Un Padre para Navidad: Navidades Veteranas
Por Rachelle Ayala
4.5/5
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Kelly Kennedy es una madre soltera que no puede permitirse comprar abundantes regalos para su hija de cuatro años, Bree. El veterano sin hogar Tyler Manning no cree merecerse unas felices navidades.
Cuando Bree le pide a Papá Noel un padre y elige a Tyler, tanto Tyler como Kelly se comprometen a evitar que Bree resulte herida mientras luchan contra los sentimientos que tienen el uno por el otro.
Tyler lucha contra aterradores recuerdos que asustan a Kelly. Mientras tanto, el pasado criminal de Kelly amenaza su oportunidad de encontrar la felicidad. Tyler y Kelly deben creer en el poder del amor para que Bree tenga las mejores navidades de su vida.
Rachelle Ayala
Rachelle Ayala is the author of dramatic romantic suspense and humor-laden, sexy contemporary romances. Her heroines are feisty, her heroes hot. Needless to say, she's very happy with her job.Rachelle is an active member of online critique group, Critique Circle, and a volunteer for the World Literary Cafe. She is a very happy woman and lives in California with her husband. She has three children and has taught violin and made mountain dulcimers.Visit her at: http://www.rachelleayala.net and download free books at http://rachelleayala.net/free-books
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Traducido del original por Cinta García de la Rosa: http://cintagarcia.com
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Los personajes y eventos descritos en este libro son ficticios. Cualquier similitud con eventos reales o personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia y no fue la intención de la autora.
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Dedicatoria
Para todos los veteranos que dan tanto.
Capítulo 1
~ Kelly ~
–Quiero un papá para navidad –le dice Bree, mi hija de cuatro años, a Papá Noel. Ella da saltitos en su regazo y le tira de la barba. –Un papá de verdad para que juegue conmigo y me lleve al zoo.
–Quieres decir un cachorrito –intervengo, mi rostro ruborizado de calor. Desde que inscribí a Bree en preescolar, ella se ha dado cuenta de que le falta un padre y me está presionando para que encuentre a uno. Ella incluso sugirió que colgara carteles en los postes de teléfono como se hacía con las mascotas perdidas.
–No, mamá tonta– Bree se cruza de brazos y sacude sus tirabuzones rubios. –Quiero un papá con dos piernas y dos manos.
El Papá Noel proporcionado por el centro comercial se ríe. –Y un papá tendrás.
Risitas y murmullos surgen de entre las mujeres detrás de mí.
–Yo también necesito uno de esos –dice una joven madre con un niño pequeño en brazos. –Veamos, metro noventa, tremendamente sexi, y con el cuerpo de un bombero.
–Oh, sí –contesta otra madre con dos niños pequeños que no paran de retorcerse. –¿Tenéis un catálogo? Puedo pasarme horas babeando en vez de limpiar babas.
Igual que las horas que pasé examinando anónimos perfiles de donantes de semen cuando era una banquera de inversiones de éxito preocupada por sus ovarios que envejecían y la probabilidad de que me preñaran sin que me tocara la lotería de los maridos.
Bree abraza a Papá Noel. –¿Estará debajo del árbol? ¿Lo prometes?
–Claro que sí –Papá Noel le choca los cinco.
–¿Foto? –trasteo con mi cámara, una vieja Canon prestada de mi madre, pero la luz de la batería parpadea y la cámara se apaga. Mientras tanto, el elfo manejando la cámara profesional dispara unas cuantas fotos de mi dulce hija besando a Papá Noel. Ugh, me pregunto cuántos gérmenes impregnan esa barba de poliéster.
Papá Noel me tiende a Bree y guiña el ojo. –¿Debería poner un Smartphone debajo del árbol para usted?
Necesitaré mucho más que un Smartphone, como el alquiler, las facturas, y los pagos del coche. No solo era una ex banquera de inversiones, sino que fui lo suficientemente estúpida como para creer mi propia investigación y terminé perdiéndolo todo por un chivatazo erróneo.
–No, ella también quiere un papá –Bree tira de la manga de mi abrigo. –La oigo rezar para que llegue uno cada noche.
Por suerte, Papá Noel no contesta. Ya está recibiendo al bebé de la mujer detrás de mí. Y en realidad no, no estoy rezando para conseguir un hombre, pero Bree oye lo que quiere oír y, en su pequeña mente, todos nuestros problemas se verán resueltos cuando la guapa y principesca figura paterna emerja para llevárselas en un trineo hecho de algodón de azúcar tirado por un rebaño de renos arco iris.
En cuanto a mí, yo me conformaría con responsable, solvente, y bien dotado, aunque en mi profesión... digo, anterior profesión, nunca vi la necesidad de tener un hombre, especialmente los banqueros que mantenían vivo el negocio de la mitad de clubs de alterne de Manhattan. No, gracias.
El elfo que hace las fotos me sonríe y me da un ticket por la foto. –Serán veinte dólares por una foto o treinta y cinco por el paquete.
–Quiero un viaje en tren–. Bree se retuerce en mis brazos y señala al tren en miniatura del Holiday Express que está dando vueltas dentro de la cerrada área de juegos del país de las maravillas invernales en el centro comercial. –Cuando mi papá aparezca, me llevará en el tren y podemos saludarte con la mano.
Sujetando el ticket de la foto de Bree con Papá Noel, me paso por el mostrador de las fotos convenientemente situado cerca de la cola para el tren del Holiday Express. Mi escaso salario tiene que ser estirado durante las navidades, las primeras desde mi condena por el uso de información privilegiada. Incapaz de conseguir un trabajo ni remotamente cerca de la industria de los servicios financieros, he estado haciendo turnos después de hora, limpiando los mismos edificios de oficinas en los que no se me permite la entrada como banquera.
Pero puedo permitirme cinco dólares por un viaje en el Holiday Express. Bree me mira con expectación y señala el monitor detrás de la caja registradora. –Mamá, ahí está mi foto con Papá Noel.
–Ahí estás, y estás muy guapa –digo, temiendo su siguiente petición para comprarla.
La cajera muestra una sonrisa llena de dientes. –Podemos imprimirla mientras esperan al Holiday Express.
–¿Podemos? –Bree da saltitos. –Él me prometió un papá para navidad.
–Quizás después del tren, cariño–. Opto por la distracción para no arriesgarme a una rabieta, así que le tiendo a la cajera un billete de diez dólares por nuestros dos billetes.
Afortunadamente, la pantalla detrás de ella cambia a un niño llorando en el regazo de Papá Noel, y la atención de Bree cambia al hombre de los bastones de caramelo.
–Mami, los bastones de caramelo son mis favoritos.
–Tenemos en casa.
–Esos son pequeñitos. Quiero uno grande rojo y verde.
–No podemos perder nuestro lugar en la fila. Oh, mira, ¿ves las princesas hadas? –la dirijo hacia tres chicas adolescentes con trajes de princesa.
–Son tan guapas–. Bree está hipnotizada y yo respiro más fácilmente. Mi teléfono suena con un mensaje de texto. Lo abro. Es mi madre para recordarme que llegue a tiempo el miércoles por la noche a la iglesia. Vamos a cantar juntas un especial, y ella quiere ensayar antes del servicio.
La fila avanza hacia delante mientras le devuelvo el mensaje. Mamá está nerviosa porque el piano de la iglesia no responde como el suyo. ¿Puedo llegar a la iglesia media hora antes para una prueba de vestuario? No estoy segura de por qué está tan nerviosa. Quizás tenga que ver con el guapo viudo que recientemente se unió a la congregación. Le digo que aún tengo que terminar de comprar y preparar la cena para Bree, pero mi madre dice que no hay problema. Ella traerá macarrones con queso y cajas de zumo a la iglesia, y Bree puede comer en la sala multiusos. Accedo, y mamá contesta con su clásica frase de que le dé a Bree un beso de su parte.
Me despido con otro mensaje y guardo mi teléfono. –Bree, Nana te manda un beso.
Ella no está por ninguna parte a mi lado. Una daga caliente de pánico me sube por el pecho. –¿Bree? Oh no, ¿dónde está Bree?
Ella estaba aquí hacía un minuto. La fila no había avanzado tanto. Seguramente había ido hacia delante para mirar el tren y las princesas. Me salgo de la fila, mirando hacia las princesas de cuento.
–¡Bree! –Mi voz se eleva a un chillido agudo. La gente me está mirando fijamente y yo voy corriendo en círculos. –¿Han visto a mi hija? ¡Bree! Rubia, lleva una chaqueta rosa de Hello Kitty. ¡Bree!
Me apresuro hacia delante, hacia la valla de madera que separa las vías del tren. ¿Y si está en la vía? –Detengan el tren. Mi hija ha desaparecido.
Un uniformado guardia de seguridad se dirige hacia mí. –¿Cuál parece ser el problema?
–Mi hija ha desaparecido. Estaba justo aquí y ahora ya no está. ¡Bree! –Mis brazos se mueven como un molino y atravieso corriendo la fila.
–Necesito una descripción –me acorrala el guardia. –Altura, peso, lo que lleva puesto.
–Tiene cuatro años. Se llama Bree Kennedy. Pelo rubio rizado. No sé... quizás veinte kilos y medio metro de altura–. Mi corazón golpea mi pecho. –Tenemos que encontrarla.
–Lo estamos intentando, señora–. Habla por su walkie-talkie. –Niña perdida. Cuatro años. Rubia. Responde al nombre de Bree.
–Lleva una chaqueta rosa y vaqueros azules. Zapatos de Dora la Exploradora –añado.
El guardia informa por su aparato, luego se gira hacia mí. –¿Por qué no viene a la oficina de seguridad? Quizás alguien la haya encontrado.
–No, quiero seguir buscando –mis ojos examinan la multitud. –No puedo creer que la haya perdido.
–Estará bien –me tiende su tarjeta. –Deme su número para poder llamarla.
Le di mi número rápidamente y metí la tarjeta en mi bolso. Enjugándome los ojos e intentando con todas mis fuerzas mantener el control, rodeo corriendo el tren y examino la fila de niños esperando a Papá Noel. Ni rastro de Bree. Por ninguna parte.
–¿Han visto a mi hija? ¿Pelo rubio, ojos azules? ¿De cuatro años?– Voy dándole golpecitos frenéticamente a la gente en el hombro. Un hombre de mediana edad y su esposa se unen a mi búsqueda.
–No debería ser difícil encontrar a una rubita –dice mientras su esposa asiente con la cabeza.
Tiene razón. Mi hija sobresale en su colegio, donde la amplia mayoría de niños son chinos, indonesios, o hispanos. Lo había notado a principios de ese año, cuando nos mudamos a la zona de la bahía de San Francisco para estar cerca de mi madre después de que yo saliera de la cárcel.
–¿Qué voy a hacer? –sollozo, mi corazón galopando de miedo. –¡Bree! ¿Dónde estás? Mami te está buscando.
Demasiados niños y padres pululando por aquí, haciendo difícil divisar a una niña pequeña sola. Caras de lástima se giran hacia mí y la gente murmura. El guardia regresa a mi lado y se encoge de hombros. –No hay ni rastro de ella. Hemos llamado a la policía. ¿Tiene una fotografía?
Mis piernas se debilitan y me tambaleo, dejando caer mi bolso al suelo. Lo giro del revés y rebusco para encontrar mi cartera con las fotos. Gruesas lágrimas caen sobre mis manos.
–Aquí, aquí–. Mis dedos tiemblan mientras le doy la foto tamaño cartera que le hicimos el año pasado en Nueva York, con el Papá Noel de Macy’s.
–Hemos lanzado una alerta de niña perdida a todos los guardias y comerciantes. Cada salida tiene una cámara, así que si alguien intenta llevársela, lo tendremos grabado–. El guardia intenta reconfortarme.
–¿Y si alguien se la ha llevado a un cuarto de baño? ¿Y si le están haciendo daño? –Agudos dolores perforan mis entrañas mientras rechazo unos pensamientos horripilantes. –Mi niña. Oh, Dios, por favor devuélvemela.
–Estamos examinando todos los cuartos de baño y ya hemos notificado a todas las tiendas –dice el guardia. –Por favor, venga a la oficina de seguridad. La policía se reunirá con nosotros allí.
Meto mis cosas a empujones en el bolso y me tambaleo tras de él, llorando incontrolablemente. –Dios, por favor, Dios. Ayúdame a encontrar a Bree. Oh, Bree, ¿dónde estás?
Capítulo 2
~ Tyler ~
Tyler Manning pasó por una cafetería del centro comercial y pilló una taza medio llena de café de una mesa que se había quedado libre hacía poco. Aún caliente y negro. Limpió el rastro de pintalabios del borde con un pañuelo y dio un sorbo antes de añadir un paquete de azúcar.
Estar sin hogar y sin trabajo estable significaba que tenía que estar al acecho de sobras. El botín fue bueno hoy.
Faltaban dos semanas para Navidad y los compradores habían salido en masa. Música navideña enlatada resonaba por el sistema de sonido, y un gigantesco árbol de navidad de veinticinco metros estaba erigido bajo la manchada cúpula de cristal del centro comercial. Cada arcada estaba festoneada con luces estroboscópicas de colores, y una impresionante cantidad de adornos de oro y nieve falsa decoraba las ventanas.
Época navideña. Tiempo de falsa alegría y risas afectadas. Simplemente otra excusa para que los negocios sangraran a la gente. Especialmente durante la peor recesión que había visto desde que volviera de Afganistán.
Las manos de Tyler temblaron cuando se llevó la taza de café a los labios. Aquí estaba, de vuelta en un país donde la gente solo se miraba su propio ombligo, sin preocuparse ni sentir agradecimiento por tontos como él, quienes