El hijo secreto del millonario
Por Crystal Green
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Cuando una confusión llevó a la cocinera Emmylou Brown a los brazos de su amor de infancia, Deston Rhodes, heredero de una verdadera fortuna y su jefe en el rancho, se desató el deseo que sentían el uno por el otro y vivieron una noche de pasión. Pero un error podría haber dejado embarazada a Emmylou.
Mientras trataba de luchar contra sus sentimientos, Deston vivió un apasionado romance con Emmylou. Sin embargo, seguía sin saber la verdad sobre la mujer de la que se había enamorado y, cuando lo hiciera, el sueño acabaría... ¿o quizá no?
Crystal Green
Crystal Green lives near Las Vegas, Nevada, where she writes Harlequin Blazes, Silhouette Special Editions and vampire tales. She loves to read, overanalyze movies, practice yoga , travel and detail her obsessions on her Web page, www.crystal-green.com.
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El hijo secreto del millonario - Crystal Green
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Chris Marie Green
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El hijo secreto del millonario, n.º 1578- julio 2017
Título original: The Millionaire’s Secret Baby
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-062-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
SI sigues así vas a quemarte, bombón.
Al principio, Emmylou Brown creyó que aquella voz grave con acento texano era parte de su sueño.
Medio dormida, abrió los ojos y contempló el cielo. Sintió el suelo de caliza en su espalda y recordó que estaba tumbada junto a la piscina natural. Se había quedado dormida tomando el sol y empezaba a sentirse un poco mareada.
La voz volvió a hablar, con cierto tono de diversión.
—Quizás quieras darte la vuelta. Aún te quedan algunas partes por achicharrarte.
De acuerdo, así que no se lo estaba imaginando.
Emmy se incorporó sobre los codos y miró en la dirección de la que provenía la voz. Y se quedó sin aliento.
El hombre iba montado en un caballo alazán y estaba contemplándola detenidamente. Llevaba botas, pantalones y camisa vaqueros y sombrero de cowboy. Parecía un auténtico vaquero.
Pero Emmy sabía que no era así. Tragó saliva, incapaz de decir nada. Una atracción que duraba ya muchos años la tenía paralizada.
Era Deston Rhodes.
En doce años, nunca habían vivido en el rancho al mismo tiempo. ¿Sabía él quién era ella?
Emmy sintió que el corazón le daba un vuelco de alegría. ¡Deston Rhodes estaba prestándole atención! Era una de sus fantasías desde pequeña: él la tomaba entre sus brazos como si fuera una princesa y le murmuraba al oído «Me fijé en ti desde el primer momento, Emmylou».
Pero, al verlo sonreír, ella se dio cuenta de lo que él realmente estaba viendo: una joven de veinticuatro años con unos desgastados shorts vaqueros y un top demasiado ajustado. Ambas prendas estaban muy usadas. Las había comprado de rebajas en San Antonio hacía siete años, justo antes de marcharse de Wycliffe, Texas, para ampliar su formación como cocinera.
Emmy se sentó y se cruzó de brazos para ocultar su ropa vieja. Pero no pudo evitar dedicarle una sonrisa esperanzada. El hijo del jefe por fin advertía su presencia, por fin veía más allá de la barrera de su pobreza, ¡aleluya!
Era más de lo que ella podía desear.
—Me han dicho que estabas en el rancho, voy a presentarme de nuevo —dijo él—. Soy Deston, ya adulto.
Así que sí la había reconocido.
Él se quedó esperando a que ella le devolviera el saludo.
Pero Emmy era incapaz de abrir la boca. Deston Rhodes estaba hablando con ella como si fueran amigos, no como si ella fuera la hija de Nigel Brown, el que fuera mayordomo personal del señor Rhodes; y tampoco como si ella algún día fuera a ocupar el puesto de su madre, Francesca, como cocinera de la familia.
Era extraño. Las cosas en el rancho Oakvale no acostumbraban a ser así. Los dueños no se relacionaban más allá de lo estrictamente profesional con el personal de servicio. Y menos con ella, la hija de un hombre que había perdido todos los ahorros de su familia en malas inversiones; un buen hombre que, al morir, había dejado a su esposa y a su hija llenas de deudas.
Oh, Dios.
Deston estaba devorándola con los ojos, ¡qué excitante! Pero ella tenía que comportarse como si cosas como aquélla le sucedieran todos los días. Así que ladeó la cabeza y dijo:
—Me alegro de volver a verte, Deston.
—Lo mismo digo —dijo él, encendiéndola con su mirada y su encanto—. ¿Sabes? Estoy intentando acordarme de por qué te llamaba «cara de limón».
A Emmy se le cayó el alma a los pies. Él le había puesto un apodo… ¿y era cara de limón?
—No mi mires así. ¿No lo recuerdas? Yo solía hacerte rabiar en plan de juego y tú ponías esa expresión, como si estuvieras chupando un limón.
Alto. Deston nunca había hecho rabiar a Emmylou Brown. Nunca.
Nunca habían intercambiado ni una palabra. Ella era tan sólo una de las muchas hijas de los criados, y él sin embargo se encaminaba a ser un futuro millonario. De pequeños, Emmy ni siquiera se atrevía a mirarlo a los ojos, por temor a lo que podría haber encontrado en su mirada: desdén, distanciamiento, vacío.
La felicidad de que por fin el amor de su infancia había advertido su presencia se desvaneció.
Él la confundía con otra mujer. Alguna de sus amigas de su misma clase social, de la época en que los dos eran pequeños.
«¿Qué te creías? Tú no eres más que algo que hace más cómoda la vida de la familia Rhodes. Ellos ni siquiera saben que existes, aparte de ser su cocinera».
Pero ella sabía que algún día podría llegar a convertirse en algo más.
Cerró los ojos para no ver a aquel hombre tan cautivador. Durante unos segundos, se había sentido la mujer más atractiva del mundo bajo su mirada. Había sentido que le importaba a él.
Pero había llegado la hora de regresar a la cruda realidad y descubrirle la verdad. Emmy se preparó mentalmente para decirle quién era ella y para verlo perder el interés. ¿Por qué ella no podía ser la mujer que él creía que era, la mujer que había llamado su atención? Una mujer que seguramente nunca había tenido que ocultar la suela agujereada de sus deportivas; una mujer que seguramente nunca había recibido dinero a escondidas de una profesora para comer, porque ella lo había «olvidado» tres días seguidos. En realidad, Emmy había dedicado el dinero de la comida que le daba su madre en recomponer los ahorros de sus padres. Ahí servirían de más ayuda que en su estómago.
Incluso en aquel momento, se rió ante la ironía: la hija de la cocinera se quedaba sin comer.
Volvió a abrir los ojos. Él seguía mirándola fijamente, y Emmy se derritió allí mismo.
—Hay que ver —comentó él—. Te has convertido en una mujer muy bella. Desde luego, no eres la «cara de limón» que yo recordaba.
Desde luego que no lo era.
Emmy sonrió lamentándose de la realidad y se tumbó boca abajo sobre la piedra, apoyando la barbilla sobre sus manos.
—No soy la chica que crees que soy —dijo.
Oyó que Deston se reía, se bajaba del caballo y lo ataba a un árbol cercano.
—De acuerdo, tal vez ese apodo ya no te identifique. Han cambiado muchas cosas desde que éramos pequeños.
Vaya, estaban hablando a dos niveles diferentes: ella, literalmente; él, no.
Emmy oyó el sonido de las botas conforme Deston se acercaba a ella.
—Me han dicho mis padres que te marchas hoy del rancho. Lamento no haber participado más de la vida social de este lugar, siempre estoy ocupado con los negocios. Pero tú lo entiendes, estoy seguro. Eres una Stanhope.
¿Stanhope? El apellido le resultaba familiar a Emmy. Era una de las muchas familias que se habían alojado como invitadas en el rancho.
Emmy lo miró y el corazón le dio un vuelco.
Allí estaba el amor de su juventud.
Él se quitó el sombrero, revelando su pelo castaño, sus ojos verdes… y su sonrisa de campeón. Habría sido un gran jugador de fútbol americano.
—Veo que te acordabas de la vieja poza —señaló él.
¿Se hubiera quedado él charlando con ella, flirteando con ella, si supiera que era del servicio?
No. Su padre, el señor Rhodes nunca lo hubiera tolerado. Y Emmy tampoco se habría creído capaz de estar delante de él. Pero había soñado tantas veces con un momento así… ¿Qué daño podía hacerle hablar con él durante unos minutos, como si fueran amigos?
Emmy tragó saliva. Qué diablos. Nunca volvería a tener una oportunidad como aquélla.
—Se me ocurrió que aquí podría estar tranquila —dijo melodiosamente, casi sin reconocer su propia voz—. Pero entonces has aparecido tú.
Deston fingió que aquello le había herido.
—Si te molesto, me voy. Pero al menos he logrado que no te chamusques la frente.
—Algo por lo que te estoy muy agradecida.
«¿Lo ves? No es tan difícil mantener una conversación normal con este monumento».
—No hay de qué —dijo él, acercándose un poco más—. ¿Puedo hacer algo más por ti?
—Sí, puedes alcanzarme la botella de agua.
Menudo cambio de tornas: un miembro de la familia Rhodes estaba sirviéndola a ella…
Él se acercó con la botella de agua. Emmy contuvo el aliento. Nunca había estado tan próxima a él.
Ella, al igual que todos los hijos de los criados, había observado muchas veces a los hijos de la familia Rhodes, Harry y Deston, pero siempre a escondidas y desde lejos. De niñas se reían imaginando cómo se declaraban a ellas cualquiera de los dos: en un baile de sociedad, en un yate, en un avión privado camino de Monte Carlo…
Habían continuado con sus ilusiones hasta que Harry y Deston se habían marchado a estudiar, primero al colegio y luego a la universidad. La madre de Emmy le había anunciado hacía unos años que Deston había regresado al rancho para convertirse en un hombre de negocios, igual que su padre.
Por entonces Emmy estaba fuera cumpliendo su propio destino y formándose para el trabajo que iba a heredar.
Pero en ese momento Deston estaba junto a ella, tan cerca que casi podía tocarlo. Tan cerca que percibía el aroma de su cuerpo y el brillo de sus ojos verdes.
—Gracias —dijo ella, agarrando la botella torpemente.
Odiaba lo nerviosa que se ponía ante él, como si él estuviera en un pedestal.
Deston se agachó junto a ella y apoyó su sombrero en el suelo. Esperaba algo.
«¿Qué se supone que debo hacer ahora?», se preguntó Emmy. Ella no era ninguna especialista en temas de seducción, sobre todo después de lo que había sucedido en Italia… aunque eso no importaba en aquel momento. Pero ella conocía por otros criados que a Deston le gustaban los romances fugaces.
«Háblale», se dijo. «Charla con él, no es tan complicado».
—Bueno… —comenzó ella, intentando ganar tiempo.
Intentó pensar en cómo se comportaría la amiga de Deston, la mujer con la que él la había confundido.
Él sonrió y la recorrió con la mirada. Emmy se estremeció.
—Me he mantenido al corriente de cómo te iba la vida —comentó ella.
Buen comienzo, además era cierto. Comentaría los chismorreos más básicos, sin meterse en temas comprometidos.
—En el instituto fuiste uno de los mejores jugadores de fútbol americano —continuó—. Eras quarterback, ¿no es cierto?
Él elevó una mano con resignación y desvió la mirada.
—Eso fue hace mucho tiempo.
—¿Y por qué no seguiste con ello? Todos decían que eras muy bueno.
Era el mejor. Carlota, Felicia y ella leían todo lo que aparecía sobre él en los periódicos.