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La dama de San Anselmo
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La dama de San Anselmo
Libro electrónico54 páginas51 minutos

La dama de San Anselmo

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En la isla, todos conocen a la dama de San Anselmo. Es la dama más querida y más temida, pues conoce todos los secretos que acontecen en su isla. Todos. El secreto de Marta también lo conoce. Sólo lo saben la dama de la isla, Marta y... alguien más.
Hace varios días que Marta no puede descansar. Es por una pesadilla, una real, y eso es lo peor, que es real. Ya no puede soñar sin ella ni despertarse ni dejarla atrás.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 mar 2014
ISBN9781311382863
La dama de San Anselmo
Autor

Ana Hernández Vila

Mofred es mi palco escénico, mi alma salvaje, el lugar donde soy, siento, duermo, sueño. Es el tiempo aparte donde me encuentro y me muevo. Es el silencio del telón que se aparta cuando los ojos se abren, la historia vive y se comparte en secreto. Todos esperan atentos, mis versos también.Mofred es yo, yo soy Mofred. Salió de mí un día para salvarme de un profesor al que le gustaba romper mis poemas antes de leerlos. Ese día firmé : Mofred.Me salvé.

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    La dama de San Anselmo - Ana Hernández Vila

    La Dama de San Anselmo

    By Ana Hernández Vila, mofred

    Copyright 2014 Ana Hernández Vila, Mofred

    Smashwords Edition

    #

    Smashwords Edition, License Notes

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    ####

    ***

    Hilo abierto de punta

    Y tumba de esquejes

    Qué son recuerdos sordos para los ciegos gatos

    Asoma un sabor de nácar encallado

    Por estruendo golpe no avistado

    Un lugar lejano

    Crónica del vestido prohibido de llanto

    Cartón tórrido de sangre hueca

    Huella férrea

    No marcha el olor, no pasa de largo

    ***

    ***~~~~***

    La Dama de San Anselmo

    ***~~~~***

    A todas las mujeres,

    A todos los hombres

    Uno * Dos * Tres * Cuatro * Cinco * Seis

    - Pasa el sombrero - Obras de la misma autora -

    ~~***~~

    Uno

    [back]

    Y tú no estás mal porque no estás sola. Si necesitas ayuda, tus amigos llegan. A mí sólo me llegan suspiros de los de ¡uff! y se creen que no les he oído. Eso es lo peor. ¿Conoces ese dolor? Ojalá no lo conozcas nunca. Pero eso es lo que soy… una pistola y una polla corriéndose sobre mi vientre mientras todo huele a pescado de varios días. Debí haberle pedido que me matara, pero ya lo había hecho. Ya nunca más vino a cuidarme nadie. Dicen que ese olor se queda para siempre–, Gabriela sacaba de su bolso otro cigarro. Lo encendió con el que apenas había dejado y siguió hablando, –Mira, acércate y huele. ¡No pongas esa cara mujer! Así no podrías oler nada. Huele, sólo es un segundo. Así. Ves que huele a algo raro y profundo. Pues es ese olor, que ya no se irá jamás. Se me metió en las entrañas y el semen de ese cabrón me abrasó las salidas para que nunca más saliera–. Marta seguía mirándola, con un mismo pesar en sus pupilas, como si se conociera ya las historias de todos. Y a lo mejor se las conocía ya todas. Gabriela se había encariñado en cierto modo de ella. Todos los días acudía al mismo rincón. Entre las ocho y diez de la noche. Todos los días. Un poco de lo que fuera. Eso iba buscando. Un poco de lo que fuera –¡Que me deje contenta!–, eso era lo que decía. Y así se encendía un cigarrillo tras otro. Sin parar. Uno tras otro, para pasar el tiempo, para acompañar al ritmo de ultratumba que tenía enquistado dentro. Marta la miraba. Todos los días. Desde las nueve y media hasta las diez. En el mismo rincón. No dejaba un segundo de hacerlo. La miraba. La escuchaba. Nunca decía nada. –Un día me hablarás sin darte cuenta y lo mejor de todo es ¡que yo tampoco me daré cuenta!, ¡ja! Porque yo creo que yo ya te oigo y que tú ya me hablas. Todos los días vienes. Y yo ya casi no espero a nadie más que a ti. Me gusta más la mierda que me das tú que la que me dan esos hijos de puta. Desde que tú vienes ya no follo. La verdad es que así estoy mejor–. Marta seguía mirándola, con la misma cara, con las mismas comisuras planas, –A ti también te han jodido, a que sí. ¡Pues que les den por el culo a esos cabrones! ¡Hijos de puta!–, Marta seguía mirándola. Igual. Gabriela lloraba y se secaba los mocos con el brazo. Era parte del ritual. Luego buscaba alguna parte de donde pudiera agarrarse la vena del día. Así las llamaba ella. Una sonrisa para la vena del día. Y mientras, la vida se le pasaba y la vista se le perdía porque ya no veía más nada. Marta aún miraba, atentamente, miraba. No paraba de hacerlo. De algún modo se escapaba en el pico, y dentro de la vena destrozada de Gabriela, se desataba de su recuerdo. Un recuerdo insoportable. Tan insoportable como el de Gabriela. Pero ella seguía mirando. Quería ver y tener

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