Atrapados en el espejo: El narcisismo y sus modalidades
Por Manuel Villegas
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Atrapados en el espejo - Manuel Villegas
Manuel Villegas
Atrapados en el espejo
El narcisismo y sus modalidades
Herder
Diseño de la cubierta: Toni Cabré
Edición digital: José Toribio Barba
© 2022, Manuel Villegas
© 2022, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN EPUB: 978-84-254-4932-1
1.ª edición digital, 2022
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)
Herder
www.herdereditorial.com
Índice
Introducción
El narcisismo como fenómeno humano
El síndrome del espejo
La fama
La comparación
Atrapados en el espejo
1. Del mito al concepto psicológico
Pequeña historia del término «narcisismo»
Eco y narciso: el amor imposible
Narciso en relación con los demás
La perspectiva clínica
El narcisismo de los narcisistas
La pandemia narcisista
2. El espejo mágico
Origen del narcisismo en el proceso de diferenciación del yo
Asimilación y acomodación
Proceso evolutivo de formación de la imagen
- Dificultades evolutivas en la diferenciación del yo
- El narcisismo proyectivo
- El narcisismo fusional: la suplantación del yo
- Negligencia y abuso: el déficit ontológico
Ser o parecer
3. La galería de los espejos
Un paseo por los salones de Versalles
Las tres modalidades de narcisismo
La perspectiva clínica
La perspectiva antropológica o existencial
De la metáfora política a la psicológica
4. El salón de los aristócratas
El narcisismo aristocrático
La modalidad exclusivista
La modalidad seductora
La modalidad despótica
La modalidad elusiva
La modalidad despectiva
La transversalidad del narcisismo
5. El olimpo de los meritócratas
El narcisismo meritocrático
La modalidad mística
La modalidad ascética
La modalidad idealista
La fatiga olímpica
6. El festín de los plutócratas
El narcisismo plutocrático
La modalidad cosmética
La modalidad crematística
La modalidad social
La modalidad virtual
La modalidad histriónica
La fragilidad del espejo
7. El espejo roto
La herida narcisista
Oscilaciones en la validación narcisista
La invalidación sistemática
La invalidación en la dinámica relacional de pareja
Mal de muchos
8. El espejo vacío
La psicoterapia del narcisista
Narcisismo y autoestima
- Pequeña historia del concepto de autoestima
- Concepto de autoestima
(Re)construir la autoestima
- Diferenciarse de la mirada ajena
- Desvelar la persona oculta bajo las apariencias
- Identificar y legitimar las propias emociones y necesidades
- Aprender a validarse socialmente
- Respetarse y hacerse respetar
- Conectar con el yo interior
Colofón y coda
Referencias bibliográficas
Información adicional
Introducción
E
L NARCISISMO COMO FENÓMENO HUMANO
Cuando hablamos de narcisismo, hablamos de nuestra imagen. Y cuando hablamos de autoestima, hablamos del valor (a-precio) que atribuimos a nuestra imagen y que estamos dispuestos a defender a toda costa. Así que no es extraño que el narcisismo pueda ser considerado una experiencia universal y transversal. En este sentido, no hace falta imaginarse personajes estrafalarios o engreídos para pensar el fenómeno del narcisismo (Burgo, 2015; Malkin, 2016).
El narcisismo es una cuestión que nos concierne a todos y que la aparición de las redes sociales no ha hecho más que potenciar. Continuamente estamos proyectando nuestra imagen a través de plataformas como Instagram, Facebook u otras, inundándolas de las fotos que previamente hemos tomado con nuestro teléfono móvil. Estas fotos llevan un nombre, selfies, que ya lo dice todo: fotos que yo he tomado de mí mismo, por mí mismo y para mí mismo, aunque luego las pueda compartir con otros para que, a su vez, me devuelvan sus comentarios.
Naturalmente, nuestra imagen no se reduce solo a la representación de la apariencia corporal externa por medio de técnicas fotoquímicas o electrónicas, propias de la tecnología moderna. Ya los romanos fueron maestros en el retrato escultórico de grandes personajes, que podían pagarse el laborioso trabajo del artista que esculpía sobre piedra o fundía en bronce la figura de sus mecenas, tradición que retomaron los artistas renacentistas, barrocos y neoclásicos, siglos después.
El valor dado a la imagen física o apariencia corporal tiene atenazada a gran parte de la población, tanto masculina como femenina, y se halla relacionada con fenómenos como el culto al cuerpo y la moda, o entre los factores desencadenantes de patologías graves, entre ellos, los trastornos alimentarios (Villegas, 1997). Ellen West (1888-1921), una paciente anoréxica que en su época fue diagnosticada de esquizofrenia, prefirió suicidarse antes que «llegar a ser vieja, gorda y fea», lema que encuentra su equivalente en el estribillo de la canción de María Isabel López: «antes muerta que sencilla», con el que una niña de 9 años embaucó a un auditorio dispuesto a jalear la cosificación del cuerpo de la mujer.
E
L SÍNDROME DEL ESPEJO
La imagen que tenemos de nosotros mismos no es de nuestra exclusiva pertenencia, sino que habitualmente se forma a partir del reflejo que recibimos o imaginamos recibir de los demás. De este modo, la mirada de los otros se convierte en el espejo en el que nos vemos reflejados, haciendo efectivo aquel aforismo de Antonio Machado en uno de sus proverbios y cantares: «el ojo que ves, no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve». Y en esa mirada ajena y enajenante es donde se produce el enamoramiento narcisista de la propia imagen. De este modo, el «espejo» desempeña un papel simbólico, a la vez que real, en el narcisismo.
La dama del espejo
Miriam ha cumplido recientemente 50 años. En la actualidad vive con su segunda pareja, el padre de su tercer hijo, que la maltrata psicológicamente. Conserva todavía un cuerpo atractivo, lo que ha sido la obsesión de su vida. Cuando era joven, se sentía una de las mujeres más bellas del mundo, pero tenía prisa por llegar a los cincuenta, porque estaba segura de que no tendría rival a esa edad; pero ahora se da cuenta de que está perdiendo atractivo y que su pareja puede llegar a rechazarla y ligarse a otras mujeres. Acude a terapia por unos celos que siente «incontrolables».
La imagen que tiene de sí misma no es como persona, sino como mujer deseable a los ojos de los hombres. Según ella, la mujer ideal:
Es una mujer bonita, ni deslumbrante ni sosa, con ideas muy claras, profesional y personalmente; cuerpo proporcionado sin celulitis, sin estrías, sin defecto. Una mujer poderosa y segura de sí misma, que consigue lo que quiere, a quien quiere y que no duda. A ojos de un hombre, una mujer perfecta o la mejor para él.
Hasta ahora, y aún ahora, para mí la imagen ideal de la mujer la he aprendido de la idea que sacaba de los hombres. Es decir, mi punto de vista «masculino»: mujer sencilla pero guapa, humilde, femenina, que da su brazo a torcer, sacrificada, entregada, pasional y coqueta.
Soy mujer porque soy mujer. No hay más. Sí que es verdad que fuera de los hombres me siento juzgada por las mujeres, siempre he tenido problemas con ellas. Pero ser mujer para mí es maravilloso; fuera del ámbito de los hombres, me aporta sensibilidad, empatía, dedicación… Pero no por ser mujer, sino por ser yo misma.
El único handicap de ser mujer, para mí, es tener que justificarte, porque luces de alguna manera ante las mujeres, y en el caso de los hombres, demostrar que tras la fachada hay alguien.
En el diálogo terapéutico que sigue a esta autodescripción, Miriam remacha el clavo, diciendo:
MIRIAM: Siempre me ha gustado que los demás me admiren y que se den la vuelta al pasar. Siempre ha sido así… Es un defecto que he tenido siempre, me ha gustado que me miren y ahora me miro al espejo y digo: «fíjate, ya se te está arrugando la cara y ya te estás volviendo fea, mira el pelo que se te está cayendo, la barriga que no se me quita». Yo misma me voy viendo, que ya he perdido, que ya no sirvo para que la gente me mire…
TERAPEUTA: Yo me pregunto, ¿de joven qué importancia le dabas al físico, a tu cuerpo?
M.: Siempre le he dado mucha importancia al cuerpo y a la inteligencia. Primero al cuerpo, después a la inteligencia. Porque teniendo el cuerpo siempre entras: tienes un buen cuerpo y vas arreglada y se te abren todas las puertas, ya puedes estar con la gente y la gente te admite.
T.: Estás diciendo que lo que vales es como cuerpo, no como persona. La inteligencia viene luego, porque con el cuerpo se entra en la sociedad. O sea, me aceptan a través del cuerpo. Entonces si el espejo me dice que mi cuerpo es deseable, esto es lo que vale…
M.: Sí, esto lo pienso muchas veces y digo: ¿y yo quién soy? Y me siento vacía.
T.: Exacto, este es el tema. Pero si estoy con mi pareja, aunque me maltrate, significa que existo para alguien; pero si este alguien no me hace caso, ni me mira, entonces ¿quién soy yo? Es ahí donde me coge el «síndrome del espejo».
L
A FAMA
Otra imagen que puede alcanzar un valor mucho más alto que el de la apariencia física es la que corresponde a la reputación social en los distintos ámbitos de la vida, cuyo significado condensamos en la palaba «fama». También entre los antiguos encontramos relatos dirigidos a ensalzarla e invocarla, hasta el punto de que para ellos era una de las divinidades de la mitología de la Edad Antigua, con su correspondiente altar en la ciudad de Atenas.
La fama (etimológicamente, «lo que se dice de alguien») mueve el mundo del deporte, del cine o del espectáculo, del poder, de la moda e incluso de la ciencia. Ha sido buscada por aquellos a quienes sonríe y denostada por aquellos a quienes maltrata. En su célebre Oda a la vida retirada, Fray Luís de León la rehúye como fuente de alteración del estado de ánimo, cuando escribe: «No cura si la fama / canta con voz su nombre pregonera / ni cura si encarama / la lengua lisonjera / lo que condena la verdad sincera».
En la actualidad, cualquier personaje avispado con una cámara, y aprovechándose de una plataforma digital al uso —YouTube, TikTok u otras—, puede llegar a ser alguien famoso sin demasiado esfuerzo, recogiendo miles de seguidores y convirtiéndose en influencer, de un día para otro, casi sin salir de casa.
La fragilidad de la fama es también una experiencia universal, hasta el punto de que ha llevado a muchos a morir por alcanzarla o suicidarse antes que perderla. Difamar, por tanto, es uno de los peores ataques a la integridad personal, puesto que priva a la persona de su dignidad social y suscita uno de los sentimientos más destructivos, la vergüenza. La vergüenza es uno de los sentimientos sociales más primarios hasta el punto de que en algunas culturas, como la japonesa, está bien visto que una persona se dé muerte a sí misma para reparar su honor o evitar la deshonra a través del ritual suicida seppuku, más conocido habitualmente entre nosotros como harakiri. Su carácter ritual le otorga a esta forma de suicidio un aspecto reparador o expiatorio.
La fama puede valer más que la vida
En enero de 1993 Jean Claude Romand asesinó a su mujer Florence, a sus dos hijos y a sus padres e intentó suicidarse. Todo antes de que se descubriese que, desde los 18 años, su vida se había sustentado sobre una gran mentira que habían creído todos sus familiares, padres, esposa e hijos: nunca se había licenciado en medicina, como la gente suponía, ni trabajaba para la OMS en Ginebra; mantenía su burgués estilo de vida a base de estafar a sus allegados con falsas inversiones. Una mentira de la que él era el único conocedor y artífice.
El periodista y escritor Emmanuel Carrère (2000) se vio impelido a averiguar qué podía mover a una persona a cometer una atrocidad semejante, pero también se vio empujado a descubrir qué había llevado a un hombre aparentemente normal a vivir en una mentira desmedida de la que la tragedia solo era la consecuencia, quizás inevitable.
Fruto de esta curiosidad fue el relato periodístico novelado, obtenido a través de una continuada y larga reconstrucción dialogada con el propio protagonista de la tragedia, publicado con el título de El adversario.
La pregunta que inquietaba a Carrère era cómo podía ser posible que un hombre serio y formal, padre de familia, bien adaptado en su contexto social, hubiera podido llegar a esta situación a partir de una mentira banal. La reconstrucción de los hechos nos pone en la pista para comprenderlos.
Jean Claude había cursado la carrera de medicina, pero no había obtenido el título, a falta de una asignatura de la que no se examinó y que le impidió completar las matrículas de los cursos posteriores. Sin embargo, nunca comunicó a su familia, por vergüenza, esta situación deficitaria, sino que les hizo creer que había obtenido la titulación correspondiente. Seguramente tenía los conocimientos: asistía siempre a clase, ayudaba a los compañeros, pero nunca regularizó su expediente.
En estas condiciones no podía ejercer y se inventó un trabajo ficticio en la OMS, a cuya sede en Ginebra acudía diariamente desde su residencia próxima en la frontera francesa. Allí pasaba las horas de «trabajo» en la biblioteca o en el parking del edificio o daba vueltas por los bosques o visitaba distintas ciudades y volvía casa, al final de la «jornada laboral». Para aportar un sueldo estable a la familia, desarrollaba una actividad paralela en base a préstamos e inversiones, que le permitían acumular un remanente del que extraía mensualmente «la paga». Así fue durante casi veinte años, vacaciones incluidas.
El invento se fastidió porque Jean Claude se metió en algunos líos de faldas, el último de los cuales sospechó que alguna cosa no iba bien. La recién estrenada amante vivía en París y él tuvo que inventarse algunos motivos para viajar a la capital. Tratándose de París y de la OMS no era difícil fingir algún congreso que le permitiera pasar unos días con ella. En uno de esos encuentros y ante las suspicacias que levantaron en él las dudas de ella, pretendió asfixiarla. La mujer huyó aterrorizada del coche y él emprendió una rápida vuelta hacia su residencia.
Llegado a casa Jean Claude asesinó a sus padres con una escopeta de caza, que estos tenían en el garaje, así como a la mujer y a los hijos con la misma arma. Luego prendió fuego a la casa para morir también él dentro y borrar con ello las pruebas. Quería preservar su honor incluso después de muerto. Sin embargo, los vecinos advirtieron el fuego y llamaron a los bomberos, que le rescataron con vida. En su caso, la pelota cayó del lado contrario al esperado en su Match Point particular.
A partir de aquí empezó un largo proceso, de meses y años, hasta que Jean Claude aceptó contar su historia al periodista, desde su celda en la prisión. ¿Cuáles eran los motivos que le habían llevado a actuar de este modo?
El problema se planteó cuando falló en cumplimentar un examen de la carrera de medicina, lo cual le situaba en la condición de tener que volver a matricularse en la asignatura. Ahí se torció la historia. Posiblemente su vida posterior habría sido muy distinta sin ese desliz. Su autoconcepto, tal vez meritocrático, no podía admitir esta imperfección. ¿Cómo él, un chico estudioso y brillante, había podido fallar en una asignatura? Lo ocultaría a sus padres y a su entorno inmediato, para que no se supiera.
Se casó y tuvo dos hijos, todo dentro de la más absoluta «normalidad». Sus acciones iban dirigidas a proteger su «honorabilidad» y a evitar la vergüenza. De este modo, un desliz insignificante, presente en el curriculum académico de cualquier estudiante de medicina que se ve obligado a repetir alguna que otra asignatura, se convirtió en una trampa mortal, de la que no podía escaparse. Se trataba de preservar la imagen,