ellas, creo que te sobrestimo —comento tendiendo la trampa.

    —Siempre habrá alguien retocando código. —La respuesta tan neutral me hace dudar de mi intuición.

    —Lo sé, pero este cambio supuestamente es muy grande y de «élite», quiero meter mis manos en eso y ver qué ocurre —presiono segura de que finalmente cederá y comenzará a trabajar para mí sin saberlo.

    —Lo mismo decían de los anontard cuando querían tirar Facebook hace un par de años, si realmente fuera algo grande ni siquiera sabrías de ello. Vamos, deja de fantasear con que una botnet domine al mundo y dame algo con que entretenerme —contesta siendo tan insoportablemente neutral y petulante como puede.

    —Vete al demonio —respondo frustrada.

    —Estas de muy mal humor. —Tiene razón, esto me sucede cada vez que abro el correo esperando encontrar un e-mail que nunca está ahí.

    —¿Tú crees? Veamos... ¿Me tratas de inútil y tengo que darte un beso? No deberías subestimarme solo porque tenemos «algo» —amenazo sin dar marcha atrás, necesito sacar la furia que hay en mí, aunque sea con quien me divierte de vez en cuando.

    —¿Dónde dije que eras una inútil? No te subestimo, sé perfectamente el daño que puedes causar y es por eso que someterte a mi voluntad es tan divertido —asegura siendo el patán creído al que estoy acostumbrada.

    —En la parte en la que yo ni sabría —replico dándome cuenta de lo estúpido que suena y aun así continuando la discusión.

    —Entiendes lo que quieres entender. No todos difunden en lo que están trabajando, si es algo tan grande solamente un reducido número de personas lo sabría —contesta intentando conciliarse conmigo.

    —Que no te lo cuenten a ti es tu problema —insisto pinchando su ego, ya no tengo ganas de pelear, pero no soy de las que da marcha atrás.

    —Entonces tampoco te lo dijeron a ti. ¿Cómo obtuviste el dato? ¿Acaso mi juguete se estuvo portando mal? —pregunta jugando conmigo.

    «Te quemarás, cariño», respondo mentalmente.

    —Me lo dijeron, pero no quiero presionar mucho, si lo hago notarán que realmente llama mi atención. Una vez lo dijiste: «Un par de tetas tiran más...», saca tus propias conclusiones de lo que hice para obtener el dato —respondo inventando un informante que no existe, después de todo ese pequeño trozo de información me lo regaló un programador en una charla casual, pero él no lo sabe y odia la idea de que alguien más me haga pasar un buen rato.

    —«... que burro en carreta». ¿Entonces?

    —Seguiré disfrutando de disfraces y baños con agua fría sola —contesto juguetona.

    Vamos, Rein, piensa quién puede estar detrás de Mirai y dame el dato.

    —A nivel Latinoamérica hay tres grupos que podrían hacer algo con el src de Mirai —responde cayendo en mi pequeña treta.

    —No me digas que no puedes pensar a nivel mundial —presiono aún más, después de todo lo peor que puedes hacerle a personas como él es insinuar que no es lo suficientemente inteligente.

    —¿Por qué lo haría? Es un área muy amplia, es mejor separarlo para cubrirla más efectivamente —replica de manera calculada.

    —Ni tanta —comento jugando peligrosamente con su ego.

    —Buena suerte entendiendo kurdo. —Se está volviendo lento, tardó demasiado en darse cuenta de lo que intentaba.

    —Tú dependes de la suerte —afirmo de manera conciliadora.

    —Y tú de un par de tetas (?) —Bastardo.

    —Nah, dependo de que los hombres sigan tomando decisiones con el pene, si no mi ingeniería social no funcionaría. Yo dependo de evaluar y adaptarme a la imagen de su mujer ideal.

    —Entonces solo es idealización lo que te hace tan «efectiva», la desventaja de eso es que a medida que los años pasen perderás tu «efectividad» volviéndote una más del montón —responde intentando mutilar mi gloriosa imagen propia.

    —Por supuesto que no, solamente buscaré objetivos de mayor edad o, en su defecto, jovencitos que quieran acostarse con una mujer mayor, de esos hay bastantes —replico sin dejar que sus palabras me afecten, después de todo sé que soy yo la que le da poder, si un día decido negarle mi compañía esa altanería suya seguramente desaparecería.

    —Pero ¿cuántos de esos son interesantes?, ¿cuántos tienen algo que quieras? —insiste poniendo a prueba mi paciencia.

    —No muchos, pero los hay —contesto negándole aquello que desea: hacerme enfurecer.

    —Bien, ahora dime, ¿qué estuvo haciendo mi juguete en mi ausencia? —escribe luego de unos minutos, finalmente se dio por vencido en su estúpido intento de hacerme perder el control de mis emociones.

    —No mucho, trabajar, socializar y correr —respondo segura de que lo primero que querrá saber es con quién estuve teniendo vida social.

    —Dame detalles sobre lo de socializar —exige predeciblemente, lo conozco tan bien que ya se está volviendo aburrido.

    —Hice amistad con uno de mis objetivos. Su compañía me resulta agradable, estos días estuvimos quedando para ver películas.

    —¿Otro objetivo más? —inquiere alarmado ante la posibilidad de no ser el único que haga de mí lo que quiera.

    —Sí. Pero solo mantenemos una relación de amistad —aclaro antes de que entre en pánico.

    —¿Estás diciendo que te ves con alguien y ven películas juntos? Creí haberte dejado claro que no me gusta compartir, con nadie —insiste jugando el papel de posesivo.

    —No, estuvimos usando TeamViewer y mirando películas desde mi laptop —afirmo esperando que renuncie a su estupidez.

    —¿Algo más?

    —Fui a una fiesta con ese disfraz —confieso agradecida de que no quiera marcarme como suya con hierros al rojo vivo.

    —¿Qué hiciste en la fiesta? —indaga mientras comienzo a sentir cómo camino sobre hielo quebradizo nuevamente.

    —Nada novedoso, bailar, beber un poco y rechazar el acercamiento de varios hombres —contesto restándole importancia al asunto para no admitir que hubo más que eso.

    —Bien. ¿Trabajas en alguien nuevo?

    —Un carder, aunque aún no hice avances significativos, solo conseguí moverme con fluidez en su ambiente —comento agradecida de que finalmente la conversación se mueva a un tema en el que no puedo fallar.

    —Es interesante que no estés detrás de un hacker, sino de un ladrón de tarjetas de crédito, al parecer ya no quedan hombres interesantes a los cuales cazar. ¿El seguimiento es físico o virtual?

    —De momento virtual, aunque se paga mejor con seguimiento físico. Si bien no es mi objetivo favorito, debo reconocer que es muy interesante la forma que tiene de estar fuera del radar siendo alguien que roba números de tarjetas y las vende al mejor postor, no pude probar que sea quien las usa, pero sí que vende packs de números por lo cual me resulta llamativo que nadie lo esté siguiendo, o al menos nadie lo suficientemente bueno como para poner en riesgo mi presa. Al parecer es tan peligroso que resulta tentador aceptar la propuesta de seguirlo físicamente para ver cuánto daño puede hacerme... —replico devolviendo el ataque, el muy imbécil se cree el único digno de mi atención, es necesario bajarlo de esa nube que le llena la cabeza con delirios de grandeza.

    —Que no te toque —advierte encendiendo un fuego interno que erróneamente consideré extinto.

    —¿O qué? —replico recuperando por un momento el control de mi vida.

    —O deberé cortarle las manos y enseñarle que no es de buena educación tocar cosas que no le pertenecen. —Amo sus amenazas, pensar que él sería capaz de hacerle daño a alguien solo por tocar mi piel es algo... ¿reconfortante?

    —Eso suena bien, fuera de él no trabajo en nada más —respondo satisfecha con lo que mi respuesta ocasionó en él.

    —Bien, esto es lo que sucede, no me agrada la idea de que alguien tenga privilegios sobre ti que yo mismo no tengo. Las películas se acabaron desde hoy, quiero que establezcas una clave maestra para TeamViewer y tenerla en mi poder —ordena y enfurezco al notar cómo esas palabras están empapadas de un erróneo sentido de superioridad. ¿Quién lo subió a ese pedestal? No lo sé, pero sé perfectamente quién lo bajará de un golpe.

    —No. —De ninguna manera haré eso, mi máquina es mía y de nadie más.

    —¿No?

    —Exacto, no lo haré —repito para que entienda que no tiene ese tipo de poder sobre mí.

    —Esto funciona así, yo digo: «Métete un pepino en la vagina» y tú respondes: «¿Qué tan profundo?», y quizá luego de eso piense por un instante en lo que quieres. Tienes quince minutos para hacer lo que te pido o se acabó.

    —Se acabó entonces —contesto segura de que finalmente dará su brazo a torcer, después de todo si amenaza con cortarle las manos a alguien para que no me toque, entonces me necesita más de lo que yo lo necesito a él... ¿o no?

    Capítulo 2

    Él no responde, pasados los primeros cinco minutos mi confianza comienza a flaquear, pasado diez comienzo a sentir ansiedad. A los catorce minutos la idea de quedarme completamente sola no me deja respirar y finalmente envío la clave maestra.

    —Hiciste lo correcto, pero no a primera orden y por eso debes ser castigada, busca hielo —responde volviendo a tomar el control de mi vida.

    —¿Hielo? —inquiero confundida, esto no pinta muy bien que digamos.

    —Sí, en cubos.

    —Ya los tengo —comento en cuanto vuelvo de la cocina con una cubitera repleta.

    —¿Cuántos tienes?

    —Una cubitera de doce —contesto sin entender qué pretende con esto... Son muy pocos cubitos como para inducirme hipotermia a modo de castigo.

    —Necesitarás dos más.

    —Tengo otra en la heladera, buscaré los dos que faltan —aseguro intentando dilucidar qué quiere hacerme.

    —Bien.

    —Listo —confirmo luego de buscar los cubitos faltantes.

    —Quiero que me llames y, mientras disfrutas de saber que por un momento tienes toda mi atención, comiences a meterte los cubitos de hielo ahí abajo, déjalos dentro hasta que se derritan. Los contaré así que no intentes pasarte de lista.

    —¿Me dolerá? —pregunto temerosa ante una situación nueva.

    —No lo sabrás hasta que lo intentes, deberán ser de a uno o dos dependiendo de tu cuerpo —señala, estoy segura de que este es su mejor intento por no asustarme, después de todo si lo hiciera se perdería de un gran espectáculo.

    —Está bien, pero no quiero que se vea mi cara —respondo aprovechándome de tener las riendas algo sueltas debido a su preocupación.

    —Lo permitiré, pero no poder ver tus expresiones faciales le resta mucho al castigo —contesta luego de unos minutos.

    —Te lo compensaré —aseguro intentando que no se arrepienta de concederme algo en medio de un supuesto castigo.

    —Estoy seguro de que así será.

    Busco una de las dos sillas del comedor, apoyo mi laptop en el suelo y acomodo la pantalla de tal forma que la cámara solo enfoque hasta mi nariz, me siento en la silla y compruebo que así sea. Con ayuda de un mouse inalámbrico comienzo la videollamada. Tal como esperaba no hay vídeo de su parte. Abro las piernas poniendo un pie detrás de cada pata delantera de la silla, tomo un cubito de hielo y lo deslizo desde mi cuello, bajando por entre medio de mis pechos, acariciando mi estómago y metiéndolo entre mis piernas, donde debe estar. Dejó un camino de agua a medida que me acariciaba el cuerpo, aunque siento que pronto se evaporará por la temperatura que tomó mi piel al introducirlo dentro de mí. Maldita sea, esto se siente tan condenadamente bien que me arrepiento de no haberme revelado anteriormente. Un mensaje aparece en la ventana de su chat:

    —Uno. —Levanto un dedo afirmando que fue uno.

    Tomo otro cubito de mi escritorio y realizo el mismo camino nuevamente, el primero ya comenzó a derretirse. Introduzco el segundo cubito de hielo, empujando un poco más adentro los restos del primero, y arqueo la espalda de placer. Es increíble cuánto calor puede darte un pequeño trozo de hielo.

    Al quinto cubito la sensación es tal que comienzo a tocarme un pecho con la mano que tengo libre. Los gemidos salen tímidamente de mis labios, él no puede ver mi rostro por completo y eso me da una anónima seguridad que me excita al mismo tiempo.

    —Vamos, gime para mí —escribe espoleando mi placer, mis ganas.

    Al décimo cubito ya he perdido la noción del espacio y el tiempo, me pierdo en un mar de sensaciones frías y calientes mientras mi cuerpo convulsiona suplicando por más, por él, para que acabe esta ardiente tortura.

    Estoy con el cuerpo mojado gracias a este perverso juego que me obliga a jugar, finalmente me abandono totalmente al placer. Quiero esto, definitivamente lo quiero y no estoy dispuesta a dejar ir a este hombre que incluso en la distancia logra envolver mi cuerpo en llamas.

    —Que lástima, es el último cubito —comenta muy a mi pesar.

    Necesito que él esté aquí, que al terminar mi castigo me tome del cabello y me lleve a la cama para completar lo que este juego comenzó, para acabar con este placer doloroso que me permite casi acariciar con las puntas de los dedos la puerta de aquel paraíso anhelado por todas las mujeres y al mismo tiempo me sostiene por la fuerza negándome la posibilidad de eliminar la agónica distancia que me separa del ansiado desahogo. No me alcanza, esto definitivamente no es suficiente.

    Con la mano temblorosa tomo el último trocito de dulce tortura, le doy un beso, sé que él lo notará, y lo deslizo acariciando mis pezones. El frío hace que quiera estallar, pero el cubito se derrite más rápido de lo que quisiera.

    Acaricio suavemente los labios ya sensibles de mi vagina, no lo resisto más. Lo necesito, necesito ese último cubito de hielo dentro de mí, necesito sentir cómo el agua sale de mi cuerpo formando un pequeño lago de lujuria pura entre mis piernas, arrancándome finalmente de las garras de mi torturador, acercándome a aquello que solo sentí con ella. Lo introduzco y mis entrañas retuercen de placer, un placer desconocido como el rostro de quien lo ocasiona y tan tentador... tanto que si susurrase mi nombre junto al oído, con esa voz que me permití imaginar únicamente para él, podría estallar.

    Un mensaje anuncia el fin de mi pequeño lapso de inconsciencia.

    —Bien hecho, pequeña.

    La llamada se corta, dejándome en la oscuridad de mi oficina, agitada y sola, deseando sexo que definitivamente de un sitio u otro conseguiré. Tambaleándome y goteando agua camino hasta mi habitación, abro el armario y comienzo a buscar la ropa adecuada para salir a cazar algún juguete que me quite las ganas, que logre tomar lo que solamente ella consiguió. Este es el mejor camino para arrancarla de mi alma, para volver a ser quien era y finalmente someterme ante la lujuria de manos desconocidas mientras entrego mi corazón a las llamas del infierno agónico que es cada orgasmo. Aunque no me quejo de lo que tengo ahora con él, después de todo, si esta es la pena por mis faltas, no veo la hora de cometer el próximo error y recibir con las piernas más que abiertas mi castigo.

    Capítulo 3

    La música está muy alta, realmente no veo su rostro, pero coincide con la complexión física de ella, tiene una estatura y color de cabello casi idénticos... Si tan solo usara el mismo perfume podría engañar a mi cerebro y obtener unos cuantos segundos de felicidad. Cierro los ojos intentando no pensar, únicamente quiero sentir cómo se refriega contra mi cuerpo, cómo esta impostora me toca y baila a mi alrededor mientras finjo que es Ana, cuerpos chocan contra mí, pero eso está bien, es lo que yo quería, contacto físico con desconocidos.

    Mis manos rodean su cintura, la pego aún más a mi cuerpo esperando sentir electricidad como solamente ella supo darme. No está, pero me niego a dejarme vencer por un recuerdo, debo buscar más a fondo.

    La beso, su boca sabe a melón con energizante. No hay nada, quizá cuando estemos en la cama lo sienta. Me acerco a su oído y le susurro la pecaminosa invitación que flota en mi mente:

    —Vamos... Vamos a un lugar privado.

    Asiente y se acomoda el vestido intentando que su trasero continúe cubierto mientras camina, ella nunca usaría un vestido tan provocador, después de todo solo con un overol manchado de pintura es capaz de hacerle perder la cordura a cualquiera, tampoco hubiese aceptado la invitación para tener sexo de una desconocida, pero ella no está aquí y yo no tengo por qué seguir guardando el luto de algo que nunca fue real.

    «No deberías conducir si has bebido», oigo su voz regañándome en la cabeza, siento su decepción al verme subir a mi motocicleta con una rubia que conocí hace dos horas y su tristeza cuando la rubia me abraza la cintura mientras nos adentramos en la ciudad con la intención de entrar en el primer motel que encontremos para concluir lo que iniciamos en esa pista de baile.

    Luego de unos minutos entramos a un motel, «Oasis» dice el cartel fijado a la puerta y espero que sea exactamente eso, un oasis donde tomar un poco de agua en este desierto en el cual me encuentro. La puerta se abre de inmediato al terminar la selección de la habitación. Elegí una habitación «especial», nunca estuve en un lugar como este, no sé qué debería esperar de algo «especial» pero me pareció interesante probar lo mejor que pueden ofrecerme. Llegamos al cuarto y noto que posee cierre magnético, lo cual no me parece muy seguro que digamos, pero ¿quién busca seguridad en un sitio así? Aquí se viene a tener sexo, nada de «hacer el amor» ni dormir, después de todo cobran por hora si eso no te da un indicio de a qué se viene entonces eres muy estúpido.

    «¿Acaso ella sabría a qué se viene a este sitio?», pregunta una maliciosa voz en mi cabeza. No, ella no sabría y eso no la convierte en una estúpida.

    La rubia se quita el minúsculo vestido rápidamente, noto su experiencia en estos sitios al dirigirse de forma indiferente a un minibar que ni sabía que venía incluido con la habitación. Toma una pequeña botella de champagne, la abre y vacía el contenido dentro de su boca del modo menos elegante que vi en mi vida. Tira la botella en el suelo, toma otra de vodka de tamaño idéntico a la anterior y se acerca lentamente a mí con los ojos nublados por el alcohol, trastabillando un par de veces hasta llegar a donde me encuentro.

    —¿Quieres? —pregunta con una voz tan aniñada que se me revuelve el estómago.

    —No, ya bebí suficiente —rechazo gentilmente, después de todo si hubiese querido seguir bebiendo me hubiese quedado en aquel club.

    —Que aburrida eres —responde arrastrando las palabras de manera descomunal.

    Por Dios, ¿en qué me metí? Me tironea de la remera en dirección a la cama. Bueno, ya me

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