El síntoma patriarcal. Ensayo sobre psicoterapia con mujeres desde una perspectiva de género
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¿Por qué hay trastornos casi exclusivos de mujeres
mientras otros prevalecen más en los varones?
Erika Adánez responde a estas preguntas y defiende que lo que denominamos síntoma patriarcal se ubica en una encrucijada entre lo psicológico, lo social y lo existencial. Esta confluencia es la principal y novedosa aportación de este libro que es fruto de más de 15 años de experiencia clínica con mujeres en un ámbito de una psicoterapia con perspectiva de género.
Comprenderemos el malestar psicológico de las mujeres dentro del contexto social, pero la autora va más allá pues lo conecta con la condición existencial: nos muestra cómo los mandatos de género oprimen a las mujeres generándoles un miedo y una angustia cuando se atreven a pensar en su propia libertad a la que renuncian convirtiéndose así en cómplices de su propia opresión.
Escrito de forma clara y rigurosa, el texto resultará de interés a todo el público ubicado en la esfera de las ciencias humanas y sociales, desde la psicología, el psicoanálisis y la filosofía hasta los estudios sociales y de género, así como a todo el público interesado por un problema que afecta a toda la población y de forma específica a las mujeres de la sociedad actual.
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El síntoma patriarcal. Ensayo sobre psicoterapia con mujeres desde una perspectiva de género - Erika Adánez Redondo
Erika ADÁNEZ REDONDO
El síntoma patriarcal
Ensayo sobre psicoterapia con mujeres
desde una perspectiva de género
CabeceraLogo_Morata_Pag5.jpgFundada en 1920
Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3ºC
28231 Las Rozas - Madrid - ESPAÑA
morata@edmorata.es – www.edmorata.es
© Erika ADÁNEZ REDONDO
Equipo editorial:
Paulo Cosín Fernández
Carmen Sánchez Mascaraque
Ana Peláez Sanz
© EDICIONES MORATA, S. L. (2022)
Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3ºC
28231 Las Rozas (Madrid)
www.edmorata.es-morata@edmorata.es
Derechos reservados
ISBNebook: 978-84-18381-99-7
Compuesto por: M. C. Casco Simancas
Ilustración de la cubierta por Montse Redondo y Juan José Hernández. Reproducida con autorización.
Nota de la editorial
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A Flora y Nieves, ejemplos de fortaleza.
A María, arquetipo de independencia.
A Alba y Paula, libres os quiero.
Contenido.jpgCAPÍTULO 1. Introducción
CAPÍTULO 2. El síntoma patriarcal
Vertiente psicológica: la entrega absoluta al amor como base del malestar
Vertiente existencial: predominio de las raíces existenciales del sufrimiento en las mujeres
Vertiente social: el malestar psíquico colectivo
CAPÍTULO 3. Justificación del sujeto de estudio y de la psicoterapia en clave de género
CAPÍTULO 4. El deseo fusional contra la angustia vital
CAPÍTULO 5. El carácter perturbador de la actitud de cuidado y de búsqueda del vínculo
La búsqueda y reafirmación de la identidad (de cuidadora)
La sublimación de tendencias agresivas
El miedo a la libertad y a la soledad
CAPÍTULO 6. La ambivalencia frente a la crisis identitaria
CAPÍTULO 7. Breve viñeta clínica
CAPÍTULO 8. El imperativo categórico en las mujeres: una compensación narcisista
CAPÍTULO 9. La sexualidad desde la óptica del síntoma patriarcal
CAPÍTULO 10. Algunas claves para la psicoterapia con mujeres
CAPÍTULO 11. Tres casos clínicos
Estela
Irene
Daniela
CAPÍTULO 12. Conclusiones
Bibliografía
cap001.jpgLa psicoterapia es un arte; el arte de escuchar. Es también una herramienta a través de la cual expresar emociones. Como el arte, la psicoterapia tiene una función comunicativa, y es un reflejo de lo que sucede en la sociedad. Tanto el arte como la psicoterapia pueden tener también una función reivindicativa. Esto es así a pesar de que con frecuencia la psicoterapia se ejerce en un ámbito privado y las posibilidades de convertirla en una actividad de protesta reivindicativa se encuentran muy limitadas.
Por tanto, el sentido que ha guiado el presente trabajo es fundamentalmente identificar, mostrar y denunciar la condición social subordinada de las mujeres a través del malestar psicológico que padecen.
Al ser un malestar compartido, presenta muchas características comunes, siendo el sentimiento de culpa el síntoma más recurrente. Culpa que retiene y frena un proyecto vital asentado en la libertad. Culpa, como veremos, que imposibilita la soledad. Por tanto, culpa defensiva.
En función de la propia condición humana, después de un estado de reclusión es difícil que emerja un firme sentimiento de liberación. Por el contrario, es un espacio propicio para que surja la angustia y la ansiedad. El miedo, en definitiva, a la libertad y al compromiso con un proyecto vital. Este miedo es el síntoma patriarcal. Un síntoma que nos habla de la fase transitoria en la que las mujeres se encuentran antes de conseguir su plena liberación. Las palabras de Betty Friedan recogen esta idea en una de las obras clásicas más importantes de la teoría feminista:
¿Cómo acabaron por descubrir las mujeres chinas, después de que durante muchas generaciones les vendaran los pies, que eran capaces de correr? Las primeras mujeres cuyos pies se liberaron de los vendajes seguramente sentirían tanto dolor que a algunas les asustaría ponerse de pie, y mucho más caminar o correr (1963: 142).
El síntoma patriarcal es el miedo a abandonar una condición en la que las mujeres han estado desde siempre relegadas, pero también es el temor por sentir que no están haciendo lo suficiente por ser libres y emerger como seres independientes. Las mujeres quieren visibilizarse ante los demás, pero no como meras dispensadoras de cuidado, sino como guardianas de su propia deseo. Pero este deseo tiene un coste emocional.
Por eso, el síntoma patriarcal muestra una doble dimensión. Por un lado, se teme la autonomía y la liberación, porque es un gesto de rebeldía y exigencia que puede resultar brusco, inflexible y agresivo, tanto para la que es sometida como para el que somete, casi como un acto de hostilidad con la finalidad de subvertir el orden social. Por otro lado, hay un temor a la dependencia y a la sumisión, un miedo a ceder en exceso con plena disponibilidad frente a los demás y descuidando las necesidades propias. Por tanto, las mujeres que sufren el síntoma patriarcal son conscientes de la vulnerabilidad de su género, porque saben que están condicionadas para someterse y mantener el sistema. En este sentido, el síntoma patriarcal posee un carácter reivindicativo y de rebelión.
Es un síntoma en el que subyace un conflicto con la libertad, en el que las mujeres tratan de alcanzar el equilibrio perfecto. Se manifiesta en el terreno profesional, donde las mujeres quieren progresar, pero con temor a ser atacadas por ello. Se manifiesta en las relaciones interpersonales, donde las mujeres tienen dificultades para reconocerse a sí mismas, y se manifiesta en decisiones tan importantes como la del ejercicio de la maternidad, puesto que dudan de si esta decisión puede estar condicionada por un imperativo social femenino o si está realmente sujeta a su propio deseo.
El camino de la libertad y de la búsqueda del propio deseo no está exento de peligros. Conflictos de tipo psicológico, social y existencial se interponen en el proceso de liberación de las mujeres.
cap002.jpgLos temas centrales del presente trabajo están vertebrados por tres consideraciones en torno al síntoma patriarcal.
1. Es un síntoma egodistónico. Es decir, la persona que lo padece siente malestar o incomodidad, e interfiere negativamente en su vida cotidiana. Intentaré demostrar que ese malestar se relaciona con un conflicto de identidad sufrido por muchas mujeres en la actualidad. Esta es la vertiente psicológica del síntoma patriarcal.
2. Es un síntoma que encubre una angustia más básica y difusa, que desvela un estado de agitación permanente o ansiedad generalizada. Intentaré demostrar que esa angustia se relaciona con el miedo a la soledad y a la libertad. Esta es la vertiente existencial del síntoma patriarcal.
3. Es un síntoma que representa la condición social de muchas mujeres en la actualidad. Intentaré demostrar que esta condición supone una encrucijada, producto de un desencuentro entre las antiguas expectativas sociales asociadas al rol de cuidadoras y los pujantes modelos de la actualidad. Esta es la vertiente social del síntoma patriarcal.
Las vertientes psicológica, existencial y social, no solo configuran distintas perspectivas necesarias para la comprensión de un síntoma, sino que, además, son fundamentales para emprender el arte de la psicoterapia y para disponer de una visión de conjunto de los problemas que aquejan a las personas en un contexto clínico.
Por lo tanto, las fuentes de la que emanan las ideas aquí desarrolladas se hallan en el psicoanálisis, la filosofía existencial, la antropología, las teorías feministas y también son fruto de mi propia práctica clínica.
A su vez, son tres los argumentos en torno a los cuales se fundamentan mis reflexiones:
1. La práctica psicoterapéutica es un espacio que acoge sentimientos, comportamientos y actitudes socialmente instilados. Esto quiere decir que la patología psíquica posee un trasfondo social. Por tanto, los problemas abordados en terapia son un reflejo de lo que ocurre en la sociedad. La relación psicoterapéutica es una representación microsocial que permite observar con lupa lo que ocurre en el espacio macrosocial. Mi práctica clínica se sustenta en una perspectiva de género, lo cual explica que muchos de los conflictos y síntomas que son motivos de consulta se relacionan con comportamientos, actitudes y formas de sentir socialmente aprendidos, construidos a partir de un modelo de género dicotómico prefijado convencionalmente como femenino o masculino. A cada género se le asigna un rol y un estatus diferente. Por lo tanto, en el espacio terapéutico se reflejan las pautas de socialización asociadas a cada género y, por su carácter opresivo, la influencia que estas ejercen en la configuración del síntoma y, en particular, en el estado de subordinación de las mujeres.
2. Su condición de oprimidas se relaciona con una mayor tendencia a padecer desajustes psicológicos, especialmente trastornos de ansiedad y depresivos, así como problemas de autoestima. Por lo tanto, detrás del propagado malestar psíquico de las mujeres se descubre su condición de subordinadas. El síntoma es una máscara que encubre un conflicto interno, pero también social. Es un tipo de malestar psíquico socialmente interiorizado, formando parte de la vida inconsciente, cuyo contenido se relaciona con normas e ideales punitivos que rigen la experiencia vital. Son los llamados imperativos de género, cuyo incumplimiento motiva fuertes sentimientos de culpa. Amar y ser amada o la entrega absoluta al amor es el imperativo que forma parte de esos rígidos mandatos de género. La experiencia del amor se convierte así en un yugo para las mujeres.
3. Estos mandatos de género, que Gilligan (1982) ha denominado ética del cuidado
, porque es una moral basada en una mayor sensibilidad a las necesidades ajenas, no surgen de una inclinación natural de las mujeres, ni forman parte de una esencia femenina, sino que se relacionan con las experiencias compartidas y transmitidas dentro de un entorno social concreto. Además de no responder a una inclinación esencialmente femenina, estos mandatos de género, por su cualidad reaccionaria y autopunitiva, son el reflejo, dentro del espacio psíquico, de la misma violencia estructural ejercida contra las mujeres en el espacio social. Por otro lado, los mandatos de género confieren un sentido de identidad basado en el vínculo, y permiten afrontar problemas de raíz más existencial, como el miedo a la soledad o a la libertad. De ahí su dificultad para combatirlos.
Las expectativas culturales forjadas en torno a las mujeres sobre su rol nuclear de cuidadoras complican el desarrollo de su propia autonomía, así como sus capacidades de autoafirmación. Por consiguiente, los valores de independencia, altamente estimados en nuestra sociedad, se viven con culpa o vergüenza. De manera que uno de los conflictos fundamentales experimentados por las mujeres se ubica en medio de una encrucijada bifurcada en dos caminos difícilmente conciliables. Es decir, el conflicto se sitúa en medio de una inclinación hacia la preservación del bienestar del otro, y la importancia social concedida a la autonomía y la autosuficiencia.
Las exigencias superyoicas tienen como objetivo frenar sus propias inclinaciones para asegurarse que están siendo respetuosas con las necesidades de los demás y no perder, de este modo, el vínculo. El análisis que realiza Nora Levinton (2000) en su libro El superyó femenino muestra la configuración de un superyó que eleva la capacidad de preservar el vínculo como principal mandato de género, cuyo incumplimiento es fuente de ansiedad, sentimientos de culpa e intensos temores a ser abandonada.
La búsqueda de autonomía y de valores asertivos, a pesar de ser calificados como socialmente deseables, pueden ser fuente de conflicto, puesto que convertirse en una persona autónoma puede estar en contradicción con ser femenina, exponiéndose al peligro de la pérdida de gratificación que entraña una exagerada disponibilidad en las relaciones interpersonales. Como veremos, esta exigente entrega a los otros se relaciona con un deseo de ser aprobada para evitar el abandono y los sentimientos de culpa. En realidad esta vida entregada a los demás encubre una huida de sí mismas, de su responsabilidad y de su libertad.
A partir de los años 70 del siglo pasado, varias psicoanalistas con una perspectiva social y de género, entre las que destacan Nancy Chodorow (1978), se orientaron hacia la relación madre-hija para explicar que la fuerte implicación de las mujeres en el vínculo se constituye a partir de esta relación preedípica, la cual no permite forjar una deseable diferenciación y separación. Por el contrario, se presta a una vivencia indiferenciada