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Los moradores de la basura
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Los moradores de la basura
Libro electrónico103 páginas1 hora

Los moradores de la basura

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Información de este libro electrónico

Cuando Rumanía por fin entra a formar parte de la Unión Europea, Pilip Arsenova decide cumplir su sueño de salir de su país y viajar a España. Es un trabajador responsable y atento y piensa que su futuro no podría ser más prometedor. Pero cuando llega a Los Cristianos, en el sur de Tenerife, descubre que las cosas no son como las había imaginado. La crisis azota con fuerza y no hay nada más difícil que encontrar un trabajo honrado. El dinero se esfuma, y los moradores de la basura, un grupo de personas que viven de lo que la sociedad desecha, son los únicos que pueden ayudar a Pilip. Pronto entiende que, en el mundo al que ha ido a parar, llegar a cometer el crimen más horrible es su mejor opción para sobrevivir.

'Los moradores de la basura' explora cómo una decisión equivocada puede arrastrar al ser humano poco a poco hasta la desesperación, de qué manera un sistema en el que se da de lado a los más débiles puede convertirnos a todos en víctimas. Una novela que nos lleva a reflexionar acerca de la deshumanización de una sociedad adormecida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2016
ISBN9788416281329
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    Los moradores de la basura - Raquel Hernández

    Publicado por:

    www.novacasaeditorial.com

    info@novacasaeditorial.com

    © 2014, Raquel Hernández

    © 2014, De esta edición: Nova Casa Editorial

    Editor

    Joan Adell i Lavé

    Coordinación Editorial

    Carlos Cote Caballero

    Cubierta

    Vasco Lopes

    Ilustración de portada

    Raúl Ortega

    Maquetación

    Martina Ricci

    Impresión

    QP Print

    Revisión

    Carlos Cote Caballero

    Primera edición: Febrero del 2015

    Depósito Legal: DL B 1410-2015

    ISBN: 978-84-16281-32-9

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

    Raquel Hernández

    LOS MORADORES DE LA BASURA

    Nova Casa Editorial

    Dedicada a todas las personas que, como yo, vivieron de cerca la tragedia y sintieron que perdían la fe en el ser humano.

    Y especialmente a Alejandro Rayco Gonzalez,

    quien ha sido una fuente de inspiración.

    NOTA DE LA AUTORA

    Amanecía en la isla de Tenerife. Un cálido día de mayo, que comenzaba con el sonido del despertador. Al llegar al trabajo uno de mis compañeros bromeó sobre el viernes 13, hoy es viernes 13, ni te cases ni te embarques. Nunca he creído demasiado en esas cosas, así que me reí. Pero a partir de ese día, soy algo más supersticiosa.

    Durante la mañana, una señora entró y nos dijo que en un bazar cercano habían decapitado a una mujer. Mi primera reacción fue de incredulidad. Me resultaba inconcebible que a las diez de la mañana, en un lugar turístico y transitado por tanta gente, pudiese pasar algo tan terrible.

    La gente que comenzaba a llenar el establecimiento hablaba sobre el hecho como si de una película se tratase. En busca de una explicación, llegué a la conclusión de que debían encontrarse en estado de shock. Hasta había alguien que estaba manchado de sangre, y presumía de haber chocado con el asesino.

    Fui al baño y vomité el desayuno. Cuando estaba allí arrodillada, intenté calmarme y respirar profundamente. Me pregunté a mí misma por qué vomitaba, ya que no había visto nada. No se me ocurrió unirme a la muchedumbre, que observaba la cabeza que yacía en una acera esperando al forense. Caí en la cuenta de que vomitaba por la actitud de la gente ante la tragedia. Las personas que había visto estaban totalmente deshumanizadas. Sentí aversión y asco.

    Al terminar la jornada, caminé atravesando la calle hasta el aparcamiento y sentí miedo. Por primera vez, sentí miedo por mi vida. Cualquier persona podría presentarse y quitarme la vida, a cualquier hora, delante de quien fuera. Era realmente aterrador.

    Mientras conducía lloré. Lloré por aquella mujer, por su familia y por lo que habíamos perdido ese día, la seguridad y la fe. Porque sabía que también había mucha gente que se sentía como yo.

    Al llegar, abracé a mi familia, porque le podría haber tocado a cualquiera de nosotros ser la víctima aquel día. Y no podía soportar la idea de no haber podido abrazarlos de nuevo.

    Respiré profundamente y, como hago siempre, comencé a escribir esta historia, para curarme.

    Esta historia está inspirada en ese día. Porque en esta historia no hay una víctima y un verdugo, solo víctimas. La mujer estaba en el momento y el lugar equivocados y él era víctima de un sistema en el que damos de lado a los más débiles, a los perdedores, a los que necesitan ayuda.

    Hablamos de ayudas al tercer mundo, cuando a nuestro alrededor viven muchas personas que nos necesitan.

    Así que he querido transmitir en este libro cómo se pudieron sentir ambas personas. Qué las hizo llegar a esa situación. Reflexionemos, que cualquiera de nosotros puede convertirse en alguno de los protagonistas de esta historia. Las decisiones equivocadas nos llevan ante un destino no elegido.

    1

    Sighisoara amanecía envuelta en nubes que amenazaban con convertir lo que debería ser un día primaveral de finales de mayo en tormenta. Pilip Arsenova caminaba deprisa por la calle adoquinada que separaba su casa del restaurante donde trabajaba, mirando con desazón el cielo.

    Hoy llegaba un autobús con turistas desde Bucarest, y para que estos disfrutasen de la ciudad necesitaban que no lloviese. Pilip llevaba trabajando dos años en el restaurante, uno de los más importantes de la ciudad. Se sentía realmente afortunado al tener ese trabajo, ya que al acabar el instituto la mayoría de sus compañeros habían tenido que irse a Bucarest, la capital de Rumanía, para continuar sus estudios o conseguir trabajos con condiciones muy precarias ante la escasez de puestos de trabajo en su ciudad natal. Pero él había decidido quedarse junto a su amigo Alexei. Juntos habían planeado ahorrar lo suficiente para emigrar a Europa.

    Llegó frente al restaurante, un edificio magnífico de tres plantas con grandes ventanas de madera oscura y dos pequeños balcones. Se decía que Vlad Tepes había vivido allí y, desde que la novela de Bram Stocker se había llevado al cine, la ciudad no dejaba de recibir turistas continuamente.

    Entró precipitadamente en el comedor y vio que todavía no había llegado nadie. Con sumo cuidado comenzó a extender los manteles de lino blanco en las mesas, acompañándolos de un centro de mesa que se componía de un pequeño plato con una vela encima y por último un juego de cubertería y una servilleta donde se podía leer la casa de Vlad Tepes.

    —Hola, ¿cuándo has llegado? —le preguntó Oana, la cocinera.

    —Hará unos quince minutos —le contestó sin levantar la mirada de las mesas.

    —Eres un buen trabajador —le sonrió dulcemente.

    —Gracias Oana. —Levantó su mirada y le hizo una señal de agradecimiento.

    Oana ejercía de cocinera en el restaurante desde su juventud. Tenía cincuenta años, con unos grandes ojos azules y una piel aterciopelada y blanca, la cual le confería un aspecto angelical, pero nada más lejos de la realidad. Con un carácter de acero, era la mano derecha del propietario y no regalaba ni sonrisas ni halagos. Pilip se sintió sumamente orgulloso y, mientras Oana se dirigía hacia la cocina para comenzar sus quehaceres, él, con una sonrisa dibujada en su rostro, terminó de preparar las mesas.

    Colocando la última servilleta apareció su jefe.

    —¿Ha llegado la cocinera? —preguntó.

    —Sí señor —le dijo respetuosamente.

    Sin dirigirle ni una palabra más, cruzó el comedor a grandes zancadas. Antes de cruzar el umbral de la puerta, se dio media vuelta.

    —Baja las luces y sal a la plaza para dar la bienvenida a los turistas —y desapareció tras la puerta.

    Su jefe era un hombre rollizo, que se había quedado calvo hacía demasiados años pero adornaba su cabeza con un absurdo peluquín. Aunque le estaba agradecido

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