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La heredera del castillo
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La heredera del castillo
Libro electrónico150 páginas2 horas

La heredera del castillo

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Información de este libro electrónico

Tras el fallecimiento de Angus McLean, la persona más parecida a un padre que el multimillonario Callan McGregor tuvo, este tuvo que encargarse de organizar el proceso para heredar el castillo. Y la candidata más adecuada parecía ser la atractiva abogada Laurie Jenkins.
A pesar de que Laurie le aceleraba los latidos del corazón, Callan no podía ignorar que se trataba de un negocio y no podía permitirse distracciones. Pero la animada Laurie cambió la vida en el castillo y la suya propia. Y, por fin, Callan decidió que no iba a permitir que el castillo se le escapara de las manos… y Laurie tampoco.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 oct 2016
ISBN9788468789828
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    Vista previa del libro

    La heredera del castillo - Scarlet Wilson

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2014 Scarlet Wilson

    © 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    La heredera del castillo, n.º 2606 - octubre 2016

    Título original: The Heir of the Castle

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-8982-8

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    –GRACIAS por acudir a la lectura del testamento de Angus McLean –el abogado paseó la mirada por los allí presentes, unos de la localidad; otros, no.

    «Vamos, empieza ya», pensó Callan. Solo estaba allí porque el difunto, que había fallecido a los noventa y siete años, con gran sentido del humor y enraizado en la comunidad, había sido como un padre para él y se había interesado por él mucho más que su propio padre.

    No había ido allí con la esperanza de heredar nada. Tenía dinero de sobra para comprar el castillo y le había hecho a Angus varias ofertas. Pero Angus las había rechazado alegando que tenía otros planes para la propiedad, ahora él tenía curiosidad por descubrir cuáles eran esos planes.

    El abogado empezó a decir:

    –Algunos de ustedes han sido invitados a venir aquí aunque todavía faltan otros por contactar. Como bien saben, Angus McLean tenía una fortuna considerable.

    El abogado empezó a citar una serie de donaciones a obras de beneficencia; después, pasó a enumerar la herencia que iban a recibir las personas que habían servido a Angus McLean durante años.

    Por fin, se aclaró la garganta y recorrió la estancia con la mirada, evitando a Callan intencionadamente.

    «Vaya, el castillo. ¿Qué ha hecho ese viejo loco?».

    –La mayoría de los amigos y familiares de Angus McLean sabían que era soltero. Todos los que le conocíamos bien, entre los que me incluyo, suponíamos que no tenía hijos. Pero, al parecer, no es ese el caso.

    –¿Qué? –dijo Callan, sin poder contener su sorpresa. Había pasado la mayor parte de su vida con Angus y este jamás le había mencionado tener hijos.

    Frank, el abogado, lanzó una nerviosa carcajada.

    –Al parecer, en su juventud, a Angus McLean le gustaban mucho las mujeres. Tuvo seis hijos.

    Los presentes se miraron los unos a los otros con perplejidad.

    Callan no podía dar crédito a lo que acababa de oír.

    –¿Seis hijos? ¿Quién demonios le ha contado eso? –no podía ser verdad.

    Frank lo miró directamente a los ojos.

    –Me lo dijo el propio Angus –respondió el abogado con voz queda.

    Callan se quedó inmóvil. No podía ser verdad, no podía serlo.

    Frank volvió a aclararse la garganta.

    –Después de ciertas investigaciones, hemos descubierto que hay doce posibles herederos.

    Callan sacudió la cabeza. No. Doce personas, todas ellas querrían vender la propiedad y quedarse con su parte. Angus se revolvería en su tumba.

    –Según los deseos del señor McLean, los doce posibles herederos serán invitados a venir al castillo Annick –el abogado se mordió los labios–. Pasarán un fin de semana en el castillo y participarán en un juego: resolver el misterio de un asesinato. El ganador será el único heredero del castillo Annick. Por supuesto, después de que se someta a las pruebas de ADN para confirmar el parentesco con el difunto –por fin, el abogado miró directamente a Callan–. La última voluntad del señor McLean es que el castillo Annick siga siendo propiedad de la familia y lo herede una sola persona.

    Callan se quedó helado. Aquellas palabras las podría haber dicho Angus perfectamente, era el único asunto por el que habían discutido. Pero él jamás había imaginado que Angus pudiera tener hijos; como mucho, algún pariente lejano.

    En ese momento, los presentes empezaron a protestar, a hacer preguntas, a hablar entre ellos y a hacer frenéticas llamadas por los móviles.

    Un periodista, con el móvil al oído, salió de la estancia. La herencia del castillo Annick era noticia; sobre todo, dadas las extrañas circunstancias. Annick era uno de los pocos castillos de Escocia de propiedad privada.

    Callan se levantó, salió afuera y le recibió la lluvia y el viento. Clavó los ojos en el edificio que tenía delante, el castillo Annick, el lugar que había sido su hogar durante los últimos veinticinco años.

    Desde la noche que lo había encontrado escondido entre los arbustos, huyendo de un padre maltratador y alcohólico, Angus le ofreció su casa, que se convirtió en su hogar. Con el paso de los años, cuando Angus se encontró débil y necesitado de cuidados, él se encargó del anciano.

    El castillo Annick era el lugar en el que había sido feliz, el lugar en el que había llorado y el lugar en el que se había hecho un hombre.

    Y, sin duda, un desconocido lo iba a destruir.

    –Por favor, firme aquí.

    Laurie alzó los ojos y los fijó en la pantalla electrónica que le habían puesto delante de la cara. Miró a su alrededor; su secretaria había desaparecido y el mensajero parecía impaciente. Agarró el lápiz electrónico y firmó.

    –Gracias.

    Se quedó mirando el sobre, no era extraño recibir una carta de otro despacho de abogados. La dejó encima del escritorio de su secretaria para que esta la archivara.

    Se pasó la mano por la frente. Todavía no eran las nueve de la mañana y el estrés ya le estaba produciendo dolor de cabeza. Agarró unos papeles que iba a necesitar para el caso siguiente y se dirigió a su despacho.

    Alice fue a verla cinco minutos más tarde con el sobre color crema en la mano.

    –Laurie, ¿has firmado tú el recibo de esta carta?

    –Sí, he sido yo.

    –Perdona por mi ausencia –dijo Alice en tono de disculpas–. Ya he ido al baño tres veces esta mañana.

    –No te preocupes, no tiene importancia –respondió Lauire.

    Alice sonrió.

    –Creo que deberías echarle un vistazo. La carta no tiene nada que ver con el trabajo, es personal –Alice se acercó a la mesa de Lauire y dejó el sobre, ya abierto, encima.

    Laurie recibía a diario cartas de otros abogados, pero no eran personales. Miró el sobre después de que Alice se retirara cerrando la puerta tras de sí.

    ¿Por qué Alice había cerrado la puerta? A menos que ella estuviera reunida con algún cliente, la puerta siempre estaba abierta.

    Agarró el sobre y, al examinarlo, reconoció el logotipo del despacho de abogados del que provenía: Ferguson y Dalglish.

    Sacó la carta del sobre y, después del encabezamiento y las formalidades preliminares, leyó: Como hija de Peter Jenkins y posible heredera de las propiedades de Angus McLean, se la invita a visitar el castillo Annick… La página siguiente contenía información sobre con quién contactar y un mapa con instrucciones de cómo llegar al castillo. La carta se le cayó de las manos. El corazón le latió con fuerza. Aquello era una locura.

    Peter Jenkins, su padre, había fallecido diez años atrás. Su padre no había logrado averiguar nunca quién era su padre, a pesar de habérselo preguntado a su madre repetidamente; pero ella se había negado a darle esa información y a hablar del asunto. ¿Quién demonios era Angus McLean? ¿Era el padre de su padre?

    Eso era lo que la carta insinuaba.

    Sintió un nudo en el estómago. Angus McLean podía haber sido su abuelo. ¿Por qué no se había puesto en contacto con ella en vida? ¿Por qué había esperado a morir antes? No tenía sentido.

    Tecleó en el ordenador y no le fue difícil encontrar información sobre Angus McLean, que había fallecido hacía un mes a los noventa y siete años. Nunca había estado casado. Por lo que se sabía, no había tenido descendencia.

    Volvió a leer la carta. ¿Cuántos hijos había tenido ese individuo? ¿Habrían encontrado a más?

    Sonó el teléfono y ella, ignorando la llamada, siguió tecleando.

    Al ver una foto del difunto en Internet, contuvo la respiración. El castillo Annick, en la costa oeste de Escocia.

    Aunque, en realidad, más que un castillo parecía una hermosa casona en lo alto de un acantilado con hermosos jardines a su alrededor y un lago artificial. La preciosa casa era de piedra areniza con dos torres a ambos lados.

    Vio que la foto había sido tomada doce años atrás. ¿Seguiría así aquel castillo?

    El incidente había despertado su curiosidad. ¿Qué clase de hombre había vivido en un lugar así? ¿Por qué había tenido descendientes a los que había ignorado en vida?

    Volvió a leer la carta, más despacio, y vio que había omitido el último párrafo:

    Se la invita a participar en un juego, que tendrá lugar a lo largo de un fin de semana, y en el que, junto a otros once descendientes, tendrá que resolver el misterio de un asesinato, como así lo dispuso el difunto Angus McLean en su testamento. El participante que resuelva el misterio heredará el castillo Annick, tras verificación de su descendencia mediante una prueba de ADN.

    No podía haber leído eso. No podía ser.

    Se frotó los ojos. Debía tratarse de una broma de mal gusto.

    Laurie se puso en pie y se paseó por el despacho. Abrió la puerta y asomó la cabeza. Todo parecía normal en el despacho de abogados Bertram y Bain, uno de los despachos de abogados más destacados de Londres.

    ¿Y si no era una broma? Otros once descendientes. ¿Quiénes eran?

    Laurie era hija única y, por lo que sabía, su padre también

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