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El Patrón Los Delirios de Minerva
El Patrón Los Delirios de Minerva
El Patrón Los Delirios de Minerva
Libro electrónico212 páginas3 horas

El Patrón Los Delirios de Minerva

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Los delirios de Minerva
Pareciera que un Titán se hubiese escapado del inframundo y ascendiera a la tierra para encerrarla entre sus manos, y así dejar al pequeño pueblo en una oscuridad, nunca antes vista. Esta oscuridad entristecía el alma de Pedro, un humilde colono que vivía en los terrenos de Don Juan Carlos Mondragón Santamaría de la Garza. Don Juan un hombre con muchos nombres, supuestamente de muy buena familia, quienes habían emigrado de algún lugar de España y se habían establecido en la campiña salvadoreña. Don Juan era la tercera o cuarta generación que había nacido en el pequeño país del istmo centroamericano ya había perdido completamente su acento español, pero sus tradiciones aún seguían arraigadas dentro de él, a sus 47 años Don Juan aun creía que las clases sociales eran la única diferencia entre el ser humano y el mono, él y todos los de su color eran el ser humano y todos los demás (los prietos como él les llamaba), eran los monos. Además de creer como todos sus antecesores, que lo que vivía y crecía en sus tierras era de su propiedad, y podía disponer de estos a su antojo.
El color de la piel de don Juan Carlos era igual que la de todos sus colonos, aunque el dentro de su imaginación, despotismo y la cantidad de dinero que su familia había amasado durante muchos años, le hacía creer que el color de su piel era diferente a todos los que la fortuna había dado la espalda, aunque él vivía del pasado, el dinero se había esfumado por los malos manejos y los placeres carnales que su padre y el habían abusado a lo largo de los años.
—Hay mujer ahora que salí de trabajar pase por la casa del patrón Don Juan Carlos, y me pidió que para mañana le tenemos que llevar a la niña, me dijo que como ya tuvo su primer período, dice que tenemos que llevársela a la casa grande. Y como voz sabes eso tenemos que hacerlo todos los colonos, voz ya pasaste por lo mismo.

Los delirios de Minerva, una historia fuera de lo común. Un libro para una audiencia adulta, donde el lector encontrara: abusos, muerte, dolor, sufrimientoy muc has cosas más... Discreción es requerida.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 ago 2016
ISBN9780996863247
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    El Patrón Los Delirios de Minerva - J. Albano Joya

    Pareciera que un Titán se hubiese escapado del inframundo y escalara a la tierra para encerrarla entre sus manos, y así dejar al pequeño pueblo en una oscuridad, nunca antes vista. Esta oscuridad entristecía el alma de Pedro, un humilde colono que vivía en los terrenos de Don Juan Carlos Mondragón Santamaría de la Garza. Don Juan, un hombre con muchos nombres, supuestamente de muy buena familia, que había emigrado de algún lugar de España y se había establecido en la campiña salvadoreña. Don Juan era la tercera o cuarta generación que había nacido en el pequeño país del istmo centroamericano, ya había perdido completamente su acento español, pero sus tradiciones aún seguían arraigadas dentro de él, a sus 47 años Don Juan aún creía que las clases sociales eran la única diferencia entre el ser humano y el mono, él y todos los de su color eran el ser humano y todos los demás (los prietos, como él les llamaba), eran los monos. Además de creer, como todos sus antecesores, que lo que vivía y crecía en sus tierras era de su propiedad y podía disponer de estos a su antojo.

    El color de la piel de Don Juan Carlos era igual que la de todos sus colonos, aunque él dentro de su imaginación, su despotismo y la cantidad de dinero que su familia había amasado durante muchos años, le hacía creer que el color de su piel era diferente a todos los que la fortuna había dado la espalda, aunque él vivía del pasado, el dinero se había esfumado por los malos manejos y los placeres carnales que su padre y él habían abusado a lo largo de los años.

    —Pedro, ¿qué te acongoja?, preguntó su esposa.

    —Ay mujer, ahora que salí de trabajar pasé por la casa del patrón Don Juan Carlos y me pidió que para mañana le tenemos que llevar a la niña, me dijo que como ya tuvo su primer período, dice que tenemos que llevársela a la casa grande. Y como vos sabés eso tenemos que hacerlo todos los colonos, vos ya pasaste por lo mismo.

    Efectivamente, el primer hombre de María, la esposa de Pedro, fue Don Juan Carlos, quien la violó cuando ella apenas había cumplido sus 12 añitos. Esta era una tradición que se había mantenido de generación en generación y no existía mujer campesina en dicha propiedad quien su primer hombre no hubiese sido uno de los patrones. Si por cualquier motivo la mujer no llegaba virgen a la cama del patrón, sus padres eran acusados de robo y encarcelados, además de echar a la calle a los hijos de estos, si tenían suerte eran obligados a trabajar en el campo con la promesa de que con su trabajo incondicional podrían sacar a sus padres de la prisión. Las mujeres que no llegaban vírgenes no tenían otra opción que irse de la hacienda y no regresar nunca más, bajo pena de ser puestas en la cárcel.

    —Sí Pedro, no me lo recordés por favor. Ese fue el día más horrible de mi vida. ¿Qué podemos hacer para que el viejo ese no le haga nada a la niña?, ¿nos vamos de la hacienda?

    —Sí mujer, eso había pensado, ¿pero para dónde vamos?, si bien sabés que le debemos mucho dinero al patrón Don Juan Carlos, y si nos vamos sin pagarle nos buscará con la autoridad, y nos meterán presos a todos, eso si no nos matan primero. El rostro de María se tornó triste, unas lágrimas marcaron dos pequeños surcos sobre su demacrada cara, que, a pesar de tener no más de 30 años, parecía que tuviera más de 45 años. La vida no había sido nada fácil para ninguno de ellos, habían sufrido vejaciones, violaciones, maltratos, además de trabajar como esclavos durante todas sus vidas.

    Vivían en los terrenos de Don Juan Carlos, pero no era de gratis, todos los días tenían que trabajar hasta que no pudieran ver más sus manos por falta de luz. Pedro, como la mayoría de los hombres, trabajaba las tierras de Don Juan Carlos cultivando café, caña, algodón y muchas otras cosas, todo dependía de la temporada. El trabajo siempre les sobraba, igual que les sobraba mucha hambre y pobreza. Don Juan Carlos había mandado a construir una despensa y en ésta se encargaba de vender a crédito todo lo que sus colonos necesitaban para poder mal vivir, les vendía desde frijoles, hasta zapatos usados, al final de la quincena, cuando los colonos, pasaban a cobrar, no recibían un solo centavo, todo lo supuestamente ganado era usado para cubrir lo que se había recibido a crédito. Al final de la quincena debían más de lo que habían ganado. Y este era el cuento de toda la vida.

    Mientras los hombres mayores de 10 años trabajaban en las tierras, las mujeres de todas las edades trabajaban unas de sirvientas en la casa grande, otras recolectando el café, algodón o haciendo cualquier clase de trabajos.

    La esposa de Don Juan Carlos había nacido en El Salvador, proveniente de una de las familias más acomodadas de la región. Nunca se inmiscuía en los asuntos del señor, le daba igual que violara o matara a quien el quisiera. Mientras a mí no me falte nada y siempre ayude a la iglesia para estar bien con Dios, que haga lo que quiera, al fin y al cabo todos son una bola de indios, pensaba Doña Minerva.

    Durante toda la noche Pedro y su mujer no pudieron dormir, la pena de saber que tendrían que entregar a su hija a un hombre del que todos sabían tenía los deseos más perversos y retorcidos que cualquier otro ser humano, no les permitía conciliar el sueño. La vida y la salud mental de su pequeña hija estaba en juego.

    —María, he tomado una decisión, nos largamos de esta hacienda, que este viejo haga con nosotros lo que quiera, pero a la niña no se la entrego, aunque para lograr esto tenga que perder mi vida.

    —Pedro, ¿pero para dónde vamos?, si no tenemos ningún lugar a dónde ir.

    —No te preocupes mujer, despertá a los niños, agarren lo más necesario y nos iremos a la iglesia, yo sé que el señor cura nos protegerá por algún tiempo mientras vemos para dónde nos vamos. Pero mi hija es sagrada y nunca se la entregaré a un salvaje como el patrón. Ninguno de mis hijos pasará por ese trauma nunca más.

    María como un resorte saltó de la cama, corrió donde dormían Pedrito y Josefa, los levantó como pudo, les pidió que se vistieran y que tomaran un poco de ropa cada uno. Pedrito no quería levantarse y pataleaba para que lo dejaran dormir, pues estaba soñando con un pedazo de pan dulce y justo cuando estaba por morderlo sintió las ásperas manos de su madre.

    —Mamá me despertaste y no sé para qué, si todavía no sale el sol y hoy no quiero ir a trabajar.

    Pedrito tenía apenas 10 añitos y a pesar de su corta edad ya había trabajado más que cualquier hombre de más de 20 años, en sus pequeñas manos se descubría el trabajo arduo que deja la tierra, a su edad el único juguete que había tenido era una escoba que su padre había amarrado con un pedazo de cordel, pero la imaginación y la niñez de Pedrito simulaba el caballo más precioso de este mundo. Pedrito tomó su escoba, un pantalón con más remiendos que estrellas en el universo, su pequeño sombrero y dijo: —¡Estoy listo mamá! —. Ya tengo todo lo que necesito. ¿Para dónde vamos a trabajar tan temprano?

    Los ojos de Josefa se llenaron de lágrimas, vio a su madre afanada tratando de recoger todo lo que podría ser necesario, vio a su padre amarrar el machete a su cintura, coger unas fotos viejas que un turista había tomado de ella y Pedrito cuando ellos estaban más chicos. Un nudo más grande que ella se le formó en su pequeña garganta, aunque apenas con 11 años sabía lo que pasaba y daba gracias a Dios que su padre estaba allí para salvarla del patrón malo. Se había enterado por sus amigas, unas mayores otras menores que ella, y le habían explicado lo que el patrón hacía con todas las niñas, ella se había horrorizado, pero no dijo nada a sus padres, ya que pensaba que ellos no podrían hacer nada pare evitar lo inevitable, todos ellos eran propiedad del patrón y éste podía hacer con ellos lo que quisiera.

    La puerta de una casita ruinosa se cerró, mil recuerdos quedaron prisioneros dentro de esas cuatro paredes. María giró su cabeza para despedirse de su hogar, la nostalgia llenó su mente, sintió un fuerte dolor en su corazón, estaba abandonando todo lo que conocía, aunque la casita no les pertenecía, los mejores días de su vida los había pasado dentro de esas cuatro paredes, como torrentes de agua cristalina los recuerdos se fueron materializando una vez más. Recordó la primera noche, a los 14 años, en que Pedro le hizo su mujer, el primer beso que éste le dio, la seguridad que su marido le dio, el gran amor que este hombre le brindaba era lo que ella recordaba. Aunque eran muy pobres, había sido feliz al lado de Pedro, con quien todas las noches después del trabajo se pasaba hablando de muchas cosas, con ese hombre que la amó y la amaba más que nadie en este mundo. Los recuerdos seguían inundando su mente, el día que supo que estaba embarazada de Josefa y no sabía qué es lo que Pedro pensaría. Esas cuatro paredes que nunca más volvería a ver fueron testigos del nacimiento de sus dos tesoros, y fueron testigos del gran amor que ella sentía por su marido. Esas cuatro paredes tenían estampadas cada pericia de sus pequeños, aprender a caminar, el primer dientecito, fue esa casita la que los vio nacer y fue esa casita la que los vio también enfermarse y luchar por curarse. La vida les estaba dando la espalda, pero nada tenía más valor que la seguridad y la tranquilidad de su pequeña hija. Y si María pudiera borrar todas sus memorias para liberar a su hija de tanto dolor, las borraría sin ningún resentimiento.

    Como una sombra de mal agüero, su memoria se movió sigilosamente hasta el día que por la fuerza el patrón la hizo su mujer. María quería luchar contra ese recuerdo que le hacía tanto daño, pero era imposible, su corazón estaba herido desde ese día y esa herida jamás se pudo cerrar, su mente divagaba por los rincones más oscuros y tristes de esa terrible fecha. Fue justo el día que ella cumplía sus 14 años, su padre, que Dios tenga en su regazo, se vio obligado a llevarla a la casa grande, y con lágrimas en sus ojos dejó a su hija en las garras del patrón. María recordaba como si fuese ayer, cómo el patrón la tomó de las manos, y pidió a dos sirvientas que la bañaran y le pusieran ropa limpia, la misma ropa que otra niña había usado con anterioridad. Aún recordaba cómo la esposa del patrón le gritaba que ella no era más que un artículo que pertenecía al patrón, y tenía que hacer todo lo que éste le pidiera, de lo contrario, la pasaría muy mal, que jamás olvidara que pasara lo que pasara nunca sería más que una india, y que estaba en este mundo con el único propósito de servir y dar placer al amo de la casa.

    Aún recordaba aquella sonrisa malévola de la patrona. María luchaba contra sus propios demonios, demonios que constantemente le recordaban el fatídico día que el patrón puso sus labios sobre los de ella. Cómo el olor rancio de la saliva del patrón llenaba todo su cuerpo e infestaba su pequeño ser, cómo no recordar cuando éste la tendió en la misma cama en la que dormía con su mujer y la obligó a quitarse la ropa. Cómo no recordar que sin tener ninguna consideración le abrió sus piernas y sin el menor cuidado la penetró. Cómo olvidar ese día en que ella sintió el dolor más extenso que jamás haya experimentado, cómo olvidar que ni la sangre que María derramó hizo que el patrón tuviera el más mínimo respeto y cuidado. Cómo olvidar que ella era únicamente una niña. Cómo olvidar que lo más sagrado que una mujer tiene fuera violentado y arrancado de esa manera tan salvaje, por un hombre sin ningún tipo de escrúpulos. Cómo olvidar que la obligó a hacer cosas que ni a una mujerzuela se le podrían pedir, y que quizá ni una prostituta haría estas cosas por todo el dinero del mundo. Cómo olvidar que después de saciar sus más perversos instintos fue lanzada a la calle completamente desnuda y enviada a su casa sin nada más que sus manos cubriendo sus partes íntimas. ¿Cómo olvidar? Sintió arcadas con el sabor amargo de la bilis y dijo: —¡No Dios mío!, a mi hija nunca, prefiero verla muerta antes que verla sufrir las mismas vejaciones que marcaron mi vida para siempre.

    —Apurate mujer tenemos que irnos para la iglesia antes que amanezca. Yo sé que el señor cura nos ayudará.

    María dio la vuelta, su casa quedaría perdida para toda la eternidad. Nunca más sus pies volverán a pisar ese suelo.

    Ayuda divina

    Una gruesa neblina que bien podría agarrarse con las manos cubría el pueblo, era difícil ver a más de un metro de distancia, Dios parecía querer ayudar a estos infelices en su huida. Tres fuertes golpes a una puerta rompieron el pulcro silencio de la iglesia.

    —Por amor a Dios ya paren con esa tocadera de puerta, no dejan dormir, dijo alguien detrás de ella.

    —Señor sacristán soy yo, Pedro, tengo una emergencia y necesitamos la ayuda del señor cura.

    —Dios mío Pedro, no me digas que le ha pasado algo a alguno de tus hijos—, contesto el sacristán y como todo un experto removió el pedazo de madera que mantenía la puerta de la iglesia cerrada.

    —Pedro, ¿qué pasa? ¿Qué haces a estas horas y con toda tu familia?

    —Perdóneme señor, pero podríamos hablar con el señor cura si no es mucha molestia. Tenemos algo muy importante que pedirle y no podemos esperar a que amanezca.

    —Sí, pasá Pedro, pero no me digás señor, vos sabes que somos amigos, llámame por mi nombre. Pasen adelante dejen ver si el cura los quiere atender, porque este señor cuando se duerme no lo despierta ni un terremoto, imagínense que el año pasado cuando se quemó la parte externa de la sacristía, corrí a decirle que la iglesia se estaba quemando, y como estaba bien dormido me dijo que llamara a los pobladores para que ayudaran con el incendio, y que cuando terminaran que se fueran para sus casas y que no lo despertara hasta el otro día. Además, dijo que, si era la voluntad de Dios que la iglesia se quemara que él no podía hacer nada, y que lo mejor era seguir durmiendo. No existe desgracia alguna que le quite el sueño. Pero déjenme ver si los atiende.

    Pasaron 10 minutos, pero como el tiempo de Dios no es el mismo del ser humano, a Pedro le pareció que había esperado una eternidad. Una voz suave casi aterciopelada, un sonido que emanaba paz, seguridad y bondad se escuchó que decía: —Pedro, espero que sea algo importante, para que vengas a la casa del Señor a robarme el sueño.

    Era la voz del señor cura, un viejecito de más de 80 años, de pelo blanco como los copos de nieve, una sonrisa que hacía postrarse de rodillas hasta al más fuerte, unos ojos que denotaban el paso de los años, con una paz interna que cualquier ser humano quisiera poseer. Era párroco desde que cumplió sus 20 años, por más de 60 años había servido a Dios en la misma iglesia. Los pobres y los ricos creían en él y lo respetaban, ya que para todos ellos era la escalera que los llevaría hacia el cielo, y nadie llegaría al cielo si no era por medio de este santo, como todos le decían.

    Pedro en una demostración de reverencia y humildad hincó sus rodillas en el frío piso de la iglesia, el cura extendió su mano derecha y Pedro la tomó y besó un anillo semejante al que usan los obispos, aunque no era obispo le gustaba llevar un anillo que él decía demostraba su compromiso y lealtad a Dios.

    — ¿En qué te puedo ayudar?, mi querido y amado Pedro.

    —Disculpe por venir a la casa de Dios y sacarlo de su cama, pero tenemos un gran problema y usted como pastor de este pueblo, es el único que nos puede ayudar.

    —Anda mi querido

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