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Jugando con el amor
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Libro electrónico258 páginas4 horas

Jugando con el amor

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Información de este libro electrónico

Después de dos matrimonios y dos divorcios, Annie Kincaid se resignó a no encontrar nunca al hombre de su vida, pero no renunció a tener una familia. Decidió tener un bebé… sola.Su hermano, Cole, creía que era una apuesta muy arriesgada y Annie no podía decir lo contrario. Según él, debía al menos buscar a alguien conocido para que fuera el padre, alguien como su viejo amigo y compañero de póquer, Blake.Desde luego Annie conocía bien a Blake… había sido su primer marido.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 jul 2018
ISBN9788491887317
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    Vista previa del libro

    Jugando con el amor - Tara Taylor Quinn

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2007 TTQ Books LLC

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Jugando con el amor, n.º44 - julio 2018

    Título original: The Baby Gamble

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

    I.S.B.N.: 978-84-9188-731-7

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    Julio 2005

    El estiércol de vaca nunca había olido mejor, pensó Blake Smith, inhalando profundamente. Guiñó los ojos ante el brillante sol de esa mañana de julio. Desde los escalones de metal que bajaban a la pista, miró a la gente que esperaba en el pequeño aeropuerto de las afueras de San Antonio.

    No había muchas.

    Cuatro años era mucho tiempo.

    Pero sería fácil ver a una niña de tres años y medio. Buscó una cabeza cubierta de rizos rubios.

    O tal vez su pelo fuera castaño. O tal vez ella fuera él.

    Aunque consideró todos las posibilidades, no vio a ningún niño pequeño.

    Su tío entonces. Alan no se perdería eso. Por nada del mundo…

    ¿Qué podía significar que Blake no viera el corpachón y el rostro rubicundo del hombre que lo había criado desde que, cuando tenía siete años, sus padres murieron en un accidente de coche?

    Dispuesto a aferrarse a la emoción que lo había acompañado durante el viaje de dieciocho horas del Medio Oriente a Texas, Blake volvió a buscar. Sobre todo buscaba el rostro de la mujer cuyo recuerdo lo había mantenido vivo durante cuarenta y siete meses, dos semanas y tres días.

    La única persona a la que necesitaba ver en ese momento, tras cuatro años cautivo como rehén de unos terroristas.

    Annie.

    El ritmo de su corazón se tranquilizó y volvió a acelerarse cuando por fin vio el bello rostro de su adorada esposa. Por fin. Con piernas temblorosas, corrió a encontrarse con ella.

    Annie había ido a buscarlo.

    Capítulo 1

    Octubre, 2007

    El vaquero se caló el sombrero.

    Todo el mundo sabía que Luke Chisum, treinta y cuatro años, vaquero del conocido rancho Circle C, se recolocaba el sombrero cuando llevaba una buena jugada.

    Alzando las esquinas de sus dos cartas justo lo suficiente para ver el par de ases, Blake puso su dólar de plata de treinta y tres años sobre ellas y añadió dos fichas de un dólar, la apuesta mínima. Su amigo, Cole Lawry, sentado a su izquierda, lo miró largamente.

    Cole estudió el diez y la reina de espadas y el dos de diamantes que había boca arriba en la mesa, echó otra mirada a Blake y se retiró.

    Brady Carrick, vaquero ex jugador de fútbol, no miró a nadie. Con el rostro impasible, como siempre, empujó sus cartas hacia el centro de la mesa. Brady lo había pasado muy mal después de que una lesión lo obligara a retirarse, y se había trasladado a Las Vegas. Había regresado a River Bluff quince meses antes, un año después de que Blake volviera a casa.

    El joven había vuelto culpándose por el suicidio de un vaquero de rodeo, en La Vegas; algo relacionado con una apuesta. Blake, que acababa de conocerlo, no se había involucrado en la conversación sobre el incidente, excepto para decir que Brady no debería asumir la responsabilidad ni la culpa de los errores de otro.

    Verne Chandler, que a veces jugaba con el Grupo Salvaje, vivía en el decrépito y ya cerrado bar Wild Card. El hombre se había trasladado allí cuando murió su hermana, para dejarle la casa al hijo menor de ella. Era allí, en el apartamento de atrás, donde el Grupo Salvaje, un grupo de cinco hombre solteros, la mayoría de los cuales habían sido amigos desde el instituto, se reunían para jugar a las cartas un día a la semana. Encorvado en la silla de ruedas que había empezado a utilizar unos meses antes, Verne no tenía buen aspecto. Aunque tenía poco más de sesenta años, las arrugas de su rostro parecían el resultado de noventa años de vida difícil.

    Harry Kuntson, la versión masculina del cotilla del pueblo en River Bluff, también dejó sus cartas. Igual hizo Hap Jones, el capataz de Luke e invitado esa velada.

    Ron Hayward aceptó la apuesta de Blake, tal y como Blake había esperado. Ron era más tonto que jugador de póquer, un tipo agradable que no conocía sus debilidades. En una obra de construcción, Ron era un talento. Cole, que trabajaba para él, lo sabía bien. Pero si el dueño de Construcciones Hayward se unía a la mesa de juego, no ocurría lo mismo. Si había una apuesta en la mesa, Ron jugaba, tuviera buenas cartas o no. Lo convertía en un desperdicio.

    Luke, el que había repartido, puso su chapa del ejército sobre las cartas, añadió los dos dólares de rigor y subió dos más. Blake y Ron vieron la apuesta. Luke puso carta en la mesa. Un as de espadas.

    Blake añadió dos fichas. Y cuando Luke subió la apuesta, añadió cuatro más.

    Ron había gastado veinte dólares antes de retirarse.

    —Quedamos tú y yo, amigo —dijo Luke con una sonrisa, mientras echaba una carta en la mesa, la tercera de la serie.

    Un dos de bastos.

    Blake apostó ocho dólares. Luke subió otros cuatro. Él puso ocho más. Luke los vio y subió cuatro.

    La banca era de más de cien dólares.

    Cuando la hermana de Verne había vivido, el destartalado y local había estado prístino. Tanto afuera, en el bar, que tenía muchos clientes, como en el apartamento trasero, donde Jake Chandler, sobrino de Verne y miembro ausente del Grupo Salvaje, había crecido demasiado deprisa.

    —¿Quieres quitarte los pantalones y acabar con esto de una vez? —sonrió Luke, subiendo la apuesta una vez más.

    Blake no se desnudaba por nadie. Además, tenía un full de ases y doses. Luke sólo podía ganar eso con un milagro: teniendo una sota y un rey de espadas.

    Luke no era tonto. Pero la posibilidad de que Blake tuviera una pareja de ases eran escasas. Blake alzó la vista y miró la ventana que había tras su oponente. Durante el día se veía el río. Pero en ese momento sólo oscuridad.

    Y… ¿movimiento?

    Había alguien fuera.

    Luke hizo botar su chapa de identificación en la mesa y sonrió cuando cayó junto a su montón de fichas. Había perfeccionado ese truco hacía años, cuando aún era un chaval. Blake, que se había unido al Grupo Salvaje tarde, invitado por Cole, ahora amigo y antes cuñado, dado que Blake había estado casado con su hermana Annie, llevaba años oyendo hablar de ese truco.

    Blake estudió sus cartas otra vez. Miró hacia el arco que llevaba al salón y vio a una mujer pasar silenciosamente desde el vestíbulo.

    Añadió cuatro dólares. Luke dio la vuelta a su jota y a su rey de espadas; Blake tiró sus dos ases al montón, sin mostrarlos, y se inclinó hacia Cole.

    —¿Qué diablos está haciendo aquí? —su susurro sonó demasiado airado para ser una pregunta. Si Cole necesitaba ver a su hermana, sabía que no debía hacerlo cerca de Blake. Ése era su acuerdo.

    Y dado que Blake era el único del grupo que no vivía en River Bluff, no le parecía demasiado pedir que su mejor amigo se atuviera al acuerdo. Cole tenía tiempo de sobra para ver a su hermana mientras Blake estaba en San Antonio, a más de cuarenta kilómetros de allí.

    —Necesita hablar contigo.

    Blake se quedó helado al oír la respuesta de Cole.

    —¿Está aquí para verme? —rezongó.

    Los demás estaban metiendo ruido. Blake vio cómo Luke, de buen humor, apilaba sus ganancias. Verne bebía directamente de una botella de whisky. Harry había encontrado un ávido oyente en Ron, que parecía interesado en conocer cada detalle del drama que Harry tuviera que contar, por cortesía de su esposa peluquera.

    Blake pensó en el coche que tenía aparcado fuera y en cuál sería la mejor manera de llegar a él.

    —Por favor, escúchala, Blake —la voz de Cole sonó baja, pero con una cierta nota de apremio—. Sabes que no te lo pediría si no tuviera una buena razón.

    Blake sí lo sabía. Pero no podía imaginarse ninguna razón lo suficientemente buena para justificar otra conversación con la mujer a la que una vez había amado más que a su propia vida.

    —Creo que está loca, amigo —susurró Cole—. Va a meterse en un montón de problemas. Lo único que se me ocurrió fue pedirle que hablara contigo antes.

    —Podrías haberme avisado —farfulló él, aún pensando en la manera de escapar de allí.

    —¿Estás diciendo que habrías venido si te hubiera avisado? —lo retó Cole, enarcando una ceja.

    Le tocaba repartir a Blake, las cartas estaban sobre la mesa. Sin embargo, echó un vistazo a Cole y se levantó.

    —Estoy fuera —dijo.

    Annie no necesitó ver el intercambio entre su hermano y su ex marido para saber que había sido tonta al ir allí. La expresión del rostro de Blake al verla había sido más que suficiente

    —¿No te lo ha explicado Cole? —preguntó, cuando el hombre por el que había pasado dos años llorando salió de la habitación trasera.

    Blake no estaba contento. Pero olía tan bien como siempre. No era su loción para después del afeitado, aunque seguía usando la marca que ella le había comprado cuando salían juntos, y no era su champú ni su jabón. Ella misma los había utilizado durante años. Era él.

    Y tenía buen aspecto. A pesar del ceño fruncido y los labios tensos. Hacía casi dos años que Annie no lo veía, desde el día que fue a verlo al aeropuerto.

    —Lo siento. No pretendía interrumpir. Pensé que acababais a las once. Al menos, Cole dijo… —sus palabras se apagaron.

    No podía reaccionar a ese hombre, ni a su enfado ni a su sex appeal. En especial a eso último.

    —Acabamos cuando queremos.

    Sus pantalones y su camisa polo se ajustaban perfectamente a su cuerpo largo y esbelto. Ése era su atuendo casual. Ella, generalmente, lo había visto con traje.

    O desnudo.

    —Entonces, ¿tienes que volver a entrar? —tenía los labios secos—. Cole me dijo hoy eras el anfitrión.

    Él miró su rostro un segundo y desvió la mirada. Ella se sintió como si la hubiera abofeteado.

    —Eso sólo significa que me encargo de traer la comida y la bebida, y elijo el juego.

    —Creí que siempre jugabais a Texas Hold’em.

    Él la miró abiertamente. Ni siquiera una conversación banal le parecía segura con ese hombre.

    —Hay muchas formas de jugar —explicó él—. Con límite, sin límite, torneo… —su voz se apagó y ella supo que no le quedaba mucho tiempo.

    —¿Tienes un minuto para hablar?

    Él estrechó los ojos y estudió a Annie como si contemplara el resultado de un accidente de coche muy grave. Uno no soporta lo que ve, pero no puede dejar de mirar.

    No contestó, pero tampoco se dio la vuelta y se marchó. Ella conocía a Blake Smith lo bastante bien para saber que se marcharía sin pensarlo dos veces, si ésa era su intención.

    Se oyeron risas al otro lado del arco.

    —¿Podemos salir fuera? —pidió ella. La oscuridad haría que fuera más fácil hablar.

    Blake, en silencio, la siguió. Ella no oía sus pasos, pero lo sentía detrás, haciendo agujeros en su espalda con los ojos.

    Si no le hubiera prometido a su hermano que hablaría con Blake, habría sido ella quien estaría ansiosa por marcharse. Pero había tomado una decisión sobre cómo seguir adelante con su vida, y no podía ponerla en práctica sin el apoyo de Cole.

    Él le había dejado muy claro que sólo la apoyaría si hablaba antes con Blake.

    —Pide ayuda a Blake —había dicho su hermano en realidad. Pero ése era un detalle del que no iba a preocuparse. Diría las palabras, Blake se marcharía, y ella podría dar el siguiente paso en su vida.

    Con el apoyo de Cole.

    —Cole dice que estás loca.

    Las palabras de Blake interrumpieron los pensamientos de Annie. De hecho, anularon su confianza. Blake siempre había tenido la capacidad de hacerla dudar de sí misma. Eso no le gustaba de él.

    Seguramente era lo único que no le gustaba de Blake. Y era algo de lo que él ni siquiera tenía la culpa.

    El resto, sus largas ausencias, su incapacidad de estar ahí cuando lo necesitaba, lo entendía. Sencillamente no había sido capaz de vivir con ello.

    Ni con él.

    —Mi hermano pequeño siempre ha tenido un problema de exageración —dijo ella.

    —¿De qué se trata?

    Directo al grano. Así era Blake. Nada de «¿cómo te ha ido estos dos últimos años?» ni «tienes buen aspecto». Sabía que no podía atreverse a esperar un «es bueno verte de nuevo».

    No era bueno.

    Para ninguno de los dos.

    Verlo le dolía. Mucho. Mucho más de lo que había esperado, y eso que su mejor amiga, Becky Howard, le había dado una copa grande de vino y un abrazo para prepararla a enfrentarse a su misión.

    —Voy a tener un bebé.

    Las sorprendentes palabras encauzaron de nuevo su rumbo. Había definido su objetivo y por primera vez en su vida se sentía total y absolutamente segura de la decisión que había tomado.

    —¿Por qué necesito saber yo eso? —las palabras fueron frías, el tono de su voz, un poema.

    Blake no sólo estaba enfadado, también estaba dolido. Maldijo a Cole por haber insistido en esa reunión. Por grande que fuera su corazón, a veces el hermano de Annie no sabía cuándo dejar de creer en cosas que no podían ser.

    —La única forma de que Cole accediera a intentar hacerme cambiar de opinión fue que te pidiera a ti que fueras el padre.

    El aire fresco debería haberle despejado la mente. Pero Blake no podía concentrarse y oía un zumbido en el cerebro.

    —Entonces… ¿no estás embarazada? —sintió que se avecinaba un dolor de cabeza.

    —Aún no.

    No había razón para que esa noticia le aliviara. No tenía por qué importarle.

    Los tendones de la base de su cuello se relajaron un poco e intentó pensar.

    —Pero pretendes estarlo.

    —Estoy empeñada en tener un hijo, sí.

    Blake miró a su ex esposa en la oscuridad. Se preguntó si Cole tendría razón y si se había vuelto loca.

    Pensó en el bebé que había perdido. La criatura que Blake se había imaginado criando durante cuatro largos años. Y con ese recuerdo volvió el agudo dolor que sentía en el pecho casi todo el tiempo. Aunque se había acostumbrado a esa incomodidad, el dolor se intensificaba cuando pensaba que Annie también lo sufría.

    —No puedes recuperar lo que te fue quitado, Annie.

    —No tengo ninguna intención de intentarlo —sus palabras fueron ya duras en sí mismas. El tono vigoroso de su voz una clara indicación de su empeño.

    La vida no debería haberla tratado así. No se lo merecía.

    Él era el culpable.

    —No quiero pasar mi vida en soledad, Blake. Me siento sola y estoy perdiéndome algo importante. Quiero ser madre y creo que podría ser una muy buena.

    —Claro que serías una buena madre —Blake estaba intentando sacar sentido a la conversación, ser un buen amigo para Cole y acabar con eso lo antes posible—. Más o menos te convertiste en madre de Cole cuando tenías trece años, y él ha salido muy bien.

    Ella parpadeó y miró a Blake como si la hubiera sorprendido. Tenía la melena rizada más larga que cuando habían estado casados, y más que cuando había ido a recogerlo al aeropuerto de San Antonio dos años antes.

    Se preguntó si ella había esperado que la insultara. Que la odiara por haber decido quedarse con el hombre con quien se había casado dos años después de la desaparición de Blake, cuando lo dieron por muerto, en vez de volver a casa con él.

    —Ya he vivido la magia —dijo ella con voz suave, pero mirándolo a los ojos con firmeza. Al comprender que hablaba de él, Blake se sintió como si le hubiera dado una patada—. Me arriesgué y confié en que casarme con el amor de mi vida sería suficiente, y después me estrellé con tanta fuerza que temí no recuperarme nunca.

    Por eso él no podía estar junto a ella. No podía verla. ¿Acaso creía que él no sabía todo eso? ¿Que no se torturaba con esa verdad cada vez que pensaba en ella? Cuatro años de cautividad habían sido un paseo comparados con el dolor que había sufrido a diario desde su regreso a casa.

    —Y también he jugado sobre seguro —continuó ella, como si no fuera consciente del infierno que había desatado en él—. Después de ti, me casé con un hombre a quien había conocido toda la vida, y que me había amado gran parte de ella. Escogí seguridad y fiabilidad por encima de la pasión. Y no sólo seguí siendo igual de infeliz, además herí a otra persona horriblemente. Viviré con eso el resto de mis días.

    Al menos eso era algo que tenían en común.

    —No voy a intentarlo por tercera vez, Blake. Pero eso no significa que no pueda tener una familia.

    Era obvio que había pensado mucho en su futuro. Y lo expresaba muy bien.

    Su idea podía ser una locura, pero Annie no estaba loca.

    —Entonces… ¿aceptarías ser el padre? —cumplió su palabra. Le había dicho a Cole que haría la pregunta y la había hecho.

    —¿Qué piensas hacer cuando conteste que no?

    —Ya he empezado a buscar.

    —¿Un banco de esperma? —Blake suponía que así era como

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