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Y si me quieres ¿por qué me matas?
Y si me quieres ¿por qué me matas?
Y si me quieres ¿por qué me matas?
Libro electrónico288 páginas4 horas

Y si me quieres ¿por qué me matas?

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Manual de filosofía práctica aplicada a la mujer del siglo XXI.

¿Te sientes una feminista rara por no compartir al 100% lo que significa el Feminismo hoy en día? ¿Te has sentido un bicho raro porno querer ser madre? ¿Tienes la sensación de que hagas lo que hagas, eres mala madre? ¿Has percibido que existe sobre ti un techo de cristal por el hecho de ser mujer?

Si en algún momento has sufrido por desorientación al no saber lo que es más adecuado en una determinada situación, por no entender alguno de tus sentimientos o por inseguridad y falta de confianza en tus criterios para decidir, ello se debe a lo que esta obra descubre: la «superwoman» no existe ¡es imposible!

Fruto de años de investigación científica, este ensayo de filosofía práctica, repasando etapas clave del rol femenino, da explicación a por qué ser mujer ahora es más difícil que nunca desde una determinada perspectiva. El dolor que la coyuntura actual genera en la mujer del siglo XXI, se torna solución cuando aprende a desarticular la trampa de los dos esquemas de valores que en su fuero interno actúan.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 nov 2020
ISBN9788417984625
Y si me quieres ¿por qué me matas?
Autor

Mónica Utrera

Mónica Utrera (Barcelona, 1974) es Licenciada en Filosofía y máster en Filosofía Contemporánea por la Universidad de Barcelona. Doctora en Dirección de Empresas por la Universidad Ramon Llull. Docente en Esade, Fundació Pere Tarrés y Aden, entre otras universidades internacionales de reconocido prestigio. Sus principales áreas de investigación comprenden estudios sobre género desde una óptica social y análisis de la inteligencia emocional desde una perspectiva empresarial. Mentora, conferenciante y escritora.

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    Y si me quieres ¿por qué me matas? - Mónica Utrera

    Apertura

    Dices que me quieres, pero me atas, maltratas, golpeas y matas. Me arrastras por el firme adoquinado y mi conciencia alcanza un subsuelo que nunca me habías dicho que existía. Me prometiste que mi vida iba a ser perfecta a tu lado si hacía lo que debía. Pero, por más que lo intento, me resulta imposible pensar un futuro contigo.

    Los siete infiernos he visto, los siete he visitado, siempre con una sonrisa en mi rostro. Aunque mi semblante desease dibujar una lágrima, me he mantenido ante ti incólume. He permanecido guerreando contra lo indecible desde que te conozco, tal como me pediste. Pero tú asesinas mis posibilidades ajusticiando cualquiera de mis juicios. Juicio que pretendo mantener cuerdo, pero que cuesta ya tanto…

    Ahogo un dolor desde que soy adulta, desde aquel momento en el que me juraste que recibiría los frutos de mi cosecha. Pero la recompensa nunca llega. Degollando mis ilusiones, tú, mundo, has conseguido la que siempre fue tu intención velada. Aunque siempre estuvo oculta, por fin casi logro verte la cara. Sé que me la muestras con desgana porque con ello se frustra tu objetivo; te quedarías sin salirte con la tuya. Pero eso, la verdad, ya no me preocupa tanto. Lo que lo hace todavía es observar y entender en qué lugar quedo yo después de todo esto.

    Desnuda, en medio de una calle, estoy en tu pronta partida y, aunque ahora entiendo mucho de ti, me resulta más hostil si cabe. Más absurda. Una plaza de otros que son muerte en movimiento. Otros todos iguales, globalizados, lobotomizados. Conjunto de otros simulados donde encontrar un otro diferente a mí resulta prácticamente imposible.

    Introducción

    Presentación de la autora

    Durante mucho tiempo me he sentido una rara. Alguien con tantas contradicciones que incluso me parecía lógico que nadie me comprendiera. Sin embargo, después de todo, el hecho de sentirme una persona extraña quizá no haya sido tan malo. Básicamente porque de esa incomodidad nacen los gritos de esperanza que pronuncia este libro.

    Esas aparentes incongruencias se reflejan en gran parte de lo que digo y hago. Comenzando por mi historial académico, parece incoherente doctorarse en Administración y Dirección de Empresas, especializándome en psicología organizacional, cuando mi vocación es la filosofía. Estudios en los que me licencié hace veinte años y de los que apreciaba la posibilidad de repensar los planteamientos de este mundo que nos engulle. Planteamientos que refuerzo y sistematizo cuando juro lealtad al sistema que nutre a las corporaciones privadas.

    En lo profesional tampoco me quedo atrás. Se diría que es ilógico colaborar con diversas escuelas de negocios e importantes grandes compañías, adalides del capitalismo más extremo, y a la vez disfrutar como docente e investigadora en el ámbito de lo social. Capacito directivos cuando detesto algunas de las herramientas psicoterapéuticas que se emplean con tal fin. Trabajo como directiva y dirijo a mujeres y a hombres por igual, pero luego me gusta vestir para mis reuniones con faldas rosas y no trajes armados masculinos.

    Ahora bien, desde luego, lo supuestamente más absurdo se encuentra en mis hábitos de vida e interacción con otros. Desde lo más sencillo a lo que no lo es tanto, lo mismo compro un bolso cuya fabricación no favorece al medio ambiente como me apetece ir de voluntaria a salvar la selva del Amazonas. O aunque, por un lado, soy una mujer liberal y moderna en lo que refiere a las relaciones sexuales y de pareja, por otro termino casándome por la iglesia con mi príncipe azul. La contradicción me persigue cuando animo a que las mujeres decidan por sí mismas en todo asunto que les concierna, pero después me castigo durante años por no haber seguido el patrón de la maternidad. No ser madre me ha traído quebraderos de cabeza y sentimientos de culpabilidad que solo conocemos las que hemos optado por esta vía.

    Durante mucho tiempo, todas estas aparentes discordancias de tintes frívolos hacían que no me entendiera a mí misma. Sentía dentro una especie de nudo que, hiciera lo que hiciese, no podía desenmarañar. Pensaba que era cosa mía y que tenía que ver con mis complejidades, que no son pocas. Llegué a pensar que tenía algún tipo de trastorno de personalidad. De hecho, alguno de los psicoterapeutas que visité en su momento me diagnosticó algo por el estilo. Ello me hubiese preocupado de no ser porque, al visitar a otro especialista, el diagnóstico era diferente. Hasta en eso era rara: a veces estaba enferma y a veces no.

    Hoy no me avergüenza afirmar que he pasado por la fase de «estar loca». Etapa en la que no faltaron voces que ayudaron a que lo creyera. Especial mención, en este caso, para los comentarios de algunas parejas con las que compartí aquellos periodos pasados y que reforzaban mi locura. Trastorno resumido en depresión y ansiedad. Normal después de intentar resolver sin éxito y durante tantos años lo que ahora sé que no es necesario darle tanto peso. En definitiva, momentos de angustia y pánico indescriptibles. Sufrimientos inenarrables por sentirme sola y no encontrar respuestas.

    Pero un día las cosas cambiaron. Lo hicieron porque empecé a ver que no era la única. Comencé a darme cuenta de que a muchas de las mujeres que me rodeaban les sucedía algo similar. No eran exactamente los mismos problemas que los míos en cuanto a los detalles, pero sí resonaba en sus discursos cierto aspecto que me decía que estábamos en el mismo barco. Gracias a las conversaciones con clientas, alumnas, amigas y familiares me percaté de algo crucial: había una especie de patrón transversal en las experiencias que ellas relataban. Igual que me pasaba a mí, estas otras mujeres de mediana edad también sufrían, hicieran lo que hiciesen, por no poder deshacer su nudo interior.

    Lo que descubrí en este primer momento fue que todos los casos expresaban una forma de dolor peculiar. Una modalidad de angustia que, aunque se siente, queda como velada. Una especie de sufrimiento sordo y, podría decirse, invisible. Es decir, como si hubiera algo que atenaza, pero que no se ve a simple vista. Un algo del que nadie habla y que incluso, en ocasiones, se niega porque se dice que no existe. Y es que, en cierto modo y desde un determinado prisma, es verdad que no está o, al menos, no se ve con claridad y, por ello, su existencia no queda justificada. Con lo que me encontré, así, en primera instancia, fue con algo que, aunque suena obvio, no lo es para nada: no tiene sentido que las mujeres en el siglo xxi, ahora que lo tenemos todo, suframos.

    Pero lo hacemos, y el daño se agrava al pensar que nuestro padecimiento es absurdo. Porque, aunque tengamos un abanico entero de posibilidades a las que acceder, por algún motivo misterioso todavía, apenas al tocar la opción elegida, se agría nuestra decisión. Se dice que ahora somos libres, autónomas y dueñas de nuestro ser y nuestros actos; sin embargo, algo pasa para que los planes nunca acaben de ser perfectos. Que nunca salga nada como esperábamos se debe, como se verá, a ese algo que propina dolor, manteniendo a la mujer amarrada imperceptiblemente a un foco del que emana su sufrimiento.

    Otro de los aspectos comunes que también observé en ese tiempo es que, a pesar de todo, buscamos incansablemente fórmulas para salir de ese sufrimiento que no se sabe bien de dónde viene. Intentamos una y otra vez deshacer la madeja que nos aprisiona, pero los intentos nunca satisfacen al cien por cien. Un ensayo y siempre error repetido que hace que todas terminemos revolviéndonos en una tela de araña imposible. Una especie de trampa que no es más que lo que te han dicho que eres y con lo que no te sientes identificada del todo. Y cuanto más luchas por salir, más atrapada quedas. Porque la huida es imposible. No logras escapar porque, al no conocer los motivos que te llevan a sufrir, desconoces incluso que estás apresada por enredo. Imposible escapatoria que se debate finalmente en una suerte de esquizofrenia o bipolaridad que enloquece.

    Anotar que también vi desde el principio que tales circunstancias no afectan por igual a los hombres. Lo que observaba en ellos era distinto. Sí expresaban problemas, claro, pero el cariz de los mismos era muy distinto al que me encontraba para el caso femenino. Algo así como que las características del presente que vivimos, si bien no solo nos afectan a nosotras, sí nos hacen especiales protagonistas del impacto. A lo que llegué es a que el presentismo atroz al que se somete todo individuo del siglo xxi embiste y arremete con mayor fuerza sobre el rol femenino, y ya no por la condición, fisiología o psicología femenina contemporánea. El ataque es más propicio a las mujeres porque, como se verá, acarreamos sobre nuestros hombros una mochila bastante más cargada que la que han sostenido nuestros compañeros a lo largo de la historia conocida.

    Con todo este conglomerado de circunstancias en mente, pensé que debía hacer alguna cosa al respecto. Porque, cuando no entiendo algo, lucho por encontrar respuestas y no paro hasta conseguirlas. Así que, con estas referencias, todavía desordenadas y sirviendo de motivación, me puse a investigar para encontrarles sentido. A un conjunto de experiencias que no solo han sido motor, sino también muestra. Porque este estudio lo llevo a cabo, por un lado, regresando a lo que siempre me ha movido: la filosofía. Volví a mi antigua facultad para reencontrarme con los profesores a los que tanto había añorado. Pero por otro, y no menos importante, mientras los años académicos se han ido agolpando, he tomado como conejillos de indias a todas las mujeres que se me han puesto al paso. Tomo nota de las que quieren responder acerca de sus sensaciones y creencias, valores y contradicciones, de su vida en general, al fin y al cabo.

    Así es que, tras seis años de lecturas científicas y las aportaciones de las que han querido intervenir, he encontrado el patrón que me inquietaba. El resultado es este ensayo cercano a lo filosófico que seguro será criticado por mis colegas academicistas. Porque es verdad, lo admito, mis conclusiones son poco ortodoxas si lo que se tiene en cuenta es el canon de los eruditos. No obstante, a pesar de y teniendo en cuenta esas posibles censuras, a mí me satisface el resultado. Me alegra haber llegado y del modo en el que lo he hecho hasta aquí. Porque lo que lo que aporto sirve y, por lo tanto, ayuda.

    Lo que quiero decir es que este componente utilitarista que recorre la obra tampoco me avergüenza. Primero, porque dicho factor no implica que escasee la rigurosidad. Que no lo hace y me mantiene tranquila. Segundo, y más importante si cabe, porque relatos como este sacan la filosofía a la calle. Estilo de filosofía que prefiero a la rancia que se encierra en las cuatro paredes de los que realmente saben. Una filosofía que habla de tú a tú a la gente, que sale de la universidad para llegar al común de los mortales y les hace reflexionar para encontrar soluciones a su yo y circunstancias.

    Presentación de la obra

    Por eso escribo una historia de mujeres que espera no dejarse nada en el tintero. Mujeres con mayúsculas y minúsculas que no hablan en pie de guerra, sino en son de contundente argumento que sale del corazón. Se trata de una historia que no pone excusas. Pero que tampoco busca detrimento alguno para nuestros compañeros hombres ni sus antepasados, tuviesen estos el género que tuviesen. Ya aclarándolo desde el inicio, es por ello por lo que no voy a andar disculpándome. Porque cuando aquí pronuncio una afirmación, no la profiero contra nadie ni atacando a otros que puedan sentirse aludidos. De quien así lo sienta no me hago responsable.

    Es decir, que vaya a hablar solo de mujeres tomándolas como protagonistas no asume forma de contienda contra varones. Si me centro en nosotras es porque este es el género que más conozco por haber nacido con el sexo que lo he hecho y con el que me siento identificada. No porque menosprecie otras opciones, sino sencillamente porque procuro escribir huyendo de lugares comunes y sí adentrándome en lo que me es más cercano. Si bien a lo largo del escrito, en ocasiones, me aventuro en parajes desconocidos, no son del todo insospechados por cercanos. En ese caso, hablo de lo que otros me dicen y sitúo explícitamente la palabra en sus labios.

    Ahora bien, si en algún momento parece que el texto destila enfado es porque, como he dicho, he sufrido por mí y por otras. Pero no porque guarde rencor ni nada que se le parezca, sino porque pesa demasiado la sucesión de acontecimientos. El argumento tampoco se apoya en el victimismo porque las víctimas pueden hacer muy poco para responder a su dolor. Sí, sin embargo, el relato versa desde toda asunción de responsabilidad de la que es capaz cualquier mujer occidental.

    También decir que soy consciente del poco mérito que tiene hablar ahora, momento en el que la mujer tiene voz. Desafío kamikaze fue el de aquellas que nos trajeron hasta aquí. A ellas va por delante todo mi agradecimiento. Sin embargo, la lucha de aquellas no responde a los males del hoy. De ahí la necesidad de escribir desde este ahora más permisivo con lo femenino. Siguiendo la senda de las que soñaron un mundo mejor, logrando que seamos quienes somos y vivamos como lo hacemos, hay que ir más allá. Hay que resolver un relato que facilite la visión de un futuro posible y un pasado por aceptar.

    Como último requisito de mínimos, quiero que lo que aquí escribo mañana carezca de sentido. Es decir, en ejercicio autolítico, me alegrará que estas letras parezcan completamente ridículas en no tanto tiempo. Me gustaría que lo que aquí expongo, en breve, quede para el recuerdo, solo como pintoresco y anecdótico retrato de algo obsoleto. Que la foto finish que aquí hago de este día a día de la mujer de 2020 sea vista, con los años, como algo trasnochado y olvidado. Solo como parte de una leyenda que las abuelas contarán que pasó.

    Con estas esperanzas presento lo que no es más, ni tampoco menos, que la imagen que queda congelada de este presente. Un hoy en el que, insisto, la mujer sufre. Sufrimiento que suele achacarse a la desigualdad de géneros actual, pero que se equivoca. Porque si bien hay una parte de eso, reducirlo a ello y acabar ahí el argumento sería una manera parcial de ver las cosas. El razonamiento es incompleto porque la todavía desigualdad entre unas y otros es simplemente un efecto secundario de otra cosa: concretamente, su motivo es a lo que se va a entregar este texto.

    Estas letras buscan para encontrar las causas y, de este modo, poder desactivarlas. En ellas descubro y detallo el motivo de la dolencia que, a modo de espada amenazante y pared que limita, toma su forma y recorrido en el tiempo. En definitiva, localizo la zona cero en la que nos encontramos emparedadas: entre un futuro que aplasta y un pasado que, como rémora, susurra en nuestros oídos. Un presente que, aunque su llegada ha sido lineal, nada tiene de ordenado. Un presente problemático en el que la mujer queda apresada por delante y por detrás. Por un lado, por su difícil condición de futuro y, por otro, por su escasa capacidad de admitir el pasado.

    Más detalladamente y comenzando por la limitación de mañana, el hoy inmediato que dibuja nuestro tiempo, aunque lo intente, ya no puede proyectar nada. El nuestro es un presente carente de futuro, y ello asfixia. Lo hace porque no señaliza salidas de emergencia claras que ofrezcan esperanzas a las que aquí permanecemos encerradas. Y aunque planifiquemos, porque en la naturaleza humana está hacerlo, desde este presente los resultados nunca dan los frutos esperados. Y esta imposibilidad agota. Porque ese querer andar y no poder desalienta y, finalmente, hace desfallecer al caminante. En definitiva, la inmediatez ha fulminado la idea de progreso, y ello deja sin escapatoria. No hay ni siquiera posibilidad de huida hacia adelante.

    Lo que además se va a ver es que no hay futuro y sí solo presente porque tales disposiciones son necesarias al sistema. Necesidades que apresan al rol femenino en pro de lo económico. Es decir, comenzando por una de las principales causas de desgaste, hoy cualquiera vive tantos cambios en un año como vivieron sus abuelos en toda su vida. Pero ese es solo el móvil para algo más importante: que la rueca en la que se hila este presente pueda seguir girando. Telar que se hace régimen y al que los habitantes del primer mundo están sometidos: el consumo. Herramienta de un liberalismo exacerbado que precisa atar a sus vasallos al presente porque de esta inmediatez depende su supervivencia y que sus secuaces puedan alimentarse.

    Es necesario tanto cambio y tanto presente por una razón muy sencilla: el mercado requiere que se compre hoy. Mañana también, pero ese mañana será otro hoy más. Para el capitalismo es necesario un hoy constante, una sucesión de hoys que hagan que se compre a diario. El progreso, el planificar mirando hacia adelante, en línea recta y a largo plazo ya no sirve a este propósito y por eso es aniquilado. Así, se convence de que lo que se compró en el hoy-ayer ya no sirve. Porque bajo ese convencimiento lo que hay que hacer es dotarse de nuevos productos. Nuevas adquisiciones desde las que se hace creer que se es más valioso y alguien propio de su tiempo.

    Esta secuencia de hoys, esa especie de presente histérico que vino para quedarse no solo dificulta ser mujer desde su no-planteamiento del futuro. Además de que le cuesta proyectarse, otro de sus elementos de desgaste, y he aquí una de las claves al acicate del sufrimiento femenino, es que se trata de un hoy que, como andando de acá para allá, parece dibujar círculos concéntricos que no van a ninguna parte. Esferas que se entremezclan unas con otras y que tienen que ver con su otro límite: el pasado. Un ayer que también acota y empareda. Amarra al sufrimiento porque la historia ya no se puede delinear ordenada en términos de pasado-presente-futuro.

    Esta sucesión de presentes al que se permanece anclado deja poco espacio a la reflexión, al preguntarse, al observar más allá de ese hoy absoluto. Y comprender lo que le sucede a la mujer, el porqué de sus emociones y desasosiegos, pasa, además de por esta dificultad de porvenir, por pensar y remontarse precisamente a los orígenes. Aunque de entrada sorprenda, se va a demostrar que lo que la mujer fue en el pasado sigue aquí más de lo que ella cree y desea. En la contemporaneidad, el ayer es como aquel huésped que pasó a saludarnos y, por lo bien que lo tratamos, se quedó a cenar. Esta es una de las partes centrales de aquel algo invisible al que me he referido al inicio y que no deja dormir a muchas.

    Por ser clave de sufrimiento, aquí siento las condiciones de posibilidad para poder mirarle a la cara. Interesa hacerlo visible porque en esa mirada confrontada con los principios del ayer, que todavía residen en nosotras, encontraremos fórmulas de desactivación. Si de manera general la historia proporciona respuestas, en este caso, desvelará por completo el humo de la brasa que quema las ambiciones y sueños de las féminas.

    Ahora bien, como no quiero engañar a nadie, debe quedar claro que con estos descubrimientos no prometo un paraíso que libre de todos los males. Entre otras cosas, porque eso es justo parte del problema: los edenes forjados a base de siglos en la psique femenina. A lo que sí animo es a que cada cual evalúe, con su propia vara de medir, cuánto hay en ella de lo que se expone acerca del ayer.

    Advertir también de que probablemente dicha medición no va a ser diáfana y tan sencilla como se espera. Porque ese pasado en el que encontrar contestaciones a los sentimientos no es algo evidente y que pueda observarse a ojo de buen cubero. Más bien al contrario; para calibrar hay que ir al detalle, buceando en el fuero más profundo de la propia interesada. Solo así se logrará ver el rostro de ese ayer que todavía repercute. Es necesaria la búsqueda concienzuda para conseguir verle la cara a ese pasado porque, además de oculta, su faz es siniestra por moribunda.

    Hay que aplicarse para encontrar el rastro de un ayer que, como su propio nombre indica, debería haber caducado. Tendría que ser algo pretérito y solo objeto de recuerdo y no presente, como sucede ahora. Su hallazgo se complica, y por eso no se puede prometer nada, porque debería estar muerto, pero sigue vivo. Aunque no está tampoco completamente vivo; ya no luce engalanado como lo hacía en la época en la que le correspondía. Se trata de un pasado moribundo, parece que en las últimas, pero que se resiste a abandonar la actualidad en la que a todo tiempo le gusta estar. Huele a muerto y en su cara se tatúa la guadaña, pero sigue andando. Es decir, sería más fácil si se tuviese que indagar sobre un pasado fresco, si es que algún pasado puede serlo, deshaciéndose de su mortalidad. Pero no es el caso. Hay que meterse con un pasado zombi que se mueve convulsionando estertores violentos, pero que camina. Torpe, como muerto viviente que es, hay que observarlo al detalle. Ver cuán grisáceo y despedazado está ese pasado que sigue presente en el corazón de la mujer de hoy.

    Esquema de la obra

    Para dimensionar este presente que reclama inmediatez imposibilitando un futuro y en el que se encuentra un huésped invisible del pasado, ordeno el texto en dos bloques fundamentales. Ellos distribuyen lo que se ha esbozado en esta introducción. Tomando el hoy como núcleo neurálgico de la obra, el primer bloque habla de lo que otros explican, para pasar, el segundo, a la voz del propio

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