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Revista del corazón
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Libro electrónico223 páginas2 horas

Revista del corazón

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Información de este libro electrónico

En el año 2000, un restaurantero mexicano recientemente divorciado hojea una revista del corazón y se siente muy atraído por una modelo. Decide ir a Madrid para intentar conocerla, pero se le contraponen varios asuntos: una sociedad diferente, una mexicana famosa en dicha ciudad y un socio no dispuesto a dejarse engañar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 may 2024
ISBN9786078773770
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    Revista del corazón - Manuel Olivar

    title

    Heurística Informática, Procesos y Comunicación Objetiva

    Revista del corazón

    Primera edición: 16 de mayo de 2024

    ISBN: 978-607-8773-77-0

    © Manuel Olivar

    © Gilda Consuelo Salinas Quiñones

    (Trópico de Escorpio)

    Empresa 34 B-203, Col. San Juan

    CDMX, 03730

    www.gildasalinasescritora.com

    facebook Trópico de Escorpio

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    Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al CeMPro (Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor, http://www.cempro.org.mx).

    Distribución: Trópico de Escorpio

    www.tropicodeescorpio.com

    facebook Trópico de Escorpio

    Diseño editorial: Karina Flores

    HECHO EN MÉXICO

    HECHOS PASADOS

    Y PROPÓSITOS

    (RETAZOS DE ESCRITURA ALGO VIEJA Y CASI NUEVA)

    —I—

    AMISTOSA REUNIÓN EN CASA PUERTAS

    pg007a

    PRESENTACIÓN EN PARÍS DE LA COLECCIÓN

    PRIMAVERA-VERANO DE HANS ARCHER

    (SERÁ LA PRIMERA COLECCIÓN DEL NUEVO SIGLO)

    pg008a

    BAILE DE LA BENEFICENCIA EN MONTACO

    pg009a

    —II—

    —Hoy no vamos a hablar de negocios.

    —¿No? Pues está raro, algo me dice que estás por volver a ser el de antes.

    —¿Cómo el de antes? ¿Cuál de antes?

    —El que eras cuando estabas en los trámites de tu divorcio, no sé si te acuerdes, pero no hablabas nada sobre negocios. Bueno, ni de ningún otro tema que tuviera que ver contigo.

    —Y ¿a qué viene la sacada a cuento?

    —Nada más me acordé de cómo era esto antes.

    —¿Cuál esto?

    —El negocio, ¿qué otra cosa?

    —Bueno, de lo que me acuerdo es que yo andaba desperdigado. Distraído en demasiados asuntos que no acababan de embonar.

    —¿Asuntos o mujeres?

    —¿Mujeres? ¿Tú me veías andando con demasiadas mujeres? Yo de ese tiempo solo me acuerdo de una, desgraciadamente.

    —Sí, lo supongo, de Marina, ¿no es eso?

    —Mejor no me la recuerdes.

    —Pero también estaban todas las demás.

    —¿Eran muchas?

    —Pues tú me dirás.

    —En dado caso, eso era algo que me bajaba del cielo.

    —Igual y sí, porque nunca has demostrado grandes dotes de conquistador.

    —¿Ves? Te digo que no tengo la menor idea de cómo le hacía.

    —¿De veras no sabes?

    —Pues no.

    —Por tu físico, no te hagas el tonto. ¿Cuántas veces te he dicho lo guapo que eres, y que además eras desde chiquito?

    —Eso me lo has dicho nada más por decir.

    —Pues sí que te haces el tonto.

    —A lo mejor es haciéndome el tonto por lo que me caen las mujeres del cielo.

    —No te digo que no, y, también por hacerte el tonto es que te olvidaste de mí.

    —¿De ti? ¿A qué te refieres?

    —Bueno, no de mí, del negocio.

    —Lo dices como si creyeras que tú y el negocio fueran lo mismo.

    —A veces pienso que eso es, en todo en lo que ha acabado lo nuestro.

    —¿Te vas a poner ahora como un niño chípil?

    —No, solo estoy recordando que me dejaste enteramente el paquete.

    —¿Qué es lo que quieres, que te pida perdón?, o que me suelte ahora llorando por mis pecados.

    —¿No entiendes lo que quiero decir cuando te digo que me dejaste todo el paquete? No se le puede dar tantas vueltas.

    —Está bien, acepto que en eso tienes razón.

    —Claro que la tengo, pero solo me lo dices para librarte de entender lo que hay en el fondo. Después de los tantos años que llevo de conocerte.

    —Veintinueve.

    —¿Ves? Tienes el dato exacto del día que nos conocimos en la primaria, pero no intentas saber de lo que te estoy hablando.

    —No te creas. Sí me doy cuenta. Lo único es que, a pesar de todo, sigo siendo el mismo de antes. O no, en lo único que he cambiado es que ahora noto que hay algo que funciona mal en mí, y es eso que llaman asuntos del corazón.

    —Grandísima proeza el que lo aceptes.

    —Estoy mal en lo que llaman en esa novela de Flaubert «la educación sentimental».

    —¿Cuál novela?

    —¿No sabes? A lo mejor tú lo que tienes mal es tu educación intelectual.

    —¿Ya empezamos?

    —Olvídalo. Lo que yo quería decir es que, por ejemplo, no tuve una familia que me enseñara qué hacer y qué decir en los momentos importantes de la vida. O más bien, en los momentos importantes de la muerte, porque ni siquiera he sabido cómo comportarme en los funerales.

    —Bueno, tampoco es que se requiera mucha ciencia. Solo hay que decir palabras huecas, como Lo siento mucho o Mi más sentido pésame. Y eso no creo que implique una gran educación sentimental.

    —No son las palabras que repites sino el sentirte con seguridad en una situación así. Eso a mí me falta. Cuando llego a dar un pésame nada más se me ocurre hablar del clima, como siempre que no se sabe qué decir.

    —Pues eso no es muy distinto a repetir fórmulas que sirven para todo menos para reflejar un sentimiento auténtico.

    —No me entiendes, déjame darte un ejemplo distinto. El otro día que estaba hojeando una revista española, de pronto vi una modelo que me impactó. Todavía no sé por qué, algo me llegó desde alguna de sus fotografías, haz de cuenta que detrás de ese papel entintado hubiera un ente que se comunicara conmigo. Tanto, que yo me viera obligado a decirle algo. Aprovechando la circunstancia de que yo estaba de este lado, y en el otro nada más había unas cuantas fotos. Entonces tuve tiempo para meditar en lo que debía de responderle a la modelo, pero solo se me ocurrieron estupideces. Señorita, yo la vi en México en una foto de revista. ¿Cuántos le habrán dicho algo parecido?

    —A lo mejor ninguno, porque todos creen que alguien ya se lo dijo.

    —Bueno, el caso es que opté por quedarme callado como si hubiera llegado a un velorio y no se me ocurriera algo que mencionar sobre el clima. Soy tan malo para decir Lo siento mucho, como para preguntar si afuera está haciendo frío.

    —Tal vez eso sí sea para preocuparse. Si ni siquiera puedes ligar con una foto… pero entonces sí me quedo pensando cómo le has hecho para conseguir esa cantidad bestial de mujeres.

    —¿Bestial? ¿Insinúas que tengo algo de bestia?

    —Olvídate del adjetivo.

    —Pero sí debe ser algo de eso, porque si te acuerdas en la secundaria decían que «rollo mata carita». Como quien dice, lo físico es vencido siempre por lo metafísico.

    —Pues mira, eso que me echas sí que es un rollo.

    —No sé, a lo mejor, ya puestos en la práctica, no es que sea tan bestia.

    —III—

    Yo era un tipo. Bueno, soy. Inclinado en demasía al pensamiento. Supongo que por eso me dejó Marina. Aunque de todas maneras no podía. Bueno, puedo, más que seguir siendo de ese modo.

    Aunque he tratado, han sido inútiles mis esfuerzos por volverme un sentimental. O un hombre de acción. O, al final de cuentas, un ser de carne y hueso. Porque, como quien dice, a veces creo ser solamente la imaginación del que en verdad soy.

    Tal vez para escribir. Así como ahora lo estoy haciendo. Esa peculiaridad pudiera constituir un real problema porque yo no podría contar así nomás una aventura. Si acaso la explicaría. Y eso, tratando de prescindir de cualquier sentimiento que se presentara en el curso del relato.

    Sé que no es precisamente lo que el público esperaría de un escritor. Pero, de todas formas, he decidido no traicionarme: desde ahora renuncio a la pretensión de hacer una narración normal. Y en vez de ello, explicaré lo que me ha pasado. Por ejemplo, mi matrimonio. Bueno, mi ex matrimonio. Ese del que no hace mucho terminé de tramitar el divorcio.

    Empiezo por los antecedentes, aunque esto huela un poco a cumplir los cánones narrativos.

    Mi esposa. Bueno, ex. era una mujer que en el principio valoraba mi forma de ser tan pensante. Pero según he llegado a entender, a muchas mujeres las termina traicionando el sentimiento. Incluso he llegado a comprobar que, después de casadas, todavía más.

    A lo mejor por eso discutíamos la mayor parte del tiempo. Ahora veo que desde posturas muy diferentes. Yo, por ejemplo, pensando siempre que lo hacíamos con la finalidad de llegar a un acuerdo razonable. Pero con los años, a pesar de haber llegado muchas veces a una conclusión que parecía lógica, entendí que las consecuencias para ella no eran las que se desprendían de cuanto debiera concluirse.

    O sí. Solo una vez, después de una plática serena, pudimos obtener la certeza de que, sin importar el número de discusiones, de todas maneras, cada uno seguiría siendo el que cada uno era. Lo cual no resultaba mucho. Ni creo que siga resultando.

    Alguien se preguntará qué pasaba con aquello que no consistía en discutir. Por ejemplo, con el sexo. Y es que la gente siempre piensa en lo mismo. No traeré a colación ninguna estadística, pero apuesto que no éramos diferentes de otras parejas consideradas normales. Aunque ahora imagino la estadística de los que pensamos que somos normales.

    Y luego nos divorciamos por asuntos de lesa normalidad.

    De acuerdo. No pretendo evadir el tema, y el tema es sexo. Nada del otro mundo, pero nada que pudiera tildarse de decepcionante. Y aquí el asunto vuelve a tocar el tema de los sentimientos: porque uno se siente bien después del coito, pero eso dura hasta que la mujer exige un poco más.

    ¿Para qué darle tanta importancia a los sentimientos? Si solo tienen sentido en un momento dado. Por ejemplo: un mal humor verdaderamente destructivo, se pierde instantáneamente con el elemental acto cotidiano llamado comer.

    Está claro que no podemos dejar de sentir. Pero nada más es válido en el momento en que se está sintiendo. Y ahora pienso que esto que escribo deja de ser válido porque una vez escrito, pasa a ser algo que está en el pasado. La vida no es sino un transcurrir de estados de ánimo, muchos de ellos sustituidos antes siquiera de poder escribirlos.

    Entonces, ¿para qué intentar atraparlos? Como a lo mejor quería mi esposa. Bueno, ex. O tratar de revivir emociones antiguas cuando en este momento en realidad no están presentes. Porque igual que un animal del bosque perdido en la ciudad, ella regresaba constantemente al mismo callejón sin salida. Discutía el tema hasta agotar sus argumentos. Y después de notar que por esa ruta no conseguiría nada, empezaba a llorar. Llorar y llorar, como dice la canción. Tal vez hasta la fecha siga llorando.

    Y es así como ahora me pregunto ¿de qué servía tanto llanto?

    Cualquiera lo sabe.

    Lo que sí es que ante los ojos de la gente ese rasgo quedaba escondido. Es decir, pasábamos por una pareja normal. Bueno, me entra ahora la duda de cuántas personas habrán observado realmente nuestro melodrama interior. Porque todos actuamos cuando nos presentamos en sociedad, pero en el fondo nadie sabe si es el actor que siempre pretendió ser.

    Una vez lloró en público. Frente a una pareja muy cercana a nosotros. Traíamos alcohol en la sangre y en la fiesta solo quedábamos nosotros cuatro. No recuerdo por qué, pero la esposa de mi amigo, en medio de su inconsciencia, comenzó a quitarse la ropa. Cuando estuvo desnuda, se acostó en la alfombra y pidió a su hombre que la acompañara. Al negarse su marido, me lo pidió a mí.

    Un momento. Noto de repente que estoy narrando y en un principio había prometido nada más explicar. Entonces explico. No sin antes anotar lo que acaba de pasar por mi mente: que he acumulado experiencias bastante variadas.

    Entonces, yo creo que aquella pareja cercana parecía, como nosotros, una pareja normal, pero ante el ascenso del estado etílico, esa vez empezó a borronearse la falsa apariencia.

    Hasta ese día, ella se había mostrado como una mujer digamos que muy tradicional. No sé si hasta mojigata. Él también se había mostrado como el magnífico esposo que daba siempre la razón a su esposa. Pero esa noche, ambos se dejaron de cuentos.

    Aunque también es verdad que nosotros seguramente mostramos algo que tampoco habíamos mostrado: es decir, nuestra clara inclinación para estar en desacuerdo. Y mi mujer, además. Bueno, mi ex, su forma caudalosa de llorar.

    A lo mejor, con esos pocos elementos, se puede uno imaginar por qué terminó nuestra amiga

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