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Información de este libro electrónico

Matt, una hacker que se dedica a robar información personal, se encuentra dividida entre dos mundos:

El primero, una relación entre dos mujeres totalmente diferentes.

Por un lado está Matt quien ha sufrido de abuso desde que era pequeña, vive su sexualidad de una forma abierta y totalmente natural rozando casi dolorosamente lo promiscuo y por otro está Ana, ella ha vivido toda su vida basándose en lo que sus padres esperan, vive su sexualidad como un tema tabú sin permitirse sentir placer sin culpa por la relación que lleva, después de todo sus padres lo tomarían de una forma pecaminosa e inmoral.

Ambas deberán luchar con demonios internos, una con el nacimiento de un nuevo sentimiento: el amor. La otra con la mirada de decepción de sus padres y el qué dirán.

El segundo es el trato que lleva en paralelo con el objetivo en el cual trabaja, este se muestra abierto a darle lo que ella quiera siempre y cuando se mantenga en el papel de una prostituta que cumple su fantasía de estar con una niña, lo cual le resulta doloroso, ya que trae al presente recuerdos de un terrible pasado enterrado en lo profundo de su memoria.

¿Podrá mantener ambas vidas separadas o deberá sufrir las consecuencias de la colisión de ambos mundos?

¿Obtendrá los datos deseados o será arrastrada por sus demonios internos encontrando así su propia destrucción?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 may 2020
ISBN9798215023754
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    Código de Acceso - Débora A. Perugorría

    Capítulo 1

    Lo observo caminar nerviosamente de un lado a otro, como si no encontrara las palabras convenientes para este tipo de situación. ¿Acaso las hay? Desde lejos se lo ve tan seguro, con tan buen porte que uno pensaría que es el tipo de hombre que siempre tiene las palabras adecuadas para el momento apropiado. Sentada en una incómoda silla, espero pacientemente desde hace quince minutos a que él termine de dar forma a sus pensamientos.

    —¿Cómo te llamas? —pregunta rompiendo finalmente el incómodo silencio mientras deja el papel que le entregué al llegar sobre la mesa. Su voz transmite una seguridad que no coincide con su ir y venir por la habitación.

    —Puedes llamarme como tú quieras, para eso pagas ¿no? —respondo con dulzura recordándole que esto es solo un negocio. Así me muevo yo por el mundo, sin nombre ni edad, sin familia y, a veces, sin alma.

    —Traje unos regalos para ti, supuse que serían de tu talla, si esto sale bien podríamos quedar otra vez, así que podrás conservarlos para ti. ¡Oh! También te traje un cepillo para ese hermoso cabello negro que tienes —dice ya más animado, sus ojos cafés brillan de curiosidad por el nuevo juguete de alquiler que consiguió.

    Miro las prendas que trajo con recatado decoro. Dentro de la bolsa hay un culotte rosa pálido con dibujos de corazones y flores y un top del mismo color que simulará ser un sostén infantil de esos que se dan apenas cuando aparece la primera elevación de pecho, una pollera gris a tablillas con camisa blanca a juego, medias blancas y unos zapatos de charol con una adorable flor blanca en cada lado. La ropa se ve costosa, pero sé con seguridad que él puede permitírselo sin ningún problema.

    —Me parece adorable todo, ¿quieres que me vista ahora? —pregunto con voz suave, casi infantil.

    —En realidad con lo que estoy pagando esperaba poder bañarte, vestirte y peinarte personalmente —dice pasando nerviosamente la mano por su cabello marrón cuidadosamente cortado, debo admitir que esas pocas canas que decoran su cabellera le dan un aire mucho más maduro que contrasta con su rostro que no deja saber a ciencia cierta su edad.

    —Por supuesto, ¿deseas que me dirija a ti con algún tipo de apodo o nombre en particular?

    —¿Puedes llamarme «Papi»?

    —¡Claro que sí, Papi! —respondo con la voz más infantil que soy capaz de simular mientras me acerco de manera tímida demostrándole que entiendo su fantasía y estoy a gusto en ella.

    No me sorprende, los de su tipo siempre son iguales. Piden una mujer que parezca niña, la visten y la peinan con dos colitas o trenzas, e intentan ocultar el hecho de que quieren violar a sus hijas, sobrinas o alguna pobre niña que solo se mudó en frente de ellos.

    Me dirijo al baño caminando lentamente, dejo mis lentes en el lavabo y comienzo a llenar la tina. El baño es mucho más grande que mi habitación, pero ya me lo esperaba, para alquilar este apartamento por un fin de semana se necesita un sueldo básico entero.

    Sé que él está parado en la puerta, escuché sus pasos cautelosos al acercarse, pero hice oídos sordos y comencé a formar burbujas en el agua, riendo y jugando con mis dedos, se me da bien ser lo que cualquiera desea. Comienzo a tararear una de las canciones infantiles que sé. Agudizo el oído y escucho cómo su respiración cambia, ahora es más agitada y sé que su deseo y su erección lo ponen ansioso.

    —Qué niña tan linda eres, Mariana, pero estás muy sucia —dice mientras me devora con la mirada—, deja que yo me encargue de eso.

    «Así se llama el objeto de tu deseo: Mariana», pienso mientras volteo y le sonrío ampliamente.

    —¡Hola, Papi! No te vi entrar, son divertidas las burbujas. —Le sonrío nuevamente mientras lo salpico juguetona.

    —Sí, muy divertidas. Ven aquí, tesoro, ven con papá. Te quitaré toda esa ropa fea que tienes puesta. ¿Estuviste jugando a ser una niña grande de nuevo? Ya puedo ver que sí —dice mientras se arremanga la camisa blanca con cuidado.

    Me pongo de pie y me acerco tímidamente a él. Al aproximarme me resulta muy evidente su erección, puede notarse bajo ese pantalón de vestir que tiene puesto, solo le falta un saco y alguna corbata y estaría impecablemente vestido, listo para ir a la oficina. Comienza a desnudarme con una ternura muy típica de ellos, tratándome como si fuese una muñeca. Sé que esto no durará, sé el daño que tiene en mente hacerme, pero comprendo que no es para mí ni por mí, él ve a Mariana.

    Ya desnuda, me invita a entrar a la bañera, sostiene mi mano con delicadeza y me ayuda a entrar. El agua está tibia y con olor a azahar, asumo que por el jabón de baño que puse dentro, me tomo unos segundos para poder disfrutar de su calidez y su paz antes de volver a mi papel.

    Echa jabón a una esponja de baño rosa y comienza a fregarme dulcemente con ella quitando una suciedad imaginaria, quizá quiere borrar mi perfume o el hecho de que no es la piel de Mariana, quizá piensa que si se dedica meticulosamente a esa tarea puede descubrir una Mariana dentro de mí, una Mariana a la que no le pagan por sexo, una Mariana que no cumple fantasías de extraños, una Mariana pura y angelical.

    Primero friega mi espalda bajando lo suficiente para rozar mis nalgas, pero sin manosear, luego mis brazos, se centra en cada dedo masajeándolos por separado, desciende a mi estómago donde evoco una risa finta la cual suena verídica para él, ya que sonríe satisfecho. Acaricia mi cara con ternura y regresa a su tarea, toma una de mis piernas con sus manos y frota la esponja desde mis muslos hasta mis tobillos, luego de acabar de dar la vuelta a toda mi pierna se centra en mi pie repitiendo el extraño ritual que realizó con mis manos. Repite lo mismo con mi otra pierna, veo el rubor en su cara... Ahora sé que viene la parte que él realmente desea, debo mantenerme centrada, encantadora e inocente. Deja la esponja a un lado y toma un jabón de barra, comienza a bordear mi vagina, ejerciendo una pequeña presión en la unión de mis piernas.

    —Mariana, papá debe limpiarte bien, debo limpiar todo para que seas tan linda y buena como antes de estar jugando a ser una niña grande. Debes estar quieta y hacerme caso.

    —Sí, Papi, seré muy buena y te haré caso en todo.

    —Qué buena niña eres, Mariana —susurra mientras introduce el jabón lentamente dentro de mi vagina, solo un poco, despacio con la presión justa para que me penetre un poco pero sin introducir todo dentro de mí—. Debes estar quieta y hacerme caso —repite nuevamente.

    —Papi, me duele —gimo manteniendo mi papel e intentando quitar sus manos, sé cuanto le gusta la idea de la inocencia corrompida.

    —Lo sé, tesoro, pero queremos que estés bien limpia, ¿no?

    —Sí, Papi.

    Ejerce nuevamente presión con el jabón, nuevamente sin penetrarme completamente. Luego lo retira y comienza a acariciarme con los dedos. Dios me dio una vagina pequeña, por más que un centenar de hombres pasaron por mi cuerpo, esta sigue igual de estrecha, lo que hace que mi negocio funcione. Se sorprende al notar que al introducir la punta de un dedo, este calza justo, sin espacio sobrante, lo cual hace más verídica su fantasía, me pregunto cuántas intentaron reemplazar a Mariana antes de mí, cuántas veces llegado este punto notó esta diferencia crucial en su fantasía. Una gran sonrisa se dibuja en su rostro al saberse seguro de que valgo cada centavo. Deja de acariciarme, me pasa champú en el pelo con un suave masaje y comienzo a jugar con la espuma, sonríe con ternura al ver cuán inocente puedo fingir ser. Sé que puedo ser la Mariana perfecta, esa que habita en sus fantasías, puedo cumplir a la perfección cada desquiciada fantasía que se le ocurra. Enjuaga el champú y repite el proceso con el acondicionador.

    —Ya es hora de salir de la bañera, tesoro, el agua está algo fría y no quiero que te enfermes.

    —Pero, Papi, aún hay espuma —digo haciendo pucheros.

    —¿Cómo podría decirle que no a esos hermosos ojos verdes que tienes? Está bien, solo cinco minutos más.

    —Gracias, Papi, eres el mejor. ¡Te quiero! —exclamo sonriendo ampliamente y jugando con mis manos, a lo que él responde con una sonrisa igual de amplia.

    Una vez que siento que el agua está fría, salgo de la bañera, rápidamente comienza a secarme con la misma dedicación con la que me enjabonó. Luego empieza a vestirme y puedo ver cómo le brillan los ojos de lujuria cuando ve cómo me queda la ropa interior, mi pecho es algo grande para jugar a la niña, pero no parece importarle, mi estatura al contrario aporta lo suficiente, ya que mido un metro y medio, la estatura perfecta entre niña y adulta. Desliza la falda por mis piernas y no puede contenerse a quedarse un segundo en frente de mi vagina, puedo oír cómo aspira con fuerza para percibir el olor a azahar, luego continúa con el trabajo de vestirme con manos temblorosas.

    Al terminar con el vestuario me pide que me siente frente al espejo, obedezco a primera orden. Comienza a cepillarme el cabello, acariciando y cepillando una y otra vez hasta que queda perfectamente lacio. Luego, tal y como sospechaba, lo recoge en dos colas altas, lo cual junto con la ausencia de maquillaje hacen disminuir mi edad notablemente. Se toma unos minutos para admirar a su nuevo juguete, satisfecho con su trabajo saca un perfume de niña del bolsillo derecho, al parecer estaba esperando a que aprobara algún estilo de examen físico antes de gastar la preciada esencia que me convertiría en SU Mariana. Me rocía el cuello generosamente y luego aspira, me mira satisfecho y sonríe.

    —Eres perfecta como Mariana, ahora que te encontré no escatimaré en gastos en hacerte mía —murmura.

    Solo me limito a asentir, nos dirigimos a la habitación lentamente y al llegar allí nos sentamos uno al lado del otro en la cama de una plaza tendida impecablemente con sábanas blancas cuidadosamente planchadas. La habitación está pintada de un blanco que parece brillar con la luz tenue que entra por las rendijas de las persianas. En el aire flota el aroma a lavanda de los clásicos productos de limpieza que se utilizan en este tipo de lugares, ese aroma siempre causó que se me revuelva el estómago, aunque no sé a ciencia cierta por qué.

    —Ahora que estás perfectamente limpia, hay algo que quiero hablar contigo, Mariana, ya estás en edad de saber qué es el amor y qué hace que una niña se convierta en una mujer, quiero que estés lista para el mundo, que sepas cuidarte y que nadie se aproveche de ti —dice mirándome a los ojos para tener la seguridad de que le estoy prestando atención a cada palabra—. Quiero enseñarte, Mariana, cómo debes complacer a un hombre, pero no a cualquiera solo a mí por ahora, ya que soy tu padre y es algo que todos los padres deben hacer con sus hijas. Tienes ocho años y es hora de que empecemos con las lecciones para hacer de ti una jovencita perfecta. Tú quieres ser perfecta para Papi, ¿no es cierto, tesoro?

    —Sí, Papi —respondo juntando las manos sobre mis piernas—, prometo hacer todo lo que me digas y lo haré lo mejor que pueda.

    —Muy bien, cielo. Esto es algo que será únicamente nuestro, nadie debe saber que te estoy entrenando, si alguien llegara a saberlo te acusarán de tramposa y no queremos eso ¿verdad?

    —No, Papi, prometo guardar el secreto, solamente lo sabremos tú y yo.

    —Perfecto, hoy será tu primera lección. Debes conocer qué hace a un hombre ser un hombre y qué hace a una mujer ser una mujer, también hoy aprenderás dónde va cada parte del cuerpo cuando están juntos hombres y mujeres.

    Acto seguido comienza a deslizar su mano por mi muslo hasta llegar allí donde se unen mis piernas, sus manos son suaves, quizá demasiado para un hombre. Hace una leve presión para que abra las piernas, así lo hago y con su dedo índice comienza a subir y bajar por mi ropa interior.

    —Mariana, mírame... Ahora dime: ¿sientes algo cuando te toco aquí?

    —Se sienten cosquillas, Papi, ¿los hombres le hacen cosquillas a las mujeres ahí?

    —Sí, pero solo yo puedo hacértelas a ti, nadie más.

    —Sí, Papi, no dejaré que nadie más me haga cosquillas ahí.

    —Muy bien, ahora mira. —Se desabrocha el pantalón y saca una prominente erección, toma mi mano y la coloca sobre su pene. Nada que no haya visto antes.

    —Está calentito, Papi —susurro fingiendo sorpresa y curiosidad.

    —Lo sé, ahora que ya sabes cómo es, te cuento lo que hace, esto es con lo que los hombres hacen cosquillas a las mujeres ahí en donde te enseñé.

    Abro aún más los ojos fingiendo sorpresa, lo cual hace que su pene palpite bajo mi mano.

    —Mariana, creo que necesitas que te enseñe cómo es que son las cosquillas. Recuéstate sobre la cama y abre las piernas para Papi.

    Hago exactamente lo que me pide mientras sonrío dulcemente, complacido me acaricia una mejilla y luego procede a acariciar mis piernas, sube hasta los bordes de mi ropa interior y me la quita, se toma un momento para admirarla y la deja a un lado. Se baja los pantalones de una forma tan calmada que sé que esto lo planeó en su mente una y otra vez buscando las palabras y los movimientos adecuados para no asustar a la pequeña Mariana que yace en la cama.

    Toma su pene con una mano mientras que se apoya en la otra para mantener nuestros cuerpos separados y procede a subir y bajar por la entrada a mi vagina, acariciándome con la punta de su pene lentamente, intentando abrirse camino de la manera más suave posible. Se detiene súbitamente, parece que recordó algo.

    —Mariana, esto quizá te haga cosquillas, pero debo darte unos besos aquí —dice al mismo tiempo que pone su dedo índice en esa parte tan atesorado ahora también por él—. Es solo para que sea más fácil realizar las cosquillas, tesoro.

    —Está bien, Papi, ¿debo hacer algo?

    —No, cielo, solamente quédate quietita, así estás perfecta.

    Siento su aliento frente a mi vagina mientras me hablaba, primero lame mi parte externa, luego tímidamente introduce su lengua acariciando mis labios, con exagerado cuidado sube y baja por mi interior, intentando lubricar el estrecho camino a un cielo pecaminoso que tiene en frente.

    Continúa con las caricias con la punta de su pene nuevamente, hasta que por fin se decide a entrar.

    —Mariana, esto quizá duela un poco porque es la primera vez que sucede, debes resistir hasta que yo lo ordene.

    Asiento sabiendo que será brusco y que desaparecerá ese cuidado paternal fingido, porque en unos segundos dará rienda suelta a su fantasía de violar a Mariana.

    Me penetra solo con la cabeza del pene, gozando con la fingida reacción de dolor que evoco. Esa sola mueca desencadena el monstruo que lleva dentro, me toma firmemente por la cintura y me penetra con toda la fuerza de la que es capaz, grito con fingido dolor, evoco un grito infantil que solo lo motiva a penetrarme con más fuerza, tal y como lo soñó tantas veces.

    —¡Papi, me duele! ¡Me duele mucho!

    Pone una mano en mi boca y mirándome a los ojos, sin separarse un solo centímetro, me responde con tono duro:

    —¡Esto es lo que hacen las niñas buenas, Mariana, aguantan calladitas!

    Aún con su mano en mi boca sigue y sigue penetrándome con una fuerza bestial, evoco el recuerdo más triste y desgarrador que tengo y comienzo a llorar, sé con seguridad que le gustará. No puede contenerse más y se vacía en mi interior.

    —No estuvo tan mal, ¿verdad? Hay que trabajar más, pero eres muy buena niña, Mariana. —Me besa en los labios aún jadeando.

    Acto seguido se levanta de la cama y me deja completamente sola, dándome a entender que el juego terminó, me levanto de la cama ya no como Mariana sino como la prostituta que cumple fantasías aberrantes, satisfecha de haber realizado un trabajo perfecto y me dirijo al baño a recoger mis pertenencias.

    De camino allí lo veo por un instante, tiene en sus manos una foto de una niña morena, mientras la observa me parece oír que susurra «esto lo hago por ti», ese hombre que hace minutos estaba gimiendo desesperadamente en mi oído, ahora está en la posición más vulnerable que he visto. No quiero continuar contemplando ese lamentable espectáculo, así que rápidamente tomo mis cosas y me cambio. Salgo del baño y voy a cobrar mi paga. Mi servicio es de los mejores, quién lo diría... una prostituta que acepta tarjetas de crédito y débito.

    Completada la transacción me retiro del lugar, dejándolo en un mar de culpa. No todos mis clientes son así, algunos quieren dominar, otros ser dominados, humillar o ser humillados, algunos solo quieren cariño y recordar aquel amor que los destrozó, otros solo quieren violar y golpear. Siempre los elijo basándome en quién es y qué puedo obtener de él, nunca en lo que él desea; si únicamente ves una prostituta, estás equivocado, pero no te culpo, soy muy buena mintiendo.

    Verás, mi cliente anterior se llama Alejandro Martínez, CTO de una de las compañías más influyentes en informática del país y ahora mi perro faldero. Él daría cualquier cosa para seguir manteniendo en secreto que desea fervientemente violar a su hijastra de ocho años llamada Mariana, para que no revele a nadie su oscuro «amor paternal», pero antes de eso aún puedo obtener más que dinero, puedo obtener proyectos, datos de interés y, por qué no, algún que otro juguete nuevo. Solo debo ajustar los tiempos para que la venta de esos datos me beneficien de la mejor manera.

    Capítulo 2

    Tenía trece cuando desarmé y armé mi primera computadora con éxito para una clase de informática, la sensación que me dejó ese logro me hizo querer saber más. Día tras día me eduqué más en todo lo que a informática se refiere. Aprendí diferentes lenguajes de programación, pero debo admitir que C++ ocupa un lugar especial en mi alma. Lo que llamó mi interés es que dominaban los hombres en el área, hombres necesitados de afecto y contención, comprensión y detalles. Me introduje de lleno a aprender sobre ingeniería social, perfeccionándome a mí misma y aprendiendo a ser lo que el objetivo desee que sea, aprendí a manipular a voluntad.

    Ya no tenía que gastar mi tiempo en realizar doxing (lo cual no es nada más que investigación, pero con un bonito nombre), uno de los ochocientos fans que hice en el camino a cambio de una pizca de atención lo realizaba por mí aunque siempre mi perfeccionista interior gritaba que corrobore todos los datos, seguramente acertados aunque me daba placer descubrir alguno que mis servidores no notaron, una sensación de superioridad subía desde mis pies a mi cabeza y luego bajaba en un deseo ardiente hasta mi sexo, tampoco había por qué gastar tiempo en códigos básicos, páginas web o cualquier otro trabajo que me distrajera del robo de datos e información.

    Desde los quince años fui contratada por un hombre dedicado a vender datos al mejor postor, yo efectúo el trabajo y por él se me paga un noventa por ciento de lo obtenido en su venta, podría hacer la venta de los datos yo misma, pero requeriría aún más tiempo encontrar un comprador y un objetivo así que simplemente uso un intermediario que hace mi vida más fácil.

    Al fin me encuentro en mi hogar, un pequeño apartamento que comparto con una muchacha llamada Ana que aspira a ser una artista destacada, me mudé aquí recientemente y sé que no me quedaré más de un año en este sitio, siempre es así. Buscaba un apartamento en el que vivir sola, no se me da bien eso de compartir, pero al ver un anuncio que decía: «estudiante de arte busca compañera de piso, de preferencia pulcra y responsable. Acepto mascotas», me sorprendí respondiéndolo, quizá fui impulsada por la curiosidad de poder absorber algo de la esencia de una artista. La entrevista fue corta, me mostró el apartamento y la que sería mi habitación, hablamos de los gastos de alquiler y de despensa. Al parecer fui la única que se presentó porque fui aceptada en el acto. Me preguntó mi nombre, a lo cual únicamente contesté con mi primer

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