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Vaya Con Dios
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Libro electrónico294 páginas4 horas

Vaya Con Dios

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Información de este libro electrónico

Fernando es un joven provinciano de humilde origen, perteneciente a la generacin de los aos sesentas; con aspiraciones y sueos como cualquier adolescente; su padrino, Don Jos Mara, lo impulsar para ver concretados sus anhelos; pero es el destino quien dir la ltima palabra... Fernando simboliza la lucha, que a diario emprenden en su individual existencia y en cualquier poca, las generaciones jvenes de cualquier pas o raza; cuyo choque con la realidad viene muchas de las veces a destruir mundos, slo existentes en mentes idealistas y corazones romnticos, pero que son, al final, lo que las grandes mayoras desearamos ver hechos realidad, para no perder nunca la fe en nuestros semejantes.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento31 jul 2015
ISBN9781506505404
Vaya Con Dios
Autor

Rosa María Rangel Bravo

Rosa María Rangel Bravo, nace en Jacona, estado de Michoacán, México (agosto-1950). Siendo aún muy niña, sus padres se trasladan a vivir a la ciudad de León, Guanajuato. Años después ingresa a trabajar como bibliotecaria, en una Institución educativa; más adelante, le ofrecen una vacante de maestra de literatura de nivel medio básico, el cual desempeña con agrado y eficiencia. Ha sido concursante en dos programas de televisión, ambos de corte cultural: “El gran premio del millón” y “El rival más débil”; cuatro veces ha obtenido primer lugar, en concursos literarios organizados por los diarios locales de ésta ciudad de León, Guanajuato. El Instituto Nacional de Bellas Artes, de la ciudad de México, le hizo entrega de un certificado de estudios en literatura, al haber concluido satisfactoriamente, el curso impartido por dicha Institución.

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    ES UNA NARRACION CONSTRUIDA DESDE LO MÁS ÍNTIMO DE UN CORAZÓN SINCERO Y SENSIBLE, CON LA ESPERANZA DE LOGRAR CONSERVAR VIVO EL RECUEDO DE LO QUE ES EL VERDADERO AMOR.

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Vaya Con Dios - Rosa María Rangel Bravo

Copyright © 2015 por Rosa María Rangel Bravo.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

Fecha de revisión: 10/11/2015

Palibrio

1663 Liberty Drive

Suite 200

Bloomington, IN 47403

ÍNDICE

SÓLO PARA QUIENES NO SABEN OLVIDAR:

I UN EXTRAÑO SUEÑO

II NOCHE BUENA

III RELATO DE DON JOSÉ MARÍA

IV UNA FRACTURA

V SU MAJESTAD EL AZAR

VI PACTO BAJO JURAMENTO

VII RECUERDOS DE DON PEPE

VIII CUANDO YO SEA GRANDE…

SEGUNDA PARTE

IX PRIMAVERA EN INVIERNO

X EL PAN MÁS SABROSO

XI FIESTA EN EL LIENZO

XII DESGARRES EN EL ALMA

XIII ¡SALTÓ LA LIEBRE!

XIV COMPROMETIENDO EL CORAZÓN

XV DE PROVINCIA A LA CAPITAL

XVI ¡AHÍ VIENE LA CRECIENTE!

XVII ESTANDARTE DE TU TIERRA

XVIII TRASPLANTANDO EL ALMA

XIX DESPEDIDA Y SOSPECHA

XX RIÑA Y…¡VENGANZA!

XXI AQUEL LEJANO SUEÑO…

XXII PRIVILEGIO FATAL DE AQUEL, CUYO DESTINO ACORTA EL CAMINO

EPÍLOGO

UN COMENTARIO FINAL

Con amor para: Quien le da sentido a mi existir.

Quien ilumina con su sonrisa

el cielo gris de mi monótono vivir:

Mi hija Diana.

SÓLO PARA QUIENES NO SABEN OLVIDAR:

Tomé por pluma la imaginación, la tinta se formó con lágrimas y sangre. Comencé a escribir lo que me dictaba este llagado y destrozado corazón. Estas páginas son la voz de mi alma triste y adolorida. Único recurso ante la pérdida de un ser muy querido, para arrebatárselo a la muerte. Enfrentándola en desigual duelo: su inclemente omnipotencia contra mi sensibilidad de cristal. Si tú has sufrido la desdicha de haber perdido un ser muy querido, siendo éste aún joven: un hijo, un hermano, o un verdadero amigo, le ofrendo también éstas páginas; quien deja de existir cuando por sus venas aún corría la sangre nueva, su mente acumulaba proyectos y el corazón rebosaba ilusiones, merece nuestro ferviente recuerdo, que es ya lo único que podemos brindarle. Si la desdicha nos ha hermanado, compartamos el inmenso dolor de tan profunda e imborrable pérdida; la herida que abrió su ausencia no cicatrizará. Las heridas del alma jamás cierran y nos morimos con ellas; untemos en las llagas del espíritu como suave bálsamo, el gran placer de recordarle hoy, con este humilde homenaje para evocar su presencia. Sean éstas páginas la cadena eterna e irrompible entre su espíritu y la vida; única forma de decirle donde quiera que esté, que no importa el tiempo que pase, le recordamos como cuando estaba con nosotros y le seguimos queriendo igual: con todo el corazón, porque el verdadero amor no conoce el olvido.

I

UN EXTRAÑO SUEÑO

Si no pedimos nacer y morimos sin desearlo,

si la vida nos lleva por los caminos que quiere;

si nadie sabemos cuánto tiempo viviremos.

Somos por lo tanto marionetas del destino, con una

sola certeza de final de trayecto en común:

el cementerio.

Jacona, Michoacán. Diciembre/1959.

La vida en los pueblos pequeños es sólo monótona cotidianidad, rota únicamente por un acontecimiento inesperado; y ahí, dentro de esa igualdad de días, late también con su arritmia el corazón de la vida misma; lugar donde un fallecimiento entristece a todos sus habitantes o una boda es comentada con entusiasmo como si se tratase de un familiar. Donde se vive el día a día, como el más natural regalo de Dios, sin hacerle auditoría a la vida, sin cuestionamientos, aceptando lo que las horas traen, con la única ilusión de por la noche ver reunida a toda la familia. Esperando el sol de un nuevo amanecer, que nadie sabe lo que traerá…

—¡¿Quién es esa mujer vestida de negro qué se asoma por mi ventana?!… ¡¿Por qué hay tanta gente, qué están viendo?!….¡Que se quite de ahí esa mujer!…¡Silvia ¿Qué pasó, qué pasó?!…¡ ¡Dios mío!…¡esa muchacha de ojos verdes es la que se asoma por mi ventana, ¡¡es ellaaa!!…¡Es ellaaaaaaa!…

—¡Luisa despierta, despierta Luisa! ¡Despierta!

—¡Ay Julián qué pesadilla tan fea, mira como estoy bañada con harto sudor!

—¿Otra vez tuviste ese sueño mujer? Estabas llorando y gritando, por eso te desperté.

Es aún de madrugada y las solitarias calles del pueblo, son únicamente alumbradas por la luz artificial de los postes eléctricos. Cuyas figuras solitarias y alargadas, como sombras centinelas del sueño de sus moradores, se proyectan sobre el suelo, húmedo aún por la lluvia que ha cesado hace apenas unas pocas horas. Por una de las principales calles caminan de prisa dos adolescentes, cuyas ágiles y uniformes pisadas resuenan suavemente sobre el empedrado; por la forma que visten se denota son hijos de campesinos del lugar: camisas de algodón y pantalones de lino. Prendas sencillas, pero muy limpias; huaraches de correas y sombrero. Tiritando de frío van haciendo simples comentarios, mientras se acercan a la calle Arista:

—¿Sabes qué Chava? A mí se me hace que Fernando y Juan no se han levantado todavía. No están acostumbrados a madrugar todos los días, como nosotros. Como ellos si van a la escuela…

Al decir esto Pancho, rápidamente responde Salvador:

—Nombre, ¿qué te pasa? Hace ocho días fuimos a pepenar jícama y al primer chiflido que dimos ya estaban casi en la puerta.

Coloca Chava sus nudillos de índice y cordial sobre sus labios y lanza un fuerte silbido, que inmediatamente es contestado por un grito:

—¡Ahí vamos Chava, espéranos tantito!

Mientras Fernando y Juan terminan de abrochar sus camisas, se acerca doña Luisa, su madre, quien les ordena:

—Llévense este morral. Ahí les puse unos birotes con frijoles refritos y un pedazo de queso, pa que almuercen. No se vayan a mal pasar, porque luego les duele la cabeza. Les llene un guaje con café calientito. Les va a caer muy bien en la barriga, con este frío que está haciendo.

Segundos después, salen de su casa los dos muchachos casi corriendo, a encontrase con sus dos amigos, que aguardan impacientes.

—¡Ámonos recio! -dice Salvador apresurando el paso- porque luego no alcanzamos buenos surcos, y pior todavía que anoche llovió y va estar todo encharcado.

—Me dijieron que los Torres -Agrega Juan con voz entusiasta- están pagando a peso el canasto de fresa.

—¡Es cierto batos! -exclama Pancho, mientras introduce sus manos en las bolsas de la chamarra- y la semana que viene si Dios nos da licencia, nos vamos a pepenar jitomate. Al menos yo eso pienso hacer; porque necesito lana pa darle a mi amá. Desde que mi apá se fue pal norte, no nos ha mandado ni un cinco el canijo. Híjole, a ver si me queda pal cine, porque se quedó rete-emocionante el episodio del Jinete sin cabeza.

—¡Pues a darle que es mole de olla Pancho! -contesta Salvador- ora sí que te vas a tener que sobar duro el lomo. Porque no va ser fácil que saques pa todo eso que dices.

Mientras Chava, quien parece liderear el pequeño grupo y es el de mayor edad, hace algunos comentarios efusivamente, los demás lo escuchan sin querer siquiera abrir la boca, por el frío que a tan temprana hora les cala profundamente. Y entre charla y algún chascarrillo de Chava, llegan los cuatro adolescentes a las parcelas sembradas de fresa; amarran, al lado izquierdo de su cinturón, el canasto de carrizo, y dan comienzo a la recopilación del rojo fruto, en el surco que les ha sido señalado por el encargado de las parcelas.

Fernando, y Juan su hermano menor, se encuentran cursando los últimos grados de educación primaria. Aunque ambos casi niños, gustan de acudir de vez en cuando a las labores del campo, para ayudar en la manutención del hogar. Don Julián su padre, con quebrantada salud y con sólo primaria terminada, entrega mercancía de abarrotes en los pueblos aledaños. Doña Luisa su esposa, vive consagrada a las labores del hogar y apenas si sabe leer, por haber asistido poco menos de un año a la escuela. Complementa esta familia Lilia, la menor de los tres hijos, a quien últimamente se le ha manifestado una rara enfermedad.

Por la noche, Fernando se encuentra platicando con su madre, en el pequeño cuarto que sirve de cocina en la humilde casa:

—Me gusta mucho este rinconcito mamá, aquí junto al fogón, aunque el humo hace que me ardan los ojos, me siento muy a gusto aquí contigo.

—Es por el calorcito de la lumbre, y porque ya terminaste de hacer tu tarea y te sientes sin ningún pendiente mijo. Porque Juan apenas acaba de hacer su tarea y se le hace tarde pa irse a la calle a jugar al diantre de vago.

—¿Te acuerdas mamá que desde que estaba en primero, arrastraba una silla con trabajos hasta aquí, para platicarte lo que me había pasado ese día en la escuela?

—Desde chiquito has sido muy platicón hijo. Animas que cuando seas grande, me sigas teniendo esa misma confianza. Porque ¿quién mejor que yo que soy tu madre?, pa darte un buen consejo.

—Mi maestra nos dice: nunca tengan secretos para su madre, cuéntenle a ella todo lo que piensen y todo lo que hagan.

—Mira tú, que buenos consejos les da la maestra Chepina, y a mí que me caía gorda. Pásame la mano del metate, porque ya voy empezar a tortiar antes que se me acabe la leña del fogón. No tarda en llegar tu papá y me dijo que le echara una gorda calientita, pa cenar.

—Fíjate mamá, que mi padrino Pepe me dijo el otro día que pasé por su casa, que fuera por unos libros que me va a prestar. Que porque siempre nos ve nomás leyendo cuentos de Súperman, «Los Súper Sabios, El Pato Donald, El Llanero Solitario Chanóc, El pájaro loco y puras cosas así.

—Pues no anda tan errado tu padrino, porque tanto tú como Juan, lo primero que hacen al sentarse a comer y antes de que les sirva el plato, es arrimar a la mesa un buen tambache de cuentos, -agrega en tono de reprensión doña Luisa- parece que no pueden comer si no están leyendo sus tarugadas; tanto que les ha dicho tu padrino Pepe, que ‘so es falta de educación, que pueden quedar chuecos por andar comiendo y leyendo al mismo tiempo. Pero ya parece que van andar haciendo caso, todo les entra por un oído y les sale por el otro. Son rete-burros.

—Pero mamá, es que la comida sabe más sabrosa si estás leyendo algo. Además, si te has fijado, los libros que me presta mi padrino los cuido mucho. Para no mancharlos nada más los leo cuando me tiro en el petate, después de haber hecho mi tarea. Y ora que me acuerdo, dentro de unos meses ya salgo de la escuela, ya deberíamos informarnos de la secundaria. Porque pienso estudiar todo lo más que se pueda, dice mi padrino que sólo así llega la gente a ser rica.

—Pásame un leño pa›tizar el fogón, -pide doña Luisa a Fernando, al tiempo que sopla con la boca sobre las brasas para avivar el fuego. Como si quisiera ignorar las últimas palabras de su hijo- ya estas brasitas se me quieren apagar y todavía me falta un sope de masa al decir esto deposita sobre el candente comal una blanca y delgada tortilla. Y enseguida pregunta de manera distraída:

—¿Qué quieres ser de grande hijo?

—Quiero estudiar mucho y trabajar, para ayudar a mi papá con los gastos de la casa, porque me da no sé qué verlo como batalla para mantenernos por estar enfermo; Manuel y yo hemos platicado que de grandes vamos a ser doctores. Claro, con la ayuda de una beca que vamos a pedir; la mamá de Manuel ya fue a informarse de lo que piden para la inscripción.

—Este metate ya está rete poroso, -comenta doña Luisa, sin darle importancia a las últimas palabras de su hijo- toda la masa se me queda pegada aquí en el metate; sí, sí, te estoy oyendo, pero a mí la mera verda como que ´so del estudio no me gusta mucho. Dice mi comadre, que todos los que estudian se vuelven re-malcriados con sus padres, y que les rezongan aluego muy feo. Que se hacen comunistas, y después ya no quieren ni hacer los viernes primeros.

—Y tú que le andas haciendo caso a tu comadre -replica Fernando- platícale eso a mi padrino Pepe, y verás lo que dice. Tu comadre dice eso porque a sus hijos no les gusta la escuela y…

—¡Bueno, bueno ya, ora que termines la escuela ya veremos eso de la secundaria; mañana, si Dios nos da licencia, saliendo de la escuela te vas a la ferretería de don Eulogio y me compras un bulbo para el radio, porque se le fundió y no he podido oír mis novelas. Tan emocionantes que se quedaron Chucho el roto, una flor en el pantano y En las garras del diablo.

—A mí lo que me gusta oír es Carlos Lacroix, cuando grita el detective: ¡Dispara Margot, dispara! -agrega sonriente Fernando- El último Corsario y La Máscara Dorada.

—Tu papá siempre que puede no se pierde el del comandante Pérez Cervantes: El que la hace la paga. A Lilia le gusta oír la merienda infantil con CríCrí. A propósito de merienda, no se te olvide antes de cenar, tomarte tu cucharadita de emulsión de Scott.

Entre plática y plática Fernando prepara sus útiles escolares; con una correa de plástico ata sus libros y cuadernos para el día siguiente por la mañana. Fernando a sus catorce años, muestra en su rostro de marmórea palidez, las horas que por la noche le roba al sueño, para dedicarlas a su pasatiempo favorito: la lectura, hábito inculcado por su padrino don José María; sus obscuros ojos, de profundo y fuerte mirar, recuerdan los de un águila. A la expectativa de todo lo que van descubriendo día con día a su alrededor. Que vislumbran un futuro pleno de realizaciones. Juan, inquieto y extrovertido, gusta más de convivir en la calle con sus amigos. La casa que habitan Fernando y Juan, construida de adobe crudo y de techo cubierto por teja roja, tiene el piso de simple tierra. Es prestada a sus padres por don José María, o don Pepe, como le llaman todos, quien llevó a los dos hermanos a recibir el sacramento del bautismo, así como su primera comunión; al fondo de la misma y sirviendo como división, por la parte interna, entre la finca de don José María y la humilde casa de ésta familia, se encuentra un estancamiento de cristalina agua, rodeado por frondosos guayabos, mangos y aguacates, entre otros árboles frutales. Lo circundan también grandes peñascos, que impiden que alguien pudiera caer dentro.

Fernando a su corta edad ha leído ya alguna que otra obra clásica, guiado por su padrino, a quien ven los dos hermanos como un segundo padre. Anciano éste de solvente economía, quien posee una enorme y bien abastecida biblioteca, su lugar favorito, donde pasa diariamente horas enteras absorto en la lectura. Estudió varios años en el colegio del seminario de esta población. Ahí mismo donde estudiara el poeta Amado Nervo. La casa que habita es una finca sólidamente construida, con una gran huerta al fondo de la misma. Casona comprada por sus hijos, para hogar y descanso de éste. Desde que enviudó, el anciano se ha refugiado en el cuidado y cultivo de sus árboles frutales o pintando sencillas acuarelas; viviendo recluido y solo en su enorme y confortable mansión. Tiene su casa al frente, cayendo sobre el barandal de madera, abundantes flores de bugambilia en color morado, que realzan y embellecen su fachada. Don José María, último descendiente de una acaudalada familia, cuyos padres fueron hacendados, eligió Jacona para vivir ahí en paz y tranquilidad su viudez tan lamentada; goza de popularidad en el poblado, por ser gran conocedor de la medicina homeopática. Conocimiento y medicamento que ofrece gratuitamente a quien lo solicite.

Es sábado por la mañana. Fernando atraviesa el remanso interno que separa su casa de la de su padrino y en breves minutos se encuentra ante el anciano; saluda efusiva y cariñosamente:

—¡Buenos días padrino! Vine a ver en qué le ayudo; Juan no pudo venir, porque se fue con mi papá ayudarle a vender su mercancía; y mi mamá se fue a llevar a Lilia con el doctor, porque hoy en la mañana se desmayó. Usted dirá si comenzamos primero por tumbar los limoneros que ya se secaron, o si prefiere que empiece lavando la pila del agua de los patos, porque estoy viendo que ya se empieza a poner verde el fondo.

—Ninguna de las dos cosas ahijadito, -responde el anciano en tono paternal- quiero que te sientes un momento. Voy a enseñarte a jugar ajedrez. Para que antes del próximo sábado, seas tú quien me dé jaquemate. Ya verás qué tardes tan divertidas vamos a pasar con este tablero y estas piezas. Mientras dice esto, va acomodando las figuras en su lugar.

La noche ha caído ya. En casa de Fernando, doña Luisa se dispone a rezar el rosario en familia, como lo ha venido haciendo desde que contrajo matrimonio. Toma su viejo rosario y con voz pausada y autoritaria a la vez, dice a su esposo y a sus dos hijos, al tiempo que hace sobre la frente la señal de la cruz:

—Hínquense todos; en el nombre del padre, del hijo y…

Poco después de terminado el rezo, se sientan alrededor de la pequeña mesa de madera. Sirve doña Luisa los alimentos:

—Hoy no me alcanzó pa la manteca, les voy a dar los frijoles de la olla.

—Oye vieja, ¿no tendrás por allí un pedacito de queso seco, -pide don Julián, mientras busca con la mirada sobre la mesa- y un chilito serrano? Para acompañar mis frijolitos.

—Amá, huele rete sabroso el té de hojas de limón -comenta saboreándose Juan.

—Lilia pásale a tu papá el molcajete con chile. Les estoy asando unos nopalitos en las brasitas que quedaron del fogón; Juan, arrima el canasto con las tortillas a la mesa. ordena doña Luisa, mientras termina de servir las tazas con la bebida caliente.

Al terminar de cenar, Juan se va al cuarto que sirve de recámara a él y su hermano. Se acuesta sobre el petate a hacer su tarea escolar. Lilia se ha retirado ya a dormir; preocupada dice doña Luisa:

—Julián, hoy en la mañana Lilia se desmayó y la llevé con el doctor; tomé el dinero que estábamos juntando para comprar un marranito.

—¿Y qué te dijo el doctor, qué tiene Lilia?

—Pues no sé, le dio unas pastillas y me dijo que hay que hacerle unos estudios, que sospecha que es algo de la sangre. Le sacó una muestra de sangre y me dijo que los resultados están en ocho días; yo estoy muy preocupada por la niña. Anoche volví a tener ese sueño muy raro…

—¿Pues qué volviste a soñar mujer? -Pregunta don Julián interesado, entre curioso y burlón, mientras da un sorbo a su bebida caliente.

—Que una muchacha flaca de ojos verdes y vestida de negro, se asoma por la ventana y yo me asusto mucho. Y no sé de dónde salen una bola de muchachos, de esos que usan chamarras negras y pantalones ajustados de mezclilla, a lueguito llega Silvia la hermana de Rafa llorando a gritos, y…¡zas! Caígo desmayada. En eso desperté con los ojos mojados todavía por el llanto y bañada en sudor. Me tiene muy preocupada Lilia; no quiere salir a jugar, se la pasa dormida y…

—A qué mujer, no le hagas caso a tu sueño; esa mujer es igualita a tu comadre, ja ja ja ¿No ves que siempre anda de negro y está en los puros huesos; y lo del sudor, a mí se me hace que es eso que dicen les da a las mujeres: mendropaunsia o algo así; sírveme otro tecito y ya vete acostar, has de estar cansada.

—Julián, -dice doña Luisa mientras le acerca una taza con la bebida que pidió- Fernando no ha regresado desde en la mañana que se fue anca mí compadre. Tengo pendiente. Ya va empezar en el radio Museo del terror, ya ves que no le gusta perdérselo. Estaría bien que te dieras una vueltita anca mi compadre, para que ya te lo traigas, antes que se haga más noche.

—Está bien mujer, -contesta don Julián, después de ponerse su sombrero y tomar una pequeña lámpara de mano- voy por este muchacho. Sirve que saludo a mi compadre, hace tiempo que no nos vemos.

—Pero no te vayas a quedar, ya es tardecito y aluego te agarras platicando y ni cuenta te das qué hora es. Mañana es domingo y tenemos que ir temprano a misa. Cuando está el sol todavía tiernito. Lilia se acostumbrado al salir de misa, que la lleve a desayunar tamales con champurrao y si vamos a misa de nueve, cuando sálgamos ya Chonita recogió el puesto; mientras tú y Fernando no lleguen, no voy a poder pegar los ojos.

—Voy y vengo vieja, -dice don Julián, ya casi en la puerta de salida- en menos que canta un gallo estoy de regreso.

De los tres hijos del matrimonio, es Juan quien les preocupa por ser callejero, dice doña Luisa; aunque es por Fernando que tienen cierta disimulada preferencia. Tal vez por haber sido su primer hijo, o debido a su natural carisma.

Llega don Julián a casa de don Pepe, introduce su mano entre el barandal de madera y levanta la aldaba, que cede con facilidad; Saluda afectuosamente al entrar al comedor, donde se encuentran su hijo y don José María:

—¡Buenas noches compadrito! ¿Qué haciendo?; vengo por este diantre de muchacho, que pide permiso por un rato, y luego se tarda las horas. Y la pobre de su madre con harto pendiente.

—¡Caray ahijadito! -exclama don Pepe, al tiempo que saca de la bolsa de su chaleco, el reloj de leontina- ni cuenta nos dimos, el tiempo se fue volando, ya pasa de las nueve. ¿Ya ves?, te lo dije esta mañana: el ajedrez es absorbente. Esta última partida ya no te la pude ganar fácilmente y la anterior me ganaste. Como puedes ver compadre, tu muchacho ya es experto en ajedrez. Se nos fue el tiempo sin sentir. Porque también anduvimos tumbando limoneros secos en la huerta y luego mandé a Fernando a que me comprara mi chocolate de metate, el Ibarra no me sabe igual.

Fernando, que permanece callado durante este breve diálogo, se encuentra absorto, con la mirada fija sobre las figurillas del tablero, pensando únicamente en la próxima jugada por realizar, pero al ver que su padrino se ha puesto de pie, él hace otro tanto diciendo:

—Bueno padrino, que pase buenas noches. Vendré mañana, por la revancha.

II

NOCHE BUENA

No hay regalo más valioso

para un niño, que crecer en

una familia en armonía.

Faltan dos días para que sea navidad; Fernando se encuentra de vacaciones escolares. El y su hermano Juan se reúnen por las

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