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Sus Vaqueros para Siempre: Vaqueros en línea, #6
Sus Vaqueros para Siempre: Vaqueros en línea, #6
Sus Vaqueros para Siempre: Vaqueros en línea, #6
Libro electrónico661 páginas10 horas

Sus Vaqueros para Siempre: Vaqueros en línea, #6

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Información de este libro electrónico

Después de pasar años en prisión, Milena Allen recibe inesperadamente la libertad condicional y le dan un trabajo en un aislado rancho canadiense de caballos donde se siente inmediatamente atraída por sus tres sexis jefes vaqueros.

Después de pasar años en prisión, Milena Allen recibe inesperadamente la libertad condicional y le dan un trabajo en un apartado rancho de caballos canadiense donde se siente inmediatamente atraída por sus tres sexis jefes vaqueros.

Cuando Vaqueros en Línea envía a Mitch, Daegen y Paul una linda ex convicta para que les ayude en su incipiente rancho, se dan cuenta de que la vida ha sido terriblemente solitaria sin compañía femenina. A pesar de haber estado sin mujeres durante tanto tiempo, juran que Milena está fuera de los límites, y que la tratarán como a uno de los muchachos.

Cuando la violencia amenaza a sus vaqueros, las habilidades de Milena como enfermera son puestas a prueba, y se da cuenta de que está cayendo de cabeza por sus sexs jefes. Pronto descubre que los tres hombres también están interesados en ella. Pero, ¿por qué siguen tratándola como a uno más?

Ella siempre ha soñado con alguien que la ame y con un lugar al que pueda llamar hogar. ¿Harán Mitch, Daegen y Paul que sus sueños se hagan realidad? ¿O un terrible error lo desbaratará todo?

No es necesario leer los otros libros de la serie. Este libro puede ser independiente.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 feb 2022
ISBN9781667427324
Sus Vaqueros para Siempre: Vaqueros en línea, #6

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    Sus Vaqueros para Siempre - Jan Springer

    Notas de Licencia

    Este libro electrónico se licenció para uso personal

    Nota de la Autora

    Este es un trabajo de ficción. Los personajes, lugares, escenarios y eventos que se presentan en este libro provienen de la imaginación de la autora y no tiene ningún parecido con ninguna persona viva o muerta, ni con ningún evento, lugar y/o escenario real.

    Dedicatoria

    Cuando escribía esta historia, mis padres fallecieron.

    Me gustaría dedicarles este libro a mi mama y papa y a todos los lectores quienes han esperado pacientemente todos los retrasos que tuve al terminar esta historia. En verdad los aprecio a todos ustedes.

    Espero que les guste Sus vaqueros para siempre tanto como disfrute al escribirlo y tengo planes para mas historias del Rancho Snowy Creek (y el Rancho Moose) en el futuro.

    ¡Abrazos!

    Jan Springer

    Capítulo Uno

    Saskadia Prisión Federal de Mujeres

    Saskatchewan, Canadá

    De Seguro no tienes ni idea de la suerte que has tenido al que te aceptaran en el programa Freedom Run, ¿verdad? Le preguntó la agente de libertad condicional de Milena Allen mientras se recostaba en su silla y le sonreía con suficiencia.

    Bla. Bla. Bla. Dime algo nuevo o, por favor, déjame volver a mis tareas de lavar trastes.

    Había escuchado este discurso muchas veces en los últimos meses. Sucedía cada vez que las dos se reunían para discutir cómo Milena se integraría de nuevo en la sociedad a través del programa Freedom Run... cuando llegara el momento.

    Si es que llegaba el momento.

    Se ponía tensa cuando la oficial Brown parloteaba con todas las condiciones.

    La salida de prisión de Milena dependería de varios factores. Debía mantenerse alejada de los problemas. No pelearse con las otras reclusas. Debía mantenerse sana física y mentalmente. No consumir drogas ni alcohol y seguir tomando todos los cursos de la prisión y mantenerse ocupada con sus tareas.

    Milena suspiró para sus adentros. Parecía que esta reunión iba a ser igual que todas las demás. No sabía por qué siempre esperaba buenas noticias cuando venía a esta oficina. Ya debería saber que nunca le pasaba nada bueno. Nadie en el exterior quería arriesgarse con ella.

    Nadie me quiere.

    Milena se obligó a sofocar su decepción y se centró en una mariquita que se arrastraba por el escritorio de la agente de libertad condicional.

    Se decía que las mariquitas daban buena suerte. Lástima que todavía estuviera encarcelada. Deseó poder estirar la mano, agarrar al bichito, abrir una ventana y liberarlo. Pero había aprendido a no hacer movimientos bruscos en el sistema penitenciario. Los movimientos inesperados hacían que las reclusas murieran a tiros.

    Además, ¿cómo iba a liberarla? Todas las ventanas estaban bien cerradas. La única forma de salir era por donde había entrado, fuera cual fuera.

    Muy bien, me arriesgué por ti en este caso, la voz de la oficial Brown atravesó los pensamientos de Milena.

    Milena la había ignorado, así que no tenía ni idea de lo que la mujer estaba hablando de repente. La miraba fijamente, y si Milena no la conociera juraría que había un indicio de sonrisa genuina en los finos labios de la mujer. Pero luego desapareció, dejando a Milena con la impresión de que debía haberla imaginado.

    La oficial se levantó de repente y se dirigió a un armario cercano. Abrió la puerta y sacó una gran mochila de color azul oscuro y, un momento después, la dejó caer sobre su escritorio.

    La dejó caer justo encima de la mariquita.

    ¡Oh, no! Lo siento, bichito. Espero que no te haya dolido.

    Milena reprimió la tristeza que le embargaba por el destino de la pequeña criatura.

    Pude conseguir esta mochila con los escasos fondos del presupuesto para gastos varios. La necesitarás donde vayas, dijo la oficial con tono condescendiente.

    ¿Adónde voy? ¿Qué está pasando?

    La mirada de Milena se dirigió a la cara de la mujer. Si no tuviera siempre una extraña sonrisa curvándole los labios, habría sido una mujer de aspecto agradable. Tenía el cabello hasta los hombros del color de las fresas, una pizca de pecas color óxido en los cachetes y unos bonitos ojos verdes.

    Pero esa sonrisa que tenía ahora... contrastaba directamente con la genuina sonrisa de felicidad que había creído ver momentos antes.

    A pesar de la vulgar expresión de la oficial, una ráfaga de excitación comenzó a desenvolverse dentro de Milena.

    Tenía más o menos la edad de Milena, treinta y dos años. Había sustituido a su anterior agente de libertad condicional, Sadie, una mujer mayor que a Milena le había gustado, pero Sadie se había tomado una repentina licencia para cuidar de su marido después de que éste hubiera sufrido un devastador derrame cerebral.

    Sadie se había esforzado por ser muy personal con las reclusas, se había preocupado de verdad. Había sido ella quien había conseguido que Milena entrara en el programa Freedom Run, y el año pasado le habían dado un trabajo temporal a través de Cowboys Online, un programa para convictos bajo el amparo de Freedom Run.

    Sadie siempre le había dado a Milena destellos de esperanza de que le llegarían cosas buenas, pero tendría que ser paciente. La mayor parte de esa esperanza había muerto cuando Sadie se fue.

    Esta oficial no era agradable. Ni tranquilizadora. Y probablemente estaba jugando un juego retorcido y enfermizo con Milena en este momento porque todavía no tenía idea de lo que la mujer estaba hablando.

    Incluso se podría decir que estás cambiando una prisión por otra. Excepto que este nuevo lugar no tiene rejas, dijo con una risa.

    La mente de Milena daba vueltas. ¿Qué estaba diciendo?

    Sólo hay muchos árboles, muy poca gente. Hay una vía de tren, pero rara vez se utiliza. Podrías intentar escapar siguiéndola, pero tardarías semanas en salir, y para entonces, la policía estaría pululando por la zona, y no tendrías ninguna posibilidad. O la fauna te mataría antes de que murieras de hambre en la desolación. Te matarían o te capturarían y te enviarían de vuelta a una prisión en algún lugar para el resto de tu condena, con otros diez años añadidos por intentar huir, hizo una pausa y se quedó mirando a Milena con una mirada fría y severa, como si la desafiara a intentar fugarse.

    Milena no pudo evitar el escalofrío de miedo que le recorrió la espalda. ¿A qué tipo de lugar la estaban enviando? No parecía nada agradable.

    La única forma de entrar y salir de tu nuevo hogar será un hidroavión. Ahí es donde entra esta mochila. Las maletas no te llevarán muy lejos en la vida de rancho pionero. Ni siquiera tienen electricidad o plomería interior allí. Hablando de la red. Así que sí, hay algunos inconvenientes, pero oye, deberías estar acostumbrada a eso después de estar encarcelada, ¿verdad? ¿Cuántos años llevas dentro? Preguntó mientras dirigía su atención a la pantalla de la computadora. La mujer sabía exactamente cuántos años. Sólo quería restregárselo.

    Milena reprimió un respingo y se quedó callada.

    Catorce años y contando. Entraste con diecisiete años. Joven y estúpida, dijo la agente condicional. Luego emitió un extraño gruñido.

    Algunos podrían decidir quedarse aquí y renunciar a los leones, los tigres y los osos devoradores de hombres de la naturaleza. Pero estoy obligada a preguntarles si quieren irse. Si es así, firma aquí y vuelve a tu celda y recoge tus cosas. Podrías salir de aquí n la noche. Pero piensa bien antes de poner la pluma en el papel, señorita Allen. Te daré cinco minutos para considerar lo que quiere hacer. La prisión es un hotel elegante comparado con este lugar. La vida en un rancho de trabajo real es bastante dura, especialmente en este caso, con este rancho que acaba de empezar. Sólo tiene un año. La paga no es muy buena, pero oye, de todos modos no tendrás a donde ir a gastar tu dinero. No hay tiendas. No hay acceso a internet. No hay nada. Es un lugar llamado Rancho Snowy Creek y está ubicado en las tierras salvajes del norte de Ontario.

    Snowy Creek. ¿Por qué ese nombre le resultaba familiar? Había oído ese nombre antes en alguna parte, ¿no?

    La agente dejó la mochila sobre su escritorio y se dirigió hacia la puerta.

    Volveré en unos minutos para que puedas pensar. No te vayas a ninguna parte, dijo con una risa sarcástica, y se fue.

    ¿No vayas a ninguna parte? Milena sacudió la cabeza y frunció el ceño.

    Nunca se había acostumbrado a los supuestos comentarios humorísticos de encarcelamiento que lanzaban con tanta facilidad el personal de la prisión y las reclusas. Nunca le había gustado la autoridad que los guardias tenían sobre ella. El poder que utilizaban cada vez que podían para decirle lo que tenía que hacer, a dónde ir y qué y cuándo comer.

    ¿Qué no fuera a ninguna parte? ¿De verdad?

    Milena rara vez maldecía. Su madre le había enseñado que era impropio de una dama decir palabrotas. Dentro del sistema penitenciario, muchas mujeres lo hacían, pero ella siempre se había abstenido.

    Hoy haría una excepción.

    Vete a la mierda, puta, murmuró Milena en voz baja.

    Se sintió bien decir malas palabras. Se sintió aún mejor al señalar con el dedo medio la puerta que la agente condicional había cerrado hacía unos momentos.

    Y se sintió genial al agarrar la palabra y firmar su nombre en los papeles de libertad.

    * * * * *

    Norte de Ontario, Canadá

    La ex convicta Milena Allen miraba por la ventanilla del pasajero del hidroavión. Estudió los escasos abetos, los imponentes pinos blancos y otras coníferas que abrazaban las costas rocosas de los brillantes lagos azules de abajo. Todavía no podía creer que, después de catorce años de estar encerrada en la cárcel, ahora era libre.

    Bueno, más o menos.

    Todo había sucedido muy rápido, tal y como había dicho la agente de libertad condicional.

    Ayer por la mañana tuvo que tomar una decisión precipitada. Aprovechar la oportunidad de la libertad o permanecer en prisión durante el resto de su condena. Fue una decisión fácil.

    Aceptó el trabajo, metió sus pocas pertenencias en la mochila que le habían dado y se despidió de las reclusas a las que consideraba amigas. Todos lloraron y la abrazaron, deseándole suerte.

    Aceptó el trabajo, metió sus pocas pertenencias en la mochila que le habían dado y se despidió de las reclusas a las que consideraba amigas. Todas lloraron y la abrazaron, deseándole suerte.

    Durante las despedidas, hubo muchos momentos en los que quiso cambiar de opinión y quedarse con lo que ya conocía, pero se guardó el miedo a dejar la cárcel en lo más profundo de su ser y aprovechó la oportunidad de su vida. En menos de una hora, la habían esposado y metido en una camioneta de traslado de la prisión. 

    Veinticuatro horas después, aquí estaba.

    Todo era surrealista.

    Le hubiera gustado poder disfrutar de las escenas de bosques verdes, praderas llenas de rocas, lagos brillantes y el sol dorado de mediados de mayo que entraba por las ventanas de la cabina, pero la inquietud la invadía.

    ¿Había tomado la decisión correcta al venir aquí?

    A medida que el sol comenzaba a ponerse, convertía las nubes blancas e hinchadas en ondas doradas, púrpuras y rosas, y todo lo que había debajo del avión caía en la oscuridad.

    Aterrizamos en dos minutos. Abróchate el cinturón de seguridad, dijo la única piloto al lado de Milena.

    Su nerviosismo aumentó al ver un lago que se veía en la distancia.

    Asintió con la cabeza, y el olor a combustible y aceite que se respiraba en el interior de la cabina le hizo sentir un nudo en el estómago. Se esforzó por abrocharse el cinturón de seguridad y se estremeció al oír el tintineo de las cadenas de un metro de largo en las esposas que mantenían sus muñecas cautivas en los reposabrazos del asiento.

    Estar así encadenada y que la considerasen una persona problemática la humillaba.

    El guardia que la había acompañado durante la noche en el hotel y luego al aeropuerto le había explicado la necesidad de los grilletes en el pequeño hidroavión. Era por la seguridad de la piloto, le había explicado el guardia. A veces los convictos tenían el impulso irrefrenable de intentar tomar el control del vuelo y si ocurría algo terrible como eso no se vería bien para los programas que ayudaban a los convictos a obtener la libertad condicional anticipada.

    Ese es tu muelle, dijo la piloto, que tenía más o menos la edad de Milena, señalando con la cabeza el lago.

    Si pensaba que Milena podía ver un muelle, estaba muy equivocada. El lago era grande, tal vez un kilómetro y medio de ancho y tres y algo de largo. Todo lo demás parecía en miniatura. La orilla estaba bordeada de rocas y el lago estaba rodeado de un oscuro páramo negro.

    Dios, con el sol poniéndose sobre la tierra, todo tenía un aspecto espeluznante.

    Se tensó mientras las dudas colgaban sobre su cabeza como el lazo de un verdugo. Esto era una auténtica locura. Debería estar contenta de haber salido de la cárcel. Era libre. Sin embargo, estaba aterrorizada.

    A medida que el lago se hacía más grande, parecía de color negro medianoche y desalentador.

    Su corazón palpitaba con una velocidad enloquecida cuando empezó a tener visiones del avión estrellándose en el agua y aquí estaba ella con las manos atadas por las esposas ¡y ni siquiera sabía nadar!

    Milena cerró los ojos y se esforzó por calmar su respiración. Deseó que Cowboys Online le hubiera dado un trabajo normal en una ciudad o un pueblo. En algún lugar alejado del agua. No le gustaba el agua. Nunca le había gustado.

    Gritó cuando los pontones del avión chapotearon en el lago, balanceando suavemente el avión. Se sacudió y maldijo en voz baja cuando el agua golpeó los flotadores metálicos huecos.

    El estruendoso rugido del motor le hizo querer taparse los oídos. Afortunadamente, el rugido se convirtió rápidamente en un ronroneo y Milena pudo finalmente relajarse. Un poco.

    ¡Uf! Aterrizaje seguro. Todo estaba bien.

    Gracias, Dios. rezó en silencio.

    Pasaron unos minutos mientras el avión seguía moviéndose.

    Mantenía los ojos cerrados. El malestar seguía pegado a su estómago y sabía, sin duda, que se pondría enferma si no salía al aire libre y pronto. 

    Ya casi hemos llegado, dijo la piloto. Había un tono subyacente de diversión en su voz. ¿Cómo se llamaba cuando la presentaron en Thunder Bay? Kay algo. Kayley, ese era su nombre.

    ¿Pensé que dijiste que no te daba miedo volar? Preguntó de repente la piloto.

    No me da miedo, respondió Milena.

    No quería entrar en detalles sobre su miedo al agua y agradeció que la mujer se limitara a gruñir.

    El avión se movía ahora suavemente sobre el agua y Milena sintió que estaban disminuyendo la velocidad.

    No veo ningún comité de bienvenida. ¿Seguro que saben que vienes? Preguntó la piloto.

    Apenas le había dicho cinco frases a Milena durante las dos horas de viaje, ¿y ahora le hacía preguntas?

    Milena frunció el ceño y abrió los ojos. Deseó no haberlo hecho.

    El muelle al que se dirigían era demasiado pequeño y estaba demasiado cerca del agua espeluznante. Había pequeñas cosas plateadas que salían disparadas y volvían a chapotear en el agua dejando anillos que ondulaban hacia fuera.

    Los peces están saltando esta noche. ¿Sabes qué significa eso? preguntó Kayley.

    Milena negó con la cabeza.

    Los peces tienen hambre y están buscando mosquitos para cenar. Una comida deliciosa. La piloto se rio. Sus ojos eran brillantes y alegres mientras dirigía el hidroavión hacia el muelle.

    Milena recordó haber visto una felicidad similar en su amiga, Jennifer Jane Watson, o JJ, como la llamaba todo el mundo, cuando realizó un aterrizaje seguro con su propio hidroavión.

    Sólo pensar en JJ hizo que Milena deseara haber podido contactar a su amiga y avisarle que estaba en algún lugar de la profunda naturaleza del norte de Ontario al igual que JJ.

    Su antigua amiga de la cárcel tenía ahora tres vaqueros que la mantenían a salvo, una pequeña bebé a la que amar y una rústica casa de campo que atender, y había habido muchas noches en las que Milena había rezado para que Dios mantuviera a salvo a su amiga y a su nueva familia.

    También se había atrevido a rezar una o dos oraciones para sí misma. Una oración pidiéndole a Dios que viera la posibilidad de ser la mitad de afortunada que JJ y que encontrara un lugar al que llamar hogar.

    Una existencia pionera en el desierto no había sido lo que ella había imaginado, pero su madre siempre le había dicho que Dios trabaja de forma misteriosa y que debía tener fe.

    No estoy segura de qué hacer contigo si no hay nadie aquí. No puedo llevarte de vuelta y se me hace muy tarde para mi próximo trabajo.

    Kayley frunció el ceño y Milena se dio cuenta de que Kayley podía decidir dar la vuelta al avión y llevarla de vuelta a la ciudad.

    De ninguna manera iba a volver a la cárcel. Prefería morir de hambre aquí si era necesario.

    Mi agente de libertad condicional me dijo que toda la información les había sido enviada.  ¿Quizá se han retrasado?

    ¿Él? ¿Cuál de ellos? Son tres, dijo la piloto con el ceño fruncido mientras maniobraba su avión más cerca del muelle.

    El estómago de Milena se hundió.

    ¿Tres? ¿Por qué había asumido que el lugar era propiedad de una pareja? Un hombre y una mujer.  ¿Por qué no había hecho más preguntas?

    Ahora que lo pienso, no me dijeron quién estaría aquí. Todo sucedió tan rápido, admitió Milena.

    La piloto no dijo nada, y Milena tragó saliva mientras el muelle se acercaba. Sólo eran unos cuantos tablones de madera, por el amor de Dios.

    Por suerte, el malestar en su estómago no se agravó y un momento después el avión se acomodó contra el muelle. Por suerte, no se desmoronó.

    El motor chisporroteó y luego se apagó.

    La piloto se apresuró a salir de su asiento y, con la llave que había colocado en su llavero, la introdujo en el ojo de la cerradura de las esposas de Milena. Las esposas se abrieron y cayeron. Milena se frotó rápidamente las muñecas doloridas.

    Lo siento, protocolo. Perdería mi trabajo si te soltara y secuestraras el avión.

    Pero si ni siquiera sé volar, estalló Milena con un repentino ataque de enojo.

    Te sorprendería saber cuántos presos aprenden a volar utilizando programas de simulación de vuelo mientras están en prisión.

    Vaya. ¿Por qué no había pensado en eso?

    Podría saltar sobre ti ahora mismo y llevar tu avión a Tim buck Two[1], bromeó Milena mientras la piloto colocaba las esposas en una consola cercana.

    Diablos, chica. Ya estás aquí. La piloto le guiñó un ojo.

    Ay.

    Escucha, no me enviarían aquí por nada. Así que estoy segura de que tus jefes se están retrasando. Yo también voy retrasada. Y está oscureciendo. Puedo darte mi linterna. Sólo sigue el sendero todo terreno que comienza al final del muelle.  Te llevará directamente a su cabaña. Es un paseo de unos quince minutos y está cerca de un arroyo todo el camino. El sendero desemboca en un enorme prado y ahí es donde encontrarás su cabaña.

    ¿Un arroyo? ¿Más agua? ¡Mierda!

    De repente, Milena tuvo el impulso de pedirle a la piloto que la sacara de aquí y la llevara a la cárcel. No estaba hecha para trabajar en un rancho de caballos en medio de la nada.

    Toma, ponte un poco de esto. Es un insecticida casero. Aceite de citronela, un poco de vinagre de sidra de manzana, un poco de avellano de bruja y un poco de aceite de limón. Es tu mejor amigo aquí durante la noche y la madrugada, cuando los mosquitos se portan peor, dijo la piloto mientras sacaba una botella de plástico que contenía un líquido amarillo. Milena observó cómo la piloto se rociaba los brazos desnudos y se echó un poco en la cara. El olor era agradable. Un aroma similar al del limón.

    Tu turno, le dio la botella a Milena.

    Milena se quedó mirando, sin saber qué hacer con él. Nunca había tenido una botella de espray.

    Kayley debió notar su vacilación y comenzó a mostrarle partes de la botella.

    Sólo tienes que pulsar el botón, pero asegúrate de que el espray no se dirige a tus ojos. Aquí está el hoyito por donde sale el líquido. Mantenlo alejado de su cara y luego sólo rocía cualquier piel expuesta. Quédate con la botella. Considéralo un regalo de inauguración.

    Oh, Dios mío, ¿qué clase de lugar es este cuando una botella de insecticida se considera un regalo de inauguración?

    Toma, toma esto también. Un regalo de mi parte. Puedo recoger otra en el aeropuerto.

    La mujer le entregó a Milena una gran linterna de plástico roja. Luego salió de la pequeña cabina y se movió rápidamente por el pasillo deteniéndose a mitad de camino.

    Un momento después, Milena escuchó cómo se abría la puerta del avión. Se revolvió en su asiento y vio a Kayley salir por la puerta abierta. Había desaparecido tan rápido que Milena no sabía qué hacer, así que no hizo nada. 

    En la cárcel había aprendido a no hacer ningún movimiento hasta que se lo ordenaran. Así que se sentó a esperar instrucciones. Observó cómo la piloto aparecía en el muelle, atando una cuerda unida al avión a un enganche metálico en un tablón.

    A través de la inminente penumbra, la piloto miró de repente a Milena, sonrió e hizo movimientos con la mano indicándole que se rociara con la botella.

    Milena asintió. Apuntó el hoyito en dirección contraria a ella como le habían indicado y se roció los brazos, el dorso de las manos y el cuello. Le gustó el aroma. Sólo esperaba que no les gustara a los mosquitos.

    Cuando terminó, se dio cuenta de que la piloto le hacía señas para que saliera.

    El nerviosismo la invadió mientras abandonaba su asiento y se dirigía con piernas temblorosas hacia la puerta.

    A mitad del pasillo, agarró su mochila, levantó la solapa, metió el frasco de espray y se colgó la mochila a la espalda. Se detuvo en la entrada del avión con la linterna en la mano. Había una escalera metálica justo fuera. Debajo de ella, vio el agua negra moviéndose espeluznantemente contra el muelle, lista para atacar, agarrar y arrastrarla hacia abajo si hacía un movimiento equivocado.

    Oh, Dios mío. No quería bajar por esa escalera tan empinada.

    ¡Oye! ¿Vienes?  La luz del día está yendo. El grito de la piloto la hizo volver a la realidad.

    ¿Llamaba a esto luz del día?

    Súper idea venir aquí, Milena. Una auténtica estupidez.

    No se atrevió a mirar a su alrededor mientras bajaba la escalera y se subía al pontón que se movía ligeramente.

    Por suerte, Kayley estaba allí. Le extendió la mano y Milena la agarró con ganas. La piloto debió percibir su inquietud y su incomodidad porque ayudó a Milena a subir al muelle con suavidad y lentitud. Por suerte, las tablas eran sólidas bajo sus pies y un momento después pisó tierra firme. 

    Vamos, no llego tan tarde como pensaba. ¿Qué tal si te acompaño unos minutos? dijo la piloto.

    Le hizo un gesto a Milena para que la siguiera. A Milena le pareció extraño que todo este protocolo de tenerla sujeta y ahora la dejaran libre. Raro.

    Bueno, quizá no tan raro. El agente de libertad condicional le había advertido de que la vida salvaje la mataría aquí.

    Milena se estremeció y siguió rápidamente a Kayley. Apenas podía ver cuando se adentraron en el bosque y siguieron un camino bien trazado con marcas de pisadas frescas. Tropezó varias veces, pero rápidamente aprendió a reprimir sus maldiciones y a levantar los pies.

    El arroyo está a tu derecha, pasando la línea de árboles a unos diez metros, dijo Kayley. No te desvíes de este sendero para vehículos todo terreno.  Si lo haces, asegúrate de ir siempre a la derecha porque te encontrarás con el arroyo y éste pasa justo por el prado donde se encuentra su cabaña. Si vas a la izquierda, te perderás en miles y miles de hectáreas desoladas de bosques y praderas.

    Encantador.

    Ahora que el lago estaba fuera de la vista, Milena estaba notando sonidos de chillidos que venían de su lado derecho en el bosque.

    ¿Qué son esos ruidos? Preguntó en voz alta para que se la oyera por encima de los chillidos.

    Ranas. Es la época de apareamiento en el arroyo y los compañeros se están llamando.

    Dios mío, ¿cuántas hay? Suena como una sinfonía fuera de control.

    Probablemente miles. Pero son inofensivas. Les gusta comerse a los mosquitos, al igual que los peces. ¿Ves los mosquitos?

    , respondió Milena.

    Tendría que estar ciega para no verlos. Había bichos volando justo delante de sus ojos y podía oír el zumbido cuando volaban cerca de sus oídos. No la picaban, pero sus pequeños cuerpos rebotaban en su cara. Era bastante molesto.

    Apenas habrá mosquitos cuando llegues al prado. Ah, y ya puedes encender tu linterna. Te ayudará a ver, sugirió Kayley.

    Milena se había olvidado de la linterna que sujetaba con fuerza y la encendió rápidamente. La hizo brillar sobre el suelo y le resultó más fácil caminar. Unos minutos después, Kayley se detuvo.

    Bueno, aquí es donde me devuelvo. Todavía hay suficiente luz para que no me pierda. Sigue el camino y tal vez canta un poco. Por si acaso.

    Milena tragó mientras su garganta se secaba de miedo.

    ¿Por si acaso? Graznó.

    Kayley sacudió la cabeza, lo que hizo que su pelo rubio liso hasta los hombros rebotara.

    Oh, nada serio. Sólo para que los animales sepan que estás por aquí. Así se mantendrán alejados de ti. Bien, fue un placer conocerte y estoy segura de que nos volveremos a ver alguna vez.

    Gracias por el espray para insectos y por la linterna y por acompañarme un rato. Realmente lo aprecio. Te debo mucho. Si hay algo que necesites, ya sabes dónde encontrarme.

    Eso si llegaba a la cabaña con vida.

    No hay problema. Y no te preocupes por los muchachos. No harían daño a una pulga.

    ¿Muchachos? ¿Como si no hubiera ninguna otra mujer en este rancho?

    Oh, genial. Simplemente genial.

    Despidiéndose con la mano, Kayley desapareció de nuevo por el camino del que acababan de salir, y la inquietud envolvió más a Milena mientras se obligaba a seguir caminando hacia delante, sola. El fuerte rayo de luz amarilla la reconfortó un poco y no se atrevió a mirar la oscuridad a ambos lados o detrás de ella. El chillido de las ranas se hacía más fuerte a medida que Milena avanzaba. Vaya, qué grupo de animales más ruidosos.

    Para su sorpresa, el sendero era fácil de seguir con la luz. Los helechos que le llegaban hasta los tobillos abrazaban los lados del sendero y Milena se tensó al ver pequeñas criaturas que saltaban por el sendero.

    Ranas. Docenas de ellas. Saltaban de un lado a otro y ella se esforzaba por no pisar una. Otros sonidos espeluznantes empezaron a filtrarse en el aire húmedo que se oscurecía.

    Unos escalofríos helados la recorrieron cuando una rama se partió en algún lugar a su izquierda. El miedo se apoderó de ella cuando un búho ululó casi directamente sobre ella.

    Oh, Dios, ayúdame a llegar a salvo.

    Aceleró el paso y suplicó con más fuerza.

    Unos minutos después, el estruendo del avión atravesó el chillido de las ranas. El rugido de sus motores se hizo más fuerte y Milena pudo imaginarse el hidroavión de Kayley corriendo por la superficie del lago para ganar velocidad para el despegue.

    Cielos, este lugar era más ruidoso que la cárcel. ¿Quién lo habría pensado?

    Pronto el zumbido del avión se hizo más silencioso y luego desapareció. Kayley la había dejado aquí.

    El corazón de Milena se hundió. Estaba sola. Totalmente sola por primera vez en catorce años.

    ¿Esto de verdad está pasando?

    Las emociones no deseadas la abrumaron. Las lágrimas aparecieron y la cegaron. Oh, Dios, no esperaba derrumbarse en el momento en que se quedara sola.

    La frustración por su repentina falta de control la hizo sollozar. Se secó los ojos con el dorso de la mano derecha y se obligó a avanzar.

    Estaba loca. Tenía que estarlo para venir a vivir con extraños. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué clase de loco dirigía Cowboys Online? ¿Permitir que una mujer recién salida de la cárcel se valiera por sí misma en medio de miles y miles de hectáreas de bosques y lagos?

    ¿Y si se encontraba con un oso?

    Recordaba haber encontrado un oso el verano pasado durante su corta estancia de trabajo en el Rancho Moose. No fue una experiencia nada agradable. Por suerte, un extraño había llegado y la había salvado. Pero parecía que ahora no había ningún extraño que viniera a rescatarla.

    Juró que escuchó un gruñido en el bosque a su izquierda.

    ¡No!

    Un segundo después estaba corriendo y, de repente, el camino se acabó y entró en un prado cubierto de niebla. Se detuvo bruscamente cuando se dio cuenta de que no había más camino que seguir.

    ¿De verdad?

    Quédate a la derecha si te pierdes, había dicho Kayley. ¿O había dicho a la izquierda?

    El corazón de Milena empezó a latir demasiado rápido. Se obligó a respirar más despacio. Había tenido uno o dos ataques de pánico a lo largo de los años y se sentía como si fuera a tener uno ahora.

    Era difícil no tener uno con la situación en la que se encontraba. La prisión hacía eso. Aplastaba tu confianza. Te jodía la cabeza hasta que te sentías como un don nadie.

    Bueno, ella era alguien y era libre. Más o menos. Sólo tenía que sacar lo mejor de esta situación.

    Alumbró con la linterna a su derecha. En la hierba húmeda que le llegaba hasta los tobillos, observó un rastro. Lo seguiría.

    Se adentró en el remolino de niebla fría y se adhirió al sendero que se desviaba hacia la derecha. Tras unos minutos de marcha, se detuvo en seco cuando vio una cabaña de madera justo delante de ella.

    Milena frunció el ceño. Ninguna luz salía de las ventanas. O los propietarios se habían ido a la cama muy temprano o no había nadie en casa.

    Oh, Dios, esperaba que hubiera alguien en casa. Si no era así, iba a ser una larga y fría noche aquí fuera. Aparte de estar tan asustada que sus dientes rechinaban, se dio cuenta de que el aire se había vuelto más frío y húmedo y ¡no tenía ni chamarra ni suéteres!

    Subió tímidamente los escalones hasta llegar a un porche muy largo y muy amplio que consistía en una mesa de picnic de madera. En el extremo de la veranda vio tres sillas de mimbre blancas. Una robusta barandilla de pino hecha a mano acentuaba el porche.

    Se veía bien. Acogedor. Agradable.

    Con las piernas temblorosas, abrió la chirriante puerta de malla y llamó a la puerta de madera. Sus golpes atravesaron el aire que chirriaba como si fueran explosiones y la ansiedad se apoderó de ella mientras esperaba cualquier movimiento desde el interior.

    Silencio.

    ¡No!

    Ahora sí que le temblaban los dedos cuando levantó la mano y volvió a llamar. La niebla blanca se enroscaba a su alrededor como un fantasma que intentaba absorberla. Esperó con impaciencia. Nadie respondió.

    Dio un respingo cuando el búho ululó desde el bosque del que acababa de salir. El sonido era siniestro y la animó a probar el pomo de la puerta. Se sorprendió cuando la puerta se abrió con facilidad.

    Alumbró con su linterna el interior. El aire suave le dio un respiro y susurró una oración de agradecimiento. Entró, cerrando la puerta y dejando fuera el croar de las ranas.

    Era suave y confortable.

    Pionero fue el primer pensamiento de Milena. Rústico, su segundo pensamiento.

    En el centro de la habitación había una estufa de hierro fundido negra. Encima había una cafetera de lata azul. Más allá de la estufa, contra la pared del fondo, había una zona de cocina con una encimera de madera con un fregadero y un único grifo de color plateado. A cada lado de la única ventana de la cocina había varias sartenes y ollas de hierro fundido ennegrecidas que colgaban de largos clavos.

    ¿Hola? ¿Hay alguien en casa? Pero sabía que no obtendría respuesta. Nadie había acudido a la puerta cuando había tocado.

    Dirigió el haz de luz hacia el fondo de la habitación.

    Camas. Contó tres. Eran primitivas, sin cabeceras. Sólo un colchón colocado en un marco de metal colocado sobre troncos cortados. Las cobijas estaban bien metidas debajo del colchón y cada cama tenía dos almohadas. Simple pero acogedor.

    Milena bostezó.

    ¿Dónde estaban los dueños? Pensó en agarrar un par de ollas de la pared, salir y golpearlas para crear algo de ruido y que alguien viniera a inspeccionar, pero le gustaba el silencio de aquí.

    Milena sacó su mochila y la llevó a la cama más alejada de la puerta principal. Estaba muy cansada. No había pegado ojo la noche anterior en el hotel y eso la estaba afectando. La somnolencia la golpeaba como una tonelada de ladrillos. Esperaba que a los propietarios no les importara que se echara una siesta rápida. Se acostó en la cama, colocó la linterna en una mesita de noche cercana y estiró los brazos por encima de la cabeza.

    De repente, observó las ventanas oscurecidas por la noche y una sensación espeluznante le golpeó en la boca del estómago.

    ¿No hay cortinas? ¿De verdad?

    Cualquiera podría estar ahí fuera mirándola.

    Maldijo en voz baja mientras se inclinaba y cogía la linterna. Dirigió el haz de luz hacia la puerta y se dio cuenta de que no había ni siquiera una cerradura en el pomo de la puerta ni en ningún lugar cercano a ella.

    Oh, genial.

    Debería levantarse y colocar algo contra la puerta. Algo que se cayera si alguien entraba. Pero esa idea fue fugaz cuando una voz interior le dijo que los animales no sabían abrir puertas. Sólo las personas. Y no parecía haber gente aquí en este momento.

    Además, la estaban esperando...

    Volvió a poner la linterna sobre la mesita de noche, la apagó y se dio cuenta de que ni siquiera le importaba la sombría oscuridad. Los párpados le pesaban tanto que ya no podía mantenerlos abiertos.

    * * * * *

    Oye chica, vas a estar bien. Cuidaré de ti, dijo Paul en voz baja al joven halcón gerifalte que tenía en sus manos.

    Mitch sonrió al ver que Paul ponía con cautela al pájaro blanco del tamaño de un cuervo grande en una de las varias jaulas de madera enrejada que se alineaban en la pared de la oficina del granero. Paul era veterinario y siempre encontraba algún animal herido, débil o abandonado al que atender.

    Le hablas como si fuera tu mujer, bromeó Mitch.

    Paul sonrió al ver cómo el pájaro tambaleante se abalanzaba inmediatamente sobre el ratón de campo que Paul había metido en la jaula momentos antes.

    También es rara como una esposa. ¿Sabes lo raro que es un halcón gerifalte tan al sur?

    Sí, me lo has dicho mil veces desde que la encontraste, respondió.

    El que le disparó es un completo idiota, se quejó Paul.

    Mitch hizo una mueca cuando el ratón chilló de dolor cuando las garras del halcón blanco como la nieve lo agarraron. Un picotazo en la cabeza del ratón y estaba muerto. El ratón fue devorado en cuestión de segundos.

    Ella también tiene hambre como una esposa, rio Mitch.

    Sólo estás celoso, respondió Paul con un guiño.

    No, ella es demasiado plumífera para mí. Prefiero que mi esposa sea bonita y desnuda, si sabes lo que quiero decir, dijo Mitch.

    Paul maldijo en voz baja.

    Vamos hombre, no me hagas visualizar sobre una mujer o me veré obligado a ir a la ciudad en busca de compañía femenina.

    Mitch no respondió.

    Ambos sabían que la búsqueda de compañía estaba totalmente descartada. Ninguna mujer en su sano juicio querría venir aquí, a las tierras salvajes del norte de Ontario, y experimentar la vida de los pioneros durante un periodo de tiempo prolongado.

    Se necesitaría una mujer fuerte como la que su hermano mayor Brady había conseguido a través del programa de convictos Cowboys Online de su hermana. Y Mitch ya le había hecho prometer a Jenna que no enviaría a una mujer al Rancho Snowy Creek como había hecho con su hermano. Ella le había asegurado que les enviaría un hombre fuerte que fuera capaz de hacer el trabajo manual extra y que disfrutara de la soledad.

    Mitch colgó la brida en la que había estado trabajando en un gancho y luego se dirigió hacia la puerta de la oficina.

    Será mejor que volvamos a la cabaña, comamos algo rápido y durmamos un poco. Se hace tarde, dijo mientras levantaba la única linterna de gas que colgaba de un gancho.

    ¿Vienes? Preguntó cuándo se dio cuenta de que Paul seguía sentado en el taburete frente a la jaula. Observó al halcón que ahora estaba acurrucado en la generosa cantidad de heno que Paul había colocado en la esquina de la jaula. 

    Sí, la mujer se ha instalado para pasar la noche. Con la barriga bien llena, dormirá bien, dijo Paul cuando finalmente se puso de pie y se dirigió a Mitch.

    Mitch sacudió la cabeza y ambos salieron al exterior. Estaba bastante oscuro y la linterna les sería útil para iluminar el camino de vuelta. Normalmente llevaban los vehículos todoterreno a los graneros, pero como había sido una tarde tan inusualmente cálida, habían decidido dar un paseo hasta el granero más cercano para alimentar al halcón que Paul había encontrado herido hacía unos días.

    Esta noche se había enfriado. Pero este tiempo era mucho mejor que las noches heladas y los días gélidos que habían pasado durante su primer invierno aquí. Afortunadamente, a partir de ahora todos los días serían más cálidos y Mitch no podía esperar a no tener que usar chamarra en las noches.

    Levantó la linterna de gas para que Paul tuviera suficiente luz para cerrar la puerta del granero y un momento después estaban caminando por el sendero que bajaba por la ladera.

    La linterna proyectaba un resplandor espeluznante contra la fría niebla blanca que se había asentado sobre el pasto y aceleraron el paso, deteniéndose sólo para abrir y cerrar la puerta del prado, y luego siguiendo el sendero hasta que finalmente llegaron a la cabaña media hora después.

    Permanecieron en silencio mientras subían los escalones y un momento después entraron en el edificio.

    Para sorpresa de Mitch, Paul se detuvo bruscamente, y Mitch chocó con él casi dejando caer la linterna de gas.

    Estaba a punto de pegarle a Paul en el brazo y decirle que espabilara con su parada tan repentina, cuando Mitch olfateó el aire. Olía ligeramente a limón. Era un olor agradable.

    Mitch se tensó.

    ¿Una mujer?

    ¿Hueles eso? preguntó Paul con voz tranquila pero alerta.

    , susurró Mitch.

    ¿Crees que Daeg ya ha vuelto de la ciudad? Preguntó Paul.

    Había bajado la voz hasta apenas un susurro, lo que hizo suponer a Mitch que Paul estaba pensando lo mismo que él.

    Daegan había traído a una mujer de la ciudad. Eso es lo único que se le ocurrió a Mitch con respecto al fresco aroma a limón.

    El perfume no era abrumador ni nada parecido. Era lo suficientemente suave como para mantener su atención. Mitch levantó la linterna y la luz salpicó aún más la cabaña de una sola habitación. Las camas aparecieron de inmediato.

    Había tres de ellas alineadas contra la pared oeste de la cabaña. La primera, la cama de Daegen, estaba vacía. La del medio, la cama de Paul, también estaba vacía.

    Se le cortó la respiración cuando vio su cama, escondida cerca de la esquina más lejana.

    Tragó saliva cuando se le secó la boca. Pudo distinguir fácilmente el delgado contorno de las curvas bajo las mantas.

    Y había un largo cabello castaño claro salpicado en la almohada. Y una cara que estaba ligeramente girada hacia ellos. Una cara muy bonita.

    ¿Qué demonios? Parece que alguien está durmiendo en tu cama, susurró Paul desde su lado. La conmoción se apoderó de su voz.

    Mitch no pudo responder. Sólo pudo mirar la perfección.

    Estaba acostada de espaldas. Unas largas pestañas negras enmarcaban sus ojos cerrados. Tenía una nariz de forma impecable, pómulos altos y una boca de forma generosa que hacía pucheros mientras dormía.

    Esto explicaría el avión que escuchamos antes. Daegen debe haberla traído. Susurró Paul.

    Sí, bueno, ¿por qué está durmiendo en mi cama y no en la suya? ¿Y dónde demonios está él? Mitch susurró de vuelta.

    La irritación estaba empezando a ver a través de él. Daegen tenía algo de valor al traer a una mujer, especialmente después de que los tres habían acordado que no habría mujeres hasta que el rancho floreciera.

    ¿Debemos despertarla? preguntó Paul.

    Mitch apenas podía oírle ahora que su ira empezaba a dispararse y sus oídos a zumbar. Estaba cansado y ahora una mujer estaba en su cama.

    Te juro que cuando lo vea lo voy a colgar de las pelotas en el tendedero. Acordamos que nada de mujeres hasta que estuviéramos establecidos.

    Paul se encogió de hombros. Tal vez esté en el baño después de que ellos...

    ¡Bueno, ciertamente espero que no lo hayan hecho en mi cama! gruñó Mitch.

    No es su estilo traer a una mujer extraña y no veo ninguna evidencia de que esté aquí. Su bolsa de viaje no está aquí. Y siempre tiene una comida o algo esperándonos cuando vuelve. Podría ver por qué no en este caso... pero no creo que haya vuelto. Todavía no debe hacerlo. ¿Tal vez es una intrusa? ¿Irrumpió y entró? Sugirió Paul.

    No hay cerraduras en las puertas. No se puede forzar la entrada, murmuró Mitch y se tensó cuando el cuerpo bajo las mantas se movió.

    Mitch dio un paso atrás.

    ¡Mierda! ¿Qué debían hacer?

    Bueno, si Daegen la trajo o no, parece que tenemos una mujer entre manos, susurró Paul.

    Mitch asintió. El nerviosismo lo sacudía. Sólo podía observar a la mujer y esperar que no se despertara.

    Capítulo Dos

    Milena abrió los ojos y la confusión la golpeó. ¿Dónde estaba?  No reconocía el techo. Era de madera, no de estuco blanco. ¿Por qué no estaba en su celda? ¿Qué estaba pasando?

    Bien. Cálmate. Reconstruye todo.

    Respiro lentamente, reprimió el pánico y se esforzó por contener sus pensamientos acelerados.

    ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy?

    Bien. Una reunión en la prisión. Vaqueros en Línea. Un hidroavión. Un lago espeluznante. Un prado brumoso. Ranas. Un gruñido. Un búho. Una cabaña.

    Sí, una cabaña. Ahora recordaba, No había nadie.

    Estaba exhausta. Se había dejado caer en la cama y se durmió. Luego se despertó con frio y se quitó los zapatos y los calcetines húmedos y se metió debajo de las cobijas, Pero ahora había una luz prendida en el cuarto.

    ¿Había dejado la lámpara prendida?  Parpadeó. No, la había puesto en la mesita de noche a un lado de ella.

    Disculpe, señorita, pero ¿qué está haciendo durmiendo en mi cama?

    La voz enojada de un hombre llegó desde el otro lado del cuarto.

    Oh, no. Oh, no.

    ¿Su cama? ¿El dueño?

    Este no era la mejor forma de causar una buena primera impresión al jefe. Debería de haberse quedado afuera y refugiarse en una de esas sillas blancas en el porche. Oh, ¿por qué entró?

    No pudo evitar encogerse cuando una figura alta apareció junto a la cama. Corrige eso. Su cama.

    Parpadeó hacia él. Sintió un calor inesperado que la recorría.

    Bonito, fue su primera impresión de él. Sexi. Tenía los hombros anchos y una mandíbula robusta ensombrecida por bello oscuro. Su cabello, de longitud media, era castaño oscuro y ondulado, y se lo llevaba el viento. Le vendría bien un corte de cabello, pero a ella le gustaba su aspecto tal y como era.

    Desenfadado, occidental y rudo.

    Por no hablar de los ojos azules de ensueño... y era tan alto. Más de dos metros. Dios mío. Le resultaba familiar. ¿Lo había visto antes? ¿Pero dónde?

    Simplemente no podía ubicar dónde, pero sabía que si lo hubiera conocido antes, lo habría recordado.

    Hola. Soy Milena. ¿Me envían de Vaqueros en Línea? Y... Fue todo lo que pudo decir cuando el hombre maldijo. Violentamente.

    ¡Mierda! Me jodió. Voy a matarla.

    ¡Oh, Dios mío! ¡El hombre estaba loco! ¡Y no tenía armas para protegerse!

    Instintivamente se encogió más en la cama y apretó las cobijas alrededor de su cuello.

    Tranquilo, Mitch. La estás asustando.

    Otro hombre apareció de repente junto al loco. Era igual de alto, igual de ancho de hombros, pero un torso más delgado. Tenía el cabello castaño más corto y unos suaves ojos marrones. Igual de guapo que el primer tipo.

    Por suerte, éste no tenía el ceño fruncido. Pero sí tenía una sonrisa vacilante y cálida.

    Ella se tensó cuando él le tendió la mano de repente. ¿Quería darle la mano?

    Hola. Soy Paul. Este es Mitch. No suele ser tan descortés. Paul frunció el ceño al otro tipo y sacudió la cabeza. Parecía que le estaba advirtiendo.

    Bien. Porque los locos le daban miedo.

    "Vivimos aquí. Jenna debe haberte enviado. Es la dueña de Vaqueros

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