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Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada
Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada
Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada
Libro electrónico515 páginas8 horas

Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada

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En este libro, se presenta el trabajo de profesionales de la psicología con mujeres maltratadas, a través del cual pretenden comprender el fenómeno mediante esquemas teóricos aclaradores y con conceptos y modelos que llevan a alternativas terapéuticas, como los encuentros en la consulta o la expresión de vivencias a través de imágenes pictóricas o de la palabra hablada, con el fin de crear nuevas experiencias vitales. En Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada, el lector se encontrará con fragmentos de historias reconstruidas después de experiencias destructivas y vivencias de intenso dolor, que le permitirán comprender cómo el maltrato se encuentran en distintos campos y tejidos psíquicos, sociales y culturales.

¿Qué permite que una mujer violentada permanezca junto al maltratador y acepte ese círculo vicioso por varios años? ¿Cómo se pueden entender estos estados de la mente? ¿Qué esquemas teóricos permiten comprender el fenómeno para implementar modelos terapéuticos adecuados? ¿Cómo se puede ayudar a estas mujeres a salir de esas relaciones nocivas? Estas son algunas de las preguntas que quedaron resonando después del registro de las terapias por parte de estudiantes de la Maestría en Psicología Clínica de la Pontificia Universidad Javeriana y a las que las autoras responden aquí.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2018
ISBN9789587811964
Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada

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    Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada - Muñoz Vila Cecilia

    Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada

    Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada

    CECILIA MUÑOZ VILA

    NUBIA ESPERANZA TORRES

    Reservados todos los derechos

    © Pontificia Universidad Javeriana

    © Cecilia Muñoz Vila

    © Nubia Esperanza Torres

    Primera edición:

    Bogotá, D. C., abril del 2018

    ISBN: 978-958-781-195-7

    Número de ejemplares: 300

    Impreso y hecho en Colombia

    Printed and made in Colombia

    Editorial Pontificia Universidad Javeriana

    Carrera 7.ª, n.º 37-25, oficina 1307

    Edificio Lutaima, Bogotá (Colombia)

    Teléfono: 3208320 ext. 4752

    www.javeriana.edu.co/editorial

    Bogotá, D. C.

    Corrección de estilo:

    Elizabet Carrillo

    Diagramación:

    Margoth de Olivos SAS

    Desarrollo ePub:

    Lápiz Blanco S.A.S.

    Imagen de cubierta:

    Detalle de la Venus de Milo, del Museo del Louvre (París).

    Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

    Muñoz Vila, Cecilia Teresa, autora

          Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada / Cecilia Teresa Muñoz Vila, Nubia Esperanza Torres Calderón. -- Primera edición. -- Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2018. – (Colección saber, sujeto & sociedad)

         340 páginas; 17 x 24 cm

         Incluye referencias bibliográficas.

         ISBN: 978-958-781-195-7

         1. Psicoanálisis. 2. Mujeres maltratadas psicológicamente. 3. Violencia contra la mujer.  4. Mujeres - Condiciones sociales. 5. Terapia psicoanalítica. 6. Psicología clínica. I. Torres Calderón, Nubia Esperanza, autora. II.  Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Psicología.

    CDD 131.34 edición 21

    Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J.

    inp 11/04/2018

    Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin la autorización por

    escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

    BREVE INTRODUCCIÓN

    En ese recorrido diario entre imágenes y palabras provenientes de trozos de recuerdos de la vida pasada, de momentos de la vida actual y cotidiana, de imágenes de un futuro cercano o lejano y de sueños de noches anteriores, los analistas y los terapeutas, que adoptan una orientación teórica psicoanalítica, nos encontramos en un espacio habitado por innumerables personajes de la vida real o de la vida interna de nuestros visitantes, en los que se hallan aspectos contrastantes de sus maneras de mirar el mundo externo e interno, donde se encuentran ellos con sus otros.

    En medio de un silencio ensordecedor, o atentos a discursos cortos o largos, sus historias nos sumergen en las ideas y emociones de sus experiencias pasadas aún vigentes, que han dejado en sus mentes variados y simultáneos momentos de dolor y alegría, de incomprensión, confusión o extrema conciencia, de grandes temores y de valentías surgidas de la fuente inagotable de la vida, de rabias mortíferas y de sometimiento a rabias de otros, de amores añorados hace tiempo abandonados o de amores abandonados por ellos con gritos de alegría, de odio dejado por otros o labrado por ellos —muchas veces ampliado hacia la totalidad de la vida—, o de ilusiones inagotables de futuros nuevos y mejores. Allí nos encontramos con todos los matices que se hacen manifiestos en cada persona, sutiles unas veces, burdos y ramplones otras, debajo de los cuales siempre hay un niño, una niña, un bebé, escondido y sin palabras, que reclama que lo miren, que lo oigan, que lo abracen y sientan su dolor, que lo saquen a la luz después de años de oscuridad y encierro. Esos seres, después de años de análisis o de un trabajo terapéutico arduo e intenso, florecen como hombres y mujeres sensibles, que ven la oscuridad y los múltiples colores de vida, que se mueven por el mundo con más agilidad, con más alegría, y que van al encuentro de otros seres para que los acompañen en su nuevo recorrido vital o se quedan solitarios, decididos a trabajar intensamente por la comprensión y el cambio de vida de los seres sufrientes que, en número cada vez mayor, van poblando un mundo convertido en violento y despiadado por los depredadores humanos que buscan apropiarse de todo cuanto encuentran a su paso.

    El terreno de conocimiento en el que nos movemos nos exige estar leyendo los hallazgos científicos pasados y recientes sobre la conformación del psiquismo, y su relación constante con la vida social de los múltiples grupos que habitamos desde el momento de nacer, y a lo largo de la vida, y en los que descubrimos también la vida cultural que llena de sentido y significado simbólico nuestra existencia en el mundo. Los clásicos de la literatura, como Homero, Eurípides, Esquilo, Sófocles, Virgilio, Dante, Milton, Shakespeare, se acercan a nosotros y nos permiten encontrar en sus escritos emociones benévolas, malignas y destructivas, próximas en demasía, y también las antiemociones que con calidad de delirios, de cinismo, hipocresía y disfraces de bondad que encubren malignidad, vendrán a llevarnos hacia mundos oscuros; mundos como aquellos descritos por Shakespeare en Macbeth, con el maldecir de las brujas y el personaje de Lady Macbeth, que estimulan delirios de éxitos eternos, o como los vistos con la serpiente en El paraíso de Milton, que propician la envidia y la ambición, o las escenas y las acciones de destrucción y muerte en Macbeth, la Ilíada, la Odisea y la Eneida, que nos llevan hacia el mundo aterrador al cual tenemos que acercarnos para encontrar la bondad del ser, devorada por la atmósfera de lo negativo.

    Descubrir en los clásicos emociones positivas de amor, y aliarnos con ellas, nos permite acercarnos con ternura hacia los débiles y dolidos, con pasión y fuerza hacia la vida de la naturaleza y hacia la vida simbólica, con odio positivo suficiente para rechazar a quienes intentan tragarnos en las fauces atractivas del éxito social, político y económico, que suelen conducir hacia la muerte psíquica. También nos aleja de la tiranía agobiante de quienes solo reconocen lo que se parece a ellos y rechazan lo diferente, y nos acerca con interés hacia el conocimiento de todos los campos de la naturaleza, de la vida psíquica, de la comunicación y la interacción íntima verdadera, llenos de múltiples y variados significados simbólicos. Estos mundos de asombro e interés han quedado sepultados a través de años enteros de sometimiento, adaptación y ritualidad normativa formal, que nos han conducido al espacio vacío y oscuro de la vida sin sentido, y que, bajo los buenos modales sociales, esconden gritos brutales, pero opacados, de una vida emocional que lucha por sobrevivir en lugares íntimos donde expresarse.

    A medida que en el grupo de investigación Sujeto y Relaciones, de la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Javeriana, dedicado al estudio del maltrato desde una óptica psicoanalítica, repasábamos las historias de las mujeres recluidas en un refugio de la mujer maltratada, se generaba en todos nosotros una sensación de estar entrando al terreno de la miseria humana y de la deshumanización, que no solo estaba presente en los actores maltratantes, sino en sus familias e incluso en el vecindario donde se movían. Se percibía en el grupo una atmósfera de desesperanza y de rabia contenida, con matices de desesperación, como si el tejido psíquico de las narraciones impregnara la manera de oír y sentir esas aterradoras historias.

    ¿Qué permite que una mujer violentada permanezca junto al maltratador y acepte que ese círculo vicioso destructivo se repita por varios años? ¿Cómo podemos entender estos estados de la mente? ¿Qué esquemas teóricos nos pueden permitir comprender el fenómeno para implementar modelos terapéuticos adecuados? ¿Cómo podemos ayudar a estas mujeres, en esos dos meses que permanecen en el refugio, a salir de esas relaciones destructivas? Estas eran algunas de las preguntas que nos hacíamos, una y otra vez, después de leer las sesiones que habían sido recogidas por las estudiantes que estaban vinculadas al grupo y que transcribieron para sus tesis de maestría en Psicología Clínica de orientación psicoanalítica.

    Poco a poco, aparecían esquemas conceptuales que permitían dar cuenta de algunos factores no psíquicos que se hacían presentes como determinantes de una existencia bajo el esquema de un castigo tantálico. Desde los supuestos básicos en rotación constante en torno a la dependencia, pasando por una larga cadena de lucha y fuga hasta el emparejamiento —que traía consigo la esperanza de un futuro mejor y la renovación de la dependencia, tal y como lo planteara Wilfred R. Bion—, se repetían una y otra vez dichos factores. Con la deshumanización, las normas sociales que permiten la conservación de grupos y comunidades con respeto a limitaciones estructurantes, con consideración hacia los otros y compasión hacia los que están en dificultades, desaparecían para dar lugar a la obtención individual de medios de supervivencia, sin consideración a limitaciones de tiempo, de edad o de generación. Igualmente, descubrimos que el peso de las instancias psíquicas descritas por Sigmund Freud, como los elementos fundamentales para el desarrollo del aparato psíquico, podían desequilibrarse y producir, por una parte, el dominio del ello con predominio del principio del placer, que usaba al yo para satisfacer sus urgencias sin ninguna consideración al principio de realidad, y que estrechaba al yo al punto en que podía llevarlo a vivir bajo un esquema de desestructuración del deseo. Por otra parte, el superyó podía usurpar el lugar del yo, tal y como lo planteaba Bion, y este último quedaría sometido a la primacía de los objetos de quienes dependía, a quienes temía, o a quienes en ningún momento se les podía limitar porque se temía hacerles daño. En los dos casos anteriores, el yo parecía desaparecer, estrecharse al punto que le era imposible enfrentar la condición del maltrato. Sus funciones se iban deteriorando o bien no podían emerger.

    Otro esquema conceptual, que parecía adecuarse para entender el estado de funcionamiento de las mujeres y los hombres maltratados y maltratadores, era el de la dimensionalidad del espacio psíquico, descrito por Donald Meltzer en los estados autistas y posautistas. Los espacios unidimensionales y bidimensionales, muy frecuentes en las mujeres maltratadas, no permiten la aparición del mundo interno, el mundo de los significados y las simbolizaciones. En la unidimensionalidad se produce un funcionar constante de acción-reacción, de atracción y repulsa, con cercanía que incorpora y alejamiento que aniquila al otro mediante reacciones tan simples como las de los protozoos de agua dulce, cuando, por accidente, se encuentran con objetos que los tocan.

    En la bidimensionalidad se presenta una existencia en el terreno de lo sensorial, que permite observar y poner en contacto el mundo externo y las sensaciones corporales; sin embargo, solo posibilita una relación de imitación y copia de las cualidades sensoriales que se observan en los otros. La existencia está asegurada por la presencia externa de un otro que permite un acercamiento de roce sensorial. Miradas, palabras, sonoridades, roces de piel, olores y sabores captados por el aparato perceptivo hacen posible atender y tomar conciencia sobre lo que el mundo de la naturaleza y la esfera social ofrecen, lo que propicia que, ocasionalmente, la necesidad de cercanía prime sobre la consideración de la bondad o la maldad del otro. Lo importante es que esté cerca, que sea accesible al aparato perceptual. André Green retoma el aparato psíquico de Freud y reconsidera la primacía del ello, con un yo a su servicio que no permite el desarrollo del Edipo, ni su disolución para la conformación del superyó. Esta circunstancia lleva a que no se tome en consideración la prohibición del incesto, y a que la vida se centre en el temor, en la amenaza de castración que resulta intolerable y que lleva a las acciones indiscriminadas de la posesión narcisista del otro, para asegurarse de la existencia del pene poderoso que no ha sufrido el daño temido.

    Los esquemas que describimos en el párrafo anterior nos llevan en la dirección de una existencia no psíquica; un mundo interno inexistente, que solo permite vivir en la realidad externa, a la cual es difícil encontrarle sentido más allá del placer y la cercanía sensorial. Esto nos llevaría a afirmar, siguiendo a Bion y a Meltzer, que la vida deshumanizada del maltrato puede mantenerse gracias a la primacía de un funcionamiento socioanimal de supuestos básicos, con preeminencia del principio de placer sobre el principio de realidad, con el dominio del ello o de los objetos sobre el yo, con una dimensionalidad primitiva o sensorial plana, sin reflejos y permanencias más allá del presente cercano, en un mundo accidental de encuentros. Allí, ni la emoción, ni el pensamiento tienen el espesor suficiente para abrir el mundo de la simbolización y la reflexión, ni el espacio de la memoria y la imaginación; tampoco el ejercicio del juicio de realidad, la evolución del pensamiento en complejidad —desde la preconcepción a la concepción—, y los conceptos y el espacio hipotético de lo que no vemos. Con la deshumanización se vive en un mundo plano de acercamientos, acciones, reacciones y rechazos, algunas veces con retazos de vida o con trozos de destrucción y muerte.

    El libro que ahora presentamos sobre el maltrato hace parte de esa pasión por descubrir, debajo de la vida miserable de muchos seres humanos, rastros de humanidad en un mundo cargado de destrucción y muerte. En este texto se han dedicado muchas horas de trabajo de terapeutas que intentan acercarse a seres muy destruidos, pero también destructivos, y que hacen sus mejores esfuerzos por recuperar del destrozo humano, de la catástrofe humana, algún rastro vital emocional, para darle la mano a esos seres e intentar sacarlos de la oscuridad en que han vivido. Encontramos también muchas de esas niñas que de pequeñas fueron maltratadas y abusadas y, posteriormente, se vincularon con grupos o con hombres que siguieron violentándolas. Ellas, llenas de desesperación y rabia, se vengaron con sevicia, o llevaron a otros al cadalso, o ejercieron directamente como sacerdotisas de antros maltratadores y se convirtieron también en maltratadoras y abusadoras.

    Nuestra función no es solamente exponer la miseria humana, sino tratar de entenderla bajo esquemas teóricos aclaradores, con conceptos y modelos que nos permitan plantearnos alternativas de cambio a través de encuentros íntimos en la terapia, de expresiones de historias y vivencias con imágenes pictóricas o verbales que posibiliten la creación de experiencias vitales impensadas, que taponan y aniquilan la vida emocional. Le pedimos al lector que se deje impregnar por las historias que reconstruimos con fragmentos de discursos, que quedaron después de múltiples explosiones destructivas por las vivencias aterradoras registradas en los textos. Así podrá comprender con nosotros cómo en el maltrato se encuentran campos y tejidos psíquicos, sociales y culturales destruidos, en los que cada quien puede vivir si se aleja de las emociones y se somete a las antiemociones que nos rodean constantemente, bajo una capa mortífera de violencia, envuelta en palabras y gestos engañosos.

    Son diez los capítulos que conforman este libro. Nueve de ellos fueron construidos alrededor de material clínico y algunos conceptos iniciales de comprensión que provenían de trabajos de grado, realizados por estudiantes de la Maestría de Psicología Clínica, y sus directoras de trabajo —Cecilia Muñoz y Nubia Esperanza Torres—, desde el vértice psicoanalítico de la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Javeriana. El décimo capítulo fue elaborado por Cecilia Muñoz, quien siguió de cerca el trabajo de André Green.

    Los trabajos de grado se irán presentando en el desarrollo de cada capítulo, pero la forma final que toma el presente libro se consolidó a través de una revisión de segundo orden de los materiales recolectados y de los avances teóricos de cada trabajo de grado, conservando algunos elementos y ampliando y modificando otros. Esta relectura y revisión se realizó, durante dos años, en un grupo de investigación conformado por egresados de la maestría, Andrés Lasprilla, Jenny Caro, Hugo Trevisi, y bajo el acompañamiento de las profesoras. En este tiempo, todos los que participamos fuimos creciendo en la comprensión progresiva generada en la interacción y el contacto gradual entre los conceptos y los fenómenos, lo que se convirtió en un proceso de aprendizaje continuo para todos. Debemos aclarar que todos los nombres de las personas y de los lugares fueron cambiados para proteger la identidad de quienes generosamente nos entregaron sus dolorosos y aterradores testimonios.

    Para terminar esta breve introducción, solo nos resta agradecer, en primer lugar, a Cecilia Muñoz Vila y su generosidad con el conocimiento y la enseñanza, quien por cerca de tres años coordinó el grupo de trabajo que volvió sobre los materiales, y con quien se construyó una comunidad de aprendizaje. También a la institución de carácter no gubernamental, que nos sirvió de huésped para las prácticas investigativas de los estudiantes de la maestría; a todos nuestros estudiantes, y su compromiso con el dolor humano y la formación como psicólogos clínicos; y a la Pontificia Universidad Javeriana, que nos permitió tener un encuentro apasionado con la docencia, la investigación y el aprendizaje sobre fenómenos humanos que requieren de atención permanente.

    MALTRATO, SUPERVIVENCIA Y DESHUMANIZACIÓN*

    * Este capítulo fue elaborado por Cecilia Muñoz y Nubia Torres con base en el material clínico y las ideas iniciales de los trabajos de grado La terrible condena de la mujer maltratada (2010) y Maltrato de pareja: trampa y prisión no psíquica (2013) del programa de Maestría en Psicología Clínica, Facultad de Psicología, de la Pontificia Universidad Javeriana, llevados a cabo respectivamente por la estudiante Paula Rincón (y dirigido en colaboración por Cecilia Muñoz) y por la estudiante Jenny Caro (y dirigido en colaboración por Nubia Torres). Una vez terminado, su primera versión fue leída como material de trabajo por el grupo de investigación y muchos de sus comentarios pasaron a formar parte de este capítulo.

    Desde el primer encuentro con el material clínico de las mujeres maltratadas en el refugio apareció el lado inhumano del maltrato: abusos constantes, ataques con armas blancas o improvisadas que parecían darse entre un hombre y una mujer que no tenían en su mente otra idea que matar para sobrevivir a la agresión del otro; todo bajo un entorno donde unos niños impotentes observaban altercados mortales entre sus padres y coitos violentos: los niños se escondían para no perecer o gritaban para tratar de detener la violencia que temían aniquilara a los padres. También apareció la deshumanización de quienes padecían el maltrato. Todo este ambiente despiadado de guerra se mantenía porque las mujeres y sus hijos parecían no encontrar una forma de sobrevivir alejados del hombre cruel, quien los dejaba reducidos a una vida de supervivencia socioanimal. Este material fue el que Paula Rincón y Cecilia Muñoz utilizaron para el trabajo de grado La terrible condena de la mujer maltratada; por su parte, Jenny Caro y Nubia Torres elaboraron la tesis Maltrato de pareja: trampa y prisión no psíquica.

    Era indudable que el ambiente en el que estas mujeres sobrevivían recordaba las narraciones de Colin Turnbull (1972), en su libro The Mountain People, en las que describía su dolorosa experiencia con la deshumanizada tribu de los Ik. Una vida de escasez y hambruna había convertido a los miembros de la tribu en seres carentes de compasión, desconfiados hasta de su sombra, llenos de crueldad y burla frente a las dificultades de los otros y siempre en competencia, hasta con los más cercanos, para lograr el bocado que les permitiera mantenerse vivos en un medio absolutamente hostil. Esta situación producía un aislamiento de las familias de la tribu y una desarticulación de las relaciones entre marido, mujer e hijos, cada uno de ellos preocupado por su propia supervivencia.  Tal y como lo afirmaba Margaret Mead en la contracarátula del libro, los escritos de Turnbull se entretejen entre actos indignantes y su propia indignación enfatizando una y otra vez lo frágil que es la estructura de una sociedad. Turnbull planteaba que las organizaciones sociales en descomposición y los sistemas de valores deteriorados impregnan y perturban el funcionar psíquico de los seres humanos que crecen y se desarrollan bajo este tipo de contexto social y cultural deshumanizado, donde parecen quedar inoperantes las prohibiciones del asesinato y del incesto, planteadas por Sigmund Freud.

    En este primer capítulo del libro presentamos la condición de miseria humana en la que se debatían las mujeres maltratadas, recluidas en un refugio con el objeto de protegerse junto con sus hijos de los ataques mortales que se presentaban en sus hogares. Abusadas en su temprana infancia, habían tenido que salir en búsqueda de su propia subsistencia desde muy niñas, y la llegada del hombre les había traído la esperanza de encontrar por fin un protector. Sin embargo, pasado el idilio inicial, surgían los hombres maltratadores que las explotaban, abusaban y golpeaban, y se convertían en los padres de sus hijos. Ellas se quedaban a su lado o se alejaban para encontrar el segundo y el tercer maltratador que les dejaba un nuevo hijo, para seguir su deambular por una vida de hambre y miseria. Las mujeres maltratadas tenían actitudes y comportamientos similares a los de los miembros de la tribu de los Ik. Parecía que el maltrato intrafamiliar era expresión de la descomposición de la familia, con deterioro de los valores mínimos de convivencia y con efectos desastrosos de aniquilamiento sobre el psiquismo humano. 

    BREVE MIRADA A LAS IDEAS DE TURNBULL SOBRE LA DESHUMANIZACIÓN EN CONDICIONES DE SUPERVIVENCIA Y DESORGANIZACIÓN SOCIAL

    Colin Turnbull fue un antropólogo inglés que en su juventud se movió, como muchos de sus colegas, entre Oxford, como centro de formación e investigación, y la India, como centro de trabajo.  Posteriormente se trasladó a los Estados Unidos y se vinculó, primero, como profesor a la Universidad de Washington y, posteriormente, como investigador al Departamento de Antropología del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York. Su primer trabajo, The Forest People (1961), llevado a cabo con los pigmeos mbuti en el Congo Belga, lo puso en contacto con un pueblo que amaba el mundo de la selva donde vivía, que divinizaba el lugar que, con su abundancia, les proveía lo que necesitaban y, con su espesura, los protegía de la invasión de los extraños y les permitía conservar un sistema de valores tradicionales que les aseguraba una vida social enriquecida. Su segundo trabajo, The Lonely African (1962), llevado a cabo en algunas ciudades del continente, le permitió contactar con la terrible soledad de los africanos jóvenes, que habían abandonado sus valores tradicionales y sus costumbres ancestrales para adoptar aquellos que les ofrecía la nueva forma de vida urbana, donde no lograban ser plenamente aceptados. Su tercer trabajo, The Mountain People (1972), fue el que le mostró el deterioro social y psíquico producido por una condición de escasez que exigía vivir bajo la satisfacción mínima de la propia supervivencia, lo que implicaba eliminar cualquier vínculo social de consideración. La forma de vida de los Ik se había construido progresivamente en tres generaciones, cuando pasaron de ser un pueblo de cazadores prósperos a un conjunto de bandas hostiles de gente que se moría de hambre. Esta situación los convirtió en seres completamente deshumanizados, carentes de vínculos amorosos y sociales.

    En este último libro, Turnbull (1972) narraba cómo cada integrante de la aldea temía y desconfiaba de todos los miembros de la comunidad, incluso de su propia familia, que no era concebida como una unidad fundamental, ni como un prerrequisito existencial para la vida (p. 133). Allí, una familia grande no ofrecía seguridad, sino que significaba la muerte más que la vida (p. 134). Los niños y los ancianos eran considerados apéndices inútiles, pues todo aquel que no pudiera cuidarse a sí mismo representaba un peligro y una carga para la supervivencia de los demás. Estos seres eran abandonados y luchaban por su vida sin recibir compasión, ni protección, ni ayuda, ni palabras de aliento de ningún miembro de la tribu.

    ‘Bueno’ y ‘comida’ eran palabras que conservaban un cierto vínculo en el lenguaje de los Ik.  Un ‘buen hombre’ era aquel que alimentaba a los demás, idea proveniente de un rezago cultural que conservaba, en el presente, una asociación pasada. Dar comida en el presente representaba un grave peligro para la propia supervivencia. Turnbull (1972) ilustraba, con breves historias, los graves conflictos que se generaban alrededor de la comida. Una de ellas era la crónica de una niña hambrienta que le había robado una calabaza a su hermano y que, ante la reacción violenta por el robo, se disculpaba con las siguientes palabras: tal vez hubiera sido mejor preguntarle si podía tomarla antes de robarla, a lo que el hermano airado respondió: me hubiera negado y la hubiera esperado para golpearla con espinas, como un hombre golpea a su esposa (p. 251). Una segunda historia era la de la niña que estaba haciendo carbón para vender a cambio de comida; su hermano la golpeó salvajemente hasta tumbarla, e incluso continuó golpeándola en el piso aún más para alejarla del carbón. La niña, a pesar de los golpes, protegía el carbón acostándose encima de este, tal como una madre protegería a su bebé, pues el carbón representaba su única oportunidad de comer.

    Turnbull (1972) ilustraba la relación de los Ik con el dinero y la comida, cuando narraba cómo, cuando se les pagaba un trabajo, consumían de inmediato la riqueza, como si las posesiones fueran una carga y una necesidad y el temor a la pérdida de la comida los llevara a consumirla de inmediato y, ya satisfechos, se despreocupaban hasta la próxima urgencia. Guardar el alimento era un gran peligro y la forma de las casas, con unas puertas muy pequeñas para que un posible ladrón tuviera que entrar acostado y así poder golpearlo para evitar el robo, lo atestiguaba (p. 150).

    En cuanto al cuidado de los hijos, Turnbull (1972) señalaba que las madres los cuidaban solo hasta los tres años, momento en el que consideraban que ya eran lo suficientemente grandes para cuidarse ellos mismos. Estos pequeños, solos y necesitados, se veían forzados a unirse a un grupo de niños de edades similares para asegurar su supervivencia. Incluso, muchas veces las madres dejaban al hijo en campo abierto, a la espera de que fuera devorado y no tuvieran que seguir alimentándolo o cargándolo y con la idea de que si un leopardo se lo comía sería una presa fácil de matar para calmar el hambre propia (p. 136). Turnbull afirmaba que para los Ik la desgracia de los demás representaba la alegría más grande y que la crueldad los acompañaba en todo momento en su humor, en sus relaciones interpersonales, en sus pensamientos y reflexiones (p. 260).

    Ser aceptado en un grupo de personas de una edad similar era prácticamente un rito de paso. Los grupos que existían eran los de los niños de tres a siete años, los de ocho a doce años, el de los adultos y el de los mayores. Sin embargo, la aceptación en estos grupos no era fácil, pues a medida que el grupo crecía la supervivencia individual peligraba. Las niñas habían aprendido que los intereses sexuales de un grupo podían ayudarles a ganar mayor aceptación, y estaban dispuestas a usar su cuerpo para obtener beneficios. Los muchachos pasaban el rito final de la adultez cuando tenían trece años y a partir de ese momento dependían de ellos mismos para sobrevivir. Asociarse con otros les permitía pasar de la posición de intimidado y golpeado a la de intimidador y golpeador (p. 139) para asegurar su supervivencia. 

    Turnbull (1972) comparaba el comportamiento de los Ik con el de pueblos más desarrollados, quienes no se deshacían de sus hijos abandonándolos ante un animal salvaje, pero sí se desprendían de ellos y los enviaban a instituciones escolares y de recreación en edades muy tempranas, dejándolos igualmente desprotegidos. También comparaba el comportamiento humano con la conducta animal y afirmaba que los humanos se jactaban de ser una especie superior, pero se mataban unos a otros, algo que los animales no solían hacer con los de su misma especie. Ponía en tela de juicio el que los humanos fueran una especie superior y alertaba sobre el riesgo de degradación de los vínculos y las relaciones sociales bajo condiciones de vida donde la voracidad llevaba a un acaparamiento de cualquier cosa, sin límite y sin consideración a la necesidad de los demás.

    Se preguntaba, también, por la existencia del amor en los Ik, y respondía que había más afecto y amor entre un par de leopardos bebés que entre los miembros de la tribu. No encontró ningún tipo de mutualidad o reciprocidad que pudiera caracterizar el amor humano, lo que significaba para él que para la humanidad el amor no es una necesidad, [sino] un lujo o una ilusión (p. 237). Incluso en los momentos en que cazaban juntos para sobrevivir, como lo hace normalmente un grupo de orcas o ballenas asesinas, asomaban sentimientos de envidia, amargura y suspicacia, que impedían el surgimiento de la cooperación y la ayuda como expresión amorosa.

    Turnbull (1972) afirmaba que el sexo era comúnmente y abiertamente concebido como una tarea necesaria y ligeramente placentera, similar a la defecación, y traía a cuento una anécdota sobre una discusión que había tenido con un miembro de la tribu alrededor de la copulación, donde él mismo argumentaba que el coito en oposición a la masturbación, daba placer a las dos personas, mientras que la defecación, a una sola y el otro le respondía: ¿Quién sabe lo que el otro está sintiendo? En cada una de las acciones solo se conoce el sentimiento propio (p. 253). Los hombres de la tribu afirmaban que cuando sentían un fuerte deseo sexual, se requería menor cantidad de energía para masturbarse que para tener un coito y que además les parecía injusto que tuvieran que pagarle a la mujer para tener relaciones sexuales, cuando ella lo disfrutaba también. Estos comentarios eran evidencia de la ausencia del impulso o la necesidad de socialización y una confirmación de la soledad e individualidad, valores que la sociedad occidental contemporánea resaltaba igualmente.

    En su libro mencionaba una situación dramática observada por él mismo a su regreso, después de dos años de ausencia, momento en el cual las lluvias habían llegado a la zona y había abundancia de alimento por doquier. Se trataba de un evento en el cual una mujer, de nombre Nangoli, había acusado a alguien de haberle robado su tabaco. Todos en la aldea la acusaron de haber sido quien había empezado la disputa y la policía se la llevó a la cárcel en Kaabong. Para deshacerse de ella, los Ik la acusaron de actos de brujería contra ellos y sus campos, cosa que nadie creía. Turnbull (1972) pidió permiso entonces para visitarla en la cárcel, pero ella se negó, pues no quería ver a nadie. Un tiempo después, cuando la dejaron libre, golpeó a un policía para que la encerraran de nuevo, pues no quería volver a un pueblo que se había vuelto aún peor de lo que había sido en la escasez. Para Turnbull, Nangoli era el último Ik que fue humano (p. 271).

    La anterior mirada al funcionamiento individual-grupal desde el marco antropológico, permite concluir que, bajo circunstancias adversas, de escasez, el hombre para sobrevivir opta por alejarse de su ser social, abandona los vínculos familiares, laborales, económicos, políticos y deja de lado valores, creencias y sentimientos con contenidos de amor, esperanza, compasión, consideración, ayuda, cooperación, cuidado, protección, por considerarlos graves impedimentos para la supervivencia. La sociedad y la vida en común se vuelven peligrosas y surge un sistema de subsistencia que aleja al hombre de la emoción y de la interacción social cálida. Es indudable que históricamente, y en la actualidad, ha habido muchos momentos en que los pueblos asumen posiciones extremas de inhumanidad frente a otros grupos humanos y construyen formas de vida donde la deshumanización se convierte en una constante. La violencia en Colombia, a lo largo de su historia, nos deja ver toda la crueldad que los grupos dominantes en una zona ejercen sobre los pueblos atacados, diezmados, masacrados, arrasados por ellos para hacerse con las tierras y ampliar su poder. Esto se agravó en el país debido a la entrada de la violencia del narcotráfico y, posteriormente, por la violencia adicional que trajo la globalización, con la reducción de empleos dignos; situación que ha dejado amplias capas de la población en condición de informalidad laboral y de miseria económica, social y cultural. 

    CONDICIONES DE VIDA MISERABLES BAJO ESTADOS DE MALTRATO

    Los testimonios de nueve mujeres con las que trabajó Paula Rincón fueron el primer material que se utilizó en el grupo de investigación sobre maltrato, con el fin de poder comprender un fenómeno que no nos resultaba claro. En el material había algunas descripciones sencillas sobre lo que era la condición misma del maltrato, donde se observaban relaciones violentas y deshumanizadas que se daban entre hombres y mujeres, quienes se internaban en guerras sin fin o permanecían impotentes frente al terror de los golpes y abusos sexuales hacia ellas y sus hijos. Consideramos importante que el lector de este libro se enfrente al mismo material examinado por el grupo de investigación sobre maltrato, para que poco a poco entre en contacto con las condiciones miserables de supervivencia y deshumanización en que viven estas familias y abra su mente a un fenómeno que se repite con mucha frecuencia y frente al cual aún no se logra establecer medidas eficientes para limitarlo.

    Lorena era una mujer de veintisiete años, con estudios de segundo de primaria, que trabajaba podando pasto, al lado de Ricardo, un hombre de cincuenta y tres años, con quien tenía tres hijos. Ella habló de un maltrato violento del cual se defendió también con violencia extrema.

    Yo llegué acá porque él —Ricardo— me pegaba mucho y me trataba como un animal, me decía que yo era propiedad de él. Yo ya le tengo varias demandas metidas, pero no pasa nada. Él estuvo en la cárcel, pero lo dejaron salir otra vez y otra vez está encima de nosotros. Cuando él se tiraba a pegarme yo le tenía que devolver y ya: en últimas, pensaba que era él o era yo el que se iba a morir en esos encuentros. Yo por lo menos tenía que defenderme a mí y a mis hijos. Mi hijo grande era el que veía más cómo el papá me cogía y me molía a golpes, y hasta me hacía tener relaciones con él en frente de los niños. Ellos vieron todo y ya. Yo lo que busco es tener más seguridad y no verlo nunca más.

    Cuando Ricardo me pegaba, yo agarraba mis hijos y salía corriendo de ahí, buscaba posada en cualquier casa de al lado, pero todo el mundo conocía a Ricardo y nadie me ayudaba. Había un muchacho muy querido que me decía que no me aguantara eso y que me fuera. Yo ya demandé a Ricardo, pero eso no pasa nada, vuelve a llegar a la casa a pegarme. Y ahora Diego, mi hijo mayor, también le está pegando a Juliana, su hermana. Como ese tipo se dio cuenta que el muchacho me ayudaba, empezó a decirme que es que yo tenía un mozo y la última fue que nos empezó a perseguir a mí y a mis hijos con machete en mano diciendo que me iba a picar en pedacitos pa’que nadie me encontrara. Por eso fue que decidí salirme de allá. Me puse a echar dedo en la carretera y un señor de un camión nos recogió y nos trajo para acá.

    Samir —un primo— vivía con nosotros y él siempre me defendía cuando ese señor trataba de pegarme, y un día nosotros nos fuimos y yo le dije que no podía volver conmigo porque ese señor lo molía a palos, y que era capaz de matarlo. Él —Ricardo— decía: Espérese que la encuentre otra vez, la voy a traer de las mechas para acá y ahí sí es que la voy a desaparecer. Yo le decía: ¡Pues atrévase! ¡Nunca nos va a encontrar!.

    Mireya era una mujer de diecinueve años, con estudios hasta cuarto de primaria, quien trabajaba como vendedora ambulante. Vivía con Hugo, un hombre de veinte años, quien trabajaba como obrero y era drogadicto. Ella tenía cuatro hijos y tres de ellos eran de Hugo. Hablaba sobre un maltrato violento que se daba, con igual virulencia, entre los dos.

    Él me pegaba y me puteaba, pero yo no me quedaba por ahí tranquila sin hacer nada. La última vez nos cogimos a golpes y él me dijo que me iba a matar, me estaba agarrando con un cuchillo en la mano y yo lo empujé a la pared y le dije: ¡Quiubo, hijueputa! ¿Qué es lo que va a hacer?. Le quité el cuchillo y se lo clavé en el estómago. Ahí cogí a mis chinas y me salí de allá. Yo no quiero volver porque sé que si vuelvo, me va a matar, yo por eso es que no vuelvo por allá. De allá me mandaron para una de esas comisarías y de ahí me trajeron para acá. Una vez me cogió del pelo contra la pared y me empezó a dar y a dar y a dar, pero llegó un momento en que yo reaccioné y le mandé la mano; después él se devolvió a pegarme y yo le clavé el puñal en el estómago y ahí me pare y le dije: ¿Qué? ¿Qué? —enfrentándolo— y ahí se quedó quieto. Es que siempre me ha tocado calmarlo de la forma que he podido y las niñas han visto todo eso.

    Mariana era una mujer de cincuenta y un años, con estudios de tercero de bachillerato, quien había trabajado once años como docente y vivía con David, un hombre de treinta y ocho años, alcohólico, sin oficio, quien había sido acusado por la justicia de conductas delictivas con acceso carnal violento. Mariana y su hija vivían en una condición de violencia sexual constante y de amenazas de muerte por parte de David. La comunidad cercana parecía saber del comportamiento delictivo de este hombre, pero, atemorizada por él, no lograba pedir ayuda para ponerle límite a sus desmanes. Por temor se mantuvo una tolerancia sin límite a delitos extremos.

    Yo llegué acá porque yo ya no podía seguir viviendo más así. Viví muchos años de golpes y abusos, así como mi hija, y ya no podíamos seguir en ese ambiente. El embarazo fue lleno de golpes, golpes que iban a matarme, cogía destornilladores y me perseguía por toda la casa. Silvia se encerraba en el cuarto y empezaba a gritar. ¡Era terrible! Yo le decía que nos respetara, que éramos una familia, pero él se tiraba a pegarnos. Un día me cogió las manos detrás de la espalda y me puso el cuchillo en la garganta, diciendo que si no me callaba me cortaba las cuerdas para que nunca pudiera volver a hablar. A mí también me abusaba, me obligaba a acostarme boca abajo y no había nada que yo pudiera hacer.

    ¡Yo sufrí tanto con el embarazo! Él cogía el destornillador y me lo clavaba —se le aguan los ojos— y le aguanté tantas cosas, sobre todo al final. Usted no sabe lo que a mí me tocó vivir, también me violó a mí de cierta manera, por eso hago todo esto. ¡Cuántas veces no me violó con un cuchillo en el cuello o apuntándome con un destornillador! Siempre sentí mucho susto y mucha impotencia. ¡Fue horrible! Eso no se lo deseo a ningún ser humano.

    Los vecinos supieron todo esto y una señora me comentó que antes de conocerme ese tipo le había clavado un destornillador a una moza que tenía, se lo clavó en el estómago porque estaba embarazada. Nadie vio eso, la encontraron después desangrada a ella y al bebé. También me dijeron que había violado a otras niñas. Todo el mundo le tiene susto en ese barrio.

    Astrid era una mujer de treinta y tres años, con cuarto de bachillerato cursado, quien no trabajaba y vivía con Germán, un hombre de veintinueve años, con estudios de primaria, quien trabajaba como conductor y era alcohólico. Ella narraba aterradoras experiencias y el efecto desastroso que se produjo cuando intentó defenderse alejándose del hombre maltratador.

    Es que Germán me pegaba y me decía una cantidad de cosas. Me trataba muy mal y yo ya no me aguantaba más eso, los niños presenciaban todo eso y ellos también están muy afectados. Desde que nos fuimos a vivir juntos, me decía que yo era una buena para nada, que se iba a conseguir una mujer más joven porque yo era ya muy vieja y no le podía dar todo lo que él me pedía. Y pues sí, doctora, yo tengo unos años más que él, entonces él también se aprovechaba de eso. Después yo quedé embarazada de David, ahí sí que se puso peor: me cogía con cuchillos y navajas, me hacía acostarme con él, mejor dicho, eso era terrible. Yo quería salirme de allá, pero no podía, el tipo me tenía amenazada que si decía algo me mataba. Yo le conté eso a una vecina y ella me dio fuerza para ir a una comisaría y pues ahí fue que me trajeron.

    Cuando ese señor me cogía a golpes, Vanesa, mi hija, se iba para su cuarto y empezaba a gritar y a llorar: era lo único que hacía que Germán me dejara de pegar. Cuando él escuchaba eso, se iba para donde estaba la niña y la abrazaba y la empezaba a consentir para que se calmara, le decía que ya todo iba a estar bien y que los papás no iban a pelear más. Después, yo me iba a dormir con la niña, y así amanecíamos muchos días. Gracias a la niña era que él me dejaba de pegar —llora.

    Me acuerdo de una cosa horrible. Era de noche, estaba lloviendo y había muchos relámpagos. Ya era tarde, yo estaba haciendo oficio, creo que lavando la loza, y estaba con los niños. Ellos estaban dormidos. Llegó Germán y estaba muy tomado y agresivo, llegó a decirme que quería tener sexo conmigo ya. Yo le dije que no, que se quitara de encima mío y que me dejara en paz. Entonces me empezó a agarrar las manos y a darme vuelta y yo, en un momento que vi, me salí por la puerta, dejé a los niños acostados. Yo estaba tan asustada que me fui para donde mi hermana, llegué mojada, el esposo de ella me abrió la puerta y me hizo pasar. Mire, yo ni podía hablar. La verdad, a mí en ese momento hasta se me olvidaron mis hijos. Yo creo que fue en ese momento que Germán abusó del niño, porque cuando llegué estaba acostado en la cama con él y ambos estaban dormidos —llora—. Es que fue mi culpa. En vez de hacérmelo a mí, se lo hizo a él. ¡Ay, doc! Si se pudiera devolver el tiempo, yo hubiera cogido a mis hijos y me hubiera salido de allá para siempre.

    Soraya era una mujer de veintinueve años, con estudios hasta tercero de primaria, quien no trabajaba. El compañero de Soraya era Jorge, un hombre de cincuenta y siete años, quien era su propio padre. Ella tuvo tres hijas con él. Jorge obligó a Soraya a ejercer el rol de compañera, en lo que fue apoyado por los hermanos de ella, quienes también la maltrataban de palabra, y por su propia madre. Esta mujer vivió en un estado de dominación absoluta por parte de un padre que la eligió como su segunda mujer.

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